Claves de la política navarra. Navarristas, napartarras y nacionalistas vascos moderados.
En el artículo anterior nos aproximamos a la realidad política básica de Navarra. En esta ocasión, lo haremos analizando sus categorías sociopolíticas más decisivas.
El navarrismo ha generado una perspectiva de Navarra más sentimental que intelectual, pese a existir un desarrollo doctrinal e ideológico del mismo. Esta perspectiva considera que Navarra reúne unas características históricas, culturales, políticas, económicas y sociales, que le proporcionan el soporte imprescindible de una identidad colectiva diferenciada, para vivir, con autonomía, dentro del común proyecto español.
Está representado, políticamente hablando, por Unión del Pueblo Navarro y, en buena medida, por el Partido Socialista Obrero Español. Especialmente el primero, hace propio el contenido del moderno navarrismo político, entendido –ya lo veíamos- como la concepción política, histórica y cultural de Navarra que la concibe como un espacio territorial e histórico, autónomo y diferenciado dentro de la unidad española, dotado de una fuerte personalidad y unas características particulares entre las que destacan, con fuerza propia, los elementos vascos de su cultura y tradición.
El pensador y político tradicionalista Víctor Pradera sentó, junto a otros juristas, intelectuales y políticos navarros, en las primeras décadas del siglo XX, las bases teóricas y conceptuales del navarrismo moderno. A partir de unos presupuestos particularmente regionalistas y foralistas, delimitó sus elementos históricos fundamentales: tradición católica, identidad jurídica e institucional, mestizaje cultural, fortaleza asociativa, pluralismo temperamental y de las gentes navarras, participación en la empresa común española, rechazo de la raza como factor determinante de la identidad colectiva…
El PSOE procede de una tradición política distinta, la de la izquierda socialista, centralista y laicista, pero, después de los devaneos de la transición, asume como propios los principios fundamentales del actual navarrismo político en el marco de desarrollo establecido por la vigente Constitución española.
Sin embargo, merced a las continuas campañas promovidas desde las fuerzas políticas nacionalistas y algunos intelectuales de la izquierda, el mismo término "navarrismo" goza de una cierta impopularidad. Tal vez ello esté motivado, en buena parte, por la asociación al navarrismo de algunas expresiones rudimentarias manifestadas en sectores de la población navarra y que implican una degeneración del mismo, en un sentido instintivo, antivasco visceral: nos referimos a las actitudes de los llamados despectivamente “navarreros”. Por el contrario, navarristas convencidos asumen como propio el legado vasco, considerando, incluso, que constituye un patrimonio cultural decisivo.
UPN y PSOE superan ampliamente los 200.000 votos, defensores sin ambigüedad, aunque generalmente silenciosos, de la identidad y autonomía de Navarra. Ello no quiere decir que todo ese electorado se identifique plenamente con las tesis navarristas. Existe un sector de la población navarra, en parte de procedente de la emigración de los años 60 (cuyos hijos en muchos casos han engrosado las filas abertzales) y de profesionales y trabajadores establecidos en Navarra en las últimas décadas, cuya seña de identidad principal es su única condición de “españoles”. Estos navarros se identifican en mayor medida, aunque sin llegar a asumir por completo postulados navarristas, con quiénes se oponen más decididamente al expansionismo nacionalista, por considerar a este último como un factor desestabilizador y agresivo hacia una comunidad –en la que se han establecido- económicamente pujante y con altas tasas de bienestar social que no pueden disociar de la unidad española.
Desde Gara y los medios de la izquierda abertzale, a UPN y PSOE se les denomina despectivamente, en particular al primero de ellos, como “unionistas”, en un intento, que no ha gozado de fortuna, de equiparar semánticamente la situación navarra con la del Ulster.
La constitución, hace algo más de dos años, de la Sociedad de Estudios Navarros, que pretende el estudio y la aportación de soluciones a los retos del futuro, y la salida al mercado de la ya desaparecida revista Navarra en marcha, junto a los nuevos aires de la Fundación Sociocultural Leyre, marcan una nueva etapa e impulso del navarrismo. Las dos primeras iniciativas fueron impulsadas por Jaime Ignacio del Burgo, uno de los políticos más significativos de Navarra en las últimas tres décadas. Pudiera entenderse que todo ello responde al objetivo de dotar al navarrismo de unos instrumentos de los que, tradicionalmente, ha carecido. Con las citadas entidades se cubrirían los ámbitos de la acción cultural y de la investigación sociológica e histórica. La publicación mensual, por su parte, pretendía vulgarizar los conceptos básicos de dicha concepción, a la vez de sostener e impulsar a la opinión pública navarrista, poco dotada de medios conceptuales y culturales frente la avalancha mediática y social nacionalista. La desaparición de la publicación, Navarra en marcha, dejó un hueco que, antes o después, deberá ser cubierto mediante algún nuevo medio de comunicación.
En este concreto contexto, navarrismo, españolismo y constitucionalismo, sin ser términos idénticos, sí pueden considerarse análogos.
De la mano de Juan Cruz Alli se ha ido modelando un ambiguo "nacionalismo navarro" encarnado en su partido, Convergencia de Demócratas de Navarra y, especialmente, en sus exiguas juventudes. Como antecedentes de esta concepción política encontramos algunas expresiones, casi marginales, como son las ideas "napartarras" del intelectual Campión (quien terminó en el PNV), cuyo rebrote a finales de los años 70 del pasado siglo XX (de la mano del estudioso roncalés nacionalista José Estornés Lasa) no tuvo relevancia alguna; y el federalismo republicano y fuerista de finales del XIX. Pretende, a partir de una concepción moderna del hecho autonómico español, que el nacionalismo navarro, en el marco de una tradición cuasi–federal, impulsada desde la izquierda y partidos “burgueses” claramente nacionalistas, asuma las diversas expresiones culturales presentes en Navarra sin complejos; en un intento de desactivar también la virtualidad política, de efectos planificados a largo plazo, del voluntarismo nacionalista manifestado a todos los niveles en Navarra.
Es loable su intento de alejarse de la folklórica imagen "navarrera". Pero esta concepción política carece de figuras relevantes. Tampoco está dotado de un cuerpo doctrinal desarrollado y su suerte parece estar excesivamente vinculada a la estrella, lentamente declinante, del actual fundador. Por otra parte, esta concepción desdibuja la participación navarra en la empresa española, en sintonía con otras tendencias nacionalistas periféricas actuales, incurriendo en un pragmatismo inestable y poco preciso que no atrae voluntades.
No obstante, la mentalidad “napartarra” ha alcanzado a algunos sectores navarristas, ya por exceso o por complejo, lo que no es imposible que genere tensiones, en un futuro, en el seno de UPN.
El nacionalismo vasco nació “bizkaitarra”. Sabino Arana apenas escribió acerca de Navarra. Sin embargo, algunos de los primeros teóricos del nacionalismo vasco fueron navarros.
Buena parte de la intelectualidad navarra de finales del siglo XIX, y primeras décadas del XX, era vasquista, culturalmente entendida; pero no políticamente. Ya en el carlismo, y en otros sectores sociales navarros, muchos intelectuales se decantaron por un vasquismo cultural, antesala en algunos casos muy concretos del vasquismo político que con los años cuajó en el Partido Nacionalista Vasco. Por ello, no puede confundirse vasquismo y nacionalismo vasco.
Para el nacionalismo vasco, Navarra no sólo forma parte de Euskal Herria, sino que es su madre. Por otra parte, sólo Navarra podría ser el antecedente territorial que encarnara, en unos pocos años de su historia medieval al menos, una presunta unidad política de la mayoría de los vascos. Por ello, el que Navarra sea una comunidad política e institucional diferenciada de la vasca es una “herejía” incomprensible para los nacionalistas. De ahí su empeño en modificar la realidad política actual, siendo el navarrismo su principal enemigo a batir.
El PNV no supera, pese a inversiones millonarias, una presencia política e institucional meramente testimonial (no llega a los 3.000 votos). Ha correspondido a EA el liderazgo en Navarra del llamado nacionalismo moderado, hecho explicable en buena medida por el origen navarro de su fundador: Carlos Garaicoechea.
En la actualidad, el electorado conjunto de ambos partidos está estancado, no llegando a los 20.000 votos, pese a costosas inversiones en campañas políticas de todo tipo, medios de comunicación, y múltiples expresiones culturales. Su electorado ha sido condicionado completamente por la feroz competencia de la izquierda abertzale que, en Navarra, también tiene colores propios. No obstante, su coalición con Aralar les abre insospechadas posibilidades años atrás.
En el próximo artículo nos acercaremos a la realidad política de la izquierda abertzale, a Izquierda Unida, a las expresiones políticas del catolicismo, y al llamado “carlismo sociológico”.
El Semanal Digital, 4de marzo de 2004
El navarrismo.
El navarrismo ha generado una perspectiva de Navarra más sentimental que intelectual, pese a existir un desarrollo doctrinal e ideológico del mismo. Esta perspectiva considera que Navarra reúne unas características históricas, culturales, políticas, económicas y sociales, que le proporcionan el soporte imprescindible de una identidad colectiva diferenciada, para vivir, con autonomía, dentro del común proyecto español.
Está representado, políticamente hablando, por Unión del Pueblo Navarro y, en buena medida, por el Partido Socialista Obrero Español. Especialmente el primero, hace propio el contenido del moderno navarrismo político, entendido –ya lo veíamos- como la concepción política, histórica y cultural de Navarra que la concibe como un espacio territorial e histórico, autónomo y diferenciado dentro de la unidad española, dotado de una fuerte personalidad y unas características particulares entre las que destacan, con fuerza propia, los elementos vascos de su cultura y tradición.
El pensador y político tradicionalista Víctor Pradera sentó, junto a otros juristas, intelectuales y políticos navarros, en las primeras décadas del siglo XX, las bases teóricas y conceptuales del navarrismo moderno. A partir de unos presupuestos particularmente regionalistas y foralistas, delimitó sus elementos históricos fundamentales: tradición católica, identidad jurídica e institucional, mestizaje cultural, fortaleza asociativa, pluralismo temperamental y de las gentes navarras, participación en la empresa común española, rechazo de la raza como factor determinante de la identidad colectiva…
El PSOE procede de una tradición política distinta, la de la izquierda socialista, centralista y laicista, pero, después de los devaneos de la transición, asume como propios los principios fundamentales del actual navarrismo político en el marco de desarrollo establecido por la vigente Constitución española.
Sin embargo, merced a las continuas campañas promovidas desde las fuerzas políticas nacionalistas y algunos intelectuales de la izquierda, el mismo término "navarrismo" goza de una cierta impopularidad. Tal vez ello esté motivado, en buena parte, por la asociación al navarrismo de algunas expresiones rudimentarias manifestadas en sectores de la población navarra y que implican una degeneración del mismo, en un sentido instintivo, antivasco visceral: nos referimos a las actitudes de los llamados despectivamente “navarreros”. Por el contrario, navarristas convencidos asumen como propio el legado vasco, considerando, incluso, que constituye un patrimonio cultural decisivo.
UPN y PSOE superan ampliamente los 200.000 votos, defensores sin ambigüedad, aunque generalmente silenciosos, de la identidad y autonomía de Navarra. Ello no quiere decir que todo ese electorado se identifique plenamente con las tesis navarristas. Existe un sector de la población navarra, en parte de procedente de la emigración de los años 60 (cuyos hijos en muchos casos han engrosado las filas abertzales) y de profesionales y trabajadores establecidos en Navarra en las últimas décadas, cuya seña de identidad principal es su única condición de “españoles”. Estos navarros se identifican en mayor medida, aunque sin llegar a asumir por completo postulados navarristas, con quiénes se oponen más decididamente al expansionismo nacionalista, por considerar a este último como un factor desestabilizador y agresivo hacia una comunidad –en la que se han establecido- económicamente pujante y con altas tasas de bienestar social que no pueden disociar de la unidad española.
Desde Gara y los medios de la izquierda abertzale, a UPN y PSOE se les denomina despectivamente, en particular al primero de ellos, como “unionistas”, en un intento, que no ha gozado de fortuna, de equiparar semánticamente la situación navarra con la del Ulster.
La constitución, hace algo más de dos años, de la Sociedad de Estudios Navarros, que pretende el estudio y la aportación de soluciones a los retos del futuro, y la salida al mercado de la ya desaparecida revista Navarra en marcha, junto a los nuevos aires de la Fundación Sociocultural Leyre, marcan una nueva etapa e impulso del navarrismo. Las dos primeras iniciativas fueron impulsadas por Jaime Ignacio del Burgo, uno de los políticos más significativos de Navarra en las últimas tres décadas. Pudiera entenderse que todo ello responde al objetivo de dotar al navarrismo de unos instrumentos de los que, tradicionalmente, ha carecido. Con las citadas entidades se cubrirían los ámbitos de la acción cultural y de la investigación sociológica e histórica. La publicación mensual, por su parte, pretendía vulgarizar los conceptos básicos de dicha concepción, a la vez de sostener e impulsar a la opinión pública navarrista, poco dotada de medios conceptuales y culturales frente la avalancha mediática y social nacionalista. La desaparición de la publicación, Navarra en marcha, dejó un hueco que, antes o después, deberá ser cubierto mediante algún nuevo medio de comunicación.
En este concreto contexto, navarrismo, españolismo y constitucionalismo, sin ser términos idénticos, sí pueden considerarse análogos.
El nacionalismo navarro.
De la mano de Juan Cruz Alli se ha ido modelando un ambiguo "nacionalismo navarro" encarnado en su partido, Convergencia de Demócratas de Navarra y, especialmente, en sus exiguas juventudes. Como antecedentes de esta concepción política encontramos algunas expresiones, casi marginales, como son las ideas "napartarras" del intelectual Campión (quien terminó en el PNV), cuyo rebrote a finales de los años 70 del pasado siglo XX (de la mano del estudioso roncalés nacionalista José Estornés Lasa) no tuvo relevancia alguna; y el federalismo republicano y fuerista de finales del XIX. Pretende, a partir de una concepción moderna del hecho autonómico español, que el nacionalismo navarro, en el marco de una tradición cuasi–federal, impulsada desde la izquierda y partidos “burgueses” claramente nacionalistas, asuma las diversas expresiones culturales presentes en Navarra sin complejos; en un intento de desactivar también la virtualidad política, de efectos planificados a largo plazo, del voluntarismo nacionalista manifestado a todos los niveles en Navarra.
Es loable su intento de alejarse de la folklórica imagen "navarrera". Pero esta concepción política carece de figuras relevantes. Tampoco está dotado de un cuerpo doctrinal desarrollado y su suerte parece estar excesivamente vinculada a la estrella, lentamente declinante, del actual fundador. Por otra parte, esta concepción desdibuja la participación navarra en la empresa española, en sintonía con otras tendencias nacionalistas periféricas actuales, incurriendo en un pragmatismo inestable y poco preciso que no atrae voluntades.
No obstante, la mentalidad “napartarra” ha alcanzado a algunos sectores navarristas, ya por exceso o por complejo, lo que no es imposible que genere tensiones, en un futuro, en el seno de UPN.
El nacionalismo vasco.
El nacionalismo vasco nació “bizkaitarra”. Sabino Arana apenas escribió acerca de Navarra. Sin embargo, algunos de los primeros teóricos del nacionalismo vasco fueron navarros.
Buena parte de la intelectualidad navarra de finales del siglo XIX, y primeras décadas del XX, era vasquista, culturalmente entendida; pero no políticamente. Ya en el carlismo, y en otros sectores sociales navarros, muchos intelectuales se decantaron por un vasquismo cultural, antesala en algunos casos muy concretos del vasquismo político que con los años cuajó en el Partido Nacionalista Vasco. Por ello, no puede confundirse vasquismo y nacionalismo vasco.
Para el nacionalismo vasco, Navarra no sólo forma parte de Euskal Herria, sino que es su madre. Por otra parte, sólo Navarra podría ser el antecedente territorial que encarnara, en unos pocos años de su historia medieval al menos, una presunta unidad política de la mayoría de los vascos. Por ello, el que Navarra sea una comunidad política e institucional diferenciada de la vasca es una “herejía” incomprensible para los nacionalistas. De ahí su empeño en modificar la realidad política actual, siendo el navarrismo su principal enemigo a batir.
El PNV no supera, pese a inversiones millonarias, una presencia política e institucional meramente testimonial (no llega a los 3.000 votos). Ha correspondido a EA el liderazgo en Navarra del llamado nacionalismo moderado, hecho explicable en buena medida por el origen navarro de su fundador: Carlos Garaicoechea.
En la actualidad, el electorado conjunto de ambos partidos está estancado, no llegando a los 20.000 votos, pese a costosas inversiones en campañas políticas de todo tipo, medios de comunicación, y múltiples expresiones culturales. Su electorado ha sido condicionado completamente por la feroz competencia de la izquierda abertzale que, en Navarra, también tiene colores propios. No obstante, su coalición con Aralar les abre insospechadas posibilidades años atrás.
En el próximo artículo nos acercaremos a la realidad política de la izquierda abertzale, a Izquierda Unida, a las expresiones políticas del catolicismo, y al llamado “carlismo sociológico”.
El Semanal Digital, 4de marzo de 2004
0 comentarios