Salafiya yihadia: terrorismo islamista made in Marruecos.
Salafiya yihadia no es una entidad terrorista: es la denominación, traducida como “salafismo combatiente”, que agrupa a varios grupos originarios de Marruecos, aleccionados desde dispares escuelas teológicas islamistas radicales, que siguen la estela yihadista de Osama Ben Laden.
Introducción.
Durante décadas se había considerado a nuestro vecino del sur, Marruecos, como un territorio inmune al yihadismo terrorista que eclosionaba en otros espacios geográficos musulmanes y, también, fuera del mismo.
Los atentados de Casablanca del 16 de mayo de 2003 (14 terroristas suicidas provocan la muerte de 45 personas y heridas en más de 60 en diversos atentados) y del 11-M de 2004, en España, nos han despertado abruptamente del sueño: la mayoría de sus autores eran marroquíes de procedencia social y de formación profesional e intelectual muy dispares.
Si se tenía una percepción tan errónea de esa realidad tan cercana, pero a pesar de ello tan desconocida, dos razones alegadas generalmente pudieran explicarlo: el siempre relevante rol jugado por los sucesivos monarcas marroquíes (cuya naturaleza de Comendador de los Creyentes, Emir al-Muminin, parecía controlar a priori la situación religiosa nacional), y la orientación del tradicional islam marroquí, con fama de ser más abierto y tolerante que el de otras latitudes y especialmente teñido en sus expresiones populares por las prácticas sufíes tan admiradas por la decadente New Age occidental.
Pero tales factores deben ser contemplados desde su dinámica real, no desde una fotografía fija y plana; lo que permitiría, acaso, descubrir bajo la superficie de las apariencias, una realidad compleja y vivaz.
Hassan II y la reislamización marroquí.
Hassan II jugó inteligentemente muchas y diversas bazas políticas a lo largo de su reinado. Así, por ejemplo, en el plano interno potenció la presencia de grupos islamistas en las universidades al objeto de frenar a los entonces pujantes grupos de la extrema izquierda marxista-leninista; hoy prácticamente desaparecidos por completo. Por otra parte, trató de dividir al islam marroquí importando, especialmente desde la irrupción del rebelde Abdessalam Yassine, docentes extranjeros de religión islámica. De esta manera, el islam nacional sería contrarrestado por otras escuelas islámicas, lo que, en última instancia, reforzaría la carga de legitimidad religiosa del monarca.
El antecedente más relevante del actual islamismo político lo encontramos en una formación menor, fundada en 1969 de la mano, entre otros, de Abdelkrim Mouti: Chabiba Islamiya (Juventud Islámica), cuya principal finalidad era la de contrarrestar a la extrema izquierda, muy activa por entonces en Marruecos. Se fragmentó posteriormente en varios grupos, alguno de los cuales practicó el terrorismo. Los más moderados confluyeron en 1997, con otras formaciones, en el emergente Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), fundado inicialmente por un antiguo hombre del régimen, Adbelkrim El Khatib.
En 1982, de la mano de Azzedine El Araqui, un ministro del gobernante Istiqlal (Partido de la Independencia, nacionalista conservador), se eliminó buena parte de la enseñanza de Filosofía en sus diversos niveles académicos, a la vez que se introdujeron numerosos Departamentos de Estudios Islámicos en su lugar. Existiendo una notable carencia de profesorado preparado, se contrataron docentes procedentes fundamentalmente de Arabia Saudita (formados en el wahabismo) y de Egipto (en línea con los Hermanos Musulmanes).
Pero tales medidas produjeron, años después, efectos no deseados. Por una parte no fue posible frenar la reislamización marroquí liderado por Yassine y su movimiento Justicia y Espiritualidad. Por otra parte, los islamistas, desplazando a los marxistas, ocuparon las universidades, siendo su influjo decisivo tanto en el alumnado como en los cuadros docentes. Y ahí siguen.
El sufismo, de tanta influencia en el islam popular marroquí, no es una tendencia política. Espiritualista y tradicional, propone al musulmán una experiencia personal religiosa; llegándose, incluso, a un discutido misticismo sufí. Sus posturas políticas, cuando las tienen, son generalmente conservadoras, pero sin propugnar alternativas concretas. En época colonial, muchos sufíes encabezaron la resistencia frente a las respectivas potencias europeas. Marruecos fue un claro ejemplo de ello.
Este fenómeno de la reislamización de la sociedad marroquí, especialmente perceptible en sus manifestaciones públicas, fue paralelo al inicio del influjo de las doctrinas impartidas por algunos predicadores particularmente radicales, tanto de las corrientes autóctonas, como de las “importadas”: el wahabismo saudí y el de algunas manifestaciones extremas cocidas en el entorno de los Hermanos Musulmanes.
Por otra parte, posteriormente, la guerra de Afganistán supuso la oportunidad para que varios cientos de marroquíes se implicaran directamente en la yihad frente a rusos y afganos comunistas ateos. Algunos también participarían en Bosnia y, posteriormente, en Chechenia. Los supervivientes, en su mayoría, regresaron a Marruecos. No menos de 400 de tales excombatientes se encuentran en libertad y en paradero desconocido; según diversas fuentes. Y cerca de 30 de ellos estarían encarcelados, todavía, en Guantánamo. Esa es la conexión que explica la existencia de células yihadistas de alguna manera vinculadas a la novedosa constelación terrorista de Al Qaeda; si bien otros adeptos pudieron ser reclutados posteriormente incluso en Europa.
Justicia y Espiritualidad.
El movimiento islamista Al Adl Wal Ihssane (Justicia y Espiritualidad) fue fundado en 1987 por Abdessalam Yassine, habiendo permanecido encarcelado o en arresto domiciliario durante casi tres décadas; si bien inició sus actividades públicas ya en 1973. Su hija, Nadia Yassine, es el rostro amable del movimiento, prodigando entrevistas a medios de comunicación de todo el mundo, en las que expone sin tapujos sus pretensiones: islamización de la sociedad, modernización y justicia social, eliminación del papel religioso del monarca, etc. Aunque ilegal, disfruta de bastante tolerancia, controlando según expertos, varios cientos de asociaciones sociales de todo tipo. No se trata de un movimiento propiamente político, empeñándose ante todo en labores sociales de islamización de la sociedad mediante su presencia en mezquitas, dispensarios, obras caritativas, asociaciones universitarias, etc. Afirman rechazar cualquier tipo de terrorismo, asegurando que los yihadistas no son buenos musulmanes. En cualquier caso, la reislamización de la sociedad marroquí sería incomprensible sin el activo papel de este movimiento polifacético y eminentemente popular.
Otro movimiento que también jugó, por aquellos años, un papel relevante en la islamización marroquí fue Jamaat Addawa Wa Attablich (Sociedad para la Propagación y la Predicación del Islam), fundada por el paquistaní Mohamed Ilias, de línea igualmente islamista.
Hermanos Musulmanes y takfiros.
El movimiento de los Hermanos Musulmanes, fundado por el egipcio Hassan Al Banna (1906–1949), es una organización muy estructurada y activista, que arraigó inicialmente en Egipto; pero también en Siria, Palestina y otros países musulmanes. A su entender, la Umma (Comunidad de los Creyentes) es una sola nación que debe retornar a las enseñanzas originales del islam si quiere recuperar su grandeza. A su muerte le sucedió Sayed Qutb, ahorcado en 1966 por subversión.
Consideran que el islam contiene un completo repertorio de soluciones a los grandes problemas de toda época. Aseguran que para la aplicación de su programa islamista es inevitable una revolución política. Los Hermanos Musulmanes fueron perseguidos, en Egipto, por Nasser y sus sucesores. En Siria también sufrieron una gran persecución de la mano del fallecido presidente Assad y su partido socialista panárabe Baas. Los Hermanos Musulmanes desautorizan, como regla general, el terrorismo, particularmente el perpetrado el 11-S y el 11-M. No obstante, pueden llegar a justificar, y de hecho se muestran muy comprensivos, con los actos terroristas perpetrados contra intereses israelíes; pues consideran que se trata de actos de legítima defensa en un contexto de injusta opresión generalizada.
De los Hermanos Musulmanes nació otra corriente más radical, si cabe. Nos referimos a Takfir wal Hijra (Excomunión y exilio). Se trata de una escuela que se fundó hacia 1975 de la mano del ingeniero egipcio Choukri Ahmed Mustapha, discípulo radical del mencionado Sayed Qutb. Este grupo propone abandonar la actual sociedad descreída y sustituirla por la sociedad de los salaf (antepasados, quienes, idealizados, encarnarían el auténtico y primigenio islam). Prohíben que sus miembros se integren en la función pública, el servicio militar o en la enseñanza pública. Tampoco participan en las mezquitas oficiales, por lo que acuden a las clandestinas en grupos de una docena como máximo de miembros dirigidas por un emir, al fin de salvaguardar su clandestinidad. Este grupo, nacido inicialmente en Egipto, se extendió por el norte de África y también entre las comunidades musulmanas de Europa, propiciando la creación de auténticas “islas musulmanas” que prefiguran, de alguna manera, la futura sociedad de los salaf. En cualquier caso, se trata de una interpretación más radical de la corriente de la que inicialmente surgió.
Así, el 19 de diciembre de 2005, el periodista José María Irujo publicó en el diario El País un extenso reportaje en torno a la naturaleza y presencia en España del grupo Takfir wal Hijra (Anatema y exilio), destacando especialmente la apertura de 6 de sus mezquitas (4 en Barcelona y 2 en Valencia); así como que la mayor parte de los autores de los atentados del 11-M compartían ese credo. Irujo afirmaba, igualmente, que informes de los servicios secretos franceses definen al grupo, nada menos, que como «el núcleo logístico de la mayoría de los grupos terroristas islamistas que actúan en Europa».
De modo que, en base a todas las informaciones disponibles sobre la realidad del islam español apuntan hacia su extraordinaria fragmentación interna y a la existencia de luchas intestinas por su control. Esa situación no facilita la inmunidad de este heterogéneo cuerpo social frente a las doctrinas más radicales del islamismo; a lo que se le suma la movilidad física de muchos inmigrantes, el carácter étnico de algunas de esas entidades y su notable hermetismo.
El grupo Asserate Al-Moustakine (El Camino Recto), que perpetró hacia el año 2002 dos decenas de asesinatos sectarios en Marruecos, hasta su desarticulación policial, habría estado formado, según diversos autores y fuentes periodísticas, por militantes takfiros.
Wahabismo en Marruecos.
Del wahabismo se han publicado diversos textos en esta publicación digital. El wahabismo nace en la península arábiga en el seno de la escuela jurídica hanbalí, la más rigurosa del sunismo, de la mano de Mohamed Ibn Abdul Wahhab (1703–1787). Coaligado con la familia Saud, se implanta ya en sus orígenes en el territorio que ocupado actualmente por Arabia Saudita. Sus creencias principales son: sólo Alá es digno de adoración; las visitas a tumbas de sabios y santos musulmanes son ajenas al verdadero islam (de lo que se deriva su profundo rechazo de las prácticas sufíes); la introducción de nombres de santos musulmanes en las oraciones equivaldría a incredulidad; cualquier creencia ajena al Corán, la Sunna, o a las deducciones de la razón, equivale a la incredulidad, lo que debe ser castigado con la muerte; cualquier interpretación esotérica también se asimila a la incredulidad.
El wahhabismo entronca en la gran corriente salafiya que promueve la renovación islámica; de la que surgen los diversos movimientos reformistas. De esta forma, reformismo, integrismo, radicalismo, fundamentalismo y yihadismo, sin ser conceptos análogos, en buena medida coinciden. Los reformistas afirman que únicamente la aplicación de la sharia (ley islámica que regula vida pública y privada de todo musulmán, política y sociedad) garantiza el orden moral de la comunidad de los creyentes. Así, todo gobierno sería contrario al espíritu musulmán, mayormente los de inspiración occidental. Por su parte, sí serían auténticos gobiernos islámicos los de los cuatro primeros califas, conocidos como “los que caminan por el camino recto”.
El wahabismo también ha generado sus propias expresiones radicales. No obstante, predomina un sector mayoritario, dentro del rigorismo que le caracteriza en cualquier caso, y vinculado a la Casa Real saudí, que rechaza al terrorismo yihadista, frente a otro sector muy radical, el yihadista. El rostro más conocido de este último es, sin duda, el de Osama Ben Laden, si bien existe todo un plantel de predicadores por todo el mundo que, desde análogos postulados, llegan incluso a desautorizar a las autoridades wahabitas oficiales.
Por lo que se refiere a Marruecos, Takieddine Al Hilali fundó una organización wahabita, ya en la década de los 70 del pasado siglo, denominada Dour Al Quran (Casa del Corán). También pervive otra organización wahabita marroquí fundada por Mohamed Maghraoui: la Asociación para la Predicación del Corán y la Sunna. De tales grupos nacieron, a su vez, otros más radicalizados, formando parte de los mismos tanto propagandistas y oradores muy populares en algunas mezquitas de las grandes ciudades de Marruecos, como grupos terroristas de la constelación yihadista.
El Grupo Islámico Combatiente Marroquí.
Tal vez, el grupo terrorista marroquí más conocido sea el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), supuestamente implicado de alguna u otra manera en los atentados de Casablanca y Madrid. No está del todo aclarada su génesis. Para unos es fruto de la experiencia yihadista de los marroquíes que combatieron en Afganistán. Para otros es un producto de la escuela tafkir. En cualquier caso, ha sido la manifestación más mortífera, hasta el día de hoy, del yihadismo marroquí y, en cualquier caso, partícipe de las tramas diseñadas por Osama Ben Laden.
Un dato importante. Según Richard Labévière, experto en el mundo musulmán y redactor jefe de Radio France International, en su obra La trastienda del terror (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2004), la mayoría de implicados en los atentados del 11-M en España participaban del credo tafkir.
El islamismo en la política activa: el PJD.
Y no olvidemos el último factor relevante del islamismo marroquí: su irrupción, voluntariamente frenada, en la política institucional de la mano del Partido por la Justicia y el Derecho (PJD), cuyo modelo es el homónimo turco del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, y que, para muchos observadores, ya sería, incluso, la primera fuerza política. Este partido afirma aceptar el juego democrático y niega ser calificado como islamista, aunque sí reconoce basarse en presupuestos musulmanes. No es una entidad homogénea. Fundado por un antiguo ministro de Hassan II, coexiste en su seno también una corriente mayoritaria más radical, propiamente islamista, el Movimiento de la Unificación y la Reforma (MUR). No obstante, defiende una democracia islámica, moderna, sin cuestionar la figura del monarca; lo que le diferencia de las posiciones de Abdessalam Yassine. Incluso algunos observadores lo califican más como un partido conservador y nacionalista que propiamente islamista radical.
El PJD mantiene su propia organización sindical, la Unión Nacional Marroquí del Trabajo (UNMT), especialmente potente en enseñanza, sanidad y administración pública.
Por su parte, la histórica Unión Nacional de Estudiantes de Marruecos (UNEM) ya está controlada por militantes islamistas. Incluso los colectivos de abogados más influyentes y activos de Marruecos comparten los mismos presupuestos doctrinales.
Hemos visto, pues, que no puede hablarse de un único islamismo marroquí. Sus manifestaciones son múltiples y profundas: diversas corrientes y escuelas; expresiones puramente religiosas que coexisten junto a otras sociales e, incluso, explícitamente políticas. En ocasiones se entremezclan. Pero en otras, las discrepancias son extremas, hasta llegar a “excomuniones” recíprocas y a graves enfrentamientos entre rivales.
La realidad marroquí del islamismo nacional, por tanto, es cambiante y en buena parte inédita para Occidente. Pero, en cualquier caso, presenta suficientes interrogantes y potenciales riesgos para la estabilidad política de su área geopolítica, a causa de su posible impacto en la orilla sur del Mediterráneo y en el flanco sur de Europa, por lo que conviene seguirla muy de cerca.
Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 99, noviembre de 2005
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