Terrorismo moderno y nihilismo.
Una corriente de pensamiento decimonónica, un tanto olvidada, ha recobrado actualidad: el nihilismo. De la mano de las reflexiones filosóficas de André Glucksmann, el nihilismo está emparentado, en modalidades sorprendentes, con el fenómeno actual del terrorismo.
Narodnaya Volya.
Narodnaya Volya.
En el nacimiento y configuración del terrorismo moderno desempeñó un papel decisivo la efímera organización terrorista rusa, nutrida por igual de nihilismo y anarquismo, Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo). Esta paradigmática organización, en contra de lo que pudiera parecer como natural dadas sus creencias filosóficas, desplegó una importancia campaña terrorista contra la figura del zar y significativos responsables de su régimen.
Nacerá en círculos burgueses y universitarios en 1878, alimentándose de anarquismo y de nihilismo, actuando hasta 1881, año en que casi todos sus dirigentes y militantes cayeron, siendo ahorcados, en su mayor parte, a causa de las declaraciones de un traidor que denunció a sus antiguos correligionarios para salvar su vida: Degayev. El grupo pretendía la emancipación del pueblo ruso del yugo zarista, preconizando para ello la “acción directa” y la “propaganda por los hechos”, conceptos popularizados posteriormente por el anarcosindicalismo, desgastando así al prestigio del Zar y su régimen, a la vez que intentaban concienciar a las masas de su alto destino revolucionario. Al contrario que sus parientes ideológicos occidentales, no aceptaban las actuaciones individuales; sino que pretendían una única organización activista, unitaria y disciplinada, que desarrollara análogas tácticas y estrategias. Destacaron por el uso de explosivos, realizando alguno de sus colaboradores, ciertas innovaciones técnicas como, por ejemplo, la mezcla de la nitroglicerina con determinadas sustancias. Atentaron, hasta en 8 ocasiones, contra el zar Alejandro II, logrando acabar con su vida el 1 de marzo de 1881. Algunos supervivientes se integraron, finalmente, en otros grupos, llegando su influjo al Partido Socialista Revolucionario, principal núcleo opositor al zarismo -que de la mano de su “Organización de Combate” también practicó el terrorismo- hasta la irrupción de los Socialdemócratas bolcheviques y mencheviques.
Por las características de sus ideales no parecía razonable que fueran capaces de organizar un grupo estable y cohesionado, cuyos militantes estuvieran dispuestos a sacrificar sus vidas en aras de una ideología materialista que negaba toda trascendencia. Pero lo hicieron. Y marcaron el camino a nuevas generaciones de terroristas rusos y de cualquier otra nacionalidad y época.
El nihilismo.
Pero, ¿qué es el nihilismo? Entendemos por tal a la doctrina filosófica materialista que niega la existencia de cualquier creencia o realidad substancial. La realidad misma se remitiría a la propia nada. Todo sería un espejismo, todo discutible; ningún aspecto de la apariencia que conocemos como realidad sería objetivo.
El caso de Narodnaya Volya fue excepcional: ninguna otra organización en todo el mundo asumió de tal manera el nihilismo, aunque el anarquismo, del que también se nutrió intelectualmente compartiendo muchas ideas, se sintiera su heredero en alguna medida. Por otra parte, posteriormente, otras ideologías más “científicas” y revolucionarias le relevaron en la fundamentación filosófica y militar de las estrategias revolucionarias utópicas que recurrirían al terrorismo, como táctica aceptable moralmente; particularmente el marxismo-leninismo, al que también acompañó, en esa trayectoria, el nacionalismo radical, hasta la irrupción del islamismo yihadista casi un siglo más tarde.
André Glucksmann y el nihilismo.
Este concepto, el de nihilismo, ha vuelto a ponerse de moda a finales del siglo XX: un determinado nihilismo práctico, poco elaborado doctrinalmente, pero muy extendido en vulgata, se habría impuesto en la mentalidad común y en el comportamiento general de los occidentales de hoy día, quienes habrían abandonado en su mayor parte cualquier creencia religiosa y militancia política o social. Es decir, una mezcla de materialismo práctico y consumista, relativismo moral y naturalismo filosófico.
Estas conclusiones, elaboradas en diversos medios intelectuales y teológicos de la Iglesia católica, pero también en otros entornos culturales, ha encontrado un inesperado refuerzo en el polémico intelectual francés André Glucksmann, quien, junto a Bernard Henry Lévy y Alain Finkielkraut, fuera en su día uno de los protagonistas de la llamada “nueva filosofía”.
Para André Glucksmann el terrorismo islamista también estaría infectado poderosamente de un moderno nihilismo, entendido ante todo como el deseo de destruir por destruir.
A su juicio, existiría dos tipos de nihilismo: el activo, a decir de Nietzsche, que disfruta y promueve la destrucción, y el pasivo, que compartiendo la ausencia de creencias, deja a los terroristas destruir. Glucksmann ha expuesto esta teoría en su libro Dostoievski en Manhattan (Madrid, Taurus, 2002). Según su criterio, los islamistas serían auténticos nihilistas cuyo objetivo es matar por matar, como expresión de su poder. No pretenderían, en realidad, un cambio geopolítico real, ni tendrían nada que ganar. La religión, de esta manera, sería una mera excusa, una grotesca coartada intelectual, para la liberación de su atávica e instintiva pulsión destructiva.
Es posible que en muchos islamistas, o por extensión en muchos terroristas, actúe ese ánimo destructivo, activista, de la acción por la acción. Y, tal vez, a ese estado de ánimo, no sólo de los islamistas, también se llegue por el cansancio de la clandestinidad, el remordimiento por los sufrimientos causados, la impotencia personal experimentada al no haber alcanzado los objetivos marcados y la correspondiente huída vital hacia la nada. No obstante su atractivo, los expertos en terrorismo islamista no comparten esta teoría. Por el contrario, aseguran, los islamistas tienen unas convicciones muy concretas, de carácter religioso aunque interpretadas en clave ideológica totalitaria, persiguiendo unos objetivos políticos y sociales precisos, para los que han elaborado unas tácticas y estrategias más o menos adecuadas.
El discurso del odio y Occidente.
Glucksmann vuelve a abordar esta tesis en su nueva obra El discurso del odio (Madrid, Taurus, 2005), en la que profundiza, desde diversas perspectivas, en torno a la presencia misteriosa del mal y del odio en el hombre. Y lo hace particularmente, en las expresiones de odio hacia Estados Unidos, el judío y la mujer. Así afirma que “Es nihilista la voluntad de existir sin reglas o actuar sin prohibiciones. El horror de Beslan conjuga tres versiones de esta moderna patología. Está el nihilismo último, absoluto, del asesino suicida que se convierte en rehén de su toma de rehenes; no le importa la diferencia entre vida y muerte. Está el nihilismo activo, la estrategia a lo Putin del que se cree que puede permitírselo todo y ya no distingue entre mentira y verdad. Están los nihilistas pasivos, nosotros, que sin principio de realidad, con los ojos cerrados, permitimos todo a los que se lo permiten todo. El nihilista planea por encima de las diferencias humanas, demasiado humanas, más allá del bien y del mal, de la existencia o de la no existencia, de lo verdadero y de lo falso” (página 39).
En cualquier caso, las consideraciones de Glucksmann evidencian un dato objetivo y preocupante: la incapacidad moral de buena parte de la sociedad occidental para oponer, frente al terrorismo, ideales, firmeza y principios; y ello, tanto por parte de sus dirigentes, como por la del propio pueblo. Perdido el principio de realidad, si todo es indiferente y relativo, si no existe el bien, pero tampoco el mal, ¿en qué fuerzas morales nos apoyaremos para afrontar el desafío del terrorismo islamista? ¿Tenemos capacidad de sufrimiento y sacrificio? Sin duda, Glucksmann plantea un interrogante dramático de cuya respuesta depende, en buena medida, el futuro de nuestra civilización.
De esta forma, el nihilismo, ideología supuestamente olvidada, recupera una dramática actualidad, también de la mano de su profunda incidencia social, de insospechadas consecuencias prácticas.
Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 93, mayo de 2005.
0 comentarios