Traffic: familia y sociedad, diques frente a la droga.
Una película taquillera, nominada a cinco Oscars, plantea la realidad de uno de los mayores problemas de las sociedades modernas: el tráfico y consumo de drogas en sus múltiples implicaciones.
Introducción.
Traffic está dirigida por Steven Soderbergh, creador de “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”. Se trata de una película de duración superior a lo habitual, pero que “engancha” de inicio a fin en torno a una trama centrada en los diferentes niveles de implicación y consecuencias de la realidad multiforme del narcotráfico y la dependencia a las drogas, en particular a las variantes de la cocaína.
El guión es complejo y no se limita a ser simple excusa para un espectáculo visual centrado en la acción. Al contrario, la película destila un mensaje claro de beligerancia ante la complejidad del mundo del narcotráfico, con una exposición realista de la problemática social y humana derivada del consumo de drogas.
Su discurso no es el clásico de “buenos” y “malos”, y su realismo no le impide emitir un juicio durísimo sobre la responsabilidad de los actores que han facilitado la consolidación de esta lacra mundial.
El argumento de la película.
La película se estructura en torno a tres líneas argumentales principales.
El futuro juez antidroga de EE.UU., Wakefield (Michael Duglas), se va introduciendo, poco a poco, en el papel “oficial” de su nuevo cargo y, de forma paralela, en el problema real de la droga, espoleado por su situación familiar; no en vano su hija adolescente Carolina (Erika Christensen), brillante estudiante de colegio de élite, es una drogadicta. Su esposa (Amy Irving), antigua hippy de los años 60, la protege, pues no se siente con fuerza moral para impedirle que “pruebe y experimente, tal como hicimos todos en aquellos años”. El protagonista no lo soporta, pero en la relación con su esposa se evidencia una falta absoluta de comunicación, causada en parte por haber vivido sobre todo para su promoción profesional, y de espaldas a la realidad de su familia. La mentalidad “sesentayochista” queda, por completo, en entredicho, dadas las consecuencias no imaginadas que se derivan de la misma, lo que les lleva a una inicial paralización ante el problema de su hija.
En Méjico, por otra parte, los policías Javier Rodríguez (Benicio del Toro) y Manolo Sánchez entran al servicio de un General que pretende eliminar al cartel de Tijuana, uno de los dos más poderosos de Méjico en el tráfico de drogas con EE.UU.
Por último, Helena (Catherine Zeta Jones) descubre que su marido Carlos (Steven Bauer) es un importante narcotraficante, y su sueño de bienestar, de modelo perfecto de familia “rica” con pretensiones filantrópicas, se desvanece. Su reacción será contundente y sorprendente. Dos agentes de la DEA (encarnados por Don Cheadle y Luis Guzmán) se encargarán de vigilarla, constituyendo dos referencias morales a lo largo de la película.
Sus historias se van, poco a poco, entrelazando.
La personalidad y actuación de Benicio del Toro, Michael Douglas y Erika Christensen se adueñan de la película, acompañados por rápidas imágenes y un guión ágil. La banda musical y la fotografía facilitan el dinamismo y la cohesión del producto.
Las diferentes tramas se tiñen de diferentes gamas de colores. Así la ciudad de San Diego, donde vive Helena, es retratada con colores neutros. En las escenas de Méjico son los colores sepia y arenados los que marcan la fotografía. Por último, son los azules fríos los que retratan los ambientes oficiales y de oficinas. En algunos momentos de la película, parece que tales gamas confluyen.
El papel de algunos personajes secundarios también es muy importante. Es el caso del “novio” de Carolina, a la que inicia y sostiene en el consumo. Con un discurso “progresista” denuncia la hipocresía del sistema y el impulso mercantilista de los traficantes: si no hubiera demanda, no existiría oferta. Miles de blancos ricos se desplazan diariamente a los suburbios habitados por negros que encuentran un método fácil de ganarse la vida, explica al alucinado padre de su amiga.
Otros secundarios son los protagonizados por los actores Miguel Ferrer, Dennis Quaid, Albert Finney y Salma Hayek.
En otros momentos se denuncia la porosidad de las fronteras, el alcance mundial del tráfico y sus redes de distribución e intereses, el empleo poco racional de los medios para luchar contra la droga, los recelos de la cooperación internacional en estos temas y su poca efectividad, el mínimo espacio dedicado a la prevención de las drogas, la pobreza de Méjico, la hipocresía social, etc.
Algunas reflexiones.
Es una película realista, nada “mojigata”, que pone sobre la mesa las dimensiones reales del problema.
Sólo la familia que asume su función pedagógica y socializadora, a partir de unos valores, es capaz de resistir la ofensiva del narcotráfico, parece concluir el film. Y la sociedad puede organizarse para resistir y recuperar a su gente. Aquí se ejemplifica con el grupo de “alcohólicos anónimos” al que acude inicialmente la adolescente y, finalmente, también sus padres.
Y el policía mejicano asiste en las escenas finales, simbólicamente, a un partido de baseball protagonizado por adolescentes: la posibilidad de una vida personal y social sana fuera del alcance de las mafias.
Pero no es un discurso “reaccionario” o simplista. Efectivamente, puede parecer que esa invocación al papel fundamental de la familia suene a “música conocida”, sobre todo para los herederos espirituales del “sesentayocho” (el poder cultural y la mentalidad dominante); pero es la única conclusión y alternativa realista. Frente al cinismo de traficantes y consumidores “conscientes” que justifican su comportamiento, recubierto de un lenguaje pseudoprogresista, sólo existe una posibilidad de resistencia y edificación humana: vivir los valores de la familia y la solidaridad social.
Pero, para la España de hoy día, el mensaje se queda corto. Se empieza a superar la oleada de las generaciones que cayeron en el consumo de la heroína. El reto que se nos presenta en el futuro, y hoy día, es el del consumo extendidísimo de las “drogas de diseño” y la cocaína entre las jóvenes generaciones y en muchos ámbitos profesionales. Y ello más cuando son desconocidos los efectos de esas sustancias a largo plazo en la mente de quiénes las consumen, no precisándose además de grandes estructuras para su elaboración y distribución; lo que dificulta su persecución. En definitiva, una película para disfrutar, pensar y actuar en consecuencia: una invocación a la responsabilidad de la sociedad y de los poderes públicos.
Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 43, marzo 2001
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