Tres manzanas cayeron del cielo (El Cobre Ediciones, S.L.).
Micheline Aharonian Marcom. “Tres manzanas cayeron del cielo”. El Cobre Ediciones, S.L. Barcelona. 2005. 268 pp. Esta novela, a partir de los recuerdos de una superviviente, y desde la sensibilidad femenina de su nieta narradora, nos introduce en los “hitos” del genocidio armenio de 1915.
Esta novela, a partir de los recuerdos de una superviviente, y desde la sensibilidad femenina de su nieta narradora, nos introduce en los “hitos” del genocidio armenio de 1915.
No es posible acompañar al trágico destino del pueblo armenio abocado a su genocidio en 1915, recorriendo estas páginas escritas por la descendiente de una superviviente, sin experimentar un profundo dolor.
Es una novela que destila, por todos sus poros, la sensibilidad volcada por la escritora sobre el tesoro de los dolorosos recuerdos de su abuela. Con trazos breves, pero vigorosos e intensos, describe con maestría un mundo que desaparece, siendo eliminado implacablemente en todas sus expresiones.
No elude escenas sangrientas que describen, certeramente, las fases de un genocidio racionalmente diseñado por sus instigadores, los “Jóvenes Turcos”. Acreditado por diplomáticos, misioneros, militares e historiadores, para ello se siguieron sucesivas fases: la eliminación de seiscientos de sus intelectuales y dirigentes (acción ejecutada un 24 de abril; fecha elegida por las comunidades armenias de la diáspora para conmemorar el genocidio); la eliminación de todos los hombres armenios de Turquía con edades comprendidas entre los 15 y los 45 años; la deportación y muerte por inanición de un millón de personas por los desiertos de Siria. Además, muchas mujeres y niños fueron raptados y violados; el patrimonio personal y cultural de todos ellos, destruido; su riqueza, expropiada… Millón y medio de personas fueron eliminadas sistemáticamente en un primer genocidio, del siglo XX, que apenas toleró la supervivencia de unos pocos testigos impotentes y abrumados.
Las mujeres son, tristemente, las principales protagonistas de este drama; no podía ser de otra manera, pues sus varones ya habían sido eliminados al poco de ser llamados a filas (una mera excusa, transformándose las trincheras por ellos cavadas en sus propias fosas comunes). Hasta 1918, en que se consumó la fase más cruel del genocidio (matanzas de armenios hubo otras, anteriormente, y también posteriores hasta 1923), esas mujeres fueron testigos y víctimas de lo acaecido, adaptándose, sobreviviendo y, en la mayoría de los casos, sucumbiendo, con sus miedos y leves esperanzas a un destino incierto y pavoroso.
Diversos personajes llenan de vida a estas asfixiantes y claustrofóbicas páginas: Anaguil, verdadero hilo conductor de la novela, nos mostrará todo un mundo desde el velo que le permite vivir al resguardo de una familia musulmana a la que paga periódicamente por permitirle sobrevivir; Lucine, una criticada amante del cónsul americano; Sargis, poeta que enloquece al permanecer oculto en un agujero con la única visita de su madre; Dickran, uno de tantos bebés muertos por inanición en el transcurso de la deportación, quien, desde sus “recuerdos”, traza algunas de las líneas más conmovedoras del libro… Enraizados en su pueblo, Mezre, y en su cultura, sufren la agonía de sus gentes, en circunstancias personales muy distintas, pero también en una común e incierta “prórroga” de sus vidas.
El peso de los rumores, la leve esperanza de la incertidumbre, la necesidad de sobrevivir día a día, el intimismo de la convivencia, el sufrimiento añadido del engaño, la obligada venta de los objetos de valor y cotidianos que daban forma a una, ya, desaparecida vida apacible y que reclaman la memoria de los ausentes añorados… Un libro lacerante que conmueve al lector, denuncia a los genocidas, proporciona rostro a las víctimas… y contribuye a mantener viva la cultura de un pueblo.
El padre de la protagonista ofrecerá su cuello, estirándolo, al verdugo que lo degollará. Mansamente y con resignación. Por los libros de historia sabemos también hubo algunos casos de resistencia armada. Pero fueron los menos. Lo entonces allí acaecido, aún no reconocido por Turquía, fue un verdadero genocidio, pues, conforme a ese concepto determinado por Naciones Unidas en 1948, un Estado, el turco, en nombre de una ideología intentó exterminar por completo a un pueblo milenario, sirviéndose de todo su poder y sin permitirle oportunidad alguna de supervivencia. Por ahorcamiento, inanición, fusilamiento, por fuego, ahogamiento… hombres, niños, mujeres embarazadas. Nadie debía salvarse.
Pero unos pocos lo lograron y todavía hoy, de la mano de sus descendientes, siguen denunciando una verdad ocultada al mundo de la que nadie ha rendido cuentas.
Para que no se olvide. Para que no se repita nada semejante.
El Semanal Digital, 9 de abril de 2005
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