El yunque azul.
Cruz Orozco, José Ignacio. Alianza Editorial. Madrid, 2001. 253 páginas + 1 CD. 27 euros.
La Ley fundacional, de 6 de diciembre de 1940, del Frente de Juventudes (FJ, en lo sucesivo), establecía el principal objetivo de esta organización: encuadrar a toda la juventud masculina española, pues para las chicas existía la Sección Femenina y la Universidad era competencia del Sindicato Español Universitario, entidades ambas que gozaron de una gran autonomía orgánica y funcional. Su pretensión última era la socialización política de la juventud española, siendo calificado como la “obra predilecta del régimen”. Para alcanzar tan ambiciosa misión contaba con tres instrumentos: la iniciación política (el libro analiza los recursos empleados para ello y sus resultados), la educación física y las actividades de aire libre.
El primer capítulo arranca de la conciencia de fracaso de algunos de sus protagonistas, y que aseveran estudios científicos posteriores. Para el autor, la principal causa de ese fracaso histórico radicó en la relación de subordinación existente, en todo momento, entre la política de juventud, competencia del FJ, y la política educativa, siempre determinada por la “familia” católica. Desde esta conciencia, ya en sus inicios, se propusieron alternativas: la “Academia de Cultura del FJ de Toledo”, y el estudio “El FJ y la Escuela”, elaborado en Castellón en 1951 y que proponía el control de todo el sistema educativo por municipios y sindicatos, por la “familia” falangista, en definitiva.
En este contexto, en su página 31, realiza una de las afirmaciones que consideramos de mayor calado, dando por válidos algunos testimonios recogidos en el texto de J. L. Rodríguez Jiménez Historia de Falange Española de las JONS (Alianza Editorial, Madrid, 2000), coincidentes en el “…desencanto producido entre las jóvenes generaciones de falangistas encuadrados en el Frente de Juventudes. El autor recoge de diversas fuentes, en las que incluye testimonios orales, cómo muchos jóvenes veían con asombro las grandes diferencias existentes, entre la doctrina nacional-sindicalista en la que se les formaba en la organización juvenil y la realidad social que les rodeaba”. Un contraste con la vida cotidiana que quedó, en buena medida, recogido en el discurso de la “revolución pendiente”.
El Patronato Escolar Primario, objeto de estudio en el capítulo segundo, pudo ser el intento de superación de algunas de las limitaciones existentes. Se creó, con ello, una red propia de centros de primaria donde se pretendía, idealmente, impartir una enseñanza más acorde al espíritu que animaba al FJ. De nuevo se evidencia la subordinación de los intereses de la formación política a los educativos; no en vano esos centros surgen coadyuvando la labor del Ministerio de Educación en su lucha contra el analfabetismo, sin diferenciarse apenas en su práctica futura de la de los demás centros públicos. Se manifiesta, además, otro límite, al no extenderse al bachillerato; ámbito considerado, no obstante, como preferente para su acción formativa por el propio FJ. Estos centros acogían, en 1969, a 5.845 escolares, cifra que contrasta con el total de 3.700.000 alumnos de primaria en toda España, lo que demuestra su casi nula incidencia. La comparación de esta mínima realidad con los datos del Patronato Diocesano de educación de Valencia, pone en evidencia la desigualdad de medios empleados, la irradiación social, los apoyos reales, etc.
El tercer capítulo estudia la figura de los Instructores elementales, a quienes correspondía la responsabilidad directa de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional (FEN), principal instrumento reglado de adoctrinamiento del que se sirvió el FJ. La misma denominación de estos docentes, establecida en la Ley de 16 de octubre de 1941, del Ministerio de Educación Nacional, proporciona una clave: Instructor, un concepto por debajo del de profesor, lo que ya clarifica su prelación en el sistema educativo.
Debemos recordar, aquí, que la asignatura de FEN, en primaria, la impartieron los propios maestros, capacitados mediante cursillos específicos organizados por el FJ; mientras que en bachillerato eran los Oficiales Instructores, funcionarios del FJ, quiénes asumieron esa materia, así como la educación deportiva. Especial atención dedica a los campamentos organizados por el FJ para la capacitación de los futuros maestros, sus quiebras e insuficiencias.
¿Cuáles son, para el autor, los grandes rasgos de esa asignatura, que estudia en su cuarto capítulo? Veámoslos: el FJ no tuvo en cuenta los conceptos más elementales de la psicología evolutiva, careció de un profesorado propio homologado, la dotó de grandes objetivos plenos de idealismo pero sufriendo una endémica carencia de medios, padeció de una preocupante ausencia de materiales didácticos básicos. Todo ello lo resume en “una acción marcada por la precariedad”. Su primera etapa termina a finales de la década de los 50. En enseñanza primaria el sistema descansaba en los actos de alzada y arriada de banderas, las exposiciones orales semanales, los murales mensuales y los cuadernos de rotación; aunque todo ello con un seguimiento desigual y decreciente a merced del magisterio. También se caracterizó por la ausencia casi total de instrumentos didácticos y un reduccionismo metodológico consistente en una repetición de los mismos contenidos durante varios cursos consecutivos. Ideológicamente, respondía al más puro estilo falangista: concepción histórica, escala de valores y discurso político.
Fue en las Enseñanzas Medias donde se concentraron los esfuerzos del FJ, siendo prueba de ello la existencia de un cuerpo docente propio, pero también con enormes dificultades: carencia de verdaderos textos, ausencia de medios didácticos, una formación profesional unilateral …
En los años sesenta, fruto de las vicisitudes históricas y del correspondiente ascenso de determinadas “familias” del régimen en detrimento de otras (la falangista, particularmente), se produce un cambio no sólo nominal de las organizaciones del FJ, sino que respondía a una transformación conceptual y metodológica de la propia FEN, pretendía, en última instancia, “apolitizar” al alumnado. Se desarrolla, así, la segunda fase de la FEN. Prescindiendo sustancialmente de la ideología falangista, se centrará en la explicación de los fenómenos sociales de convivencia y las bases jurídicas e ideológicas del Régimen. Los nuevos textos, por su parte, pecaron de los vicios opuestos a los precedentes: complejidad, extensión, falta de sincronía con los conocimientos impartidos en cada curso… Pero, en todo caso, la imagen de la asignatura ya estaba ”fijada” en la sociedad española de forma muy negativa, a juicio del autor. A partir del 70, la división entre reformistas e inmovilistas también cristalizó en la Delegación de Juventud, dando lugar a algunos textos que retomaron un lenguaje y unos conceptos propios de los años cuarenta. La falta de personal fue un problema endémico en toda su trayectoria, lo que indica el papel real reservado a la entidad; en contraste con las dotaciones crecientes del Ministerio de Educación Nacional. Finalmente, desapareció a principios del curso 1977-1978.
El sistema, como instrumento de reclutamiento de nuevos afiliados para el FJ, tampoco fue eficaz, según indican los escasos datos estadísticos estudiados. También afirma, el autor, que el FJ no logró que su diseño organizativo, en sus distintos niveles, funcionara alimentándose unos de otros: centros del Patronato, Hogares, docentes de FEN.
El texto presenta algunas limitaciones: muchos de los datos manejados corresponden a Valencia, el material gráfico tiene una procedencia temporal y geográfica muy limitadas, no se habla de los Colegios Menores, algunas afirmaciones son extrapolaciones lógicas pero sin apenas soporte documental y se percibe cierto desequilibrio interno al dedicar numerosas páginas a determinadas cuestiones en detrimento de otras. Pero constituye, globalmente, un buen inicio para una línea de investigación que requiere mayor desarrollo.
Destaquemos, por último, un aspecto formal curioso: todo el libro está impreso en tinta azul, salvo el CD (que recoge 15 de las más populares canciones del FJ) que aporta, y que lo está en negro, para recordar los ya viejos discos de vinilo.
De su capítulo cuarto procede este clarividente párrafo que bien podría sintetizar todo el libro: “Desde un principio, en el proceso de construcción del estado franquista, los falangistas contaron con su propia parcela en el sistema educativo. Pero sólo con esa parcela. El sistema educativo en su conjunto nunca estuvo bajo su tutela, por mucho que algunas fórmulas externas de comportamiento así nos lo parezcan” (pág. 171).
Revista de historia Aportes. Nº 50, 3/2002.
Frente de Juventudes y sistema educativo, razones de un fracaso: con este subtítulo el autor anticipa la temática que estudia y su principal conclusión, la cual, además, recorre todo el texto que aquí comentamos. No se trata, por tanto, de una historia global de la organización juvenil, sino de un análisis de su proyección y presencia docentes en la enseñanza reglada, tanto pública como privada, si bien en esta última apenas tuvo incidencia. En coherencia con este planteamiento, el escritor no entra en juicios ideológicos apriorísticos, dando por supuestas las bases doctrinales de la entidad.
La Ley fundacional, de 6 de diciembre de 1940, del Frente de Juventudes (FJ, en lo sucesivo), establecía el principal objetivo de esta organización: encuadrar a toda la juventud masculina española, pues para las chicas existía la Sección Femenina y la Universidad era competencia del Sindicato Español Universitario, entidades ambas que gozaron de una gran autonomía orgánica y funcional. Su pretensión última era la socialización política de la juventud española, siendo calificado como la “obra predilecta del régimen”. Para alcanzar tan ambiciosa misión contaba con tres instrumentos: la iniciación política (el libro analiza los recursos empleados para ello y sus resultados), la educación física y las actividades de aire libre.
El primer capítulo arranca de la conciencia de fracaso de algunos de sus protagonistas, y que aseveran estudios científicos posteriores. Para el autor, la principal causa de ese fracaso histórico radicó en la relación de subordinación existente, en todo momento, entre la política de juventud, competencia del FJ, y la política educativa, siempre determinada por la “familia” católica. Desde esta conciencia, ya en sus inicios, se propusieron alternativas: la “Academia de Cultura del FJ de Toledo”, y el estudio “El FJ y la Escuela”, elaborado en Castellón en 1951 y que proponía el control de todo el sistema educativo por municipios y sindicatos, por la “familia” falangista, en definitiva.
En este contexto, en su página 31, realiza una de las afirmaciones que consideramos de mayor calado, dando por válidos algunos testimonios recogidos en el texto de J. L. Rodríguez Jiménez Historia de Falange Española de las JONS (Alianza Editorial, Madrid, 2000), coincidentes en el “…desencanto producido entre las jóvenes generaciones de falangistas encuadrados en el Frente de Juventudes. El autor recoge de diversas fuentes, en las que incluye testimonios orales, cómo muchos jóvenes veían con asombro las grandes diferencias existentes, entre la doctrina nacional-sindicalista en la que se les formaba en la organización juvenil y la realidad social que les rodeaba”. Un contraste con la vida cotidiana que quedó, en buena medida, recogido en el discurso de la “revolución pendiente”.
El Patronato Escolar Primario, objeto de estudio en el capítulo segundo, pudo ser el intento de superación de algunas de las limitaciones existentes. Se creó, con ello, una red propia de centros de primaria donde se pretendía, idealmente, impartir una enseñanza más acorde al espíritu que animaba al FJ. De nuevo se evidencia la subordinación de los intereses de la formación política a los educativos; no en vano esos centros surgen coadyuvando la labor del Ministerio de Educación en su lucha contra el analfabetismo, sin diferenciarse apenas en su práctica futura de la de los demás centros públicos. Se manifiesta, además, otro límite, al no extenderse al bachillerato; ámbito considerado, no obstante, como preferente para su acción formativa por el propio FJ. Estos centros acogían, en 1969, a 5.845 escolares, cifra que contrasta con el total de 3.700.000 alumnos de primaria en toda España, lo que demuestra su casi nula incidencia. La comparación de esta mínima realidad con los datos del Patronato Diocesano de educación de Valencia, pone en evidencia la desigualdad de medios empleados, la irradiación social, los apoyos reales, etc.
El tercer capítulo estudia la figura de los Instructores elementales, a quienes correspondía la responsabilidad directa de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional (FEN), principal instrumento reglado de adoctrinamiento del que se sirvió el FJ. La misma denominación de estos docentes, establecida en la Ley de 16 de octubre de 1941, del Ministerio de Educación Nacional, proporciona una clave: Instructor, un concepto por debajo del de profesor, lo que ya clarifica su prelación en el sistema educativo.
Debemos recordar, aquí, que la asignatura de FEN, en primaria, la impartieron los propios maestros, capacitados mediante cursillos específicos organizados por el FJ; mientras que en bachillerato eran los Oficiales Instructores, funcionarios del FJ, quiénes asumieron esa materia, así como la educación deportiva. Especial atención dedica a los campamentos organizados por el FJ para la capacitación de los futuros maestros, sus quiebras e insuficiencias.
¿Cuáles son, para el autor, los grandes rasgos de esa asignatura, que estudia en su cuarto capítulo? Veámoslos: el FJ no tuvo en cuenta los conceptos más elementales de la psicología evolutiva, careció de un profesorado propio homologado, la dotó de grandes objetivos plenos de idealismo pero sufriendo una endémica carencia de medios, padeció de una preocupante ausencia de materiales didácticos básicos. Todo ello lo resume en “una acción marcada por la precariedad”. Su primera etapa termina a finales de la década de los 50. En enseñanza primaria el sistema descansaba en los actos de alzada y arriada de banderas, las exposiciones orales semanales, los murales mensuales y los cuadernos de rotación; aunque todo ello con un seguimiento desigual y decreciente a merced del magisterio. También se caracterizó por la ausencia casi total de instrumentos didácticos y un reduccionismo metodológico consistente en una repetición de los mismos contenidos durante varios cursos consecutivos. Ideológicamente, respondía al más puro estilo falangista: concepción histórica, escala de valores y discurso político.
Fue en las Enseñanzas Medias donde se concentraron los esfuerzos del FJ, siendo prueba de ello la existencia de un cuerpo docente propio, pero también con enormes dificultades: carencia de verdaderos textos, ausencia de medios didácticos, una formación profesional unilateral …
En los años sesenta, fruto de las vicisitudes históricas y del correspondiente ascenso de determinadas “familias” del régimen en detrimento de otras (la falangista, particularmente), se produce un cambio no sólo nominal de las organizaciones del FJ, sino que respondía a una transformación conceptual y metodológica de la propia FEN, pretendía, en última instancia, “apolitizar” al alumnado. Se desarrolla, así, la segunda fase de la FEN. Prescindiendo sustancialmente de la ideología falangista, se centrará en la explicación de los fenómenos sociales de convivencia y las bases jurídicas e ideológicas del Régimen. Los nuevos textos, por su parte, pecaron de los vicios opuestos a los precedentes: complejidad, extensión, falta de sincronía con los conocimientos impartidos en cada curso… Pero, en todo caso, la imagen de la asignatura ya estaba ”fijada” en la sociedad española de forma muy negativa, a juicio del autor. A partir del 70, la división entre reformistas e inmovilistas también cristalizó en la Delegación de Juventud, dando lugar a algunos textos que retomaron un lenguaje y unos conceptos propios de los años cuarenta. La falta de personal fue un problema endémico en toda su trayectoria, lo que indica el papel real reservado a la entidad; en contraste con las dotaciones crecientes del Ministerio de Educación Nacional. Finalmente, desapareció a principios del curso 1977-1978.
El sistema, como instrumento de reclutamiento de nuevos afiliados para el FJ, tampoco fue eficaz, según indican los escasos datos estadísticos estudiados. También afirma, el autor, que el FJ no logró que su diseño organizativo, en sus distintos niveles, funcionara alimentándose unos de otros: centros del Patronato, Hogares, docentes de FEN.
El texto presenta algunas limitaciones: muchos de los datos manejados corresponden a Valencia, el material gráfico tiene una procedencia temporal y geográfica muy limitadas, no se habla de los Colegios Menores, algunas afirmaciones son extrapolaciones lógicas pero sin apenas soporte documental y se percibe cierto desequilibrio interno al dedicar numerosas páginas a determinadas cuestiones en detrimento de otras. Pero constituye, globalmente, un buen inicio para una línea de investigación que requiere mayor desarrollo.
Destaquemos, por último, un aspecto formal curioso: todo el libro está impreso en tinta azul, salvo el CD (que recoge 15 de las más populares canciones del FJ) que aporta, y que lo está en negro, para recordar los ya viejos discos de vinilo.
De su capítulo cuarto procede este clarividente párrafo que bien podría sintetizar todo el libro: “Desde un principio, en el proceso de construcción del estado franquista, los falangistas contaron con su propia parcela en el sistema educativo. Pero sólo con esa parcela. El sistema educativo en su conjunto nunca estuvo bajo su tutela, por mucho que algunas fórmulas externas de comportamiento así nos lo parezcan” (pág. 171).
0 comentarios