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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

El Partido Popular ante los nacionalismos periféricos.

            Las fuerzas políticas nacionalistas han radicalizado, en estos últimos 4 años, su actuación en diversos ámbitos. Puede decirse, incluso, que el “estado de las autonomías” ha hecho crisis. ¿Qué papel ha desarrollado ante este panorama el Partido Popular?. En este artículo se responde a ese interrogante, proporcionando algunas claves para entender la actual coyuntura.

 

Introducción.

            El gobierno del Partido Popular es el primero que, casi, ha agotado una legislatura de 4 años, conforme el plazo temporal máximo previsto en la vigente Constitución española.

            Por lo que respecta a la articulación de nuestra realidad territorial, el esquema constitucional aplicado, en su fórmula salomónica de la “España de las autonomías”, ha hecho crisis.

Hasta hace 4 años era lugar común que esa original estructuración de España, en torno a “nacionalidades históricas” y “comunidades autónomas”, funcionaba perfectamente, constituyendo uno de los “grandes logros” de este período histórico.

            Al cabo de 4 años tal esquema es impugnado claramente, y no sólo por parte de los partidos independentistas (EH, EA, BNG y ERC), sino también por otras fuerzas nacionalistas más moderadas (PNV, CiU y CC), incluso por formaciones antes regionalistas (PAR y UM). Pero lo más grave es que un partido de ámbito nacional como es el PSOE empieza a cuestionar, al menos por alguna de sus figuras, tal articulación: es el caso del PSC-PSOE de Maragall, que como principal baza política invoca al federalismo como fórmula mágica para salir de la actual situación (coincidiendo en ello con Izquierda Unida e Iniciativa por Cataluña).

            Por todo ello, es el momento de reflexionar y valorar la acción política del Partido Popular ante la presión disolvente de los partidos nacionalistas periféricos durante estos últimos 4 años de la vida española.

 

Presupuestos.

            En necesario considerar, en primer lugar, algunos presupuestos que condicionan en forma muy notable a este partido político hasta ahora en el gobierno nacional.

 

I)El PP omite la historia de sus propios orígenes, es decir, su procedencia sociológica y doctrinal. Salvo en algunos ámbitos, como los de la Fundación Cánovas del Castillo, se ignora y se hace tabla rasa de los antecedentes de la derecha española y, no digamos ya, del pensamiento tradicional español. Al contrario. Observamos, atónitos, a un Presidente del Gobierno que se remite a Manuel Azaña como su inspirador. No podemos menos que considerarle como un intelectual alejado de la realidad, sobrevalorado hoy día en su capacidad, débil ante la presión de los radicales de la izquierda de entonces y, por último, profundamente sectario. Pío Moa, en su libro “Los orígenes de la guerra civil española”, expone de forma rigurosa el papel jugado por Manuel Azaña en el sentido antes descrito.

Si esas referencias doctrinales son las del PP, partiendo de que “no se puede dar lo que no tiene”, el mismo se encuentra prisionero de tales presupuestos, lo que también condiciona su voluntad ante el reto nacionalista.

 

II) El gobierno del Partido Popular nació con un déficit electoral que ha condicionado su práctica política en esta sexta legislatura: la carencia de una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Ello le ha obligado desde el principio a pactar, en una precaria estabilidad, con una serie de fuerzas políticas de carácter nacionalista: PNV, CIU y CC. Recordemos aquí la polémica producida al inicio de la legislatura con la aprobación del nuevo Código Penal y la promesa electoral de cumplimiento íntegro de las penas por los terroristas, que puso en evidencia las dificultades que encontraría en otros proyectos de cierta envergadura.

También ha necesitado contar con otras fuerzas regionalistas, actualmente en crisis de identidad y en ruptura con el PP, como son el PAR, UM y UV.

El caso navarro es distinto, al no existir el PP en este territorio foral y encontrarse vigente un acuerdo permanente de colaboración política con Unión del Pueblo Navarro, ratificado en el mes de enero de 2.000.

 

III) Un tercer factor condicionante es el desprestigio en que se encuentra sumida cualquier propuesta de “proyecto nacional” español desde los “mass media” y el mundo académico y universitario. Todo intento al respecto es descalificado a priori como una expresión no deseable de “nacionalismo español”, sinónimo de retrógrado, tardo - franquista, etc.; al contrario que en el caso de los proyectos nacionalistas periféricos en marcha (los de los gobiernos de Cataluña y Comunidad Autónoma Vasca, fundamentalmente, aunque sin olvidar la marcha ascendente del BNG), admitidos como inevitables y progresistas por los herederos ideológicos del 68 (donde encontramos la génesis de la mentalidad hoy día dominante).

 

IV) Exclusión del catolicismo como elemento históricamente vertebrador del pueblo español.

            Para que un proyecto nacional -o de otro tipo- sea posible, debe nacer y sustentarse en un pueblo, pues se convertiría en caso contrario en un cenáculo reñido con la realidad.

            En España ese pueblo que la ha encarnado está desapareciendo, siendo sustituido por una abstracta suma matemática de voluntades individuales, unidas por la búsqueda del bienestar, bajo el paraguas constitucional y una mínima ética social.

            No puede hablarse -a nuestro juicio- de “pueblo español” sin remitirse al cristianismo, como factor vertebrador del mismo.

Buena parte de la historiografía moderna responsabiliza a la Iglesia católica del “atraso secular” de España. Y, a su juicio, su papel se limitaba a la mera defensa de los intereses del alto clero y de los poderosos. No se admite, bajo ningún concepto, que Iglesia y pueblo formaran un “uno” generador de energías positivas y constructivas en múltiples campos. Y ese proceso de eliminación del catolicismo de la conciencia colectiva también se ha verificado en la vida pública, en particular, en la acción política.

Actualmente no es “políticamente correcto” pretender que el catolicismo salga de las sacristías. A la Iglesia católica se le ha marginado y apartado de la vida pública, salvo en algunas ceremonias entendidas como residuos, en regresión, de épocas pretéritas.

Y respecto al proceso descrito, el PP ha jugado un papel cuanto menos ambiguo.

            Como consecuencia de todo ello, salvo algunas excepciones, casi nadie, y menos desde un PP que ganará las elecciones en tanto se asegure los votos del centro sociológico, reivindica como deseable la recuperación de la memoria colectiva del pueblo español y de los elementos que la configuraron.

 

Características de la acción gubernamental popular.

            A partir de tales premisas, y tras 45 meses de gobierno “popular”, deducimos algunas características de su acción política, derivadas de esa “ausencia” doctrinal (que ya se observaba en el programa electoral popular “Con la nueva mayoría” del año 1.996) y de esa aparente falta de voluntad:

 

1. Actuación a la defensiva ante las diversas iniciativas nacionalistas: ya políticas, lingüísticas, educativas, etc. Su expresión más significativa ha sido la actuación del ejecutivo popular durante la liquidada “tregua indefinida” de la banda terrorista ETA. Nunca sabremos si el gobierno pudo hacer algo más para “allanar los caminos de la paz”. Pero tememos que el inmovilismo del Gobierno sea una consecuencia de la ausencia de proyecto. Así, como estrategia en ese terreno, sólo ha concebido la defensa de la Constitución. Y como tácticas, la lucha policial y la movilización ciudadana a raíz de Ermua. Observados todos los movimientos realizados con ocasión de esa mal llamada “tregua”, ha demostrado cierta incapacidad de liderar iniciativas al respecto.

 

2. Reducción genérica del “proyecto nacional” español a los principios encarnados en la Constitución Española vigente y a una ética civil de los valores comunes, sin que se adviertan movimientos de rectificación.

Buena parte del electorado popular no se identifica con la política ejecutada por la dirección del PP en ese sentido: por origen, se trata de un electorado de conciencia española.

            El PP invoca al bienestar, a los valores constitucionales y poco más. El nacionalismo periférico resuelve problemas cotidianos en los ayuntamientos, lucha en el campo de la ecología, promueve vivencias comunitarias, habla de sexo, lucha por su concepto de “patria”, promueve formas de tradición. La cultura y otros aspectos de la vida son abandonados por el PP, salvo francotiradores aislados, cediendo esos terrenos a quienes realmente trabajan en ello. Con tal renuncia se facilita la manipulación, de la cultura e idiomas como el euskera, por parte de los estrategas nacionalistas; concebido todo ello como herramientas de confrontación, división y revolución cultural.

            Así, el PP, sin objetivos ambiciosos a medio y largo plazo, se vacía de contenido ideológico, limitando su estrategia a un proyecto de simple conservación y ejercicio del poder estatal.

 

3. Progresiva marginación en el PP de las voces discrepantes con la actual evolución en este campo. El caso más conocido es el de Aleix Vidal-Quadras en Cataluña. Y como situación más sangrante, el de algunas de las víctimas “populares”: concejales y  militantes, atacados por representar a “lo español” y que PP y UPN no han sabido -o querido-  apoyar de forma efectiva (así, las dimisiones de concejales regionalistas afectados por la “kale borroka” en las localidades navarras de Villava y Noáin, que argumentaron en esa coyuntura no sentirse respaldados por su partido).

            Otro aspecto a considerar, en lo que se refiere al liderazgo y configuración del PP, es la ausencia, numéricamente significativa, de políticos cristianos en el mismo, salvo excepciones como Jaime Mayor Oreja; lo que limita las posibilidades de dotar de contenidos ideológicos claros a ese partido y de conectar con la base de su propio electorado.

 

Principales retos del nacionalismo periférico.

            Por último mencionaremos dos acciones político-culturales desarrolladas en estos casi 4 años por diversos gobiernos autonómicos (tanto nacionalistas como populares), cuyas consecuencias a largo plazo serán muy graves en lo que respecta a la cohesión, convivencia y común conocimiento de los españoles.

La situación planteada por el nacionalismo vasco (que actúa conjuntamente a partir del Acuerdo de Lizarra), excede el contenido de este breve artículo.

 

1. Pleno desarrollo de las políticas de “inmersión lingüística” en sus respectivos territorios, especialmente en la educación, el ámbito administrativo y de los medios de comunicación de titularidad pública, iniciándose también en el de la Justicia. Esta  discriminación positiva empieza a tener consecuencias no deseables en los ámbitos laboral, docente, educativo y funcionarial.

 

2. Distorsión y olvido de la “memoria colectiva” española en los planes de estudios, omitiéndose el acervo español común en los contenidos educativos impartidos, fragmentándose (incluso llegando a la  falsificación) en los recogidos por diversas Autonomías.

            El fracasado “decreto humanidades” fue un intento de rectificación de esa situación por parte del PP. Pero, a partir de ese déficit electoral antes mencionado, chocó con los planes de los partidos nacionalistas, consistentes en la creación e imposición a través de todos los medios culturales a su alcance (enseñanza y medios de comunicación), de una “conciencia nacional” vasca y catalana.

 

Conclusiones.

            La “administración única” propuesta por Manuel Fraga Iribarne no ha pasado de ser una mera formulación teórica apenas desarrollada y que, en su origen, pretendió anticiparse en alguna manera a la actual crisis del “estado de las autonomías” desde un plano de igualdad de todas las comunidades españolas.

            Desde el partido hasta ahora en el poder, no han surgido otros intentos serios de rectificación de la actual situación.

            Existe, pues, un complejo de inferioridad intelectual y política del PP ante el nacionalismo periférico (y también ante cualquier expresión de “progresismo”) que ha condicionado de forma determinante su acción de gobierno.

Vemos, con todo ello, que se presenta ante el horizonte de la política nacional uno de los más peligrosos retos de la reciente historia de España.

            Si el pueblo español quiere recuperar un proyecto de futuro, deberá volver sobre sus orígenes y encontrar en ellos la fuerza y las claves que permitan afrontar el reto de su supervivencia.

            Y esa misma operación deberá realizar el Partido Popular, retomando el contacto con la realidad de su electorado y de la corriente sociológica e histórica de la que brota.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 29, febrero de 2000

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