Rajoy, Erdogan y el genocidio armenio
En estos tiempos que vivimos, y de manera acentuada, las noticias se suceden a ritmo vertiginoso: lo que hoy es «rabiosa actualidad», mañana apenas se comenta e, inmediatamente, se olvida. Múltiples informaciones se suceden, se acumulan, nos aturden… para luego desaparecer.
Por ello, acaso sea necesario volver la mirada para recordar determinados hechos que fueron objeto de atención mediática y que, analizados o no, fueron olvidados. Ahí radica uno de los problemas de nuestro tiempo: la reseña jocosa y el análisis superficial han relevado, perniciosamente, a la reflexión serena y profunda; perdiéndose multitud de ocasiones para el debate y, ocasionalmente, alcanzar alguna conclusión válida para la convivencia.
Sirva esta breve introducción para retrotraernos a la visita de Mariano Rajoy a la Turquía de Recep Tayyip Erdogan en el último febrero. De la misma, apenas, se destacaron dos hechos. El más relevante: el Partido Popular apoyará a Turquía en su pretensión de entrar en la Unión Europea. Segundo: la presencia de Rajoy el 12 de febrero, y en lugar preferente, en un mitin electoral del partido de Erdogan; auténtica encerrona, pues estaba anunciada su asistencia a la inauguración de una estación del metro de Estambul. El partido político del que hablamos es, nada menos, que Justicia y Desarrollo (AKP): el paradigma de un supuesto islamismo moderado que, poco a poco, ha decepcionado a los observadores occidentales; radicalizándose y amparando múltiples corruptelas, circunstancia que viene concitando protestas ciudadanas violentamente reprimidas.
Entonces, debemos concluir… ¡España y el Partido Popular apoyan a Turquía en sus pretensiones europeas! Pero, tenemos derecho a preguntarnos, ¿se ha consultado a los españoles o, al menos, a los militantes del partido de Rajoy? Es más, ¿se ha generado algún debate al respecto? ¿Es indiferente la entrada de Turquía en Europa? ¿Nos afectará a los españoles? Seguramente, pero, ¿cómo? ¿Alguien lo sabe? ¿Nos lo han explicado? Además de más Doner Kebabs y nuevas mafias especializadas en el tráfico de personas, drogas y armas, ¿se implantarán guetos turcos en nuestras ciudades, al igual que sucede, desde hace décadas, en Alemania?
Preguntas, todas ellas, un tanto retóricas, pues ya sabemos cómo se las gasta nuestra casta política; una oligarquía que nos trata como a súbditos y no como a ciudadanos. Ni nos informan, ni nos tienen en cuenta, ni les interesamos: «vote usted lo que quiera que, nosotros, los de siempre, haremos lo que nos dé la real gana».
Seamos veraces: los hechos vienen desmintiendo tozudamente que Turquía sea un ejemplo de democracia abierta, tolerante, observante estricta de los derechos humanos; a la europea. Y si alguien lo duda, que se lo pregunten a las mujeres, los kurdos, las minorías religiosas…
Pero, ¿no podrían exigir España, y el resto de Europa, la aplicación del principio de reciprocidad? Por ejemplo: si se construye una mezquita con capital turco, que se haga lo propio con una iglesia… allí. Pero, se me olvidaba: ¡no se pueden construir nuevas iglesias en Turquía! No digamos, ya, en Arabia Saudita…
Y, ante todo, ¿cómo incorporar en nuestra posmoderna Europa a un estado –el turco- que no ha reparado mínimamente al pueblo armenio? ¡Ni siquiera reconoce que perpetrara el primer genocidio moderno hace casi un siglo! Es más, el estado turco castiga a todo aquél que cuestione mínimamente un negacionismo que en Europa, por lo que respecta a la Shoah, se persigue ejemplarmente. Recuérdese el caso del Premio Nobel de Literatura 2006, el turco Orhan Pamuk, quien por su crítica a ese negacionismo del genocidio armenio se había exiliado el año anterior. O al periodista Hrant Dink, de origen armenio, quien en el semanario Agos propugnó un diálogo entre turcos y armenios que partiera del reconocimiento del sufrimiento causado; por lo que fue condenado, también en 2005, por violar el artículo 301 del Código Penal, es decir, ¡«insultar la identidad turca»! Finalmente, sería asesinado el 19 de enero de 2007. No recuerdo que el Partido popular protestara por nada de ello.
Aunque, casi, por completo desconocida en España, nos une con Armenia una pertenencia común: las raíces cristianas. Armenia fue, además de una de las más antiguas naciones del mundo, la primera cristiana; antes, incluso, que la propia Roma. Pero, en la segunda década del pasado siglo, pudo desaparecer por completo de la mano del ejército turco. Ya había sufrido persecuciones y matanzas terribles con anterioridad. Así sucedió en 1880; después en 1896, cuando fueron asesinados 300.000 armenios bajo el sultanato de Abdul Hamid II; y en 1908, al ser masacrados otros 30.000 en la ciudad de Adaná. Pero será en 1915 cuando se consumó la tentativa de eliminar toda la población armenia residente en territorio turco. En febrero de ese año, 60.000 reclutas armenios del ejército turco fueron fusilados. A continuación, todos los varones armenios con edades comprendidas entre los 15 y 45 años fueron enrolados en el ejército; siendo explotados hasta la muerte. El 24 de abril de aquel fatídico año, 600 líderes de la comunidad armenia fueron detenidos en Estambul y ejecutados. Desde entonces, esa fecha figura en el calendario de la diáspora armenia, indeleblemente, en un ejemplar ejercicio de memoria histórica y de reconocimiento al martirio de sus antepasados. Pero los genocidas no se detuvieron ahí. La restante población armenia -niños, mujeres y ancianos- fue desalojada de sus localidades y organizada en unas «marchas de la muerte» hacia el desierto de Siria y el mar Negro; falleciendo por hambre, sed y malos tratos en su inmensa mayoría. Aún, a finales de la Primera Guerra Mundial, unos 300.000 armenios fueron masacrados en el Cáucaso turco. Finalmente, entre 1920 y 1923 se perpetraron las últimas matanzas. A lo largo de todos esos terribles años, decenas de miles de mujeres y niños fueron raptados y violados; el patrimonio personal y cultural del pueblo armenio fue destruido; su riqueza, expropiada… Y todo ello, ante la pasividad internacional; limitándose las potencias europeas a unas pocas advertencias nominales y mínimas investigaciones. De los dos millones de armenios que vivían en Anatolia en 1914, una vez finalizadas las diversas oleadas genocidas, apenas sobrevivía una cuarta parte; refugiados en Líbano, Francia, Argentina y en la pequeña Armenia soviética. Los responsables de este exterminio sistemático fueron los «Jóvenes Turcos», militares nacionalistas que perpetraron tamaña «limpieza étnica» en el marco del proyecto de una Turquía «moderna» elaborado por sus dirigentes Mehmet Tallat, Ismael Enver y Ahmed Jemal.
Pero hubo más víctimas: unos 300.000 asirios -también cristianos- fueron masacrados. Otro genocidio casi desconocido del que nunca se habla. Y unos pocos años después, los griegos residentes en Anatolia occidental -más de millón y medio- fueron expulsados a resultas del conflicto griego-turco desarrollado al término de la Gran Guerra. De esta manera, si en la Anatolia de primeros del siglo XX algo más de un 30 % de su población era cristiana, en la actualidad no llega ni al 1 %.
La mera afirmación, en Turquía, de la realidad de este genocidio, sigue siendo perseguida penal y policialmente. Sus diversos gobiernos nunca lo han reconocido; pese a la existencia de cientos de fotografías de la época y numerosísimos testimonios de diplomáticos extranjeros, misioneros, militares alemanes (entonces aliados), memorias de supervivientes, etc.
En este conflictivo contexto, de negacionismo, islamismo ascendente, protestas ciudadanas contra la corrupción, ¡Mariano Rajoy se deja fotografiar sonriente en un mitin islamista! Un comportamiento, nada heroico, al que en vicisitudes muy diversas nos viene acostumbrando.
No parece, pues, que Rajoy haya renunciado al proyecto ideológico radical-progresista que heredó de Rodríguez Zapatero; una de cuyas expresiones sigue siendo la Alianza de las Civilizaciones. Casualmente, Erdogan era su otro gran propulsor…
Estamos a un año del centenario del genocidio armenio. Sabemos qué podemos esperar al respecto del Partido Popular de Rajoy: ¡no molestemos a Erdogan! Sonriamos y dejemos pasar las cosas.
Pero, ¿podría obrarse de otra manera? Efectivamente. Ha sido el caso del Tribunal Federal de Buenos Aires que dictaminó, el 1 de abril de 2011, que «El Estado turco ha cometido el delito de genocidio contra el Pueblo Armenio, en el período comprendido entre los años 1915 y 1923» en el que fueron asesinadas un millón y medio de personas mediante una «estructurada planificación exterminadora».
Si ya Francia, Suiza y Holanda, en la década anterior, habían emprendido un camino convergente al argentino, la cosmopolita casta judicial del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, allanando las pretensiones del futuro socio turco, emitió una sentencia nefasta el 17 de diciembre de 2013 en la que establecía que la negación del genocidio armenio -por la que fue condenado un político turco en 2007 en Suiza- constituía un ejercicio de la libertad de expresión, no pudiendo ser objeto de condena penal.
De modo que Rajoy ha seguido, también en ello, los dictados de sus colegas de casta que conciben Europa como un club económico, dirigido por una oligarquía político-financiera que prima el lucro por encima de todo, alimentado por un pensamiento único y sostenido por unas estructuras administrativas y judiciales restrictivas y alejadas de los pueblos europeos.
Que nadie se confunda: Turquía es una gran nación, orgullosa de su rica tradición cultural, artística e histórica, poblada por gentes de mucha iniciativa, dignidad y carácter. Como europeos, que estamos perdiendo rápidamente nuestras raíces, podemos aprehender lo mejor de ese orgullo; no para discriminarles, sino para dialogar y construir desde la propia identidad y pertenencia. No en vano, sin identidad no se dialoga: se parlotea. Y si renuncias a ella, no serás respetado.
Por todo ello, Armenia debe nuestra gran referencia: por su sacrificio y resistencia, su voluntad de supervivencia, su memoria, su desacomplejada identidad.
http://latribunadelpaisvasco.com/not/969/rajoy__erdogan_y_el_genocidio_armenio
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