Por qué triunfa El Código Da Vinci.
Un libro, La verdad sobre el Código da Vinci, descubre las claves del éxito de la novela de Dan Brawn: una narración sustentada en viejas doctrinas gnósticas adaptadas al individualismo y hedonismo de hoy día.
El escritor José Antonio Ullate Fabo nos descubre, en La verdad sobre el Código da Vinci (Libroslibres, Madrid, octubre de 2004, 190 páginas), las claves de la novela de Dan Brawn, uno de los mayores éxitos comerciales de los últimos decenios.
Son dos las narraciones que se sustentan entre sí: la más visible trama de acción, y un discurso presuntamente histórico presentado, casi, como una auténtica revelación. Diversos textos ya han refutado sus numerosas imprecisiones históricas. Ullate va más allá de una detallista explicación de las 37 falsificaciones más desvergonzadas de la novela. La cuestión es otra. Una novela, más o menos correctamente elaborada, desde la perspectiva literaria, pero marcada por sus abultados errores históricos, ¿cómo ha alcanzado semejante éxito?
Conforme la tesis histórica mantenida por Dan Brown, la religiosidad natural primigenia se manifestaba en el que denomina “culto a la diosa”. También Jesús la habría preconizado, manteniendo una relación sentimental con María Magdalena que originó una descendencia sorprendentemente entroncada con los merovingios siglos después. El Priorato de Sión (existió una organización así denominada, hasta hace unos pocos años, inspirándose el autor en ella, impulsada por un lunático finalmente desenmascarado) habría salvaguardado esa verdad, durante casi dos mil años, frente a la conspiración de una Iglesia católica empeñada en desvirtuar las enseñanzas de Jesús, transformándolas en una religión machista y violenta. Como hilo conductor, Dan Brown atribuye contenidos esotéricos a algunas de las obras del genial Leonardo da Vinci, destacado miembro, además, del Priorato. Antaño, para los gnósticos, antecesores de este ecofeminista culto que impregna muchas manifestaciones de la moderna New Age, el mal del mundo radicaría en el demonio o en la materia. Ahora, sería la propia Iglesia la responsable de todos los males.
En la tercera parte del libro, “Lo que hay detrás (del velo de la diosa)”, se desmenuza lúcidamente la significación histórica y vigencia actual del gnosticismo; un conjunto de excéntricas doctrinas, recordemos, cuyo conocimiento aseguraría la salvación de unos cuantos iniciados, en oposición a la vocación universal de la Iglesia.
Esas fantasías y viejas doctrinas gnósticas y panteístas, ¿tienen algo que ver con la realidad cotidiana? “El fin de la religión de la diosa es que la responsabilidad del sujeto se diluya, lo mismo que el binomio mérito - culpa, y que su lugar lo ocupe una conciencia espontánea de armonía con el todo. A partir de entonces la conciencia queda tranquilizada, porque el bien y el mal adquieren un significado nuevo, sin el dramatismo que tienen para el común de los mortales. El bien es estar en armonía con el universo, ser el universo. El mal es la falta de armonía, el desequilibrio. En la práctica la norma se vuelve tremendamente sencilla: haz lo que quieras mientras no introduzcas violencia, tensión, desarmonía. Así gozarás y además estarás siendo piadoso. El mal queda reducido a lo que violenta físicamente a alguien. La vida, entonces se hace fácil, mórbida. Se logra el máximo de la autoindulgencia: lo que apetece es el sexo y, casualmente la forma de «identificarme con la totalidad» es el sexo”. Para Ullate, autor de las anteriores líneas (páginas 117 y 118), esta espiritualidad encajaría con el alma moderna; caracterizada ésta por el individualismo, la negación de una verdad absoluta, el escepticismo, la búsqueda del placer por encima del deber, el sentimiento como instrumento para afrontar la realidad en detrimento de la razón... Es decir, una “espiritualidad de cafetería” nada exigente.
Esa es la razón de su éxito: la novela, con tales errores históricos y la propuesta de esa pseudoespiritualidad, se ha sembrado en el fértil terreno de la mentalidad dominante.
“Cuando la gente deja de creer en Dios no es que no crea en nada, es que cree en cualquier cosa”. Esa paradójica reflexión, atribuida a Chesterton y recogida por el escritor, nos sitúa ante el hombre de hoy que, pese a crecer en la crítica sistemática y la impugnación de todo dogma, queda indefenso ante propuestas culturales incompatibles con el empleo de la razón. Ullate, ante semejante panorámica, también señala una tierra firme en la que caminar: nada mejor, para ello, que algunas poesías de Eliot que nos remiten a Jesucristo y su Iglesia. El texto alcanza, así, un sorprendente carácter apologético que se suma a su rigor histórico y a la exaltación de la razón; convirtiéndole en una síntesis recomendable no sólo para los lectores de El Código Da Vinci, sino para todos los que quieran adentrarse en los mecanismos morales y mentales de la postmodernidad.
Libertad Digital, 10 de noviembre de 2004.
0 comentarios