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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Una táctica del nacionalismo vasco: hartar al enemigo.

ETA viene practicando una táctica ya ensayada, con anterioridad, por buena parte de los llamados “Movimientos de Liberación Nacional” del tercer mundo. Más próximo -geográficamente- al País Vasco y Navarra, también la aplicó el Ejército Republicano Irlandés, el mítico IRA, durante tres décadas de actos terroristas. No obstante, existe una versión más pacífica y presentable de la misma. Incluso el nacionalismo vasco moderado la viene practicando, mediante otros recursos, con convicción: hartar al enemigo.

 

El antecedente de Irlanda del norte.

Ya lo intentó el IRA (Ejército Republicano Irlandés) en Irlanda del Norte mediante su estrategia de “sickening the british” (hartando a los británicos), cometiendo continuos actos terroristas contra las tropas británicas, si bien, no descuidó otras técnicas revolucionarias complementarias, como la agit-prop, la guerra psicológica, la subversión cultural, el encuadramiento de movimientos sociales de apoyo, el recurso a los medios de comunicación, el empleo de los resquicios judiciales, etc. No obstante, al cabo de los años, podemos concluir que su estrategia no produjo los resultados esperados. El largo y complejo proceso de paz irlandés, al que se llega como consecuencia del fracaso “militar”, con avances y retrocesos, tampoco parece haber conseguido las altas expectativas buscadas por los voluntarios del IRA; estando todavía hoy muy lejos de los niveles de autonomía disfrutados en el País Vasco y Navarra. Sin embargo, sus líderes lo vieron claro en su momento e impulsaron, en consecuencia, un cambio histórico: esa táctica, sustentada fundamentalmente en el terrorismo puro y duro, no resultó. Frente a un enemigo firme, que no cedía, había que intentar otras vías. Por ello optaron por la negociación y el diálogo.

                Por el contrario, sus camaradas vascos no han aprendido la lección y siguen con la misma táctica; tal vez por considerar que se encuentran más cerca de los objetivos propuestos, o por detectar, acaso, un cansancio importante entre sus enemigos: los españoles.

                ¿De donde surge la teoría en la que se apoyan tales tácticas?

                Miremos a la historia y retrocedamos unas décadas.

                En los años 50 y 60 del pasado siglo XX, numerosos movimientos de liberación nacional (MLN, en lo sucesivo), la mayoría de impronta marxista-leninista, se plantearon la misma cuestión. Había que derrotar al enemigo, ya fuera el opresor Estado burgués o la potencia colonial de turno. El reto era importante y parecía imposible: los MLN no eran nada y el enemigo, por el contrario, era todo. Esos MLN debían enfrentarse a los medios -materiales, personales y propagandísticos- inmensos de sus oponentes; mientras que ellos debían levantar un movimiento insurgente -y una nueva sociedad- prácticamente de la nada.

                Encontraron un ejemplo y una teoría. El ejemplo: la revolución china. La teoría: la contenida en el texto de Mao “Sobre la Guerra Popular y Prolongada” (1942). Como resultado de esa reflexión, numerosos grupos armados hicieron propia la guerra popular y prolongada, adaptándola a su concreto escenario como técnica de insurrección. Siguiendo a Mao, se pretendía implicar a toda la población en la lucha (recordemos la llamada “socialización del sufrimiento” y la “kale borroka”), en un intento de agotar al enemigo mediante la lucha armada, junto a otras modalidades revolucionarias subversivas. Ideada y empleada por Mao en China, aplicada por el FLN en Argelia, etc., su éxito más espectacular se alcanzó en Indochina, derrotando los comunistas a los norteamericanos y sus aliados locales.

Mao, Giap y sus aventajados alumnos, no concibieron un combate militar clásico. No se trataba de derrotar a un enemigo en el menor tiempo posible y en un escenario “clásico” de frentes territoriales y posiciones fijas. Aquí, en esta teoría y práctica, tiempo y espacio no importan. Tampoco es válida la división entre combatientes y civiles: todos estarían implicados, aunque no quisieran. Hay que mantener el conflicto durante largo tiempo, lo que implica avances y retrocesos que permitan al movimiento revolucionario consolidarse y ganar nuevos espacios sociales y territoriales; generando, a su vez, una joven sociedad en la que política, guerra y revolución sean inseparables. El objetivo de esa lucha de desgaste: la rendición del contrario por agotamiento, la negociación o la simple claudicación del enemigo.

                Esa es la teoría y práctica hecha propia por el IRA y por ETA en los años 70 y que, en el caso de la segunda organización, todavía considera sustancialmente válida.

                En este contexto, ¿tiene algo qué decir el nacionalismo vasco moderado?

 

Todos juntos contra el enemigo español.

                En diversos artículos, publicados en este mismo medio a lo largo de los últimos tres años, ya hemos denunciado las coincidencias tácticas y el camino común emprendido por todos los nacionalismos vascos. Aparcando diferencias ideológicas, aparentemente irreconciliables, están uniendo sus fuerzas en aras de un objetivo común: la independencia de la nación vasca, si bien, no olvidemos, siguen sin resolver la cuestión –trascendental para ellos, ciertamente- de la modalidad específica de “construcción nacional”.

Sorprendentemente, los llamados moderados, con sus acciones y con sus silencios, expertos en la “lucha cultural” desde la base social y las instituciones públicas que controlan, se suman a ese esfuerzo por agotar al enemigo común; por hartarlo, aunque no practican el terrorismo explícito. Sin duda, un ejemplo paradigmático de agitador, que nos viene a la cabeza, es el de Xavier Arzalluz. Experto demagogo, oportuno provocador, ha sabido conjugar las amenazas, explícitas o implícitas, con las exigencias reiteradas y constantes. No se trata de hablar por hablar. Buen conocedor, sin duda, de las técnicas de la agit-prop, siempre ha buscado un doble efecto con sus intervenciones: interno, de cara al consumo del nacionalismo vasco y, externo, de cara a la opinión pública española y sus élites políticas.

Frente al Estado español y sus recursos, había que emplear todo tipo de recursos. Las armas las empuñaron los cachorros de ETA; los medios legales y la agit-prop cultural las emplean los veteranos del PNV, además de diversas organizaciones del MLNV. En cualquier caso, había que conseguir un mismo objetivo: cansar al enemigo español, agotarlo, desmotivarlo, aprovechar todas sus fisuras internas...

                Y algo están consiguiendo entre todos ellos.

                No es infrecuente escuchar, entre muchos compatriotas, expresiones del tipo: “Que se maten entre ellos”, “Si dependiera de mi, ponía la frontera en el Ebro y me olvidaba de ellos”, etc. Pero, lamentablemente, esas expresiones, más sutiles, también se escuchan entre personas de la elite social: profesores universitarios, periodistas… En esas apreciaciones pesan, sin duda, la insolidaridad y el egoísmo propio de muchos de los que así opinan. Pero, seguro, también en ellos, o al menos en dosis apreciables, pesa el efecto perseguido: están hartos de que las noticias procedentes del País Vasco casi siempre sean negativas, arrojen sangre y dolor; sin que nada conforme a los nacionalistas.

 

No a la guerra.

                Pensamos, por tanto, que existe aparentemente, un cierto desgaste entre la población española, incluso entre amplias franjas sociales no afectadas directamente por el “conflicto”; un factor que el nacionalismo vasco quiere emplear, a modo de palanca, para ablandar la resistencia española ante sus pretensiones. Los efectos de esta guerra psicológica, de esta forma, también contribuyen al esfuerzo para el logro de los objetivos marcados por los estrategas de la tensión y el dolor. Pues de eso se trata: crear una división lo más ancha posible entre los buenos vascos y los odiados españoles.

                Existe un reparto en el trabajo. ETA mata, ensanchando el foso con sangre. El nacionalismo llamado democrático, lo hace con leyes en su ámbito, declaraciones, ideología, cultura… Todo está permitido para construir la nación vasca, una realidad no existente que, de nacer, lo hará a costa de la nación española, de sus vínculos históricos, culturales y humanos.

                Hoy día existe otro factor que puede facilitar esa pretensión nacionalista de hartar al enemigo: el “no a la guerra” manifestado reiteradamente por amplios sectores sociales españoles con motivo de la intervención anglo-americana en Irak, en cuanto expresa no tanto una convicción expresa, cuanto una renuncia previa a la lucha y a la defensa de unas ideas. Si la España que marcha detrás de las pancartas del “no a la guerra” es una población pacifista en cualquier caso, sin voluntad de afirmación, carente de convicciones acerca de su identidad y su destino colectivo; en tal caso, otro trecho más se habrá andado en el camino de la construcción vasca si saben reconducir ese pacifismo hacia un “no al terrorismo”, aunque sea cediendo en todo y a cualquier precio.

                Por todo ello, el anuncio de nuevas fases del Plan Ibarretxe, plante democrático, referéndum, etc., deben preocupar. No tanto por tratarse de propuestas realistas (pues no lo son, al tratarse de iniciativas ilegales que no pueden prosperar en el actual marco constitucional), como por manifestar una voluntad decidida (la nacionalista vasca) frente a otra dubitativa y poco firme (la expresada por importantes sectores de la sociedad española, especialmente entre la llamada izquierda, que parece carecer de una verdadera conciencia nacional).

                Una vez terminada la guerra de Irak, con la mirada puesta en las elecciones del 25 de mayo, nuevos retos se presentarán al pueblo español. Y no serán sólo los de la sucesión de Aznar y la globalización, sino, particularmente, el de su supervivencia como colectividad diferenciada, dotada de una memoria histórica operativa, con capacidad de proyección de futuro también en el exterior de nuestras fronteras.

                Es en este contexto donde debe analizarse –fríamente- el valor material y simbólico de unas elecciones que trasciende por completo los objetivos ordinarios de las mismas. Aquí no se juega una mera renovación municipal, de las diputaciones y del Gobierno Foral. Es el marco de convivencia el que está en juego. Y no sólo en el País Vasco. También Navarra está en la diana. El 25 de mayo se elige entre el actual marco, imperfecto y lleno de tensiones, y un salto al vacío de dimensiones revolucionarias que puede arrastrar a la nación española en su actual configuración.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 68, abril de 2003

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