Navarra se encuentra plenamente inmersa en el proceso planetario de la globalización. Ello acarrea, fundamentalmente, un cambio de mentalidades, unos nuevos valores, una nueva conciencia. En definitiva: somos testigos de un verdadero cambio antropológico que nos afecta muy de cerca.
La Navarra que hemos heredado es fruto de unos valores muy definidos: así, la experiencia cristiana modeló un tipo humano arraigado en la familia, las tradiciones, la colaboración comunitaria, la identidad política, la articulación en la empresa española. Solidaridad, responsabilidad, libertad, subsidiariedad…, unos valores constructivos sin los que una sociedad no puede desarrollarse sanamente y que Navarra encarnó vivamente.
Estos valores, todavía operativos en muchos navarros, compiten o se modulan con otros valores, en muchas ocasiones antagónicos, acordes, en cualquier caso, con este proceso de la globalización cuyas raíces podemos encontrarlas en la Ilustración, el racionalismo, el naturalismo, los socialismos utópico y el marxista, el pensamiento libertario en sus múltiples proyecciones y elaboraciones… La utopía y la ideología, entendidas como la voluntad de construcción social desde un esquema preconcebido de la realidad y, por lo tanto, reñido con el realismo, son los mayores responsables del alto precio pagado por la humanidad durante el siglo XX en aras de modelos sociales que prescinden del hombre y de la tradición.
Ambas escalas de valores (una de carácter constructiva y realista, otra de carácter utópico y disolvente con sus expresiones del individualismo, la atomización y la irresponsabilidad sociales, etc.) se encuentran presentes también en el entorno humano del partido que agrupa al centro derecha navarro, UPN, producto de una transformación que ha afectado a Navarra particularmente desde la década de los 50 del pasado siglo.
Los valores que han hecho Navarra, y a los que nos referíamos al principio, con las adaptaciones lógicas a los nuevos tiempos, tienen una capacidad de construcción del sujeto humano y de la sociedad que no pueden obviarse ni despreciarse. Por ello, los poderes públicos deben tenerlos en cuenta en sus políticas concretas: amparándolos, impulsándolos y facilitando que las expresiones sociales, de ellas nacidas, contribuyan a la articulación del pueblo navarro dotándolo, de esta manera, de arraigo comunitario, identidad colectiva y soporte a las estructuras que mantienen la continuidad del ser navarro.
Pamplona, 6 de agosto de 2004
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