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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Actualidad nacional

Una mirada sin concesiones a la crisis navarra.

Una mirada sin concesiones a la crisis navarra.

            La obtusa crisis del centroderecha navarro, ya consumada en la fractura UPN-PPN, ha desconcertado a propios y extraños. Y ha proporcionado muy atractivas e inimaginables posibilidades de juego a sus eternos e irreductibles rivales: socialistas y nacionalistas; encantados y muy divertidos con tan sorprendente como gratuito espectáculo.

           

No vamos a realizar en estas líneas un análisis en profundidad de todo lo que ha acontecido –que se sepa- al respecto. Pero sí vamos a insistir en torno a algunas cuestiones que deberán valorarse, por quienes corresponda, si quieren que el centroderecha navarro tenga futuro.

 

            Por ello, vamos a realizar una serie de afirmaciones que, emitidas desde una postura no partidista, aunque afín, únicamente pretenden proporcionar algunas claves dirigidas a un entorno al que no le gusta nada ninguna crítica; especialmente las realizadas, incluso con afecto y desinterés constructivo, por próximos.

  1. De entrada, no hay que olvidar que ya son tres los partidos situados en el arco del navarrismo centroderechista: Unión del Pueblo Navarro, Convergencia de Demócratas de Navarra y el recién llegado Partido Popular de Navarra. Mucha oferta –y confusa- para un espacio social desconcertado y a la defensiva.
  2. En la crisis apenas han emergido razonamientos ideológicos. Existen, no obstante, ciertas cuestiones para analizar en profundidad y de no poca relevancia. Sin embargo, no se ha producido -más allá de tímidas insinuaciones- un debate de calado sobre la supuesta deriva napartarra y/o cortoplacista de UPN y sus implicaciones prácticas; por poner un ejemplo.
  3. Las consideraciones tácticas se han impuesto sobre las estratégicas. De modo que se ha insistido sobremanera en diversas interpretaciones, de una determinada cláusula del fenecido pacto PP-UPN, como supuesta causa real de la crisis; o en la mayor proyección nacional y europea de un partido, frente a la regional del otro; o en el modo de conservar uno o dos, o tres años más, la Presidencia y el Gobierno de Navarra. En correspondencia a ello, salvo grandiosas y habituales declaraciones de intenciones encaminadas a la salvaguardia de la identidad navarra (que ya aburren…), no se ha hablado nada de política social y cultural a medio y largo plazo. Entonces, ¿acaso el centroderecha ha renunciado al imprescindible combate cultural y a una política social concreta que pugnen por dibujar y teñir de colores propios, frente a las acciones decididas de sus adversarios, la futura sociedad navarra?
  4. Se ha privado al centroderecha social navarro de un debate necesario. De hecho, apenas ha existido tal, limitándose el mismo a las declaraciones y escritos de unos pocos de sus “notables” e “históricos”. ¡Como si el asunto únicamente concerniera a unos pocos “iniciados”! Así, la militancia de UPN no ha debatido en profundidad los elementos de la crisis, ni se le ha proporcionado instrumentos para el debate y la toma de decisiones, ni ha disfrutado del tiempo necesario para ello, ni de los espacios adecuados. Desconcertada e ignorada, en consecuencia, ha permanecido en su inmensa mayoría totalmente enmudecida: de hecho, no se han producido significativos o visibles movimientos de opinión dentro del partido, ya fuera en uno o en otro sentido. Pero esa falta de músculo democrático también se ha sentido entre los agentes sociales tradicionalmente avalistas de UPN; acaso como una prueba más del alejamiento de sus prácticas partidarias de los objetivos y sentimientos de su base electoral.

 

  1. Lo personal ha prevalecido sobre lo colectivo. Y de diverso modo: transformando denuncias políticas en agravios personales; confundiendo posicionamientos tácticos con meras expectativas individuales; invocándose fidelidades o favores para acallar críticas. En definitiva, el centroderecha ha demostrado carecer de una verdadera cultura política.

 

Destacaremos, por último, que las actuaciones ulteriores de los dos partidos protagonistas de la crisis parecen orientarse hacia una afirmación fundamentalista de las esencias y expectativas respectivas; de modo que, en lugar de tenderse puentes, se han sucedido las decisiones rupturistas y autoafirmativas. Un divorcio contencioso, pues, ante el que el electorado, ajeno a las disputas conyugales, tendrá que definirse sin remedio. Y sin ganas.

 

El centroderecha sociológico navarro ha demostrado una notable creatividad social, por su parte, durante décadas. Pero sus sucesivos instrumentos políticos no han correspondido a sus expectativas y necesidades. Acaso radique ahí la causa última de su silencio y general retraimiento ante la crisis, según señalábamos antes. E insistimos en ello, pues ninguno de los tres partidos del centroderecha navarro será nada –salvo meras oficinas electorales destinadas al reparto de cargos- si no se gana su respeto.

 

Recuperación de vías de diálogo y representación real de su base social, prácticas democráticas alejadas de caudillismos acríticos y servilismos infantilizantes, transparencia informativa y responsabilidad personal, políticas coherentes con los principios ideológicos propios del centroderecha, firmeza en las convicciones por encima de cortos intereses individuales en juego… Unas pocas sugerencias para los partidos políticos del centroderecha navarro. Que hagan política. Sí, pero de verdad. Y si no aprenden la lección, siempre nos quedará el voto de protesta: Rosa Díez, por ejemplo. ¿A que duele, eh?

 

 

Diario Liberal, 12 de noviembre de 2008

http://www.diarioliberal.com/DL_vaquero.htm

 

 

Francisco Vázquez y la ingeniería social de la izquierda.

Francisco Vázquez y la ingeniería social de la izquierda. Nuestro flamante embajador en el Vaticano, el católico socialista, o socialista católico (aquí el orden de los factores sí altera el producto), Francisco Vázquez, ha rectificado en parte sus anteriores declaraciones, por las que criticaba la multitudinaria manifestación recientemente celebrada en defensa de la “familia cristiana”; desmarcándose así de la ofensiva desatada desde la izquierda contra la Iglesia católica.

De modo que, y refiriéndose a algunas de las reacciones producidas ante esa celebración del pasado 30 de diciembre, Vázquez aseguró que “Hubo excesos, pero después hubo excesos intencionados en la repuesta a aquel acto, porque hay sectores y personas con nombres y apellidos concretos que están empeñados desde hace tiempo en una cruzada anti-Iglesia, que intenta relegarla a una posición de silencio”. Unas afirmaciones cuanto menos sorprendentes, pues él, miembro destacado del PSOE, parece ignorar que esos sectores y esas personas “con nombres y apellidos concretos”, no son voces aisladas y sin peso en el seno de la izquierda, sino portavoces representativos y totalmente consecuentes con el pensamiento radical que nutre “su” propio partido. El suyo.

Hay que ser bastante ingenuo como para que esta polémica haya cogido desprevenido a nadie. La izquierda española, que nunca fue especialmente original ni creativa, viene experimentando un proceso de radicalización, fruto de las nuevas coordenadas ideológicas del progresismo planetario. Aunque haya descartado, en su conjunto, las teorías y prácticas del desaparecido “socialismo real”, se viene rearmando doctrinalmente con nuevas corrientes elaboradas desde la eclosión del 68: feminismo radical, pensamiento crítico, multiculturalismo relativista…

 

Es incuestionable que buena parte de las políticas de izquierda viene determinada por un maquiavelismo pragmático que persigue la conquista del poder y su conservación a toda costa. Pero no carece de convicciones. Acaso no sean muy numerosas, ni estén excesivamente elaboradas. Pero ahí están.

 

Esta nueva izquierda, cocida en la explosión antiautoritaria y antitradicional del 68, enlaza con algunas de las señas de identidad de las izquierdas: fundamentalmente, el objetivo de una utópica sociedad igualitaria en la que hayan desaparecido las relaciones de explotación y los grupos reaccionarios. Pero, aunque ya no sea la clase obrera el actor revolucionario por excelencia, una novedosa ingeniería social izquierdista trabaja desde la cultura, los medios de comunicación, determinados movimientos sociales y el poder político, por esos ideales “de siempre”; aderezados con consumismo y bienestar sobre una buena base de individualismo. Ah, la gauche champagne…

 

En este nuevo tránsito revolucionario, algunas organizaciones sociales son bienvenidas e impulsadas, como precursoras de ese “ineludible” cambio social: ciertos sindicatos, docentes críticos, autoproclamados defensores de la sanidad pública, secciones del movimiento antiglobalizador, organizaciones abortistas y feministas radicales, intelectuales progresistas, juristas alternativistas… Todos ellos forman esa “sociedad civil” que, junto al PSOE, persigue la transformación de las mentalidades, generando nuevas realidades sociales. Unas nuevas estructuras “liberadas” de los viejos mecanismos de explotación, de diverso adjetivo: patriarcal, oligárquico, capitalista, burgués, reaccionario, anticuado, facha…

 

En este contexto, ni las Iglesias, ni el movimiento pro-vida, ni los grupos identitarios españoles, ni el movimiento cívico de resistencia al terrorismo, ni los padres y madres “confesionales” de alumnos, ni los grupos de víctimas críticos con el actual poder, ninguno de ellos forma parte de esa “sociedad civil” amparada por la izquierda: y es que son estructuras sociales que hay que eliminar, o al menos, acallar. Así se progresa.

 

De nuevo, también para el actual socialismo, la Iglesia es un obstáculo para “el” progreso. Por motivos diferentes que para sus antecesores comecuras y fusilafascistas del siglo XX. Pero, en cualquier caso, la conciben como una estructura “superada” del pasado. Y la admitirá, únicamente, en la medida en que sea una realidad minúscula o que, al menos, una vez domesticada, ya no moleste.

 

Por ello, esas invocaciones a la “familia cristiana” les han indignado tanto: por situar en el centro del escenario social el “quid” de la cuestión. Por atreverse a plantear alternativas concretas, por dar la cara. Tal es la razón última de esta confrontación no buscada por la Iglesia.

 

Para la ingeniería social progresista es objetivo irrenunciable el cambio de las mentalidades mediante la aparición de nuevas formas sociales –decíamos- que “produzcan” individuos dóciles al poder, que comulguen con el pensamiento “políticamente correcto”; sujetos autodeterminados y liberados, los llaman. De ahí la importancia de la Educación para la Ciudadanía; tal y como la entiende esa izquierda que persigue la hegemonía cultural al más puro estilo gramsciano.

 

De modo que cuando se habla de “sociedad civil”, según de quien se trate, se estará refiriendo a conceptos de significación y función difícilmente conciliables.

 

Semejante concepción de la política y del cambio social arrastra a la nueva izquierda a unos comportamientos que, por no pocos observadores, son calificados como totalitarios. Y no puede ser de otra manera, no en vano, es toda una dialéctica de poder la que, en última instancia, le mueve, siendo su pretensión inevitable el control y dirección de toda realidad social. Un totalitarismo al que no le gusta las disidencias y que atribuye legitimidad de actuación en política a los actores que él determine según su conveniencia táctica. De ahí que, en estos momentos, nieguen visibilidad social y, en última instancia, política, a la Iglesia y a cualquier otro actor independiente.

 

Francisco Vázquez es muy libre, como cualquier ciudadano español, de obrar según sus personales convicciones e intereses. Es más, algunos de sus comportamientos, a lo largo de todos estos años, han sido de agradecer; acreditando cierta valentía y libertad personal. Pero tenemos que ser conscientes de las ideas operativas que modelan la realidad y de la naturaleza de sus compañeros de viaje. Si Francisco Vázquez quiere mirar hacia otro lado, es su problema. Pero que no pretenda vendernos la moto.

 

Diario Liberal, 17 de enero de 2008

Ya se acercan los “100.000 hijos de San… Patxi Zabaleta”.

Ya se acercan los “100.000 hijos de San… Patxi Zabaleta”.

¡Cómo se estarán frotando las manos de gusto en Nafarroa Bai! Pues el PSOE necesita en Madrid el voto favorable de su interesante parlamentaria, Uxue Barkos, en el debate de totalidad de los Presupuestos Generales del Estado 2008; ahora que Izquierda Unida, Eusko Alkartasuna, Coalición Canaria, Ezquerra Republicana de Catalunya, y Convergència i Unió, han mostrado sus dientes haciéndose valer.

 

Y tendrá que explicar cómo es posible que pretenda su voto, en el Parlamento de Madrid, mientras la juzga impresentable como socia en un Gobierno alternativo a UPN en Navarra; una paradoja que bien puede repetirse en  futuras ocasiones.

 

Es más, y por si la ocasión no fuera suficientemente estimulante, UPN necesita del PSN-PSOE para sacar adelante sus presupuestos forales del 2008… La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios...

 

En cualquier caso, el dialéctico, pragmático e incombustible Patxi Zabaleta, alma mater y cerebro gris de la coalición NaBai -procedente de la izquierda abertzale y en cuyo Despacho de abogados trabaja un antiguo miembro de ETA, Vicente Nazabal Auzmendi, condenado por asesinato del ex-alcalde de Etxarri Aranatz, Jesús Ulayar Liciaga- ha declarado como próximo objetivo alcanzar los 100.000 votos. Dos diputados y un senador, en suma, que bien pudieran ser determinantes en futuras coyunturas parlamentarias. ¿Una locura? Para nada.

 

Así, desde NaBai algunos propugnan, cara a las próximas elecciones generales,  una candidatura de independientes ampliada a Izquierda Unida y los disidentes procedentes del socialismo navarro. Un objetivo, por tanto, totalmente factible, con el que desbordarían a un PSN-PSOE que difícilmente habrá podido recomponerse para entonces.

 

Y su ambición última, que ya no oculta: superar a la mismísima UPN. ¿Una utopía? Así se juzgó cuando declaró -hace más de 5 años- que pretendía superar electoralmente al PSN-PSOE, convirtiéndose de este modo en EL partido de la izquierda en Navarra y locomotora del cambio institucional.

 

Pero estos chicos de NaBai no se dedican únicamente a pensar en clave electoral. También reflexionan en torno al modelo organizativo más adecuado con vistas a tan ambiciosos objetivos. Presente y futuro. Tácticas y estrategia. Así, en la entrevista que le realizó Ibai Fernández, en Diario de Noticias de Navarra el pasado 22 de octubre, Zabaleta valoraba la reciente crisis planteada por uno de sus socios -ese atípico partido de funcionarios, siempre originales y levantiscos, Batzarre- como una situación en última instancia positiva, no en vano “Las diferentes sensibilidades que tiene NaBai son difíciles de gobernar, pero también son su mayor riqueza”.

 

Y, en la misma línea, sugería mirar hacia el Partido Democrático que acaba de fundarse en Italia a partir de la coalición El Olivo. Un modelo de “Pluralismo sí, pero con estructuras de unidad de acción”. Sumar y no restar. Dar voz y no anegar las distintas o discrepantes. Y, aunque alimentados de algunas factorías del marxismo-leninismo -lo que siempre le acarreará sospechas de perversas prácticas propias del centralismo democrático, aunque revestidas con ropajes de supuestos debates internos convenientemente teledirigidos- en NaBai están trabajando incansablemente para consolidar definitivamente. De ahí, una figura muy interesante: la del independiente no militante de un partido concreto, pero sí adscrito a Nafarroa Bai.

 

No se piensen que estos debates son exclusivos de las izquierdas. De hecho, también en Italia, y desde la derecha, el Polo de las Libertades ha sabido articular diversas formaciones políticas de ideologías muy distintas, y a sus respectivos movimientos sociales; tanto en labores de gobierno como de oposición. Y no es un modelo acabado; de hecho, y al igual que las izquierdas, también se están proponiendo en su seno nuevos modelos orgánicos. Sumar y no restar; por medio del debate y con espacios propios y representativos de cada identidad particular.

 

Unos ejemplos que no debieran pasar desapercibidos a una UPN que debe ambicionar la conquista de nuevas mayorías sociales, pero que, de momento, arroja a su periferia, y al etéreo espacio de la “intransigencia”, a algunas voces críticas no necesariamente enemigas.

 

Un centro-derecha, el de UPN, que deberá trabajar en positivo, mirando al futuro, si no quiere limitarse a esperar resignado el desembarco de esos “100.000 hijos de San Patxi Zabaleta” que, no lo olviden, no innovarán Navarra, sino que la transformarán de modo que no la reconocerá ni la madre que la parió.

 

 

Diario Liberal, 24 de octubre de 2007

Y ZP cegó al Partido Socialista de Navarra.

Y ZP cegó al Partido Socialista de Navarra.

Aunque no lo pretendiera; no en vano, algunos socialistas navarros no quisieron –o no pudieron- entenderle.

La crisis institucional que sufrió Navarra durante varios meses, después de las últimas elecciones forales y municipales, arrastró un mito: el de la fortaleza de la tradición socialista navarra y, más en concreto, el de la inexpugnabilidad de su españolísimo bastión ribero.

Se consideraba, acríticamente, que la Ribera era el gran vivero de votos españolistas y navarristas. Y, en buena medida, así sigue siendo; pero no tanto por los méritos del PSOE, como por el fuerte arraigo allí conseguido por Unión del Pueblo Navarro. Así, la reciente convulsión socialista navarra, que ha impactado especialmente entre su militancia ribera, ha destapado una amplia crisis de identidad colectiva; aunque camuflada en la frustración generada, en un sector de sus dirigentes locales, por la imposibilidad de un acuerdo final con Nafarroa Bai e Izquierda Unida. Ya se sabe: el poder desgasta, pero mucho más el no tenerlo…

Con todo, algunos no han logrado comprender qué ha pasado en Navarra. En definitiva, y si el PSOE ha sido capaz de pactar con el Bloque Nacionalista Galego, Esquerra Republicana de Catalunya, el PSM-Entesa Nacionalista, etc., ¿por qué no podía suceder algo análogo en Navarra?

Un tripartito a la navarra entraba perfectamente en la lógica, desarrollada por el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, tendente a aislamiento del Partido Popular y a unos acuerdos con las fuerzas nacionalistas que posibilitaran un nuevo marco territorial y, acaso, constitucional.

Pero, finalmente, Ferraz impidió esa posibilidad. Y algunos socialistas no lo entendieron; lo que no deja de ser sorprendente, pues la inmensa mayoría de los ciudadanos sí ha entendido las razones de esa decisión.

Entonces, ¿qué había sucedido para que Navarra fuera la excepción de ese creciente escenario de “gobiernos de progreso”?

Ante todo, una constatación: ETA había roto “oficialmente” la tregua, ya finiquitada de hecho con el atentado contra la T4 de Barajas. En este contexto, un pacto en Navarra con una fuerza nítidamente nacionalista y anexionista, como es Nafarroa Bai, podía acarrear al PSOE un serio coste electoral a nivel nacional; un riesgo que ZP y sus asesores no estaban dispuestos a correr. Además, con ello se le quitaba un buen argumento a Mariano Rajoy: Navarra no se vende; ni se ha entregado; ni existe proceso que la amenace. Y todo ello, confirmado el día 17 de octubre por nuestro presidente Miguel Sanz después de su entrevista con ZP. Bueno, si lo dice Miguel… De modo que la razón última de la frustración de tan deseado tripartito fue, ante todo, de naturaleza táctica, y no estratégica.

Pero, aunque sus plausibles aliados hayan quedado descolocados por la rectificación socialista, afeándoles su comportamiento –eso sí- con toda una batería de alegatos políticos y personales, no descartan en absoluto que tal posibilidad vuelva a plantearse: después de las elecciones generales; o algún año más tarde. No en vano, sin el PSOE no podrán acceder al Gobierno de Navarra, aunque le hayan desbordado electoralmente, por lo menos a medio plazo.

Por su parte, El PSOE, de la pluma de ciertos dirigentes navarros, viene repitiendo algunas ideas-clave explicativas de sus discutidas maniobras y, en cierto modo, orientadoras de su línea futura. Así, Román Felones afirmaba recientemente en Diario de Navarra que el PSOE “es el partido de las personas”; equidistante del “navarrismo conservador” y del “nacionalismo identitario”. Sorprendente. La primera afirmación es totalmente ajena a la tradición socialista. Para el socialismo, la clase, la colectividad social, está por encima de la persona; un concepto cristiano. Ya nos explicarán, en consecuencia, qué tipo de persona contempla cuando su primera iniciativa en el Parlamento Foral ha sido la exigencia al Gobierno de la libre práctica de abortos en la sanidad pública navarra. Un partido que dice defender a la persona… la niega de raíz.

Más sentido tiene la segunda parte de su afirmación: ese marcar distancias con el “navarrismo conservador” y con el “nacionalismo identitario”. Efectivamente, el socialismo es contradictorio con toda forma de nacionalismo y de particularismo regionalista en los que siempre ha visto intereses burgueses orientados hacia el fascismo. “La única patria, la humanidad”, ¿recuerdan? Pero, dado el espacio central que el PSN-PSOE ha alcanzado desde una perspectiva matemática y política -aunque más por ambigüedad que como resultado de una propuesta sólida- bien puede tender puentes hacia uno o hacia otro. Es la novia deseada; aunque sólo sea por interés. Tiene una buena dote.

Así, el PSN-PSOE asegura seguir apostando por la identidad foral de Navarra y por su autonomía; excluyendo su integración en la Comunidad Autónoma Vasca. Su apuesta política, entonces, es por un “navarrismo” progresista, por calificarlo de algún modo; si bien el término no les gusta nada. No deja de sorprender cómo se ha alejado progresivamente de ciertos términos, como este “navarrismo”, pero también de “españolismo” e, incluso, de “constitucionalismo”. Acaso se deba a su debilidad doctrinal y a la pérdida de algunas de sus señas de identidad; vapuleadas también con este salto al vacío impulsado por José Luis Rodríguez Zapatero con el que parece dejar de lado a la España que conocemos en aras de nuevos, ignotos y utópicos paraísos.

Si la tradición socialista navarra hubiera sido tan fuerte, como se venía afirmando, habría podido contener esos nuevos aires evitando unas ambigüedades que tan caras les han resultado. No. Los socialistas navarros no entendían a ZP y sus asesores; quienes consideran que la España de las Autonomías es un marco superado, de modo que el nuevo interlocutor privilegiado jamás podrá ser un Partido Popular, “anclado en el pasado”, y que encarna todo lo que quiere derruir, sino los partidos nacionalistas periféricos que vienen elaborando e imponiendo nuevos conceptos y nuevas tendencias culturales, sociales y políticas.

Con el nacionalismo identitario tampoco parece que lo tengan fácil. El socialismo siempre se ha considerado incompatible con los nacionalismos merced a sus análisis más o menos marxistas. Pero, sorpresa, sorpresa, se han topado de golpe con la coalición Nafarroa Bai (dominada por los post-marxistas-leninistas-nacionalistas de Aralar): todo un poderoso rival que le está dando la batalla en su propio terreno. Nacionalistas, sí, pero PROGRESISTAS. La cuadratura izquierdista del círculo… Además, estos izquierdistas de nuevo cuño, los Zabaleta, etc., traen consigo toda una artillería dialéctica y cultural; una producción teórica que alimenta diversas organizaciones sectoriales que ya quisieran para sí unos aburguesados socialistas navarros más preocupados por “pisar moqueta” que por la reelaboración de su desdibujada y desvitalizada identidad.

Retomemos el interrogante anterior. Hoy día, el PSN-PSOE, ¿cómo se va a concebir como navarrista? Es un término que bien podría albergar a todos los que defienden la autonomía de la Navarra española; de derechas o de izquierdas, conservadores o progresistas. Pero, al igual que los de “españolista” y “constitucionalista”, viene sufriendo una tremenda erosión desde varios frentes: el del nacionalista vasquista y toda su legión de intelectuales orgánicos y plastas activistas callejeros; el de los cultivados cosmopolitas que desprecian lo propio por provinciano; el de los napartarras más o menos conscientes, destructivos en su contradicciones e impulsos. En resumen: lo progresista, “lo que se lleva”, es alejarse de toda manifestación “navarrista”; a lo que ha contribuido, con unas maneras más bien torpes, una derecha que nominalmente ha intentado apropiárselo para su empleo como baza electoral.

No lo tienen fácil lo socialistas navarros. Y buena prueba de ello es la entrevista concedida por Carlos Chivite Cornago, secretario general del PSN-PSOE y senador, a Diario de Navarra el pasado 14 de octubre. En ella encajó como pudo las preguntas directas de Beatriz Arnedo, su entrevistadora. Pero, o bien le fallaba la memoria, o no quería acordarse, o contaba lo que le convenía, o trasladaba al terreno de la incierta interpretación los reproches de sus posibles aliados y sus idas y venidas en aquella negociación que casi nos vuelve locos a todos.

Una entrevista que aburría; pero, además, sus excusas y lagunas mentales no aportaron nada al necesario debate que el futuro de Navarra tiene pendiente. Dos páginas, nada menos, de cuestiones tácticas y, apenas, ninguna estratégica. Como dirían nuestros paisanos: “mucha politiquería y poca política”. Aunque, al menos, una buena noticia: “Juan José Lizarbe ya es pasado en este partido”. Algo es algo.

Les deseamos suerte. La necesitan; y también los demás navarros. Si, en buena lógica zapateresca, el marco territorial actual se les ha quedado pequeño, ¿hacia dónde se encaminarán? Si ya no se identifican con el “navarrismo”, progresista, conservador, o sin adjetivos, ¿se dirigirán irremediablemente hacia la Euskal Herria post-española, al igual que sus correligionarios se han adscrito a la Catalunya excluyente?

Sería ilógico. Mas ahí están las claves de un debate al que no debemos temer; pero sí la debilidad doctrinal y la pérdida de referencias. Cuando dos proyectos políticos antagónicos compiten implacablemente, por la conquista del futuro, desde planteamientos territoriales e identitarios muy concretos, no caben ambigüedades; ni salirse por la tangente con eso de “el partido de las personas”. Y si el PSN-PSOE pretende una “tercera vía”, que nos explique en qué consiste: ¿acaso en un órgano común permanente?, ¿una eurorregión?, ¿...?

El PSN-PSOE, a pesar de todo, cuenta con unas decenas de miles de votos muy fieles. Y eso puede ser muy bueno. Le permitirá tocar suelo y, con ello, tal vez evitar una debacle que únicamente traería tensiones e incertidumbres a Navarra. Pero, en todo caso, sería deseable que redescubriera sus raíces y las razones de su propia historia: más cultura política, por favor. Y no agacharse ante cada visión de ZP.

Fernando José Vaquero Oroquieta

Diario Liberal, 19 de octubre de 2007

Un navarrismo encorsetado.

Un navarrismo encorsetado.

 

Repasando el listado de ciudades españolas en las que se ha celebrado, el pasado día 27 de septiembre, una de las actividades de la Fundación para la Defensa de la Nación Española, en concreto los denominados “Observatorios de la Nación”, he advertido, con cierta sorpresa, que nuestra Pamplona no se encontraba entre ellas. Por el contrario, sí se celebró en otras capitales especialmente “sensibles” a la ofensiva de los nacionalismos excluyentes; Barcelona y La Coruña, por ejemplo. ¿Será, entonces, que en Navarra no tenemos ningún problema con los nacionalismos? ¿En nada nos afecta el desafío lanzado por nuestro simpático vecino Juan José Ibarretxe?

 

Pero, si miramos un poco más el panorama navarro, veremos que, esta aparente “ausencia”, en una de tantas expresiones del movimiento cívico de resistencia, no es caso único.

 

Así, no es ningún secreto afirmar que en una parte significativa de Navarra prácticamente es imposible estudiar en castellano. Pero si lo intentas -¡tamaña audacia!- se te informará, por parte de los directivos de los colegios públicos allí existentes, que el hacerlo así puede ser un grave problema para el futuro y la socialización de tus hijos; pues en las clases y en el patio únicamente interactuarán con un reducido número de alumnos, en buena mayoría “inmigrantes poco integrados y de bajo nivel cultural”... Conclusión inmediata: para estudiar en castellano, en tales supuestos, habrá que hacerlo en Pamplona, y en un centro concertado; ya vivas a 25 o 90 kilómetros de la capital navarra. Lo sorprendente es que, ante semejante contexto, gestado y desarrollado bajo gobiernos forales no nacionalistas, todavía no haya surgido en Navarra -¡qué menos!- ninguna asociación en defensa del idioma castellano; tal y como ha acaecido en Cataluña y Galicia. Y no será porque esta problemática no haya afectado expresamente a numerosos docentes y padres.

 

Y una constatación. Navarra no está jugando un gran papel, precisamente, en el seno de otro incipiente y extraordinario movimiento cívico: el de la objeción de conciencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía; por cierto, implantada en nuestra Comunidad Foral por el gobierno de UPN. Mientras tanto, los mejores puestos, de tan peculiar ranking, se los han ganado las comunidades de Castilla-La Mancha y Madrid… por goleada.

 

Estas peculiaridades, acaso, ¿son connaturales a la idiosincrasia navarra? Pero, ¿no era Navarra uno de los territorios españoles más vanguardistas en conciencia, organización y movilización sociales? O, ¿acaso se encuentran garantizadas, in saecula saeculorum, la continuidad nacional, la universalidad del castellano y el derecho de los padres a que el Estado no deforme la conciencia de sus hijos?

 

Desde el análisis social, cultural y político,  no existen las coincidencias. Cada situación tiene antecedentes y causas, próximas y remotas. Y rastrearlas no es competencia exclusiva de sociólogos o profesionales de la cultura y la política; ni, mucho menos, manifestación de intereses ocultos o auténticas traiciones.

 

En Navarra disfrutábamos de un espejismo incuestionable: los consensos colectivos básicos parecían garantizados para varias décadas más. El centro-derecha ganaba elecciones sucesivamente, jugando el socialismo navarro –tanto político como sindical- el papel razonable de una oposición democrática. Salvo por parte de algún “iluminado”, “empeñado en encontrar problemas donde no los había”, las disciplinadas y fieles bases sociales de UPN apenas cuestionaban las decisiones de sus dirigentes, ya afectaran al partido o a las instituciones. Y, en coherencia, aunque se percibieran errores en las labores de gobierno, no se denunciaban. Ni, mucho menos, se organizaban movimientos críticos con “los nuestros”; no fueran acusados tales comportamientos de desleales o encubridores de apetencias personales inconfesables.

 

Pero el espejismo se ha roto. UPN ha ganado de nuevo, aunque sin alcanzar una mayoría absoluta; y el nacionalismo vasco ha avanzado aprovechándose del cierre en falso de la endémica crisis socialista, acentuada en esta ocasión por una mala asimilación de las decisiones tácticas de José Luis Rodríguez Zapatero.

 

La situación es nueva, estimulante, y muy inquietante. Por ello es muy importante reflexionar al respecto; lo que no quiere decir que ajustemos la realidad a los propios deseos. La izquierda en Navarra se está recomponiendo: todos están de acuerdo. Pero, ¿qué significa exactamente? En cualquier caso, es mucho presumir el asegurar que los espacios ganados por el nacionalismo vasco al PSOE puedan retornar a tan histórico partido por “arte de magia”. No en vano, si en algo es experto el nacionalismo vasco militante, es en la conquista de espacios sociales que sabe administrar muy bien. Además, ¿qué es más atractivo para un joven izquierdista hoy, un socialismo navarro burocratizado y en crisis, o una izquierda abertzale –en cualquiera de sus tendencias- que propone identidad, comunidad y objetivos?

 

El “no ir contra los nuestros”, antes descrito, es un comportamiento que jamás debe desdeñarse. Pero puede convertirse en una justificación del retraimiento y falta de miras de una sociedad acomodada. A su vez, puede ser el escudo protector de cortos intereses partidarios -o personales atrincherados en el partido- antepuestos al bien común.

 

Existen, además, algunas otras actitudes que, en política, pueden ser muy dañinas. Por ejemplo, el síndrome de hacerse perdonar la vida: conceder unilateralmente “guiños” a los rivales para tratar de ganar su confianza, aplicar algunas de sus políticas (en educación, cultura, idioma) para desactivar sus apoyos electorales y atraerlos… Pero, después, vienen las consecuencias. Así, si se hace el trabajo a la manera de los demás, es posible que sean ellos quienes cobren, finalmente, el jornal.

 

Y no nos olvidemos del síndrome centrípeto. De modo que, para “centrar” al partido, habría que alejarse de toda muestra de extremismo, real o ficticio; aunque luego tan respetable “centrismo” se concrete fundamentalmente en magnitudes macroeconómicas, marginando políticas, símbolos, e ideales “incómodos”… para los eternos rivales.

 

Alguien podrá alegar que asociar movimientos sociales con navarrismo es un exceso. Es evidente que no todos los movimientos sociales existentes son navarristas. Es incuestionable, también, que otros movimientos son vocacional y explícitamente vasquistas; muchísimos, por cierto. Existen iniciativas sociales imbuidas de ideologías distintas a las anteriores. Y, ¡cómo no!, todos conocemos numerosas entidades plurales en las que conviven sensibilidades ideológicas muy dispares. ¡Incluso las hay apolíticas…! Pero nadie puede negar que el navarrismo político ha sido -y es- un movimiento popular, enraizado en la sociedad y alimentado por su savia.

 

Entonces, vistas esas concretas diapositivas de nuestro paisaje social, debemos preguntarnos si el navarrismo está dormido. Más bien había que decir que su pulso vital está un poquito bajo; pues el corsé –ajustado voluntariamente en buena medida, pero también impuesto por convenciones no escritas- le está ahogando. Y, en consecuencia, se encuentra un tanto acobardado. El advertirlo no debe escandalizar a nadie: sus oponentes ya lo han hecho hace tiempo.

 

Habrá que seguir, entonces, las pautas del médico: buenas costumbres, alimentación sana, y ¡a moverse!; no sea que por permanecer tanto tiempo en la cama, al paciente se le olvide andar. Todo lo anterior, en política, se traduce en adhesión sincera a los principios, prácticas democráticas y trabajo militante. Y, especialmente, acogida e impulso de las libres iniciativas sociales partícipes de los ideales comunes. No nos engañemos: Navarra y el navarrismo no sobrevivirán si la sociedad civil no es libre y creativa.

 

 

Fernando José Vaquero Oroquieta 

Diario Liberal, 30 de septiembre de 2007


La tentación napartarra.

La tentación napartarra.

Aquí, en Navarra, el término napartarra suele emplearse por algunas personas en autocomplaciente ejercicio de refinamiento político o, por el contrario, con ánimo descalificador de actitudes un tanto confusas.

 

Un poco de historia.

 

Pero, con rigor, ¿qué significa hoy ser napartarra? Tan esotérico término, especialmente para los lectores no navarros, ¿responde a un etéreo estado mental o, acaso, a una elaborada concepción política?

 

Antes de reflexionar, brevemente, en torno a esta cuestión, que puede explicar algunas actitudes manifestadas ocasionalmente en la política navarra, haremos una rapidísima incursión histórica.

 

El término Napartarra fue elegido por el Partido Nacionalista Vasco como cabecera de su primer semanario lanzado en Navarra, allá en 1911, hasta que en 1919 fue sustituido por La Voz de Navarra.

 

El término, que podría significar, aproximadamente, navarrismo de vocación vasquista, estuvo presente en diversas discusiones internas del nacionalismo vasco en las décadas siguientes; de modo que así calificaría a la vía navarra al nacionalismo vasco.

 

Bastantes años después, el día 17 de marzo de 1983, se presentó en público Napartarra-Partido Nacionalista Navarro, fundado por José Estornés Lasa, un histórico nacionalista vasco de origen roncalés, y José Luis García Falces. Salvo con algún escrito recogido en la prensa, este amago partidario no prosperó.

 

Y, ya en abril de 2007, nos sorprendió la noticia de que un Alberdi Napartarra había sido registrado por miembros de Aralar -la escisión abertzale fundada por Patxi Zabaleta- tanto en Navarra como en la Comunidad Autónoma Vasca. Según informaron a la prensa, les habría cedido la marca su último militante vivo, casualmente, un octogenario afiliado a la formación abertzale.

 

Napartarra = nacionalismo vasco.

 

También hemos encontrado este concepto en foros nacionalistas vascos en Internet. Así, por ejemplo, algunos que propugnaban como auténtica bandera vasca el navarro Arano Beltza (silueta en negro de un águila sobre fondo amarillo), más que la propia ikurriña, entendían que su actitud pudiera interpretarse como napartarra, que otros la definían, por otra parte, como “Imperial navarra”. En definitiva: la vía navarra a la nación vasca. Así, si el único Estado vasco de la historia fue el Reino de Navarra (salvo la Vizcaya de Aguirre durante la guerra civil), habría que partir de la realidad e historia navarras para reconstruir el Estado que agrupe definitivamente a todos los vascos. ¿A que no suena nada mal? Vamos, que si muchos navarros tienen miedo a los vascos, hagamos que los vascos se hagan navarros; así, todos contentos. Una chistosa propuesta que únicamente puede convencer a sus sagaces impulsores.

 

Pero, al comienzo de este artículo, afirmábamos que existe un cierto sentimiento napartarra que, para unos, es seña de identidad y, para otros, prueba de intereses poco claros.

 

De entrada, no sería temerario afirmar que el sentimiento napartarra, pues no existe un mínimo y unánime sistema teórico desarrollado al respecto, es transversal: lo encontramos en la derecha y en la izquierda, entre nacionalistas vascos y entre los propios navarristas…

 

Para los nacionalistas vascos, según veíamos, el término constituye una “rareza”, un divertimento… si bien en su momento fue uno de tantos ingredientes que cuajaron el imaginario nacionalista, hasta el punto de que un barco de la marina de guerra auxiliar vasca del 36, un pesquero reconvertido en dragaminas, se le rebautizó para tales fines, Napartarra.

 

¿Navarristas y/o napartarras?

 

Entre los navarristas también se emplea el término. Y no olvidemos que en su día, se escucharon voces muy cualificadas que pretendían reconvertir a Unión del Pueblo Navarro en un partido nacionalista, no en vano, para algunos, “Navarra es una nación”. Faltaría más.

 

Así, el virus de los nacionalismos, extendido desde Galicia, Euskadi y Cataluña como propuesta liberadora del opresor nacionalismo castellano/españolista, habría infectado a algunos más. Y no sólo a unos pocos asturianos, cántabros, leoneses, andaluces, ¡también a navarros!; aunque para ello deban rastrear minúsculas raíces o artificios irrelevantes del pasado, o sencillamente inventar éste aceptando en buena medida la vulgata pseudo-histórica de los napartarras... vasquistas.

 

No obstante, consideramos que tal concepción sería tan legítima como cualquier otra. Y existen cauces públicos muy diversos para su difusión. Otro asunto muy distinto es tratar de modificar la naturaleza y las esencias de un partido, o de amplísimas capas de la población navarra, que siempre han concebido navarrismo como sinónimo de pertenencia española; lo que sería, sin más, una estafa.

 

El navarrismo no puede deslindarse de la identidad y pertenencia españolas. La historia de Navarra es inseparable e incomprensible sin la del resto de España; salvo para ideólogos que no asumen la realidad, sino que la interpretan desde peculiares filtros sectarios. De hecho, para el núcleo sociológico que dio vida a UPN y sigue nutriéndola, Navarra siempre ha sido -y es- una parte cualificada de España por sí misma, y no porque unos navarros lo afirmen y sólo una minoría lo niegue: Navarra no es “lo que los navarros digan”, aunque es bueno que la realidad histórica coincida con el machacón soniquete de cuño napartarra. Y, hoy día, España es, más que nunca, sinónimo de pluralidad y universalismo alejado de cualquier nacionalismo reduccionista. Si el navarrismo dejara de mirar al resto de España, seccionando troncos y ramas de sus raíces, ya no sería navarrismo. Sería otra cosa: ¿habría devenido en una criatura napartarra? Y no olvidemos que la vía napartarra tiene un único sentido y destino: el “sol” vasquista.

 

Pero, volviendo a la cuestión, un sentimiento napartarra, más o menos difuso, ¿puede manifestarse entre los navarristas? Pues sí. Por ejemplo, cuando algunos pretenden deslindar la situación navarra de la española; llevando hasta sus últimas consecuencias –o a otras más próximas- esa jota que tanto marcó a los navarros y al navarrismo: “Si se hunde el mundo, que se hunda. Navarra siempre p’alante”. Sustituyamos “el mundo” por “España”, ya sea por complejo, mera táctica, comodidad, miedo escénico… y ya tenemos un perfecto napartarra. De buena fe, en principio, pero difícilmente de felices consecuencias.

 

Los napartarras vasquistas saben perfectamente de lo que hablan. Además,  aún tratándose de matices, persiguen lo mismo que los demás nacionalistas vascos: un Estado vasco independiente que incorpore a Navarra, en todo caso.

 

Pero, dentro del navarrismo, salvo que alguien desarrolle una concepción política novedosa que haga “caer del caballo” a los demás navarristas, manifestarse napartarra, o actuar como tal, sólo añade confusión en el mejor de los casos y, seguramente, familiaridad con un peligroso caballo de Troya en el peor. No en vano, ¿qué sentido tiene declararse napartarra? ¿Se trata de una tercera vía política entre el navarrismo histórico y el nacionalismo vasco? ¿Sería secesionista navarro? ¿Perseguiría la confederación con Euskadi?

 

Hemos valorado, en ocasiones, que el navarrismo no siempre muestra el entusiasmo contagioso que toda empresa política requiere; y más cuando los rivales son militantes entregados, 24 horas al día y en todas partes, a una alternativa antagónica. Y para tomar la iniciativa desde el navarrismo, también en la actual coyuntura política, es imprescindible una premisa básica: ideales claros enarbolados sin complejos.

 

¿Napartarra? No, gracias.

 

 

Fernando José Vaquero Oroquieta

Diario Liberal, 24 de septiembre de 2007

Una lectura política de la desaparición de Época Navarra.

Una lectura política de la desaparición de Época Navarra.

 

La noticia de la desaparición, en pleno verano, del semanario Época Navarra, versión ampliada regional de la histórica cabecera política del Grupo Intereconomía, apenas ha sido valorada en los medios de comunicación locales.

Adiós, Época Navarra.

Conforme la interpretación más extendida, esta medida de ahorro respondería a la estrategia empresarial, de este dinámico Grupo, empeñada en un nuevo ambicioso proyecto; acaso, el lanzamiento de un diario de ámbito nacional.

En todo caso, esta casi irrelevante incidencia mediática también debe ser analizada desde una perspectiva política.

No fueron pocos los que interpretaron su aparición, allá en mayo de 2006, como una operación con fecha de caducidad. Su mirada estaría marcada por la no demasiado lejana convocatoria de unas elecciones forales y municipales que se entendían, ya entonces, como decisivas. Así, la posibilidad de captación de nuevos anunciantes para el Grupo, junto a la supuesta existencia de una opinión pública muy preocupada por su futuro político, habría empujado a sus directivos en su cesión final. Ello se materializó mediante la creación de una pequeña redacción en Pamplona, y una audaz campaña de lanzamiento en la que se invocaban los ideales de la mayoría constitucionalista de Navarra, frente al activismo del nacionalismo abertzale: el célebre “Muévete. Ellos lo hacen”, junto a una ilustrativa fotografía que retrataba a diversos dirigentes abertzales puño en alto.

Se celebraron tan esperadas y temidas elecciones… y ya sabemos qué sucedió desde entonces: un espectáculo político tan bochornoso como decepcionante.

¿Acaso no leen los navarristas?

Pero, ante semejante contexto, ¿no habría sido lo natural que una publicación como Época Navarra fuera sucesivamente “devorada” por tantos ciudadanos expectantes?

Navarra alardea de ser una de las comunidades españolas con mayor índice de lectura de diarios. Y de libros. Es cierto.

¿Cómo es posible, entonces, que una publicación política especializada fracasara, y más cuando la demanda debiera ser muy superior a la propia de momentos más apacibles? Seguramente, y salvo que juzguemos a Época Navarra como un producto que no supo proporcionar los contenidos que los lectores aguardaban, deberemos considerar la posibilidad de que esa premisa sea falsa; lo que nos llevaría a entender que la opinión pública de centro-derecha, en buena medida, carece de inquietudes y formación política (¡!).

Pero el que una opinión pública no esté formada políticamente no es únicamente responsabilidad de sí misma. También lo es de los propios medios de comunicación y, especialmente, de los partidos políticos.

Durante unos cuantos lustros, a causa, en parte, del descrédito ganado por un sector de la clase política española, junto a otras circunstancias socioculturales complejas, los partidos políticos del centro-derecha español rebajaron ciertas dimensiones ideológicas de sus expresiones organizativas y discursivas. Además de perder arraigo popular, por mucho que hablen de cientos de miles de afiliados, se transformaron gradualmente en estructuras movilizadas casi exclusivamente con motivo de las diversas convocatorias electorales; rehuyendo verdaderos debates políticos internos... no terminaran surgiendo tendencias organizadas pues, ya se sabe, ¡cómo terminó la UCD! Así, sus afiliados no pudieron beneficiarse de una formación política que fuera más allá de fáciles lemas y consignas electorales, careciendo además de cauces adecuados para una actividad política “a pie de obra”; lo que también redundó en una despolitización casi generalizada de los sectores sociales afines. Navarra no fue, en ello, una excepción.

Pero, al existir tales espacios libres, fueron otros -una pretensión democrática y legítima, en cualquier caso- quienes trataron de cubrir los huecos existentes: algunas entidades del incipiente movimiento cívico de resistencia, determinados medios de comunicación muy politizados (pensemos en ciertos espacios de Cadena COPE y Libertad Digital), y muy concretas entidades de marcada vocación metapolítica (FAES, GEES…). En buena medida lo lograron, formando y encauzando especialmente a minoritarias capas sociales afines ya predispuestas.

Unión del Pueblo Navarro: casa común del navarrismo.

Debemos realizar, ahora, una pregunta muy relevante. Ya que hablamos de Navarra, y como “casa común” del navarrismo, ¿qué formación política ha proporcionado Unión del Pueblo Navarro a sus afiliados y simpatizantes? Sus juventudes, ¿trabajan con el objetivo de ganar espacios sociales o para garantizarse un hueco en la categoría de políticos profesionales? Los dirigentes de UPN responsables de la apertura del partido a la sociedad y en el impulso de nuevos movimientos sociales, ¿han cumplido su papel o lo han apartado, tal vez más preocupados en garantizarse un puesto retribuido y gratificante?

Debemos destacar, ahora, otra circunstancia en parte paralela a la apuesta de Época Navarra.

Allá, por la primavera pasada, se inició un movimiento organizativo en torno a la denominación Ciudadanos de Navarra. De modo un tanto confuso, apelando veladamente al novedoso y entonces impactante partido de Albert Rivera, Ciudadanos de Cataluña, celebraron diversas reuniones, instalándose una web, diseñando un logo atractivo, emitiendo algunos comunicados públicos… logrando suscitar la curiosidad de varios cientos de navarros interesados en ese creciente fenómeno que reclamaba una renovación política; sumándose, en el caso navarro, una gran preocupación por el futuro inmediato de la Comunidad. Su indefinición posterior, falta de iniciativas, la reiteración de reuniones en las que se repetía la necesidad de “hacer algo” sin que llegara a concretarse casi nada, fueron secando el fenómeno.

Ese agotamiento, para algunos, fue la confirmación de su previsión inicial: únicamente se trataría de un movimiento interesado en la suma de apoyos electorales a UPN procedentes de antiguos votantes de otros partidos (CDN y PSN); a la vez que se estrangulaba la posibilidad de que se extendiera a Navarra el incontrolable fenómeno de Albert Rivera. Unas pretensiones legítimas –hablamos de política- pero que, dado el letargo actual de Ciudadanos de Navarra, desvela la incapacidad de algunos de los estrategas de UPN para el diseño de instrumentos ciudadanos de participación y movilización que trasciendan los cortos y estrechos cálculos de corte electoral.

Recordemos, por otra parte, que no es la primera vez que en el seno del navarrismo se frustran lo que pudieron ser interesantes iniciativas sociales.

Unas iniciativas necesarias de la mano de Jaime Ignacio del Burgo.

A partir de finales de 2001, el veterano dirigente de UPN Jaime Ignacio del Burgo impulsó diversas iniciativas, con una lúcida perspectiva de futuro, consciente de la necesidad de dotar al navarrismo de unos instrumentos socio-culturales que, tradicionalmente, ha carecido.

 

La primera de ellas fue la constitución, en octubre de ese año, de la Sociedad de Estudios Navarros, una entidad a modo de think-tank navarrista, con la que se cubriría el ámbito cultural y de la investigación sociológica e histórica de Navarra.

 

En segundo lugar, con la revista mensual Navarra en marcha se pretendía vulgarizar los conceptos básicos del navarrismo, así como el sostenimiento e impulso de la opinión pública afín, poco dotada de instrumentos conceptuales y culturales; una labor a la que contribuiría, en tercer lugar, Laocoonte editorial, entre cuyos objetivos figuraba la edición de diversas investigaciones historiográfica, sociológica, etc., de alcance.

 

Las tres iniciativas se agotaron pronto; resistiéndose la SEN a morir, de modo que todavía en 2006 se realizaron algunas actividades bajo su amparo. Seguro que si un día Jaime Ignacio del Burgo se anima a relatar todo lo acaecido, en torno a estos asuntos, nos relevará episodios muy jugosos.

Así, y visto todo lo anterior, aparentemente con la desaparición de Época Navarra nos encontramos con un nuevo capítulo de esa especie de “alergia” navarrista a la formación política… ¿y al compromiso militante?

Editar libros navarristas: un acto heroico.

Una par de anécdotas complementarias.

En Navarra aparecen, esporádicamente, diversas editoriales que lanzan numerosos títulos al mercado desde una perspectiva marcadamente nacionalista vasca. Y los encontramos en muchísimos puntos de venta, ferias diversas, en todas las librerías públicas; siendo motivo de orgullo, y manifestación de su compromiso político, su adquisición por la militancia abertzale navarra.

Por el contrario, editar un libro navarrista es una verdadera carrera de obstáculos. Fue el caso de la reedición del libro de Víctor Pradera (Bilbao, Grafite, 2003) Fernando el Católico y los falsarios de la historia; una obra clásica y decisiva en torno a la veracidad de las raíces históricas del navarrismo.

Otro caso más reciente: el del libro escrito por el concejal de UPN de Leiza Pello Urquiola, Nere hitze bertsoatan (Mi palabra en bertsos), editado por Sahats en la primavera última.

En ambos casos no puede afirmarse, precisamente, que encontraran facilidades desde instancias oficiales, supuestamente afines. Y la difusión de ambos corrió a cargo del entusiasmo y el compromiso político de unas pocas personas que invirtieron tiempo y dinero, sin afán de protagonismo alguno; lo que para algunos profesionales de la política es incomprensible.

Con todo, encontramos aspectos positivos.

Internet, donde existe mayor libertad y posibilidad de acceso a modernos cauces difusores de los contenidos más variopintos, viene acogiendo diversas iniciativas mediáticas, de alcance muy desigual, que están incidiendo gradualmente en la opinión pública más comprometida. Así, Navarra Confidencial, Reportero Digital Navarra, las interesantes iniciativas vocaciones blogueras que ha amparado el segundo, las webs de diversas entidades ciudadanas navarras, el blog “de culto” Ruta Norte publicado casi a diario en El Semanal Digital, etc., vienen configurando un espacio creciente, de pluralismo y libertad, que no rehuye ni los ideales ni los compromisos concretos.

El navarrismo y su futuro.

Todas estas circunstancias evidencian, pensamos, que el navarrismo en su conjunto debe realizar una realista y generosa autocrítica. Ciertamente, UPN ganó las elecciones, consiguiendo unos buenos resultados. Pero lo posibilidad de pasar a la oposición, en unos meses o en unos años, ya no puede desdeñarse. UPN, entonces, ¿seguirá apoyándose, sustancialmente, en la “venta” de su gestión económica? Y, aunque se mantenga en el Gobierno, ¿permanecerá expectante ante la larga batalla cultural que, por el cambio de las mentalidades y finalmente, por el cambio político, ha sido desplegada por el nacionalismo vasco?

El navarrismo, para afrontar el futuro, debe encarar y estar presente en esas dimensiones que, por los motivos que sean, pero que sería imprescindible analizar con rigor, ha abandonado en gran medida.

La lucha cultural (investigación, difusión), la formación de activistas socio-culturales, el impulso de nuevas entidades cívicas sin pretender su instrumentalización, la formación política y el encuadramiento de militante y simpatizantes, el apoyo sin complejos a medios de comunicación afines, la movilización cotidiana, etc., son dimensiones decisivas que todo partido político realista debe desarrollar. Y más cuando en su ámbito territorial e histórico operan, con bastante éxito por cierto, partidos y movimientos sociales que persiguen con entusiasmo y convicción un cambio histórico rupturista y sectario.

Fernando José Vaquero Oroquieta

Diario Liberal, 17 de septiembre de 2007

¿Crisis en el movimiento cívico de resistencia?

¿Crisis en el movimiento cívico de resistencia? Algunos cualificados comentaristas se han echado las manos a la cabeza al comprobar que el movimiento vasco ¡Basta Ya! ha explotado: su transformación en plataforma impulsora de un nuevo partido, “de izquierda” y “transversal”, en palabras de Rosa Díez, habría apartado a militantes del Partido Popular y otros ciudadanos sin adscripción política descontentos con el giro. Además, el protagonismo de Fernando Savater en esta historia, y los sarcásticos comentarios de Carlos Martínez Gorriarán dirigidos contra Santiago Abascal, habrían enterrado una entidad unitaria que tan buenos frutos generó en el pasado. Pero, en realidad, quienes se rasgan las vestiduras desconocen que ¡Basta Ya! ya había entrado en crisis en marzo de 2006. Desde entonces, su dinámica anterior había desaparecido casi por completo; siendo sus figuras residuales más representativas, personalidades nítidamente izquierdistas.

Seamos sinceros: para las cosmovisiones “de derechas” y las “de izquierdas” el concepto de España, su naturaleza histórica y su proyección concreta, no pueden ser idénticos. Pueden existir notables coincidencias parciales, simpatías recíprocas, posibilidades de alcanzar acuerdos tácticos, etc., pero no es posible compartir idénticos presupuestos. ¿Acaso -y únicamente- podemos defender, ya seamos de derechas o de izquierdas, los frágiles e imprecisos puentes comunes existentes entre dos visiones de la vida sustancialmente dispares?

Pero no es el único “incidente” que habría golpeado al heterogéneo “río” cívico de la resistencia nacida, en sus diferentes afluentes, del impacto del terrorismo en tierra española.

El legítimo salto a la política partidaria del extraordinario Mikel Buesa, presidente del Foro Ermua, habría puesto en peligro, según algunos, a esta prestigiosa entidad. Pero que nadie se asuste: Foro Ermua sobrevivirá; con o sin Mikel Buesa. Es una organización consolidada, apoyada en muchísimas personas y creadores de opinión, con diversos comités sectoriales, que no está aislada ni de la sociedad ni de los políticos, y que disfruta de estables fuentes de financiación.

Recordemos otras circunstancias y situaciones.

La Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) ha perdido, aparentemente, el protagonismo público que su entusiasmo y voluntarismo capitalizó en los dos años anteriores. Pero, tan discutido rol, ¿era propio de su naturaleza o el fruto no perseguido de indeseables circunstancias políticas? Una vez “quemada” la AVT, es evidente que los dirigentes del Partido Popular han modulado su relación con la misma; replegándose aquélla a sus naturales actividades asistenciales, conmemorativas, y de denuncia pública. ¿Crisis o estado de necesidad?

Pero todavía hay más.

Un ulterior y refrescante caudal de este movimiento social, la Plataforma Cívica Peones Negros, cuyo objetivo era y sigue siendo el total esclarecimiento de lo realmente acaecido en torno al 11 M de 2004 en Madrid, se fragmentó a lo largo de la primavera pasada. Esta entidad, nacida con fecha de caducidad, generó una movilización social impactante, agrupando activistas de muy diversa sensibilidad política. Finalmente sufrió una escisión libérrima, en cuyo origen encontramos las naturales contradicciones existentes entre el liderazgo carismático de Luis del Pino y la casi ácrata mentalidad organizativa, de corte asambleario, de la mayor parte de esos Peones Negros. En todo caso ha cumplido un importante papel: ha mantenido, de diversas formas, su objetivo fundacional; ha animado al activismo social a muchos ciudadanos; ha propiciado el “salto” a la militancia partidista de otros. Bienvenido todo ello.

Prescindiendo de las realidades específicas de otras decenas de entidades -de peso muy inferior- que también podríamos agrupar en la misma categoría, pasemos, ahora, de la casuística fáctica a algunas reflexiones generales.

  1. Las crisis son buenas: ¡que cada uno se retrate! Así, las diversas entidades se consolidarán o -si no han sido capaces de actuar con inteligencia, o no existen razones para su supervivencia- desaparecerán.
  2. Cuanta mayor claridad conceptual y transparencia organizativa desarrollen, más posibilidades tendrán de formar algo duradero.
  3. Los movimientos cívicos son otra forma de hacer política. Y muy importante, pues no podemos dejar la política únicamente en manos de profesionales tentados por prácticas oligárquicas.
  4. Independencia no es apoliticismo. Además, ¿acaso UGT, por ser socialista, o CC.OO., por comunista, están deslegitimados para el juego sindical por tener una adscripción ideológica?
  5. El fortalecimiento del movimiento cívico de resistencia, y de otras expresiones creativas y participativas de la sociedad civil, refuerzan la democracia y la salud social.

Pero, sorprendentemente, la cultura partidaria en España, de derechas o de izquierdas, trata con similar desconfianza a la sociedad civil; especialmente a sus expresiones espontáneas. Unos políticos temen no poder controlarlas. Otros, por su parte, reparten credenciales legitimadoras, “políticamente correctas”, entre los diversos fenómenos sociales, según estrechos intereses y dogmas ideológicos. En definitiva: buena parte de la clase política desprecia o teme a la sociedad civil, pues concibe a la política como un patrimonio que únicamente ella tiene derecho a administrar desde el mandato genérico de los votos; ignorando, finalmente, los intereses sociales agrupados, las corrientes de opinión, y las protestas ciudadanas.

Desde este contexto no podemos temer la/s crisis del movimiento cívico de resistencia. Pero sí debemos temer su debilidad o inexistencia. Su irregular caudal, los diferentes afluentes, las lagunas periféricas, sus atípicas confluencias, y los brazos muertos de este río, demuestran en su conjunto que el solar español, al menos en algunos de sus estratos, está vivo.

 

Diario Liberal, 11 de septiembre de 2007

http://www.diarioliberal.com/DL_opinion11.htm