El País Vasco: entre el triunfalismo constitucionalista y la remodelación nacionalista
Está confirmado: el PSE-PSOE ha conseguido, finalmente, su escaño 25 en Vitoria a costa de una castigada EA; de modo que ya no precisa del concurso del único y molesto parlamentario de UPyD en su carrera hacia tan anhelada Lehendakaritza.
Los constitucionalistas (PSOE, PP y UPyD), ciertamente, han tenido mucha suerte. De entrada, merced a un capricho de la aritmética electoral, suman 39 parlamentarios, mayoría absoluta de 70; pese a que en votos populares apenas alcanzan el 47% de los emitidos frente al 53% de la suma nacionalista (PNV, EA, Aralar y EB). Y ello sin agregar a los segundos la mayor parte de las más de 100.000 papeletas nulas emitidas; inapreciable fruto del seguimiento de las consignas de la izquierda abertzale. Tal circunstancia, totalmente democrática por otra parte, no deja de ser una señal de lo que van a encontrarse Patxi López y los suyos en las instituciones. Veamos algún ejemplo.
Después de 30 años de régimen nacionalista, los diversos departamentos gubernamentales están totalmente copados por gentes afines al PNV y aliados en todos sus estratos y niveles. No se trata, únicamente, de los cientos de asesores y puestos de libre designación, sino también de buena parte de una burocracia que ha accedido a la función pública vasca superando –por afinidad- los filtros nacionalistas. Una constatación evidente de ello es la mayoría absoluta que crecientemente disfruta -convocatoria tras convocatoria- la denominada “mayoría sindical vasca” conformada por los nacionalistas: ELA, supuestamente moderado, y el radical LAB; pudiéndoseles sumar algunos combativos sindicatos nacionalistas de carácter sectorial, caso de STEE-EILAS en el mundo de la enseñanza. Así, una cosa será la promulgación de una nueva norma reglamentaria, en el Departamento que sea, y otra, muy distinta, su desarrollo y ejecución por parte de unos técnicos declaradamente beligerantes con el nuevo Ejecutivo y unos temerosos pero resabiados funcionarios de base en absoluto interesados en el éxito de las iniciativas de quienes consideran advenedizos y extraños. Resistencias similares encontrarán en la Ertzaintza y en los omnipresentes medios de comunicación públicos vascos, por mencionar otros ámbitos de particular relevancia y visibilidad sociales.
De este modo, Patxi López, si llega a la Lehendakaritza, encontrará tremendas resistencias que generarán, a su vez, inesperados retrasos administrativos y paralizantes distorsiones sociales y mediáticas. Y todo ello en unos tiempos de crisis económica creciente.
Para alcanzar cierta normalidad democrática en el País Vasco no basta con ganar estas elecciones; ni con copar todos los puestos de libre designación de los diversos departamentos del Gobierno vasco. Se precisa de una paciente labor de gobierno que practique las virtudes derivadas del viejo, pero no por ello menos vigente, dicho que pregona para toda voluntad de victoria, un inevitable “puño de acero, guante de seda”. Por todo ello, nada más alejado del imprescindible realismo político de toda acción gubernativa que el triunfalismo expresado desde las filas constitucionalistas; especialmente por parte de no pocos políticos y comentaristas “de Madrid”, dicho así para entendernos. Pero, dado el peculiar organicismo de la sociedad vasca, toda labor gubernamental será inútil si se carece de un programa a medio y largo plazo que persiga una verdadera “revolución cultural” alternativa a la nacionalista: desde las instituciones y, lo que es más interesante pero más problemático, desde las bases sociales.
Hagan lo que hagan los constitucionalistas, el nacionalismo se remodelará en todo caso; una circunstancia para nada novedosa en su ya dilatada historia. Sus diversas tendencias vienen pugnando desde siempre, y no sólo dialécticamente, por el liderazgo. Ha sido el PNV, generalmente, el que ha prevalecido por encima de las demás: constituyendo y edificando un verdadero partido/régimen. Pero, hoy, ha perdido aparentemente tan privilegiada posición, lo que desatará la enésima remodelación del amplio y plural espacio nacionalista.
El PNV se verá afectado, ciertamente, en algunos de sus refuerzos coyunturales. Así, unos cuantos miles de votos procedentes de la izquierda abertzale, que le apoyaron en las últimas convocatorias, engrosarán otras siglas más firmes y radicales; visto el fracaso de la tendencia nacionalista más posibilista. El PNV pudiera perder, incluso, a algunos sectores sociales moderados y escasamente ideologizados que recalaron allí tras el hundimiento de la UCD en una desesperada búsqueda de tranquilidad y cobijo; lo que únicamente sucederá si la alternativa constitucionalista se consolida con perspectiva de futuro. Pero, en cualquier caso, seguirá siendo la fuerza predominante del nacionalismo; no en vano, además de su innegable fortaleza económica y social, sigue siendo la más próxima al ejercicio del poder real.
La izquierda abertzale continuará en sus trece. No le queda otro remedio; y más cuando no se vislumbra signo alguno de que sea capaz de sustraerse del férreo control que le ejerce su vanguardia armada, es decir, ETA. Por otra parte, se constata que, elección tras elección, viene sufriendo pequeñas pero significativas deserciones en forma de votos. No obstante, ha acreditado una enorme capacidad de resistencia, recomponiéndose en diversas formas, y manteniendo un nivel de cohesión y movilización que no augura sorpresas relevantes e inmediatas en su seno.
El espacio que intermedia entre PNV y ETA es el que experimentará más cambios. De entrada, Aralar será la estrella fulgurante del nuevo Parlamento vasco, atrayendo a Eusko Alkartasuna y, tal vez, a Ezker Batua a sus tesis; que podrían conformar junto a los veteranos Zutik una coalición análoga -en versión reducida- a la exitosa Nafarroa Bai.
Pero, suceda lo que sucede en el mundo nacionalista, todo él cerrará filas ante las supuestas “agresiones” constitucionalistas: en el Parlamento, en las demás instituciones, en la calle. Y es que se juegan muchos años de trabajo cultural, social y político; además de no pocos sueldos.
Patxi López intentará aplicar medidas y fórmulas “transversales” situadas teóricamente por encima de la división entre nacionalistas y constitucionalistas. Pero muchas de ellas, analizadas con lupa por sus implacables opositores, no superarán el examen de lo “nacionalista políticamente correcto”.
Todo ello dibuja un futuro sumamente problemático, aunque no menos apasionante, para la sociedad vasca; y más con el fondo de una crisis económica de alcance incierto e incuestionable base moral, y una ETA aparentemente en declive.
Diario Liberal, 7 de marzo de 2009
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