El PNV, ¿un nuevo Zentrum?
“¿Acaso creen que ilegalizando a Batasuna, desaparecerá la violencia?” Ese es el principal argumento esgrimido por el PNV ante la posibilidad de que, empleándose los mecanismos previstos en la nueva Ley Orgánica de Partidos Políticos, quede Batasuna fuera de la legalidad; expectativa que los asesinatos de Santa Pola han acelerado.
Pero con este argumento, aparentemente elemental y transparente, el PNV se equivoca.
No confundamos principios y medios. Aquí, y ahora, lo que se juega se sitúa, en primer término, en el orden de los principios. Un elemental sentido de la justicia exige que ETA sea perseguida hasta las últimas consecuencias, desde la legalidad democrática, con todos los medios que el ordenamiento constitucional pone a su disposición. Por justicia y respeto a la memoria del millar de asesinados, víctimas del terrorismo de ETA, y a la de los miles de sus familiares, golpeados sin remedio para siempre. Como reconocimiento a los innumerables exiliados que, a la fuerza, ya no viven en su tierra vasca. Para compensar –aunque sea mínimamente- el miedo que sufren, a causa del terror cotidiano al que están sometidos, cientos de miles de amenazados. Para romper el muro del aislamiento que padece media sociedad vasca. Para reparar, en lo que se pueda, los daños morales causados a la ciudadanía española. Batasuna tiene que ser ilegalizada. Es más: esa medida tenía que haberse tomado hace dos décadas. Pero no se tuvo ni la lucidez ni el coraje necesarios para concebirla, a causa del profundo complejo de inferioridad de quiénes pudieron hacerlo, ante un nacionalismo, entonces, crecido y moralmente triunfante.
El PNV argumenta, frente a lo inevitable, con un razonamiento táctico. Es posible que, al menos en parte, tenga razón, y que a corto plazo aumente la violencia, la brecha social vasca se ensanche y los ánimos de los violentos se desboquen. Se trata, en cualquier caso, de una opción que no se ha intentado, todavía, en España, y cuyos efectos, a medio y largo plazo, pueden ser beneficiosos en la lucha contra el terrorismo, al igual que otras medidas vienen probando su eficacia en este terreno en los últimos años, caso de la cooperación internacional y la presión judicial. No olvidemos, por otra parte, que constituye un recurso ya empleado por otros Estados de nuestro entorno político y geográfico. Pero, sobre todo, es cuestión de JUSTICIA.
Siguiendo por este nuevo camino se corre un alto riesgo, naturalmente. Ya sabemos que ETA y sus seguidores no son colegiales, ni aficionados. Luchan, desde hace décadas, con todas las armas a su alcance para triunfar. Por eso, el PNV no descubre nada nuevo. Y, también por lo mismo, no podemos creerle. ¿Qué ocultos motivos tiene, entonces, el PNV para oponerse a la ilegalización de Batasuna?
En el orden de los valores éticos, ningún principio inspirador de las esencias democráticas y humanistas del PNV puede oponerse: no es un partido revolucionario y antisistema.
El PNV quiere la independencia, pero también es un partido realista y pragmático. Al menos, lo fue. Lo que le da pánico, realmente, es la incertidumbre. Quiere controlar la situación: lleva muchos años haciéndolo o, al menos, creyéndolo así. Con una estrategia secesionista a corto o medio plazo sin definir por completo, el que una de sus piezas se desbarate, puede afectar al resto. No le interesa que un sector de “su” pueblo esté fuera de la ley. Con Batasuna en las alcantarillas, ¿qué partido “gestionará” sus votos y con qué condiciones de ETA?, ¿se desatará una ofensiva sin aparente término desde la organización terrorista?, ¿rebrotará con mayor virulencia la “kale borroka”?, ¿se volverá esa izquierda violenta radical contra los acomodados burgueses del PNV, harta de que otros “recojan las nueces”? Y ahí el PNV, a causa de sus responsabilidades de gobierno ante la sociedad civil vasca, tiene mucho que perder. Pero es esa misma sociedad, a la que el PNV se debe, la que más puede padecer: en estabilidad interna, en desarrollo económico, en cohesión social, en seguridad personal, incluso, en credibilidad internacional... Este histórico, exdemocristiano y viejo PNV, es un partido “burgués”: le encantaría una secesión pacífica y ordenada, “civilizada”, guardando todos los muebles de su casa en perfecto orden. Y después, que todo continuara igual. Es un partido ingenuo, por tanto: desconoce, mejor dicho, no quiere ver, la naturaleza profundamente rupturista y revolucionaria de ETA y Batasuna. Y eso que, ETA, ya a mediados de los 60, rompió con el Gobierno vasco, con el credo democrático y el cristianismo; todo lo más querido por su padre, el PNV.
El PNV se equivoca, pues, subordinando los principios a los medios, traiciona una trayectoria histórica en la que la rectitud de conciencia y la fidelidad a los principios del humanismo cristiano, marcaron su vida en la intemperie, la guerra y la clandestinidad. Pero el ejercicio del poder le ha transformado: se ha vuelto arrogante, desprecia a los débiles (a las víctimas, en este caso), rechaza su propia historia para lanzarse en brazos de un hijo desnaturalizado que jamás volverá “a casa”. O, acaso, ¿ha sido “infectado” por el mismo virus que ha provocado la fiebre de su hijo? En realidad, al PNV le traiciona su comodidad: no quiere ver más allá de las apariencias, le horroriza perder la posición en las instituciones vascas que ha alcanzado por primera vez en la historia, el poder en definitiva. Y en ese ejercicio de cinismo ha perdido, además, el sentido de la realidad: alimenta la criatura que puede volverse en su contra, que ya no controla y que no le admite lecciones. Una compleja realidad social combatiente que tiene un proyecto propio político-militar que no acaba en la independencia, y que no cejará hasta forjar, con métodos revolucionarios, la sociedad socialista que persigue.
Por ello, le da pánico que Batasuna sea ilegalizada. Cree, ingenuamente, que en la legalidad será más fácil contener al MLNV y que, una vez Euskal Herria sea independiente, el movimiento se desinflará.
El PNV tiene que elegir: la fidelidad a su historia y a la realidad o imitar al Zentrum y entregarse a los nuevos paganos.
Pero con este argumento, aparentemente elemental y transparente, el PNV se equivoca.
No confundamos principios y medios. Aquí, y ahora, lo que se juega se sitúa, en primer término, en el orden de los principios. Un elemental sentido de la justicia exige que ETA sea perseguida hasta las últimas consecuencias, desde la legalidad democrática, con todos los medios que el ordenamiento constitucional pone a su disposición. Por justicia y respeto a la memoria del millar de asesinados, víctimas del terrorismo de ETA, y a la de los miles de sus familiares, golpeados sin remedio para siempre. Como reconocimiento a los innumerables exiliados que, a la fuerza, ya no viven en su tierra vasca. Para compensar –aunque sea mínimamente- el miedo que sufren, a causa del terror cotidiano al que están sometidos, cientos de miles de amenazados. Para romper el muro del aislamiento que padece media sociedad vasca. Para reparar, en lo que se pueda, los daños morales causados a la ciudadanía española. Batasuna tiene que ser ilegalizada. Es más: esa medida tenía que haberse tomado hace dos décadas. Pero no se tuvo ni la lucidez ni el coraje necesarios para concebirla, a causa del profundo complejo de inferioridad de quiénes pudieron hacerlo, ante un nacionalismo, entonces, crecido y moralmente triunfante.
El PNV argumenta, frente a lo inevitable, con un razonamiento táctico. Es posible que, al menos en parte, tenga razón, y que a corto plazo aumente la violencia, la brecha social vasca se ensanche y los ánimos de los violentos se desboquen. Se trata, en cualquier caso, de una opción que no se ha intentado, todavía, en España, y cuyos efectos, a medio y largo plazo, pueden ser beneficiosos en la lucha contra el terrorismo, al igual que otras medidas vienen probando su eficacia en este terreno en los últimos años, caso de la cooperación internacional y la presión judicial. No olvidemos, por otra parte, que constituye un recurso ya empleado por otros Estados de nuestro entorno político y geográfico. Pero, sobre todo, es cuestión de JUSTICIA.
Siguiendo por este nuevo camino se corre un alto riesgo, naturalmente. Ya sabemos que ETA y sus seguidores no son colegiales, ni aficionados. Luchan, desde hace décadas, con todas las armas a su alcance para triunfar. Por eso, el PNV no descubre nada nuevo. Y, también por lo mismo, no podemos creerle. ¿Qué ocultos motivos tiene, entonces, el PNV para oponerse a la ilegalización de Batasuna?
En el orden de los valores éticos, ningún principio inspirador de las esencias democráticas y humanistas del PNV puede oponerse: no es un partido revolucionario y antisistema.
El PNV quiere la independencia, pero también es un partido realista y pragmático. Al menos, lo fue. Lo que le da pánico, realmente, es la incertidumbre. Quiere controlar la situación: lleva muchos años haciéndolo o, al menos, creyéndolo así. Con una estrategia secesionista a corto o medio plazo sin definir por completo, el que una de sus piezas se desbarate, puede afectar al resto. No le interesa que un sector de “su” pueblo esté fuera de la ley. Con Batasuna en las alcantarillas, ¿qué partido “gestionará” sus votos y con qué condiciones de ETA?, ¿se desatará una ofensiva sin aparente término desde la organización terrorista?, ¿rebrotará con mayor virulencia la “kale borroka”?, ¿se volverá esa izquierda violenta radical contra los acomodados burgueses del PNV, harta de que otros “recojan las nueces”? Y ahí el PNV, a causa de sus responsabilidades de gobierno ante la sociedad civil vasca, tiene mucho que perder. Pero es esa misma sociedad, a la que el PNV se debe, la que más puede padecer: en estabilidad interna, en desarrollo económico, en cohesión social, en seguridad personal, incluso, en credibilidad internacional... Este histórico, exdemocristiano y viejo PNV, es un partido “burgués”: le encantaría una secesión pacífica y ordenada, “civilizada”, guardando todos los muebles de su casa en perfecto orden. Y después, que todo continuara igual. Es un partido ingenuo, por tanto: desconoce, mejor dicho, no quiere ver, la naturaleza profundamente rupturista y revolucionaria de ETA y Batasuna. Y eso que, ETA, ya a mediados de los 60, rompió con el Gobierno vasco, con el credo democrático y el cristianismo; todo lo más querido por su padre, el PNV.
El PNV se equivoca, pues, subordinando los principios a los medios, traiciona una trayectoria histórica en la que la rectitud de conciencia y la fidelidad a los principios del humanismo cristiano, marcaron su vida en la intemperie, la guerra y la clandestinidad. Pero el ejercicio del poder le ha transformado: se ha vuelto arrogante, desprecia a los débiles (a las víctimas, en este caso), rechaza su propia historia para lanzarse en brazos de un hijo desnaturalizado que jamás volverá “a casa”. O, acaso, ¿ha sido “infectado” por el mismo virus que ha provocado la fiebre de su hijo? En realidad, al PNV le traiciona su comodidad: no quiere ver más allá de las apariencias, le horroriza perder la posición en las instituciones vascas que ha alcanzado por primera vez en la historia, el poder en definitiva. Y en ese ejercicio de cinismo ha perdido, además, el sentido de la realidad: alimenta la criatura que puede volverse en su contra, que ya no controla y que no le admite lecciones. Una compleja realidad social combatiente que tiene un proyecto propio político-militar que no acaba en la independencia, y que no cejará hasta forjar, con métodos revolucionarios, la sociedad socialista que persigue.
Por ello, le da pánico que Batasuna sea ilegalizada. Cree, ingenuamente, que en la legalidad será más fácil contener al MLNV y que, una vez Euskal Herria sea independiente, el movimiento se desinflará.
El PNV tiene que elegir: la fidelidad a su historia y a la realidad o imitar al Zentrum y entregarse a los nuevos paganos.
El semanal digital, Nº 90, 12 de agosto de 2002.
0 comentarios