Hizbulá o La conquista del Estado
Las elecciones legislativas celebradas en Líbano, en mayo y junio de 2005, dieron el triunfo, inequívocamente, a las fuerzas antisirias de la “Alianza del 14 de marzo” encabezadas por Saad Hariri y su Movimiento Futuro, hijo del primer ministro asesinado el 14 de febrero de 2005; el sunita Rafik Hariri. Así, las urnas avalaron la multitudinaria movilización ciudadana conocida como “revolución del cedro”, espoleada por los asesinatos de periodistas y políticos antisirios; y que provocó la retirada de Líbano de los contingentes militares del país vecino tantos años allí estacionados. Pero, desde entonces, se han sucedido varios episodios que han distorsionado dramáticamente la escena libanesa.
El más importante ha sido el conflicto bélico desarrollado entre Hizbulá e Israel en el pasado verano; desatado por varios ataques terroristas de la milicia extremista chiíta contra objetivos enemigos en suelo hebreo. Pero Israel no sólo no derrotó a Hizbulá, sino que su prestigio como potencia militar hegemónica de la región fue deshecho.
En correspondencia, Hizbulá salió muy reforzado. Y, pese a algunos tímidos intentos de la comunidad internacional que pretendían su desarme, medida acordada por la ONU hace ya varios lustros, su milicia quedó encumbrada por la que su líder Hasan Nasralá calificó como “victoria divina”. Pero concurre otra circunstancia: Hizbulá es la única milicia que ha sobrevivido a la larga guerra civil libanesa. Todas las demás se disolvieron y entregaron las armas. Es más, una de ellas, la mayoritariamente cristiana Fuerzas Libanesas, fue perseguida policialmente y muchos de sus militantes asesinados o continúan desaparecidos…. sin esperanzas en su retorno con vida. Su líder Samir Geagea, acusado de varios asesinatos, fue encarcelado en 1994, permaneciendo en prisión hasta 2005. Hoy lidera el homónimo partido, uno de los mas votados por los cristianos; realizando llamamientos a la unidad nacional, la firmeza democrática y al empleo únicamente de métodos pacíficos... Una encomiable rectificación que, sin duda, los líderes de Hizbulá no han experimentado.
¿Qué sentido tienen, hoy mismo, las multitudinarias manifestaciones que vienen sucediéndose, contra el gabinete de Fuad Siniora, lideradas por Hizbulá? El mismo que el asesinato, acaecido el pasado 21 de noviembre, del ministro de Industria, el cristiano Pièrre Gemayel: atropellar a la voluntad soberana del pueblo libanés manifestada en los pasados comicios. En este contexto, la negativa de los prosirios a la constitución de un Tribunal Internacional, que investigue y juegue los asesinatos de personalidades libanesas antisirias, no deja de ser un objetivo secundario.
Hizbulá no es una fuerza democrática. No cree en la democracia. Y sus apelaciones a la misma son pura retórica; aunque encuentre comprensivos exegetas en nuestra apocada Europa. Hizbulá siempre ha sido un movimiento totalitario marcado por el estigma de su naturaleza inicialmente terrorista. No descarta, por ello, saltarse cualquier norma, del tipo que sea; si ello le rinde buenos réditos en su marcha hacia la conquista del poder.
Perpetró durante años acciones de terrorismo internacional sin escrúpulos ni diáfanos motivos, salvo el del odio a los judíos. Y atacó a Israel cuando tuvo ocasión. Pero su objetivo, en última instancia, no era derrotarlo, sino debilitar al Estado libanés, restándole legitimidad y apoyos. Y lo ha conseguido.
No parece sencillo que pueda desatarse una nueva guerra civil; no en vano, el ejército regular está formado por un 55 % de chiítas, que integran, además, unidades homogéneas según el credo religioso de sus miembros. Si a ellos les sumamos la fogueada y exultante milicia de Hizbulá, así como el apoyo del Presidente de la República, el maronita Émile Lahud, no parece factible que los rivales del extremismo chiíta y sus aliados puedan resistir militarmente en el supuesto de un decidido golpe armado que, todavía, no puede descartarse.
Las razones que vienen sumando, Hasan Nasralá y sus oportunistas aliados, a sus exigencias de dimisión de Fuad Siniora –que si es un lacayo de los americanos, que si se inhibió en la guerra contra Israel, que si habría informado a los judíos de la localización de los líderes de Hizbulá para quitarse problemas internos, que si ha perdido apoyos populares- únicamente son excusas fruto de una mentalidad y una estrategia golpistas por completo ajena a la cultura democrática.
Todos sus movimientos convergen en una única dirección: el golpe de Estado. Los asesinatos de personalidades antisirias, la guerra contra Israel, la retirada del gabinete de Fuad Siniora de 6 ministros prosirios, el asedio de los manifestantes extremistas del palacio del Gobierno legítimo, las amenazas directas a sus rivales, su constante invocación al enfrentamiento civil…
¿Quién sale beneficiado en esta ocasión? En todo caso, el eje Damasco-Teherán, que se refuerza con la más o menos encubierta incorporación de un nuevo socio que tienen fronteras con Israel; ganando peso en una eventual estrategia regional de pacificación de Irak. Y, mientras tanto, Irán continúa con su programa nuclear.
Se consolide o no ese eje, triunfe o no la estrategia golpista de Hizbulá, es evidente que alguien saldrá perdiendo en cualquier caso: los cristianos libaneses y del resto de países de Oriente Próximo. Recordemos: más de medio millón de cristianos iraquíes, católicos caldeos y asirios, ya han marchado al exilio; mientras continúa la sangría de los cristianos palestinos.
Y Europa, replegada en sí misma, sin fe en su destino y en sus antiguos valores, mirando cómodamente hacia otra parte.
Páginas Digital, 12 de diciembre de 2006
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