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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

El otro pueblo.

     El considerable aumento electoral de Euskal Herritarrok en Navarra es un síntoma de que el nacionalismo radical está generando una importante realidad social que se presenta como alternativa a las ruinas adormecidas del sujeto que ha vertebrado la historia navarra: el pueblo cristiano.

 

El cristianismo y Navarra.

            La realidad histórica de Navarra se ha vertebrado, de forma fundamental, en torno a la experiencia cristiana, generando un pueblo.

            Ese pueblo ha elaborado, durante todos estos siglos, una cultura, unas relaciones sociales y una creatividad a todos los niveles, como expresión de esa vida emanada de la Iglesia; permaneciendo, ante la atomización padecida en las sociedades avanzadas de final de siglo, vigente y adecuada.

            Y ello es importante, pues la pertenencia a un pueblo vivo permite  afrontar la realidad en todas sus dimensiones, pudiéndose generar una cultura, entendida como herramienta que permite sumergirse en la  vida con realismo.

            Este pueblo ha acusado en su fisonomía actual, grávemente, los problemas propios del Siglo XX y el cambio de mentalidad y cultura que ha conllevado el mismo.

            Tenemos que constatar que ese pueblo cristiano ha desaparecido en gran medida, de forma abrupta, en los últimos 40 años, persistiendo jirones en aparente recesión. La descristianización -secularización, en lenguaje teológicamente correcto- se ha sufrido en Navarra más tarde que en otros territorios españoles u otros países europeos (Francia, por ejemplo); pero no por ello menos profundamente.

            Por otra parte, verificamos que en Navarra otra alternativa cultural ha tomado la iniciativa en la creación de un pueblo, portador de unos valores distintos a los vividos en esta tierra durante siglos.

 

Un nuevo pueblo: el nacionalismo vasco.

            La irrupción del nacionalismo vasco a finales del siglo XIX a partir de sus pioneros católicos -muchos de ellos- clérigos y religiosos, ha dado lugar en las últimas décadas a una criatura a la que dudósamente sus progenitores podrían reconocer.

            Esta cultura, totalitaria por definición y comportamiento, cumple en sus seguidores una función cuasi-religiosa, en sustitución de la religiosidad tradicional de esta tierra.

 

Una cultura totalitaria.

            En esta “auto-interpretación“ de la historia, el cristianismo no sólo no es asumido, al menos, como generador de la idiosincracia vasca, sino como un episodio -largo y desafortunado- que debe ser borrado. Así, algunos prosélitos, más consecuentes o audaces de esta nueva generación nacionalista radical, han llegado hasta redescubrir (o reinventar), en abierto rechazo de sus raíces cristianas, el presunto paganismo original, la religiosidad natural y primigenia de los ancestros precristianos vascos.

            Por otra parte, y más allá del nacionalismo sabiniano y del marxismo-leninismo de los años 60 y 70, esta revolución cultural en marcha hace propios algunos esquemas vitales y filosóficos de la “post-modernidad”: la liberación sexual, la lucha antipatriarcal, el retorno a la naturaleza, el reforzamiento de los lazos comunitarios frente a una sociedad individualista, la solidaridad con el tercer mundo, etc.

            La dinámica voluntarista impulsora de esta cultura ha creado una sociedad paralela, una “contrasociedad” alternativa en la que se puede vivir 24 horas al día: con su cultura, sus estrechas relaciones sociales y partidarias, su “liturgia” civil, su movilización política y festiva permanente, etc.

            En definitiva, frente a la atonía de los restos cristianos y de la sociedad en general, básicamente marcada por el pensamiento relativista-consumista dominante, el mundo abertzale radical ofrece una cosmovisión alejada del cristianismo, unos cauces de integración y una expectativa real de movilización permanente, atractiva para personas con inquietudes transformadoras y deseosas de compromiso y vivencia  comunitaria.

 

Euskal Herritarrok.

            Las consideraciones anteriores no son sociología general, ni elucubraciones de laboratorio. Es más, pueden ayudar a entender la actual situación de Navarra. En ese sentido, y en lo que respecta a la realidad política, ha desconcertado, en general, el considerable aumento electoral de la expresión política de esa criatura de la que hablábamos antes: Euskal Herritarrok.

            Algunos análisis que han trascendido tras la celebración de las pasadas elecciones del 13-J han sido superficiales y simplistas, en particular a lo que afecta al crecimiento de esa formación.

            Nadie puede ignorar que la lucha política por la independencia de la “nación vasca” se juega, en gran medida, en Navarra, siendo propósito de los grupos abertzales un vuelvo electoral en el futuro y conseguir con ello esa mayoría cualificada de la que habló Arnaldo Otegui como imprescindible para conseguir por vías pacíficas, en unos pocos años, sus objetivos.

 

La confrontación.

            Frente a tal estrategia y el consiguiente despliegue de medios, los partidos constitucionalistas, que defienden un modelo territorial diferenciado para Navarra, nada han diseñado ni elaborado, que se sepa.

            Invocar al presunto granero electoral inagotable de La Ribera, a las esencias autogeneradoras de la navarridad; de poco sirve frente a una estrategia muy concreta del mundo nacionalista vasco, que ha concebido múltiples tácticas, ya en marcha desde hace 4 décadas con paciencia y perspectiva de futuro.

            El trabajo capilar que efectúa especialmente E.H. y los diversos y variados colectivos nucleados por tal agrupación en la sociedad navarra es impresionante: sindicatos, organizaciones sectoriales de todo tipo, deportivas, ecologistas, lúdicas, de solidaridad internacional, de recuperación y fortalecimiento del folklore, de desarrollo y difusión de la cultura vasca. Incluso existe una teología vasca, con comunidades expresión de la misma, dentro de la Iglesia católica.

            Frente a ello, los partidos españolistas, como expresión partidaria de aquellos sectores sociales que pretenden que Navarra permanezca como proyecto autónomo, sólo oponen tímidos intentos, de los que persisten a título individual algunos “francotiradores” en temas muy concretos, sin apoyo de sus partidos y sin sectores sociales que se movilicen con ellos.

            ¿Qué vida se desarrolla en una “Casa del Pueblo” socialista o en un local del centroderechista partido U.P.N. de cualquier localidad navarra? Una “Herriko Taberna” abertzale es un hervidero de iniciativas y militantes en continua movilización. ¿Cuantos menores de 40 años -no digamos, ya, de 30- han acudido a los mítines celebrados en Navarra por los partidos constitucionalistas? Observemos, por contra, qué gentes acuden a las numerosísimas manifestaciones que, con diversas razones, desarrolla el conjunto de organizaciones que orbitan en torno a E.H.

            Urge un análisis autocrítico por parte de los partidos constitucionalistas presentes en Navarra. Y ello no por el gusto de hurgar en la herida abierta (se puede morir de éxito o no levantar cabeza si sólo se vive para las conspiraciones intrapartidarias), sino por la necesidad de afrontar con seriedad próximas batallas culturales y políticas que, sin duda, se presentarán.

            La batalla por el futuro está planteada. Pensar que la Europa que nos espera diluirá por sí sóla la amenaza del totalitarismo abertzale es una ingenuidad y una excusa para la inacción.

           

La presencia pública de los cristianos.

            Observamos que, también en Navarra, siguen actuando cristianos en política pero,  generalmente, lo hacen de forma aislada, al márgen de las comunidades cristianas, reduciendo el cristianismo a su fuero interno y a la intimidad. Tal comportamiento no es, sustancialmente, algo distinto de lo que los demás cristianos hacemos hoy día: separar la vida concreta y cotidiana de Cristo y su Iglesia.

 

Una propuesta.

            En Navarra está presente una propuesta, que afirma responder a las más urgentes necesidades y vitales preguntas de todo ser humano, desde que se produjeron las primeras conversiones al cristianismo. Esta herramiento puede permitirnos afrontar con realismo y seriedad la vida en todas sus implicaciones individuales y colectivas.

            La Navarra plural, popular y creyente generó una sociedad de la que todavía nos beneficiamos. A ella, y sobre todo al origen de la misma, tendremos que mirar de nuevo  para superar violencia y fragmentación y para toparnos con el destino.

            Por todo ello, la presencia (entendida como misión) en la vida pública de un sujeto cristiano, cuya creatividad se alimente de la vida de la comunidad cristiana, es más necesaria que nunca; como un frente concreto de la nueva evangelización que toda la Iglesia diocesana, con la promesa y esperanza de los nuevos movimientos y realidades eclesiales, encara.

 

Páginas para el mes, Nº 29, octubre de 1999

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 25, 1999

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