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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

El Partido Popular vasco ante una nueva “travesía del desierto”.

      Transcurridos 7 meses desde la celebración de las últimas elecciones autonómicas en el País Vasco, el domingo 13 de mayo de 2001, se imponen algunas reflexiones en torno a la estrategia del Partido Popular.

 

Unos resultados electorales ni esperados ni deseados.

Buena parte de las encuestas publicadas a lo largo de la campaña electoral, así como la realizada por el CIS y difundida fuera de plazo legal, vaticinaban que los partidos “constitucionalistas” estaban a falta de uno o dos escaños para alcanzar la mayoría absoluta. Con tales previsiones, PP y PSOE depositaron buena parte de sus expectativas de triunfo en el, tradicionalmente, amplio sector abstencionista vasco, al considerar que un alto porcentaje de electores de mentalidad españolista se refugiaba en el mismo.

Los resultados, finalmente, fueron decepcionantes para los partidos constitucionalistas, sobre todo para un Partido Popular que había llegado a vaticinar públicamente su victoria, apoyándose en esas previsiones tan favorables a las que dieron crédito los máximos dirigentes del partido, José María Aznar en particular. Con todo, la cosecha de votos, en números redondos, no fue mala, acreditando la tendencia al alza del voto no nacionalista. Pero es incuestionable que los resultados favorecieron a unos atemorizados nacionalistas “moderados” (la coalición PNV/EA), en detrimento de las altas expectativas del “bloque constitucionalista”.

El Partido Popular, en coalición con Unidad Alavesa, fue el partido constitucionalista más votado, pero sin alcanzar el ambicioso –y poco realista- objetivo previsto. Jaime Mayor Oreja quedó en una posición delicada al no alcanzar el gobierno de Vitoria, lo que originó rumores acerca de su retirada de la política a la empresa privada. Hoy día, esos rumores han sido desmentidos, sonando de nuevo su nombre entre los candidatos mejor situados en la carrera sucesoria de José María Aznar. Debe destacarse, en todo caso, su coherencia, lo que le ha generado la confianza y los esfuerzos de la militancia de su partido en el País Vasco, cuya persistencia ha sido regada con la sangre de los concejales “populares” asesinados.

Una larga “travesía del desierto” espera a los “populares” vascos, en cualquier caso, quiénes deberán reelaborar su estrategia, manteniendo, además, posiciones y cargos, pese a la lógica desmoralización de su gente (que no se ha traducido, a lo largo de estos meses, en abandonos de cargos públicos).

Los esfuerzos de los partidos constitucionalistas no fueron suficientes para cambiar la orientación general del electorado. Una vez en el gobierno vasco podrían haber forzado el lento cambio reflejado en las actuales tendencias. Pero, de nuevo, en la oposición, al Partido Popular le espera otro periodo de incertidumbre. Se temía, además, que con ese fracaso José María Aznar saliera “tocado”; sin embargo, la realidad es que ello no le ha supuesto un desgaste traducido en pérdidas en la intención de voto.

Por otra parte, varios han sido los tópicos derribados en estas pasadas elecciones: el supuesto “españolismo” de buena parte de los sectores tradicionalmente abstencionistas, el liderazgo del nacionalismo vasco por el MLNV, etc.

 

Dos concepciones enfrentadas.

Hemos afirmado en este medio, en otras ocasiones, que se tiene un profundo desconocimiento de la naturaleza del nacionalismo vasco. Nos basamos en la constatación de que no sólo es un partido político; ni siquiera es, solamente, una ideología. Es un estilo total de vida -sostenido por una ideología- que puede teñir gran parte de la misma, constituyendo un complejo entramado de relaciones sociales de todo tipo, insertado en una comunidad dinámica, y dotado de un proyecto de futuro. Por ello, tratándose de una población muy politizada y con un alto nivel de conciencia de “lo propio”, de “lo vasco”, no era realista pretender que la “revolución cultural” practicada por el conjunto del nacionalismo vasco, desde hace 50 años, se pudiera contrarrestar con las campañas mediáticas desarrolladas en los últimos meses y el “desembarco” electoral de algunos líderes “populares”. En tan breve plazo no se podía crear el tejido social que permitiera avanzar y consolidar la realidad electoral al alza de los constitucionalistas, neutralizando el efectivo aislamiento en que les había situado la política nacionalista con sus múltiples tácticas.

En el avance de los sectores españolistas, algunos factores jugaron un importante papel. Es el caso de la estrategia de “unidad de los demócratas” desarrollada por el Partido Popular de acuerdo con el PSOE y el apoyo de Unidad Alavesa. Igualmente importante ha sido el espaldarazo dado a los intelectuales vascos que, desde diversos medios, especialmente el Foro de Ermua, han levantado su voz ante el monopolio y el proyecto global nacionalista. Otros aspectos tácticos han jugado su papel: el apoyo a las víctimas del terrorismo (las grandes olvidadas durante tantos años), la búsqueda del reconocimiento social de las mismas e intentar suscitar una conciencia colectiva ética frente al sufrimiento de los perseguidos por el terror en sus diversas formas.

Pese a todo, el objetivo no se ha alcanzado. Tal vez por ello, en lenguaje “políticamente incorrecto”, José María Aznar llegó a afirmar –lo que le valió críticas casi unánimes- que el País Vasco “no estaba maduro”. Esa criticada frase supone un reconocimiento implícito de que el nacionalismo vasco, también, está fuertemente anclado en la sociedad.

Concluyamos: el electorado vasco está “fijado” en un porcentaje muy importante, pese a la tendencia al aumento de los partidos españolistas. Los movimientos y desplazamientos electorales se produjeron, en esta ocasión, y en buena medida, en el seno de cada uno de los dos grandes bloques: constitucionalistas y nacionalistas. El voto procedente del abstencionismo, en contra de lo previsto, ha beneficiado a los nacionalistas en mayor medida de lo vaticinado: un voto “útil” que ha buscado seguridad en la continuidad, por encima de consideraciones de carácter ético.

 

El futuro del Partido Popular vasco.

El mensaje electoral emitido por el Partido Popular, a lo largo de la mencionada campaña, podía resumirse en dos axiomas:

1.        Para vencer al terrorismo hay que desalojar al nacionalismo llamado moderado de las instituciones vascas.

2.        La solidaridad con las víctimas del terrorismo impone un cambio de gobierno, pues el conjunto del nacionalismo es responsable, al menos por omisión, de su sufrimiento.

No ha funcionado. No se ha logrado extender esa conciencia a un mayor sector del electorado vasco; no se ha desatado la solidaridad esperada.

Algunas de las manifestaciones efectuadas por líderes nacionales del Partido Popular, explotadas por la propaganda nacionalista, se han percibido por sectores no excesivamente politizados como un ataque intolerable a “lo vasco”.

Pero a este fracaso también ha contribuido, además de sus propios defectos tácticos, la campaña “a la contra” desatada por el nacionalismo en bloque. Han logrado hacer creíble el mensaje de que el recambio gubernamental podía afectar a la identidad del País Vasco, a los logros obtenidos por su pueblo; amenazado por unos políticos ajenos a la tierra y tributarios de intereses ocultos. Con ello se ha neutralizado el mensaje del Partido Popular de asociar paz con el desalojo del nacionalismo de las instituciones autonómicas vascas. Esa es la explicación de que sectores importantes del abstencionismo hayan votado movidos por el miedo al cambio.

¿Qué puede hacer, en esta coyuntura, el Partido Popular?: una labor institucional de oposición seria, constante, combinándola con un trabajo cívico, asociativo y cultural, con la pretensión de generar un tejido social que permita avanzar, poco a poco, en el seno de la sociedad vasca, reduciendo el impacto del control absoluto, ejercido durante varias décadas, por el nacionalismo.

En el plano nivel interno, varios son los retos: contener el riesgo de desbandada, renovar el liderazgo, crecer en número e implantación, evitar el aislamiento.

Parece difícil, a priori, que el Partido Popular, con un discurso “blando” en muchos aspectos y una militancia poco acostumbrada a la movilización, pueda cambiar de modelo y de espíritu. Pero las circunstancias que debe afrontar son excepcionales, lo que exige un nuevo estilo de partido y una nueva presencia social y cultural.

Otro reto se le presenta al Partido Popular vasco: el posible relevo de Jaime Mayor Oreja, lo que podría suceder en un par de años. Esta posibilidad podría explicar el relevante papel desempeñado por María San Gil en los preparativos del próximo congreso general del partido.

Fracasada la reciente estrategia “popular”, desvanecida la ilusión de una victoria a corto plazo, con un PNV consolidado en el gobierno de Vitoria al beneficiarse electoralmente de los sectores posibilistas del MLNV, ¿qué color debe tener la acción del Partido Popular? Entre otras cosas, debe de teñir de vasquismo positivo y constructivo sus contenidos, pues el españolismo y el vasquismo no son conceptos antagónicos, tal como se ha querido hacer ver desde el mundo nacionalista. Es más, lo vasco está en la raíz de lo español: ésta puede ser una de las claves de la “contrarrevolución” cultural que debe plantearse el Partido Popular a medio y largo plazo.

 

Partido Popular y PSOE.

El fracaso de la estrategia “popular” debe relativizarse. Es incuestionable que le ha permitido avanzar social y electoralmente. Pero la impaciencia, impuesta en parte por el sufrimiento de las víctimas del terrorismo y el sacrificio terrible de sus concejales, ha jugado una mala pasada.

Jaime Mayor Oreja sigue siendo un valor, de momento, fundamental para el partido. Debe permanecer en el País Vasco encabezando la oposición, por coherencia ideológica, por fidelidad a las víctimas y a toda la militancia que ha creído en él; al menos hasta que un nuevo liderazgo quede afianzado en el partido.

La estrategia seguida hasta el momento no debe cambiarse en sus directrices fundamentales; a lo sumo deben modificarse algunos aspectos: hay que continuar la batalla en el plano de las instituciones, en el seno de la sociedad civil, los medios de comunicación y en el mundo de las ideas, para retomar un día la iniciativa social que facilite un cambio. Ese cambio ya ha empezado en las grandes urbes; la dificultad mayor es introducirlo en las pequeñas ciudades y pueblos del País Vasco, donde el control formal e informal de la vida cotidiana por el nacionalismo es agobiante.

La resolución de la crisis que atraviesa el PSE/PSOE, motivada por la existencia de una corriente socialista partidaria del entendimiento con los nacionalistas que cuenta con el tradicional apoyo de Felipe González y el grupo PRISA, no es indiferente en estas circunstancias y más cuando circulan, de nuevo, rumores de la posible gestación de una “tregua”. El liderazgo de Nicolás Redondo Terreros, quien ha dimitido como consecuencia de la poco leal oposición interna de Odón Elorza y sus compañeros de viaje, constituía un importante asidero para la política de firmeza y claridad de Jaime Mayor Oreja.

De no revalidarse, en el transcurso del próximo Congreso extraordinario del PSE/PSOE, la línea mantenida por el dimitido, el Partido Popular se encontrará en una incómoda situación de aislamiento político e institucional en el País Vasco, lo que acrecentaría la incertidumbre sobre su futuro. Jaime Mayor Oreja lo ha entendido perfectamente, en un nuevo ejercicio de crudo realismo político, al declarar en ABC que “la izquierda social ha tenido más trascendencia que la derecha económica”, siendo, además, “el gran apoyo del entendimiento entre Partido Popular y PSOE”. Sumando lo anterior a la crisis desatada en el PSOE, se comprende que para el político popular, la estrategia de su partido pase por “dar una gran acogida” a la izquierda del País Vasco, por lo que tendría que hacerse “más popular y más vasco que nunca”. Este planteamiento, carente de cierto tacto, ha provocado un notable aluvión de críticas, demagógicas y desproporcionadas en cualquier caso, por parte de algunos líderes del PSOE de las que se han servido para marcar distancia y preparar futuros cambios tácticos, a la vez que empezaba a sonar en medios de PRISA el nombre de Patxi López (del sector crítico al dimitido dirigente socialista vasco) como alternativa a Redondo Terreros.

No es fácil, en cualquier caso, realizar esa apertura hacia la izquierda “social”. Una fórmula tradicional, para ello, consiste en incorporar al partido a alguna personalidad relevante procedente de ese medio político. Pero no olvidemos la amarga experiencia de Ricardo García Damborenea (cuyo nombre, paradójicamente, ha sido empleado como torpedo contra la línea de flotación de las expectativas de un vapuleado Nicolás Redondo Terreros). 

La existencia de dudas metódicas y la ausencia de una voluntad decidida, en el desarrollo de una estrategia política a largo plazo, en el principal partido de la izquierda española, no son nuevas. No olvidemos, por otra parte, que a esa labor de arrinconamiento de la identidad española en el País Vasco, de forma consciente o inconsciente, han contribuido en las últimas décadas sectores significativos de la “progresía” española.

Al proyecto nacionalista sólo puede hacer frente otro proyecto sin complejos, de contenidos claros y atractivos, liderado por unos políticos vascos en sintonía con los sectores sociales emergentes que reclaman un mayor protagonismo para la ciudadanía acallada desde el poder político y cultural dominante en el País Vasco. Jaime Mayor Oreja, pese a los golpes recibidos, reúne las mejores condiciones personales para afrontar un reto de tales características, en tanto no se consolide un liderazgo alternativo. En un futuro a medio plazo ya se verá si persiste en el empeño o se desvía de esta difícil, pero apasionante tarea, convocado por otras responsabilidades políticas de envergadura nacional.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 53, enero de 2002.

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