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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Las razones del éxito de El Código da Vinci.

José Antonio Ullate Fabo nos descubre, en una reciente obra, las claves del éxito del libro El Código da Vinci: siendo mucho más que una mera narración, difunde una auténtica doctrina gnóstica adaptada a la mentalidad individualista y hedonista de hoy día.

 

La verdad  sobre El Código da Vinci.
El navarro José Antonio Ullate Fabo, periodista de gran experiencia en el campo de la opinión religiosa y licenciado en Derecho, nos descubre, en un reciente libro, las claves de la novela El Código da Vinci, uno de los mayores éxitos comerciales acaecidos últimamente. Nos referimos a La verdad sobre el Código da Vinci (Libroslibres, Madrid, octubre de 2004, 190 páginas).
                En la novela de Dan Brown, nos explica Ullate, se superponen dos narraciones: una trama de acción, y un discurso presuntamente histórico soporte de la anterior. Y, por lo que respecta al segundo discurso, ya son varios los libros publicados que refutan los numerosos errores de carácter histórico, cuando no burdas manipulaciones, presentados en el texto casi como una auténtica revelación. Pero el autor del libro que hoy comentamos va más allá. No se limita únicamente a explicar las 37 falsificaciones más desvergonzadas de El Código da Vinci, situándonos así ante la verdad de la historia (los hechos históricos son datos objetivos, no siendo susceptibles de interpretación y encaje forzado). Ullate, además, profundiza en las razones por las que una novela, escasamente sobrada de calidad literaria y plagada de errores históricos, ha alcanzado un éxito tan espectacular como inesperado. En definitiva, ¿por qué ha obtenido semejante aceptación popular?

 

Vino viejo en odres nuevos.
                Ambas narraciones responden a una diáfana lógica interna. Según la novela de Dan Brown, sustentada en unos hechos que asegura su autor son de riguroso carácter histórico, la religiosidad natural se manifestaba inmemorialmente en el denominado “culto a la diosa”, de resonancias ecofeministas y poco originales bases gnósticas, entrelazadas con numerosas expresiones de la moderna New Age. El propio Jesús así la habría practicado, manteniendo una relación sentimental con María Magdalena, generando una descendencia natural sorprendentemente entroncada con la dinastía de los merovingios galos… Una misteriosa organización, el Priorato de Sión (existió una organización así denominada hace décadas, en la que se inspira el autor, impulsada por un lunático completamente desacreditado), habría salvaguardado -durante dos mil años- la llama de esa verdad eterna falsificada por la mayor conspiración de la historia; es decir, la mantenida supuestamente por la Iglesia católica al desvirtuar el contenido real de las enseñanzas de Jesús y transformarlas en una religión machista y violenta. Y todo ello amalgamado con unas superficiales y supuestas interpretaciones esotéricas de la vida y algunas de las obras del genial Leonardo da Vinci. Si, antaño, para los gnósticos, la causa del mal radicaba en el demonio, o en la materia…, en la actualidad, sería la misma Iglesia la responsable. En realidad, nada nuevo.
Pero no pensemos que esas fantasías y viejas doctrinas, gnósticas y panteístas, nada tienen que ver con la realidad cotidiana: al contrario, y mucho. Veámoslo. “El fin de la religión de la diosa es que la responsabilidad del sujeto se diluya, lo mismo que el binomio mérito - culpa, y que su lugar lo ocupe una conciencia espontánea de armonía con el todo. A partir de entonces la conciencia queda tranquilizada, porque el bien y el mal adquieren un significado nuevo, sin el dramatismo que tienen para el común de los mortales. El bien es estar en armonía con el universo, ser el universo. El mal es la falta de armonía, el desequilibrio. En la práctica la norma se vuelve tremendamente sencilla: haz lo que quieras mientras no introduzcas violencia, tensión, desarmonía. Así gozarás y además estarás siendo piadoso. El mal queda reducido a lo que violenta físicamente a alguien. La vida, entonces se hace fácil, mórbida. Se logra el máximo de la autoindulgencia: lo que apetece es el sexo y, casualmente la forma de «identificarme con la totalidad» es el sexo”. Ullate, autor de esas clarificadoras líneas (páginas 117 y 118 de su libro) afirma igualmente que esa espiritualidad se proyecta como “…«complemento del alma» de la vida moderna”, concretándola en el individualismo práctico, la negación de una verdad absoluta, el escepticismo generalizado, la búsqueda del placer por encima del deber, el sentimiento como instrumento para afrontar la realidad en detrimento de la razón... En resumen, configura una religiosidad nada exigente y acomodaticia, calificada por nuestro autor, en uno de sus numerosos destellos humorísticos, como “espiritualidad de cafetería”, políticamente correcta.

 

Apologética,  rigor histórico, razón.
                Por todo ello la novela ha tenido éxito: la narración, con sus errores históricos y la tesis subyacente, se ha sembrado en el fértil terreno de una receptiva mentalidad común y sus valores hoy predominantes.
En este contexto, la tercera parte del libro, “Lo que hay detrás (del velo de la diosa)”, en la que desmenuza la significación antigua y la vigencia actual del gnosticismo, tanto en su configuración de la mentalidad dominante, como en su oposición a las verdades pregonadas desde siempre por la Iglesia católica, es esclarecedora… y muy recomendable si queremos conocer la realidad y calado de los cambios sociales en marcha.
                El libro aporta unas esperanzadoras conclusiones, lógica consecuencia del interés que el autor muestra por los lectores. Si ha desmenuzado los errores del libro, sus falsas tesis y las consecuencias morales, sociales y religiosas de todo ello, el texto quedaría corto si no nos señalara la tierra firme en la que caminar. Y nada mejor para ello que las poesías de Eliot, recogidas al final de su obra, que nos remiten a Jesucristo y su Iglesia. El texto de Ullate, por tanto, adquiere un carácter apologético incuestionable que, no obstante, no le priva de rigor histórico, lo que, junto a una exaltación de la razón, casan de manera extraordinaria en una síntesis  recomendable no sólo para los lectores de El Código da Vinci, sino para todos los que quieran adentrarse en los mecanismos morales de la postmodernidad y fortalecer su fe.
                “Cuando la gente deja de creer en Dios no es que no crea en nada, es que cree en cualquier cosa”. Esa paradójica reflexión, atribuida a Chesterton y también recogida por el escritor, nos sitúa ante un grave problema. El hombre de hoy, educado en la crítica por la crítica y en la lucha contra cualquier dogma, queda indefenso ante productos carentes del mínimo rigor, como el diseccionado por Ullate. Y también prestará crédito, con sorprendente ingenuidad, a cualquier supuesta conspiración oculta explicativa de la existencia del mal en el mundo, y del propio, que ni quiere ni puede combatir.
                Esta incursión de nuestro autor, en el debate actual de las ideas, además de constituir una grata sorpresa, ha sido particularmente oportuna. Esperemos que en el futuro nos siga sorprendiendo con otras páginas tan atractivas como las comentadas.

 

 

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Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 86, octubre de 2004

 

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