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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Terrorismo anarquista, de nuevo

Terrorismo anarquista, de nuevo

El 2 de octubre de 2013 fue perpetrado un atentado, mediante explosivos, contra la Basílica del Pilar de Zaragoza. Había sido precedido por otro análogo, en esa ocasión, la Catedral de La Almudena de Madrid, el 8 de febrero anterior. Fue reivindicado por un autodenominado «Comando Insurreccional Mateo Morral». Semejante invocación memorial era en sí misma toda una premeditada provocación; recordemos. Mateo Morral Roca fue el principal autor del atentado perpetrado contra el rey Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia en el día de su boda, un lejano 31 de mayo de 1906. Aunque no consiguió su objetivo, mató a 24 personas e hirió y mutiló a más de 100. Morral pudo escapar de la escena del crimen pero, reconocido en una venta de Torrejón de Ardoz, se suicidó tras asesinar a un guardia. Era un ferviente anarquista.

Tales actos de violencia gratuita proporcionaron —brevemente, en la vorágine mediática que nos envuelve— unas escenas que parecían trasladadas intempestivamente de un pasado casi olvidado por la sociedad española: terrorismo puro y duro, soflamas anticlericales, iglesias incendiadas, inspiración anarquista...

Finalmente, el 13 de noviembre fueron detenidos 5 presuntos responsables del atentado contra El Pilar; ingresando en prisión, poco después, dos de ellos. La prensa destacó el papel protagonista jugado en todo ello por una pareja chilena residente en España; quienes ya habrían protagonizado una cadena de atentados en su país natal años atrás… especialmente contra edificios religiosos. «Ni Dios, ni Estado, ni patrón». Han vuelto, pues. Pero, en realidad, nunca se habían ido del todo: nos referimos a los anarquistas.

Puede decirse que hay tantos anarquismos como anarquistas: el pensamiento libertario, llevado a sus últimas consecuencias, es fuente de individualismos sin fin. Rechazando cualquier modalidad de autoridad (familiar, estatal, laboral, religiosa, existencial…) parte de la idea de que el hombre es bueno por naturaleza. Pero, al ser pervertido por los Estados, la religión y la explotación capitalista, el movimiento libertario propone, en consecuencia, una práctica «emancipatoria» en todos los órdenes de la vida. Así, algunos de ellos optaron por el terrorismo: había que explotar «las contradicciones del sistema» mediante la «propaganda por los hechos», antecedente de la marxista «propaganda armada». Y, desde esta contradicción, en nombre de la libertad terminaron asesinando personas y a la libertad misma. Pero, como «únicamente los hechos revolucionarios son verdad», no les faltaron eruditos y teóricos que elaboraron un farragoso corpus justificativo de una «violencia de clase» que los más decididos —en realidad unos pocos del amplio y creciente movimiento libertario— llevaron a la práctica. De este modo, los anarquistas contribuyeron notablemente a la configuración del terrorismo moderno, especialmente en las últimas décadas del siglo XIX, aportando algunas importantes novedades: el empleo de explosivos y el magnicidio. Sus atentados más impactantes se desarrollaron en Gran Bretaña, Francia, España e Italia hacia 1890. Y sus autores fueron, en la práctica totalidad de los casos, activistas solitarios o células minúsculas. En 1881 es asesinado el zar Alejandro II de Rusia mediante una bomba; en 1894, el presidente de Francia François Carnot; en 1897 cae tiroteado el presidente del Gobierno español Antonio Cánovas del Castillo; el 10 de septiembre de 1898 el anarquista Luigi Lucheni apuñala en Ginebra a la emperatriz de Austria, Isabel; en 1900 Bresci acaba con la vida del rey Humberto I de Italia; en 1901 León Czolgosz elimina al presidente norteamericano William McKinley... Pero ese esfuerzo titánico chocó con la realidad: ni sus atentados, ni sus virulentas campañas incendiarias por medio de una propaganda y verborrea revolucionarias que denunciaban grandes males y auguraban fatales crisis e ineludibles revueltas masivas y violentas, nada de ello desató su anunciado «incendio universal». Es más, salvo el caso español, puede afirmarse, con la perspectiva que proporciona nuestra atalaya histórica, que en el resto del mundo —particularmente en Europa occidental pese a su aparatosidad e inicial impacto— la peligrosidad del anarquismo terrorista nunca alcanzó niveles realmente preocupantes.

Giuseppe Fanelli fue el primer propagandista del anarquismo en España, dando a conocer la vertiente libertaria de la Primera Internacional; allá a mediados del siglo XIX. El anarquismo arraigó más que en ningún lugar, confluyendo con el sindicalismo revolucionario, en el anarcosindicalismo que encarnó explosiva y multitudinariamente la Confederación Nacional del Trabajo, fundada el 1 de noviembre de 1910 en Barcelona. Pero el anarquismo era —y es— un movimiento más amplio que esa expresión sindical, muy reducida hoy día. Por ello es más correcto hablar de «movimiento libertario», al confluir o impulsar con corrientes como el feminismo, el naturismo, el esoterismo (masonería, espiritismo, teosofía), el vegetarianismo, determinadas corrientes pedagógicas, etcétera.

En España, el movimiento libertario alcanzó una implantación muy superior al conseguido en cualquier otro lugar, salvo la Argentina de principios del siglo XX. En este plural y desigual contexto, sus expresiones terroristas fueron protagonizadas por minúsculos grupos, caracterizados por un individualismo, voluntarismo y fanatismo formidables, tributo de su ideología libertaria y su rechazo de cualquier disciplina externa y de toda jerarquía. La Historia de España habría sido bastante distinta de no haber sufrido el terrorismo y la permanente subversión anarquistas; con toda seguridad. Tengamos presentes los asesinatos de tres presidentes de Gobierno en menos de veinticinco años: Cánovas del Castillo, político conservador artífice de la Restauración y del régimen político de alternancia que llevó su nombre, fue asesinado el 8 de agosto de 1897 en el balneario guipuzcoano de Santa Águeda por el anarquista italiano Angiolillo Michel; José Canalejas Méndez, líder del Partido Liberal, fue muerto el 12 de noviembre de 1912 mientras observaba el escaparate de la célebre librería San Martín, situada en la Puerta del Sol de Madrid, por el anarquista Manuel Pardinas Serrato; Eduardo Dato Iradier, otro conservador y promotor además de la legislación laboral de protección a los obreros, cayó asesinado el 8 de marzo de 1921 en la Puerta de Alcalá por los anarquistas Ramón Casanellas, Luis Nicolau y Pedro Mateu; estos dos últimos, detenidos y encarcelados, quedaron libres en 1931 por la amnistía decretada por el Gobierno Provisional de la II República. Mencionemos, además, la llamada «guerra social» que sufrió Cataluña, especialmente Barcelona, entre 1917 y 1923, que coadyuvó al golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña; y las numerosas sublevaciones anarquistas a lo largo de la República.

Por su parte, la vertiente anarcosindicalista creció en terreno fértil, dando lugar a la poderosísima CNT y su facción radical, la FAI. El anarcosindicalismo, después de su complejo papel jugado en la II República española y la guerra civil, en la que fue desplazada y en buena medida anulada por un «compañero en la revolución» más despiadado y decidido que él, el comunismo soviético, emergerá de nuevo públicamente en 1976.

En la actualidad, el anarquismo/movimiento libertario ha sufrido una profunda transformación. De entrada, en 1979 se fragmenta la CNT en dos: quienes mantienen la sigla histórica de una ortodoxa e inflexible CNT-AIT empeñada en la estéril «acción directa»; y los pragmáticos, la Confederación General del Trabajo (CGT), acaso la tercera fuerza sindical española, por encima de USO y demás sindicatos independientes y nacionalistas (CIG, ELA-STV y LAB), participante en las elecciones sindicales y comités de empresa, aceptando incluso la figura del tan denostado «liberado» sindical. Y de esta segunda fuerza surgió otra organización intermedia, Solidaridad Obrera, que todavía se mantiene hoy en algunas empresas. En cierto modo, este debate entre ortodoxos y posibilistas fue una reedición —décadas después— del que protagonizó Ángel Pestaña en los años 30 y que le llevó a la creación del Partido Sindicalista. Este partido, con dos actas, formó parte del Frente Popular (y que conoció un efímero intento de reedición en 1977 de la mano del profesor universitario, ya fallecido, José Luis Rubio Cordón).

La práctica libertaria hoy día es, pues, minoritariamente sindical, decantándose por otras formas de lo que denominan «autoorganización»: movimiento okupa, pedagogía, nudismo, alimentación alternativa, teatro social, producción literaria y artística, rock radical, editoriales y publicaciones impresas y digitales, difusión en redes sociales, apertura y convergencia con el ecologismo y el feminismo, centros sociales autogestionarios, ateneos libertarios, emisoras de radio, grupos de solidaridad con anarquistas detenidos en diversos países, inserción organizada en la contestación radical-izquierdista a la globalización…

 

El mundo se degrada y también los militantes 

Vemos, pues, que el movimiento libertario no sólo no está extinguido, sino que goza de buena salud; aunque adaptado a los nuevos tiempos. Por ello, prioriza vías de acción no-violenta, con nuevas generaciones de militantes; si bien más indisciplinados e inconstantes que sus intransigentes y entregados predecesores. En esta poliédrica realidad, poco visualizada aparentemente, insistimos, el terrorismo es la excepción. Puede afirmarse, igualmente, que algunas de sus reivindicaciones históricas, especialmente en el plano personal, tales como diversas manifestaciones libérrimas de autonomía individual, así como otras exigencias subjetivas y colectivas, han sido asumidas, en buena medida, por la moderna mentalidad común en su expresión radical-progresista.

Pero las contradictorias semillas del totalitarismo siguen anidando en el seno del movimiento libertario, sosteniendo la tentación a la violencia y al terrorismo de algunos de tan utópica militancia. De hecho, y en no pocos países, se vienen produciendo altercados violentos o acciones terroristas protagonizados por anarquistas: en Grecia, Alemania, Italia, Argentina… Fue el caso, por ejemplo, de la «Célula contra el Capital, la Cárcel, los Carceleros y sus Celdas», que desarrolló, hace unos pocos años, una «campaña» a base de cargas explosivas remitidas por correo desde Italia contra periodistas y prisiones, así como ataques dirigidos contra intereses económicos italianos en España. No en vano, la lucha «anticarcelaria» es otro de los leiv motiv movilizadores y captador de voluntades del movimiento libertario de nuestros días.

La numerosa concurrencia juvenil en episodios de violencia callejera en los llamados «bloques negros», que han recorrido numerosas capitales europeas con motivo de movilizaciones de muy diverso signo, también en España, señala la existencia de un posible semillero de nuevos militantes tentados por el discurso y las prácticas violentas «anti-sistema». Por ello, pese a la identificación generalizada de anarquismo con la no-violencia, no pueden descartarse radicalizaciones y el salto al terrorismo que, dada su naturaleza (inestable, indisciplinado, pluralista) será en cualquier caso muy minoritario. Y tampoco pueden excluirse futuras acciones terroristas de carácter individual, que no son patrimonio de finales del XIX y principios del XX. Recordemos al terrorista norteamericano Theodore Kaczynski, un libertario «anti-industrialización», conocido como unabomber, quien desplegó una campaña de bombas en solitario entre 1978 y 1995.

De la pareja chilena, a la que nos referíamos al inicio de este repaso histórico, debemos destacar su particular obsesión con la religión; lo que casa perfectamente con la tradición particularmente anti-católica, y la difusión del ateísmo, característicos del anarquismo, con las mencionadas esotéricas excepciones. Y otro factor a destacar: la facilidad para atentar contra esos templos católicos. Cualquiera que los haya visitado puede acreditar que son lugar de tránsito, turismo, descanso, protección del calor o del frío —según los caprichos meteorológicos—, incluso de oración y recogimiento, de muchísimas personas portadoras de todo tipo de bolsos y petates; y sin medida de seguridad  preventiva alguna. No han sido, pues, muy valientes estos chilenos; lo que contrasta con sus predecesores, quienes no dudaron, en no pocos casos, en sacrificar sus vidas, bien ante la dificultad casi absoluta de su misión, o en la tesitura de poner en riesgo vidas de inocentes.

Las nuevas tecnologías, en particular las redes sociales, de alcance transnacional y al instante, permiten la planificación de acciones terroristas nada «clásicas»; facilitando agrupaciones y atentados impensables décadas atrás por las dificultades físicas que este tipo de actuaciones entrañaba. El itinerario terrorista de esta pareja lo confirma: chilenos residentes y becados en España, colaboradores de varias nacionalidades, capital italiano, contactos virtuales y personales de ámbito internacional, movilidad geográfica, dispersión temporal, dimensión de célula…

Otro signo, en definitiva, de los tiempos en que vivimos: un mundo globalizado al servicio de la acción anarquista… global.

 

 

 

Fernando VAQUERO OROQUIETA

Razón Española, Nº 183, enero-febrero 2014. Págs. 87 a 91.

 

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