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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Actualidad nacional

Los últimos trotskistas

Los últimos trotskistas

El Sindicato de Estudiantes: anomalía totalitaria en una sociedad democrática

Cíclicamente, tal y como viene acaeciendo en las últimas tres décadas, el Sindicato de Estudiantes recupera cierto protagonismo mediático.  Con motivo de diversas movilizaciones efectuadas en el mundo del estudiantado, especialmente en enseñanzas medias, los portavoces del Sindicato de Estudiantes, generalmente rozando la treintena en años, nos bombardean con las consignas de siempre: “por una enseñanza pública, laica y de calidad”; “el hijo del obrero, a la universidad”.

El pasado día 16 de octubre sucedió de nuevo. Y amenazan, solos o en compañía de otros, a seguir haciéndolo. Motivos no les faltan y, de no existir, se inventarían otros.

El actual ministro de Educación José Ignacio Wert, deliciosamente locuaz, al valorar dicha convocatoria huelguística, calificó al Sindicato de Estudiantes de extrema izquierda. Y ellos respondieron devolviéndole la acusación: “extremista, él, que quiere cargarse la enseñanza pública”. Casi nada.

Pero, las afirmaciones de Wert, ¿tienen algo de fundamento? Veámoslo.

El Sindicato de Estudiantes nace en 1986, Y no lo hace desde la nada. Ya desde 1976, una de tantas sectas trotskistas venía haciendo labores de proselitismo por estas Españas. Empezó, por Vitoria, donde aterrizaron varios trotskistas ingleses de Militant con el galés Alan Woods a la cabeza. El grupo español de Militant se extendió, poco a poco, a provincias limítrofes; en dura competencia con abertzales y las entonces potentes y ruidosas organizaciones de extrema izquierda, tales como la ORT, el PTE, el MC… Pero no empezó a crecer hasta que los otros grupos de credo trotskista -enfrentados por esotéricas disquisiciones dialécticas totalmente incomprensibles para profanos y, acaso, para la mayoría de sus sesudos militantes- empezaron a flaquear en sus esfuerzos y pretensiones.

Su órgano de prensa era el Nuevo Claridad, que invocaba, intencionadamente, al Claridad del sector más radical y guerracivilista del PSOE de la Segunda República. Esta criatura política se enmarcaba en la denominada Corriente Marxista Internacional, cuyo ideólogo era el británico Ted Grant. Practicaban el entrismo, es decir, la infiltración en partidos y sindicatos reformistas (todos lo eran salvo ellos, faltaría más), con la finalidad de transformarlos desde dentro en instrumentos revolucionarios. La táctica del entrismo, en su día preconizada por la mayoría de sectas trotskistas, ya era motivo de separación del restante universo trotskista, que la descalificaban -¡cómo no!- de desviacionismo, revisionismo y cáncer liquidacionista; los más graves pecados en que puede incurrir todo revolucionario.

Así, inicialmente infiltrados en UGT y PSOE, una vez localizados, fueron expulsados. Y legalizaron siglas de conveniencia, como el Comité Socialista de Izquierdas y Ezkerra Marxista (País Vasco y Navarra). Inasequibles al desaliento, buscaron otros puertos más acogedores: Comisiones Obreras, el mismísimo Partido Comunista de España, e Izquierda Unida; donde permanecen no pocos de ellos.

Como polo de todas sus energías, se convirtieron en apóstoles de la difusión de su órgano de prensa, rebautizado El Militante, al igual que la revista “madre”; constituyeron la Fundación Federico Engels, para la edición de los “clásicos” marxistas; y se lanzaron a organizar movimientos de masas. Ahí es donde aparece el Sindicato de Estudiantes. Y no faltaron escisiones, como la que en 1994 recuperó el glorioso nombre de Nuevo Claridad para esa enésima facción… ¿trotskista?

Casi tres décadas después, el Sindicato de Estudiantes sigue presentándose como intransigente defensor de la enseñanza pública, laica y de calidad, oponiéndose a todas y cuantas reformas se vienen proponiendo desde los sucesivos gobiernos de la nación. Como alternativa a la crítica situación de la enseñanza española, salvo lemas superficiales y facilones, proponen textos como El Estado y la Revolución, de Lenin; El Che, vida de un revolucionario; El Manifiesto Comunista; La Revolución española: 1931-1939; La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el Comunismo, también de Lenin; Reforma o Revolución, de Rosa Luxemburgo, etc. Todos ellos, elaborados y sofisticados instrumentos ideológicos de última generación, como puede observarse.

Pero también ofertan textos modernos, de análogo calibre intelectual, seguramente, y de enunciados siempre positivos y constructivos: No a la Ley de Economía Sostenible; No al Pacto Educativo; No a la Llei d’Educació de Catalunya; El Hijo del obrero a la universidad. NO A BOLONIA.

Hagamos un ejercicio de memoria personal… e histórica.

No pocos de quienes superamos cinco décadas de edad, en los años de la Transición sufrimos el entusiasmo proselitista del casi inevitable “amigo” trosko, que nos perseguía con la sanísima intención de despertar nuestra conciencia de clase, o contradictorios sentimientos de culpabilidad por pertenecer a una clase represora, tratando de “pescarnos” en sus gruesas redes. ¡Qué pesados! Recitaban, para ello, todos y cada uno de los eslóganes de moda en el incomprensible mundillo trotskista, y trataban de convencernos de lo irremediable e inmediato de la Revolución Mundial (con mayúsculas, por supuesto). Para colmo, trataban de que los situáramos con exactitud milimétrica dentro de las numerosas siglas y corrientes del trotskismo; y de confundirlos, menudas regañinas... Por entonces, no era improbable toparse con otros misioneros también repletos de panfletos, revistas, tochos impresos de todo calibre, de la LCR, las diversas LC, el PORE, el PST, etc., etc. Y pretendían que descalificáramos a Ernest Mandel, Nahuel Moreno, o Ted Grant -vacas sagradas de los trotskismos todos- con motivo de la última bronca ideológica producida en esos conciliábulos, apenas inteligible, que seguro devendría en decisiva para el avance imparable del proletariado del universo mundial…

Parecía que se habían extinguido. Pues no.

Las más recalcitrantes de todas esas criaturas, además de El Militante-Sindicato de Estudiantes, sean acaso los últimos de la LCR, quienes fusionados con el MC, reinventaron recientemente, después de muchas siglas, publicaciones-pantalla, organizaciones de nuevo tipo, etc., el partido Izquierda Anticapitalista, tratando de emular a sus hermanos franceses del Nuevo Partido Anticapitalista, hijo a su vez de la célebre LCR de Alain Krivine (pero, por favor, ¿quién no ha oído hablar de tan extraordinario faro y guía de las masas revolucionarias?).

Así fue y así siguen. Divididos y dando la lata. Y persiguiendo, a su manera, la dictadura del proletariado, la violencia en todo caso y la lucha armada según el contexto, la revolución permanente, etc., etc. Y todos ellos, autodeclarados legítimos representantes de la gloriosa Cuarta Internacional que fundara el mismísimo León Trotski, excomulgando a todos los demás, a saber: Secretariado Unificado de la IV internacional, Corriente Marxista Internacional, Comité por una Internacional de los Trabajadores, Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional, Unidad Internacional de los Trabajadores, International Socialist Tendency, Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional, Fracción Trotskista - Cuarta Internacional; todas ellas, con sus respectivas secciones nacionales, sus secretariados internacionales, sus órganos de expresión. Mas grupos nacionales que van por libre… ¡Indigesta y estéril sopa de letras! De ahí ese dicho, fruto de la sabiduría popular: “un trotskista, un pesado; dos trotskistas, un partido; tres trotskistas, una escisión; cuatro trotskistas, una unificación, dos escisiones y tres abandonos”. Criaturas...

 Y el Sindicato de Estudiantes: inasequible al desaliento, por la revolución pendiente.

En mi ámbito familiar, tuve la fortuna de conocer a un neófito del Sindicato de Estudiantes de Aragón, casi veinte años después de tan traumática experiencia con mi amigo trosko. Inicialmente, convencido catequista, posteriormente entusiasta guía scout y, finalmente, fanático militante del Sindicato, Comisiones Obreras, el PCE… Y con las mismas tácticas: dar la lata, tratar de venderte toneladas de revistas, y repetir machaconamente un discurso cerrado y dogmático que no admitía crítica o cuestionamiento alguno. Regreso al pasado. ¡Horror!

En base de todo lo narrado, es científicamente correcto (que dirían ellos) afirmar que el Sindicato de Estudiantes no deja de ser una anomalía en la democracia española. En el páramo de la juventud española (la mejor formada en la Historia española, pero, paradójicamente, la que mayor porcentaje de fracasos alcanza), sigue rebrotando periódicamente. Una criatura extraña, en todo caso, totalmente ajena a los contravalores imperantes hoy: el botellón, el individualismo extremo, la superficialidad, la ignorancia más supina por muy camuflada en conocimientos instrumentales de carácter tecnológico que se presente...

Acaso pueda explicarse tal anomalía por la ausencia, en correspondencia a tan atónico estado de la juventud, de un tejido asociativo potente fruto de unos valores “fuertes”… ausentes. Pues, se diga lo que se diga, y más allá de estadísticas apañadas e interesadas, los jóvenes no se movilizan, en general, más que por el botellón. Ante la nada: alguien o algo tenía que tratar de ocupar el espacio vacío.

El Sindicato de Estudiante, resumamos, es una “organización de masas” de la secta trotskista El Militante, sección española de la Corriente Marxista Internacional. Una correa de transmisión, que se decía años ha. Su objetivo, por tanto, es la revolución universal. Y, mientras ésta llega, que ya tarda, ¡a captar voluntades!: bien mediante el entrismo en organizaciones afines, bien movilizando jóvenes con el ánimo de captar y educar en sus dogmas y disciplinas a los más decidido o sugestionables. Siguen en su guerra particular.

De modo que, en esta ocasión, al denostado ministro José Ignacio Wert, el esposo de Edurne Iriarte, que dirían deslenguados polemistas, no le falta poca razón.

 

Diario Liberal, 21/10/12

La toma del poder por los nazis y la independencia de Cataluña

La toma del poder por los nazis y la independencia de Cataluña

Muchos pensaban –desde políticos a periodistas, pasando por ciudadanos de todas las categorías- que el independentismo, más o menos explícito, de los catalanistas de CiU, era retórico; poco más que una herramienta chantajista al servicio de intereses básicamente crematísticos y cortoplacistas. Ante sucesivas y cansinas reivindicaciones: las consiguientes cesiones en materia económica, transferencias de competencias… y todo volvería a su cauce. Ya se sabe, con dinero de por medio, y algo de mano izquierda, todo se resuelve. Una fórmula, aplicada sucesivamente por UCD, PP y PSOE, que aparentemente funcionaba. Al menos sirvió  para adormecer conciencias y salir del paso.

 

Que el presidente de la Generalidad catalana asumiera totalmente la manifestación independentista celebrada en Barcelona en la última Diada, proporcionándole una hoja de ruta, cogió a muchos políticos y periodistas con el paso cambiado. Pero, ¿realmente iban en serio? ¿No se conformarían con más transferencias, dinero para su crisis, o un concierto a lo vasco y navarro? ¿España federal, confederal o lo que fuera?

 

 La lectura de “La toma del poder por los nazis. La experiencia de una pequeña ciudad alemana, 1922-1945”, versión ensayística de la tesis doctoral de William Sheridan Allen (Ediciones B, Barcelona, 516 pp., 2009) correspondiente a la edición revisada en inglés de 1984, proporciona cierta claves interpretativas de una situación inimaginable entonces… y ahora.

 

En primer lugar, constata que los nazis tomaron el poder, entre otros motivos, merced a la existencia de un clima cultural y metapolítico precursor de su propio programa en el que podían desenvolverse y crecer. Así, militarismo y nacionalismo pangermanista extremos eran ingredientes fundamentales de una cultura política muy arraigada entre diversos sectores sociales de la ciudad, especialmente la aristocracia, la burguesía, y la clase media-baja del extenso funcionariado presente en Northeim. Los nazis no predicaban en un desierto: no eran extraterrestres arrojados a un medio extraño y hostil. Sus propuestas, conforme a los análisis del momento, que se demostrarían fatalmente errados, no suponían una ruptura con algunas de las categorías mentales y los valores más significativos de ese amplísimo sector ciudadano. Numerosos clubs, agrupaciones deportivas y de tiro, entidades folklóricas, sociedades patrióticas y de excombatientes de la primera guerra mundial, asociaciones de intereses económicos, etc., engrosaban un potente tejido social proclive a la retórica nazi y, en todo caso, enemigo visceral del discurso oficial republicano de Weimar.

 

En segundo lugar: el rol del miedo irracional desatado por la crisis económica. La burguesía y la clase media de la ciudad de Northeim, si bien no fueron golpeadas por la misma como lo fueran sus obreros, sufrieron un miedo pavoroso ante la incertidumbre generada por esa nueva situación cuyo alcance estaba por determinar y de la que se desconocía una segura salida. En consecuencia, se arrojaron en brazos de quienes se presentaron como los más resueltos e ilusionantes: los nazis.

 

Tercer factor. Se incurrió, generalmente, en un gravísimo error: al ignorarse la naturaleza nihilista, irracional y racista del nazismo. De tal modo, no se percibió que determinados fines programáticos claramente expresados, por ejemplo su voluntad de exterminio del “enemigo judío”, eran sinceros y no menos excesos verbales.

 

A tamaño fracaso analítico de los rivales del nazismo en ciernes, se sumó –anulándoles como alternativa viable- una palmaria incapacidad en su elaboración de respuestas políticas a los desafíos reales del momento; especialmente entre unos socialdemócratas atrapados por una retórica extremista sin vocación revolucionaria ni voluntad de resistencia. Así, la demagogia nazi se presentó como la solución oportuna y deseable a la crisis, mientras que los demás partidos se mostraban rutinarios, apocados y poco imaginativos.

 

Algo parecido viene sucediendo en España con el tratamiento dispensado al nacionalismo catalán, a resultas de una incorrecta percepción de su verdadera naturaleza política; de ahí el estupor generalizado y la consiguiente parálisis que atenaza España.

 

El catalán, como todo nacionalismo, responde particularmente a motivaciones irracionales y sentimentales; sin que deba nunca ser subestimado por ello. Al margen de coyunturas precisas, todo nacionalismo consecuente deriva en independentismo. No puede conformarse con menos. Hoy, o mañana, todo partido independentista perseguirá la creación de una comunidad nacional: con Estado, si puede ser. De modo que, en última instancia, hoy nos encontramos ante lo inevitable; aunque ayer no se quisiera ver.

 

Mientras se ignoraban evidentes signos de alarma, la mentalidad nacionalista era sembrada desde numerosas políticas de la Generalidad a lo largo de las últimas décadas: especialmente con el concurso de los medios de comunicación allí presentes (públicos, pero también privados), la educación en todos sus niveles, las más diversas actuaciones lingüísticas e identitarias, y cuantas medidas de carácter económico coadyuvaran su programa. Y ello ante la inhibición, incredulidad, salvo posicionamientos ocasionales y marginales, de las élites españolas.

 

Hoy día, la crisis que viene sufriendo España se ha manifestado abrupta y dolorosamente en el plano económico. Pero la situación actual responde a un estado moral previo. Y el nacionalismo se ha decidido, finalmente, a aprovechar esta situación dislocada y de desintegración. Ya no cabe marcha atrás.

 

Es posible que las variables económicas de una secesión territorial no sean valoradas adecuadamente por los actores en juego. Es más, desde una perspectiva netamente económica, la independencia es poco rentable: es algo de lo poco en que están de acuerdo al respecto todos los expertos en la materia. Pero no importa, pues para los nacionalistas lo más importante no es la economía: hay algo más, mucho más. Se trata del alma de su nación. Por ello, se han puesto en marcha.

 

Lanzado tan inevitable como aplazado desafío, algo deberá hacer el Estado español para frenar o neutralizar el proceso secesionista en curso; pues no parece que pueda limitarse a encauzarlo tal y como se venía haciendo. De momento, ante el anuncio de que el Gobierno interpondría un recurso ante el Tribunal Constitucional de convocarse un referéndum secesionista, se siguen escuchando las carcajadas de los nacionalistas. Pobrecitos: están aterrorizados ante tanta energía y decisión. Rajoy y sus chicos/as: huesos difíciles de roer...

 

El nacionalismo catalán se ha decidido por la ruptura en un momento muy delicado y acaso decisivo, contando con una sociedad en buena medida proclive a la aventura secesionista: a tal fin venía trabajando. Construían nación desde la cultura y la política. Desde las instituciones y la vida cotidiana. Imponían determinadas políticas lingüísticas, por ejemplo, no por mero capricho, sino como precisa táctica dirigida a un fin: sembrar para un día recoger. Entonces… ¡hablaban en serio! ¡Realmente aspiraban a la independencia de Cataluña! Y, todavía, no pocas de las preclaras mentes rectoras de España siguen sin asimilarlo…

 

El nacionalismo se ha beneficiado, al igual que los nazis, de análogas circunstancias, gracias en buena medida a la pereza, inconsistencia y falta de perspicacia de unas élites más preocupadas por un presente rentable para sus intereses personales o de casta, que por el destino de la nación española.

 

En este contexto, PSC/PSOE han incurrido, al igual que sus tíos del SPD alemán en los tiempos de Weimar, en una gravísima responsabilidad. En lugar de sostener una posición propia con vigor, obrerista, internacionalista incluso, y por tanto, enemigo de cualquier nacionalismo, se han rendido intelectual y vitalmente a una cultura antitética por definición, como es la nacionalista, haciéndola propia en una contradictoria mixtura.

 

En general, tal y como vienen declarando algunos líderes de UPyD, se ha renunciado, desde los poderes españoles, a cualquier “pedagogía democrática” que pudiera contrarrestar el adoctrinamiento masivo y la conquista de voluntades desplegados por los nacionalistas. Pero no sólo eso. Los políticos, periodistas, jueces e intelectuales que han liderado España en las últimas décadas, han desarmado moralmente a la nación española al errar –intencionadamente o no- en su valoración del verdadero programa nacionalista. Simultáneamente, privaban de contenido a toda expresión consistente de patriotismo español; asimilándolo a “franquismo”, autoritarismo, etc. El centro-derecha, por complejos. La izquierda, por sectarismo ideológico. Para colmo, como veíamos, han proporcionado irresponsablemente, a los nacionalistas, las armas –culturales, económica, institucionales- con las que se han impulsado hasta llegar a esta coyuntura.

 

España está en crisis: económica, social, nacional… ¡moral! Ante vicisitudes extremas, afloran miedos colectivos: a los otros, al futuro…, señalando chivos expiatorios: el judío, entonces, España, ahora. El miedo puede arrojar en brazos de los más decididos a sectores sociales no necesariamente identificados con su programa; emoción transfigurada en ilusión colectiva e iluminada por una utopía independentista. Una nueva patria, un nuevo horizonte, una nueva esperanza. Un miedo, ¡que contraste!, paralizador de una sociedad española agotada por la crisis y castrada por una casta oligárquica egoísta.

 

El juez Pedraz lo ha afirmado: la clase política española está en decadencia. Pero, decadente –concretaremos- sólo en lo que a su verdadera y más alta misión refiere: el servicio al bien común. Por el contrario, para perpetuarse en el poder lo ha hecho muy bien, imposibilitando cualquier posibilidades de regeneración y, acaso, de alternativa.

 

Lo lamentable es que en su fracaso como élite –en el sentido más elevado y acreedor del término- esté agarrotando a toda una nación, arrastrándola hacia una lenta y tal vez irremediable agonía cuando sus enemigos más acérrimos se lanzan a romperla.

http://diarioliberal.com/DL_vaquero.htm 14/10/12

Nuestro ministro del Interior: un tipo muy cristiano

Nuestro ministro del Interior: un tipo muy cristiano

El ministro español del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha agitado, de nuevo, la idea de que los “exiliados” que abandonaron el País Vasco o Navarra, por presiones terroristas, puedan votar en su tierra de origen en unas indeterminadas y futuras elecciones. Y ha afirmado, el pasado miércoles 25 de julio, en un exceso de caballerosidad y bonhomía, que no hay prisa, que ello no sucederá en las próximas elecciones autonómicas vascas, pues quiere consensuarlo con los demás grupos parlamentarios, no respondiendo tal propuesta a intereses “electoralistas”. ¡Qué bondad natural! ¡Qué generosidad política!

Seguro que sus rivales nacionalistas vascos, radicales o moderados, se lo agradecerán. Y mucho. Claro que, acaso en su fuero interno, no puedan entender que tan magnánimo rival les ceda -una vez más- semejante ventajosa posición de salida. Para ellos, expertos en el juego de las distancias cortas con la mirada en la lejanía, aprovechar cada laguna legal, cada fisura institucional, cada quiebra del sistema, es un arte, una necesidad y una de las razones de sus indudables éxitos.

En Egipto se califica “hacer el cristiano” a lo que aquí, popularmente, se dice “hacer el tonto”.

Ya sabemos de las profundas y piadosas convicciones religiosas del Sr. ministro. Pero, en serio, un poco más de picaresca, por favor. Y de nervio. Y de convicciones. Tácticas, estrategia… ¿les suena? Acaso, dentro de 5 o 6 años, aquellos posibles votantes de los que habla, ya no lo sean: por haberse muerto, desentendido o… no existir ya esta España.

Tan cristiano, D. Jorge, ¿no ha oído aquello de “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”? ¿O lo de “ser más prudente que las serpientes y sencillo como las palomas”?

Por favor, Sr, Fernández, ¡no sea tan, tan… cristiano!

http://diarioliberal.com/DL_vaquero.htm

Políticos, banqueros y jueces… ¡a la cárcel!

Políticos, banqueros y jueces… ¡a la cárcel!

Mienten, roban, no pegan un palo al agua, pasan de todo…, salvo de beneficiarse y vivir como Dios.

Y leyes y más leyes…, que nadie cumple y hace cumplir: pura fachada y excusa para la inacción.

Y algunos periodistas les escudan diciendo que “no es el momento de buscar culpables”. Estómagos agradecidos...

Mientras que a esos grandes ladrones y sinvergüenzas se les agasaja y admira, en el talego entran los robagallinas de siempre.

Eulogio López y Roberto Centeno, tan distintos, tan dispares, en dos artículos que recomendamos, ponen los puntos sobre algunas íes.

A mayor cargo, mayor responsabilidad.

Urge un juicio de Núremberg para la oligarquía criminal española.

Lo que temo es que a esos criminales tan elegantes, en realidad, les admire la masa social española desde la envidia rencorosa e irresponsable.

Que no tenemos remedio.

Lástima. España parecía algo bello…

Nuestros antepasados –los españoles de verdad- no se lo merecen.

http://www.hispanidad.com/Editorial/rescate-slo-una-preguntita-ms-deuda-supone-ms-solidaridad-20120611-150520.html

http://www.cotizalia.com/opinion/disparate-economico/2012/06/11/no-es-el-fin-del-mundo-pero-si-el-de-nuestras-familias-7126/

Regeneración democrática, desarme y “tierra quemada”

Regeneración democrática, desarme y “tierra quemada”

Al igual que en anteriores convocatorias electorales de nuestra –ya no tan joven- democracia española, ETA capitalizó, en el contexto del pasado 20-N, la atención mediática, con un calculado movimiento táctico; en esta ocasión, una de sus frecuentes, carnavalescas, anónimas y encapuchadas entrevistas. Lo que debiera entenderse como una patología colectiva, inaceptable en cualquier sociedad avanzada, se ha convertido en una pseudotradición: el incómodo asistente no invitado a tan esperado convite. Una de entre tantas otras modalidades de presencia terrorista en nuestro paisaje, pese a su antidemocrática capacidad de distorsión.

            No obstante, de modo inquietante pero no por ello menos esperado, ello redundó además en unos magníficos réditos electorales, aproximando con pasos de gigante a Amaiur, brazo político del engendro, a su objetivo de siempre: el liderazgo del conjunto del nacionalismo vasco y, simultáneamente, el avance en sus posiciones rupturistas con el Estado español. Y con una mirada fija y una férrea voluntad planeando a medio plazo.

            Pero hay que subrayar un factor incómodamente novedoso en este escenario: han plantado, de semejante modo, un jalón más de ese denominado proceso de paz que, pese a su naturaleza esotérica e inédita para la inmensa mayoría de los mortales, y siguiendo el modelo irlandés, han aplicado Josu Ternera, Arnaldo Otegi y compañía, con el beneplácito cegato y arcangélico de los mal llamados mediadores internacionales y el colaboracionismo –explícito o implícito, algún día se sabrá aunque sea por Gara- del PSE/PSOE.

            Como guinda de tan voluptuoso e indigesto pastel, además de las tópicas invocaciones a la paz y a las víctimas, no han sido pocos los políticos y agentes mediáticos que han apelado a la necesaria regeneración democrática, a la pacificación y a la normalización; como supuestos objetivos últimos de tamaño despropósito.

            Pero, ¿cómo normalizar una sociedad que ha sido amputada de una parte sustancial de sí misma? Es elemental, pero hay que preguntarse, más allá de cansinos y comodones tópicos biempensantes, ¿cómo fortalecer la moral democrática? La moral, ¿de quién? Y, ¿por quienes? ¿Acaso de la mano de los antaño terroristas y sus apoyos?

            No nos equivoquemos: la izquierda abertzale no es democrática, en el sentido literal de tan respetable, liberal y occidental concepto: ni en sus prácticas, ni en sus convicciones. Por el contrario, deviene totalitaria y excluyente, lo que arrastra una desorbitada dimensión cultural, social e individual. Y la democracia –seamos claros- le es indiferente: únicamente un medio para la conquista de tan grandioso fin, el que de verdad le mueve; la construcción nacional vasca.

            Tales invocaciones a la moral democrática y a la normalización, por mucho que se reivindique un desarme de la banda terrorista ETA sin contrapartidas, son meros ejercicios de retórica. No es posible regenerar nada entre quienes no tienen interés alguno en ello o, más bien, todo lo contrario.

            Una premisa. A lo largo de estas décadas, no sólo han sido los sectores de la autodenominada izquierda abertzale los que se han excluido voluntaria y voluntariosamente de la normalidad democrática, sino toda una generación de jóvenes, educada y abducida en los contravalores destilados desde las laboriosas factorías socioculturales del comunitarismo nacionalista excluyente.

            No puede ser de otra manera. Para regenerar, en primer término, hay que contar con un cuerpo social susceptible de tan magno empeño; lo que exige una siembra paciente entre las carnes de la sociedad vasca y navarra, un cambio individual, impulsado de sujeto a sujeto, con nombres y apellidos, con la persona como protagonista, manchándose sus operarios con el barro de la historia y la sangre de la vida. En suma, lo que en términos políticos, sin complejos, significa una contrarrevolución cultural compensatoria, e incluso antagonista, de la revolución existencial desarrollada sistemáticamente, desde hace décadas, por el panvasquismo.

            En amplios territorios y espacios colectivos del País Vasco y Navarra impera la ley de la exclusión. Los elementos constitucionalistas más relevantes, o simplemente no nacionalistas, fueron asesinados en una sorda sangría tapada con el abyecto “algo habrán hecho”. Otros emigraron en un exilio callado. Los indiferentes se amoldaron al nuevo modus vivendi de los verdugos; y sus hijos se educaron en las quintaesencias nacionalistas, en cualquiera de sus convergentes versiones. La homogeneización nacionalista se impuso. Por el contrario, las otras perspectivas existenciales retrocedieron hasta casi desaparecer; una mutación social espoleada por el recambio generacional y el obligado exilio interior o exterior. Hoy día, ignorando cínicamente tal realidad, son muchos los que han proclamado que “¡ahora todos han podido votar en libertad!”. Seguro, sobre todo los muertos y los exiliados…

            Desarme, pacificación, normalización, ¡regeneración…! Casi nada, sobre todo tras décadas de ejecución implacable de una táctica de “tierra quemada”, liberándola de los discrepantes, por parte de terroristas y adláteres. Extraordinaria empresa, por tanto, que se antoja nada sencilla: ¿cómo hacerlo?, ¿desde dónde?, ¿para quién?, ¿por quién?

            Si se pretende ir más allá de la retórica, persiguiendo un verdadero cambio social que sustente a una acosada nación española, se impone una perspectiva omnicomprensiva y a largo plazo, por medio de una ambiciosa lucha cultural intrincada en una alternativa atractiva frente a los nacionalismos agresores. Pero, los posibles actores de tal empeño, ¿están dando la talla? Mucho tememos que la respuesta sea negativa. Así, no es precipitado afirmar que Patxi López ha desperdiciado una ocasión de oro; no en vano desde la Jefatura del Gobierno Vasco disponía de medios materiales importantes para emprender esa batalla por el cambio de mentalidades que ya iniciara –en los años de plomo- el movimiento cívico constitucionalista y pacifista vasco. Una epopeya de trasfondo cultural, ético y metapolítico cuyo patrimonio se está dilapidando por intereses políticos cortoplacistas, cuando no simplemente ocultos.

            Decaído y casi anulado tal movimiento, Patxi López y los suyos han eludido esa batalla tan necesaria como legítima. Les ha faltado altura de miras, medios humanos tal vez; en cualquier caso, la necesaria voluntad imprescindible para tan ambicioso proyecto. Seguramente, sus servidumbres ideológicas y sus compromisos políticos les han anulado para tal envite; si es que alguna vez se lo propusieron con la dolorosa lucidez que ello exige.

            Finalmente situado en inexcusable primera línea de la responsabilidad nacional, el Partido Popular viene afirmando, por activa y por pasiva, que los imperativos de la recuperación económica serán su prioridad. Pero, pensamos, que tal determinación no puede ignorar la inevitable confrontación política, en sus nuevas expresiones, que se avecina.

            En esa ineludible empresa por la verdadera regeneración democrática, el Gobierno de Madrid, y la mayoría parlamentaria que lo sustenta, tendrán que responder sin excusas al reto del nacionalismo radical: su presencia en las instituciones, la pervivencia larvada –o mutada- de ETA, sus previsibles desaires cotidianos, sus seguros desafíos rupturistas, su irrenunciable avance social… Semejante herencia envenenada, de no pocas cláusulas acaso inéditas o imprevisibles, deberá ser desbrozada por el Partido Popular; y sin el aval del antaño filón de la tradición socialista vasca, ni la de su agónico Gobierno Vasco en retirada.

            Más allá de tan repetidas como inútiles recetas parciales, ya no sirven las improvisaciones. Ni los atajos. Ni los simplismos. Basta ya de tópicos autocomplacientes, excusas tranquilizadoras, cobardías encubiertas. No queda tiempo. Ya no.

 

Diario Liberal, 2/12/11

Convulsión en el nacionalismo vasco

Convulsión en el nacionalismo vasco

 

Cuando, semana atrás, Arnaldo Otegi anunció, en una comparecencia pública, el proyecto de constitución de un polo soberanista vasco desde la ilegalizada Izquierda Abertzale, no pocos analistas lo acogieron con total escepticismo; valorándolo del todo irrealizable.

 

Ciertamente, dada la situación político-judicial-policial del conjunto del autodenominado MLNV, no parecía fácil el lanzamiento de una nueva operación sociopolítica de “suma de fuerzas”; y más con la pretensión de liderarla.

 

Pero, desde entonces, varios han sido los movimientos desplegados, con decisión y precisión de cirujano, en esa dirección.

 

De entrada, tal proyecto encontró unos inesperados aliados. Nos referimos al sector “oficialista” de Eusko Alkartasuna, la formación socialdemócrata en su día liderada por el ex-lehendakari Carlos Garaikoetxea, decantado tiempo atrás por unas opciones tácticas análogas a la propuesta de Otegi. Ello determinó, en buena medida, la escisión de la tendencia Alkarbide, mayoritaria en el sector guipuzcoano y entre los cargos institucionales, constituyendo un nuevo partido político de corte nacionalista.

 

Eusko Alkartasuna, en sus ya lejanos inicios -allá por 1986- pretendió, nada menos, liderar todo el nacionalismo vasco. Los magníficos resultados iniciales mantuvieron el espejismo durante un tiempo, pero la fuerza de los hechos lo fue desmintiendo, de modo que, progresivamente, fue perdiendo suelo electoral; verificándose que ese prometedor suelo inicial fuera, en realidad, su techo. Y la reciente ruptura de su pacto electoral con el PNV, directa consecuencia de esa rectificación soberanista, verificó una auténtica “huída hacia adelante” que ha desembocado en la presente crisis. Así las cosas, los oficialistas acusan a los escindidos de pretender, en última instancia, regresar al PNV. Alkarbide, por su parte, y sin ocultar su inclinación hacia el PNV, acusa a los actuales detentadores de la sigla histórica de un seguidismo de la Izquierda Abertzale contrario a la más elemental ética política.

 

Lo cierto es que EA se ha quedado sin apenas representación institucional y con una incidencia social y política mínimas; de modo que, salvo la potencial aportación de su sigla como coartada legal del hipotético “polo soberanista”, carece del capital político imprescindible para liderar el actual proceso de redefinición del nacionalismo vasco en su conjunto.

 

También en Ezker Batua, la marca local de Izquierda Unida, sufrieron el fracaso electoral autonómico que les llevó a la pérdida de su cuota en el anterior Gobierno vasco. Así, un sector de la formación se escindió creando Alternatiba Eraikitzen, otro actor más que hace del soberanismo de izquierdas su principal seña de identidad, muy orientado hacia Aralar. Y van… seis formaciones nacionalistas: PNV, EA, Alkarbide, Aralar, Batasuna y Alternatiba.

 

Pero si algo ha reforzado extraordinariamente la ulterior puesta en escena de Otegi, ha sido el indudable éxito electoral, facilitado por el Tribunal Constitucional, de Iniciativa Internacionalista.

 

Repasando someramente los resultados de esa coalición radical a Europa, quedan desmontadas todas las excusas. Nada menos que 115.281, del total de 175.895 votos sumados, los ha cosechado en el País Vasco. Otros 22.985 lo fueron en Navarra. Y del resto, que no llegan a 40.000, unos 16.575 en Cataluña, 3.590 en la Comunidad valenciana, 3.373 en Galicia, etc. Una consideración: en Castilla-León, que aportó buena parte de los nombres de la candidatura desde sus pequeñas formaciones castellanistas, apenas han sumado 4.300 votos. Y, Aragón, pese a su estimable contribución aragonesista, únicamente aportó 941 votos. Está claro, por tanto, que la coalición es, principalmente, una nueva fachada de la Izquierda Abertzale. ¿Se darán por enterados en el Tribunal Constitucional?

 

Doris Benegas, número dos de la candidatura, ha afirmado que “seguirán adelante”. Se refiere, naturalmente, además de proporcionar soporte institucional a la Izquierda Abertzale, a su intento de liderar el debate actual por la reconfiguración del radicalismo de izquierdas en una nueva formación al margen de Izquierda Unida; pudiendo presentar esos 175.895 votos (37.629 fuera del País Vasco y Navarra) como el más contundente aval de su propuesta. De hecho, esos 37.629 votos superan a los de las demás formaciones de ultraizquierda: los 15.203 del estalinista Partido Comunista de los Pueblos de España, los 12.911 del trotskista Partido Obrero Socialista Internacionalista, los 25.243 de la neotrotskista y afrancesada Izquierda Anticapitalista, los apenas 3.507 de la pseudo-secta Unificación Comunista de España.

 

Pero volvamos al nacionalismo vasco, el espacio que nos ocupa, y recordemos sus resultados electorales. El PNV ha recogido 207.040 votos en el País Vasco, un resultado bastante regular, y apenas 3.601 en Navarra. Tan discretos resultados electorales evidencian, al menos, un cierto declive urbano del partido, lo que se suma a la inexistencia actual de un liderazgo fuerte; una de las características históricas que siempre ha presentado el veterano alderdi. Y todo ello a la intemperie, fuera de los despachos gubernamentales y sin pisar moqueta… ¡Qué dura puede llegar a ser la política para algunos!

 

Por su parte, la Coalición Europa de los Pueblos-Verdes, que agrupa a EA y a Aralar, entre otros, sumó apenas 40.963 votos en el País Vasco y 13.922 en Navarra. Si bien han podido afirmar que mantienen su representante en Europa, lo que es cierto, han sufrido un verdadero descalabro, particularmente en la Comunidad Foral. Para justificar tan escasos resultados, sus portavoces han asegurado que sus electores naturales optaron más por la abstención que por Iniciativa Internacionalista; una afirmación totalmente discutible que rechazan sus antiguos camaradas. Pero, en todo caso, bien puede asegurarse que semejante fracaso es la suma de dos crisis: la propia del largo declive de EA, cuya escisión ha optado por votar al PNV, y la incapacidad de Aralar ante la acometida de la que denominan Izquierda Abertzale oficial.

 

Resumamos. El nacionalismo vasco está experimentando, en primer lugar, la lógica convulsión provocada por su pérdida de control del Gobierno vasco. Pero, en segundo lugar, semejante marejada se ha desbordado con la reaparición electoral de la Izquierda Abertzale.

 

Cara al futuro, las seis marcas actuales, ya sea en forma unitaria o en coalición, confluirán en dos polos enfrentados -sin cuartel- por el liderazgo interno del nacionalismo vasco: el del PNV y aliados (Alkarbide), y la Izquierda Abertzale (junto a EA). Aralar y Alternatiba, una vez descartada definitivamente la tan debatida fórmula electoral Euskal Herria Bai -ideada a modo de extensión vascongada de la hasta hace poco exitosa marca Nafarroa Bai- deberán elegir entre la integración en uno de ambos polos o su desaparición; una vez verificada la imposibilidad de una “tercera vía”.

 

Esta ulterior fase de la lucha por la supremacía interna del nacionalismo vasco presenta, de este modo, un escenario tan dramático como novedoso.

 

Diario Liberal, 11 de junio de 2009

El País Vasco: entre el triunfalismo constitucionalista y la remodelación nacionalista

El País Vasco: entre el triunfalismo constitucionalista y la remodelación nacionalista

Está confirmado: el PSE-PSOE ha conseguido, finalmente, su escaño 25 en Vitoria a costa de una castigada EA; de modo que ya no precisa del concurso del único y molesto parlamentario de UPyD en su carrera hacia tan anhelada Lehendakaritza.

 

Los constitucionalistas (PSOE, PP y UPyD), ciertamente, han tenido mucha suerte. De entrada, merced a un capricho de la aritmética electoral, suman 39 parlamentarios, mayoría absoluta de 70; pese a que en votos populares apenas alcanzan el 47% de los emitidos frente al 53% de la suma nacionalista (PNV, EA, Aralar y EB). Y ello sin agregar a los segundos la mayor parte de las más de 100.000 papeletas nulas emitidas; inapreciable fruto del seguimiento de las consignas de la izquierda abertzale. Tal circunstancia, totalmente democrática por otra parte, no deja de ser una señal de lo que van a encontrarse Patxi López y los suyos en las instituciones. Veamos algún ejemplo.

 

Después de 30 años de régimen nacionalista, los diversos departamentos gubernamentales están totalmente copados por gentes afines al PNV y aliados en todos sus estratos y niveles. No se trata, únicamente, de los cientos de asesores y puestos de libre designación, sino también de buena parte de una burocracia que ha accedido a la función pública vasca superando –por afinidad- los filtros nacionalistas. Una constatación evidente de ello es la mayoría absoluta que crecientemente disfruta -convocatoria tras convocatoria- la denominada “mayoría sindical vasca” conformada por los nacionalistas: ELA, supuestamente moderado, y el radical LAB; pudiéndoseles sumar algunos combativos sindicatos nacionalistas de carácter sectorial, caso de STEE-EILAS en el mundo de la enseñanza. Así, una cosa será la promulgación de una nueva norma reglamentaria, en el Departamento que sea, y otra, muy distinta, su desarrollo y ejecución por parte de unos técnicos declaradamente beligerantes con el nuevo Ejecutivo y unos temerosos pero resabiados funcionarios de base en absoluto interesados en el éxito de las iniciativas de quienes consideran advenedizos y extraños. Resistencias similares encontrarán en la Ertzaintza y en los omnipresentes medios de comunicación públicos vascos, por mencionar otros ámbitos de particular relevancia y visibilidad sociales.

 

De este modo, Patxi López, si llega a la Lehendakaritza, encontrará tremendas resistencias que generarán, a su vez, inesperados retrasos administrativos y paralizantes distorsiones sociales y mediáticas. Y todo ello en unos tiempos de crisis económica creciente.

 

Para alcanzar cierta normalidad democrática en el País Vasco no basta con ganar estas elecciones; ni con copar todos los puestos de libre designación de los diversos departamentos del Gobierno vasco. Se precisa de una paciente labor de gobierno que practique las virtudes derivadas del viejo, pero no por ello menos vigente, dicho que pregona para toda voluntad de victoria, un inevitable “puño de acero, guante de seda”. Por todo ello, nada más alejado del imprescindible realismo político de toda acción gubernativa que el triunfalismo expresado desde las filas constitucionalistas; especialmente por parte de no pocos políticos y comentaristas “de Madrid”, dicho así para entendernos. Pero, dado el peculiar organicismo de la sociedad vasca, toda labor gubernamental será inútil si se carece de un programa a medio y largo plazo que persiga una verdadera “revolución cultural” alternativa a la nacionalista: desde las instituciones y, lo que es más interesante pero más problemático, desde las bases sociales.

 

Hagan lo que hagan los constitucionalistas, el nacionalismo se remodelará en todo caso; una circunstancia para nada novedosa en su ya dilatada historia. Sus diversas tendencias vienen pugnando desde siempre, y no sólo dialécticamente, por el liderazgo. Ha sido el PNV, generalmente, el que ha prevalecido por encima de las demás: constituyendo y edificando un verdadero partido/régimen. Pero, hoy, ha perdido aparentemente tan privilegiada posición, lo que desatará la enésima remodelación del amplio y plural espacio nacionalista.

 

El PNV se verá afectado, ciertamente, en algunos de sus refuerzos coyunturales. Así, unos cuantos miles de votos procedentes de la izquierda abertzale, que le apoyaron en las últimas convocatorias, engrosarán otras siglas más firmes y radicales; visto el fracaso de la tendencia nacionalista más posibilista. El PNV pudiera perder, incluso, a algunos sectores sociales moderados y escasamente ideologizados que recalaron allí tras el hundimiento de la UCD en una desesperada búsqueda de tranquilidad y cobijo; lo que únicamente sucederá si la alternativa constitucionalista se consolida con perspectiva de futuro. Pero, en cualquier caso, seguirá siendo la fuerza predominante del nacionalismo; no en vano, además de su innegable fortaleza económica y social, sigue siendo la más próxima al ejercicio del poder real.

 

La izquierda abertzale continuará en sus trece. No le queda otro remedio; y más cuando no se vislumbra signo alguno de que sea capaz de sustraerse del férreo control que le ejerce su vanguardia armada, es decir, ETA. Por otra parte, se constata que, elección tras elección, viene sufriendo pequeñas pero significativas deserciones en forma de votos. No obstante, ha acreditado una enorme capacidad de resistencia, recomponiéndose en diversas formas, y manteniendo un nivel de cohesión y movilización que no augura sorpresas relevantes e inmediatas en su seno.

 

El espacio que intermedia entre PNV y ETA es el que experimentará más cambios. De entrada, Aralar será la estrella fulgurante del nuevo Parlamento vasco, atrayendo a Eusko Alkartasuna y, tal vez, a Ezker Batua a sus tesis; que podrían conformar junto a los veteranos Zutik una coalición  análoga -en versión reducida- a la exitosa Nafarroa Bai.

 

Pero, suceda lo que sucede en el mundo nacionalista, todo él cerrará filas ante las supuestas “agresiones” constitucionalistas: en el Parlamento, en las demás instituciones, en la calle. Y es que se juegan muchos años de trabajo cultural, social y político; además de no pocos sueldos.

 

Patxi López intentará aplicar medidas y fórmulas “transversales” situadas teóricamente por encima de la división entre nacionalistas y constitucionalistas. Pero muchas de ellas, analizadas con lupa por sus implacables opositores, no superarán el examen de lo “nacionalista políticamente correcto”.

 

Todo ello dibuja un futuro sumamente problemático, aunque no menos apasionante, para la sociedad vasca; y más con el fondo de una crisis económica de alcance  incierto e incuestionable base moral, y una ETA aparentemente en declive.

 

Diario Liberal, 7 de marzo de 2009

El Gobierno de Navarra y el vascuence: durmiendo con su enemigo

El Gobierno de Navarra y el vascuence: durmiendo con su enemigo

Es evidente que el nacionalismo vasco nunca ha renunciado a la “unificación” de Navarra y Euskadi; una etapa imprescindible en su proyecto hegemónico de Euskal Herria. Lo que no siempre se ha evidenciado es la voluntaria y paradójica contribución de los sucesivos gobiernos de Navarra a esa machacona intromisión política que, ritual y periódicamente, denuncian.

 Pero, ¿cómo podría ejecutarse tal unificación? Tácticamente, se nos ocurren tres alternativas:

  1. Mediante los rígidos mecanismos legales; en concreto, la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución española de 1978, y el Pacto sobre Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra de 1982. Esta vía presenta, para su materialización, unas dificultades actualmente insalvables; no en vano se requiere una mayoría muy cualificada partidaria de la modificación del actual status, lo que no parece previsible dado el peso excepcionalmente mayoritario de UPN y PSOE y cierta incapacidad del nacionalismo vasquista en superar su “techo” electoral.
  2. “Independencia, aquí y ahora”: mediante alguna fórmula derivada de los diversos “planes Ibarretxe” o similares, o por medio de una expresión sorpresiva y contundente de la “ruptura democrática” propugnada por ETA y su MLNV. Ninguna de estas dos sub-vías son factibles, pues requeriría, en todo caso, una rendición del Estado español, con la consiguiente violación de Constitución, Amejoramiento y Estatuto vasco.
  3. Mediante fórmulas gradualistas: echándole imaginación; sirviéndose de  lagunas legales; atrayendo la ingenuidad o complejos de inferioridad de quienes no comparten ese proyecto revolucionario. En cualquier caso se trata de unas posibilidades apenas dibujadas hoy día, si bien ya, en su momento, generaron algunas expectativas en torno al llamado “Órgano Común Permanente”; lo que en principio -pese a su periódica reivindicación por parte del PNV- parece haberse descartado. Pero, ¿no sería posible alguna otra modalidad “gradualista” aunque efectiva?

 En torno a esa supuesta “nueva” vía, esbozada con efectos necesariamente a largo plazo, recogemos las interesantes reflexiones efectuada por Jesús Urra, un histórico militante navarro de la izquierda vasquista no abertzale (procedente de los restos de las antiguas LCR y MCE), publicada en la página 16 de la revista Hika (número 204, febrero 2009) que editan sus correligionarios vascos de Zutik (incorporados ahora a Izquierda Anticapitalista y hermanos de Batzarre, una de las fuerzas de Nafarroa Bai). Hemos de destacar que en Hika, un espacio muy interesante de reflexión colectiva de las izquierdas vascas, encontramos desde significativos representantes del PSE-PSOE, hasta cualificados miembros de la izquierda abertzale “oficial”, pasando por numerosas expresiones de los movimientos sociales afines; un buen escaparate de las ideas-fuerza y tendencias de ese espectro político. Veámoslo. “Na-Bai (…) Debe reconocer y ser consecuente con un hecho sustantivo: la tendencia de la sociedad navarra en el único período largo de democracia (30 años) en que se ha podido expresar directamente -y este es un hecho nuevo e importante- refleja claramente la perspectiva de una Comunidad Foral constituida, independiente y claramente asentada. En consecuencia, la perspectiva que tenemos para bastantes años no es la unificación, sino la de reforzar los vínculos con la CAV, desarrollar las afinidades entre ambas comunidades… Igualmente, sería oportuno reflexionar acerca de admitir una moratoria en algunos temas centrales del llamado conflicto vasco-navarro, dada la excepcionalidad que impone ETA entre las gentes vasco o navarro-españolas y dada la falta de un consenso mínimo en la sociedad vasco-navarra para encarar los grandes temas pendiente”.

 Está  bastante claro, pues, qué deben hacer los interesados en esa “unificación”, sin prisas, pero sin pausa: “desarrollar afinidades entre ambas comunidades”. Entonces, ¿se está trabajando en esa dirección?

 Recordemos un hecho. El pasado 26 de enero de 2009, el consejero de Educación del Gobierno de Navarra, Carlos Pérez-Nievas López de Goicoechea, y la consejera de Cultura del Gobierno Vasco, Miren Azkarate Villar, suscribieron una Declaración de Voluntades para el fomento del vascuence en la que se afirmaba “Que el Departamento de Educación del Gobierno de Navarra y el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, en el ámbito propio de sus respectivas competencias, comparten el interés por el intercambio de experiencias e información en materia de normalización lingüística del euskera”. Pero, tal acuerdo, nos preguntamos, ¿no supone “desarrollar afinidades entre ambas comunidades”? Y se hace ¡desinteresada y voluntariamente!, suponemos. Este Gobierno, navarrista por definición, ¿no está adoptando, entonces, una de las tácticas posibilistas más significativas de sus temidos rivales panvasquistas? ¿No está trabajando, pues, para beneficio otros? ¿Qué está pasando?

 Destaquemos una circunstancia muy relevante: dicho acuerdo se sirve, tal y como denunció el Partido Popular de Navarra en un comunicado difundido el día siguiente del evento, de la perspectiva propia del nacionalismo lingüístico vasco; por ejemplo, al emplear conceptos como el de “normalización”. Otro ejemplo de uso pernicioso del lenguaje. Acaso, ¿el vascuence está discriminado en Navarra? Y, desde otra perspectiva, ¿todavía ignora, el consejero de Educación del Gobierno de Navarra, que el euskera batua está concebido como un instrumento decisivo para la “construcción nacional vasca”?

 En realidad, esta noticia tampoco nos toma desprevenidos; de hecho, es una de tantas cesiones del navarrismo gubernamental ante las pretensiones de los incansables “actores sociales” del euskera panvasquista. Así, recordemos, la implantación de la toponimia euskérica en Navarra se ha efectuado desde la quimera artificiosa de la “reconstrucción” lingüística del batua; olvidando las especificidades de los dialectos del vascuence navarro. Y podríamos hablar también de la cuestionable implantación del euskera en el sistema educativo navarro y en las mismas administraciones públicas; en la polémica zonificación de la oficialidad de los idiomas hablados en Navarra; en el siempre privilegiado tratamiento de las ikastolas; en la timorata y limitada gestión de la reimplantación de las cadenas públicas vascas de televisión por medio de la TDT en Navarra; etc.

 Y es indiferente que este “nuevo” episodio sea –acaso- efecto del desesperado esfuerzo de CDN, socio de UPN en el actual Gobierno, por delimitar y mantener un espacio programático y electoral propio ante las diversas amenazas de extinción que sufre; no en vano el presidente Miguel Sanz ha avalado este pacto. En definitiva, y con la gravedad que ello implica, este nuevo hito es coherente con esa larga política de acomodación gubernamental ante la presión de los activistas de la euskaldunización política.

 Nos encontramos, de este modo, en una situación paradójica. A corto plazo, y a medio también, la estabilidad del régimen político navarro está garantizada; incluso con la posibilidad de una alternancia UPN-PSOE en el gobierno foral. Pero, a largo plazo, se están potenciando las bases de su desestabilización; pues cierta cultura que se impone -en este caso por medio de la punta de lanza del euskera político- no es neutra, por mucho que pretendan tranquilizarnos unos (los vasquistas por prudencia, para “no asustar”) y otros (los navarristas gubernamentales, para justificar sus contradicciones). Ya lo señalábamos antes: el euskera y su compleja y atractiva cultura, en buena medida, son armas decisivas de la “construcción nacional”. Y así seguirá siendo mientras no se le contraponga una política cultural alternativa y atractiva; pretensión en tantas ocasiones declarada, pero nunca afrontada con decidida voluntad política y las subsiguientes iniciativas legales y materiales.

 

 

 

 

Diario Liberal, 8 de febrero de 2009