En torno a la futura Universidad San Jorge de Zaragoza: catolicismo y misión.
Las universidades católicas constituyen una extraordinaria oportunidad de misión en el mundo de hoy. En Aragón existe esa posibilidad. Reflexiones en torno a un interesante proyecto.
A mediados del mes de mayo, la Fundación San Valero, nacida en el seno de Acción Católica hace ya unas décadas y en magníficas relaciones con el Arzobispado de Zaragoza, ha anunciado la creación de una universidad de inspiración cristiana y sin ánimo de lucro: la primera, de iniciativa social, en Aragón.
La Fundación San Valero ya viene desarrollando una magnífica labor en los ámbitos de la formación profesional de los jóvenes aragoneses, gozando, por ello, de mucho prestigio.
Este proyecto, a partir de los centros ya dependientes de la Fundación, y con un campus propio en el barrio del ACTUR (el de mayor crecimiento urbano de Zaragoza, situado al otro lado del río Ebro), ampliaría el número de titulaciones actualmente impartidas, implantando otras nuevas. Así, en una primera fase, para el curso 2002-2003, se pretende poner en marcha tres licenciaturas (Periodismo, Ciencias Ambientales y Comunicación Audiovisual) y cinco ingenierías técnicas (Informática de Gestión, Informática de Sistemas, Diseño Industrial, Telecomunicación, Sonido e Imagen y Obras Públicas y Construcciones Civiles), con unos 1200 alumnos iniciales. En fases posteriores se ampliará el número de licenciaturas en cinco más (Publicidad y Relaciones Públicas, Investigación y Técnicas de Mercado, Administración y Dirección de Empresas, Ciencias de la Actividad Física y Deporte y Pedagogía), una nueva ingeniería técnica (Telecomunicación Telemática) y dos diplomaturas más (Educación Especial y Óptica).
Los promotores han optado por seguir los trámites precisos para su constitución como universidad privada, aunque podrían haberlo hecho como católica mediante un decreto del Arzobispado, lo que finalmente excluyeron.
En su consejo asesor figuran figuras relevantes de la política aragonesa, la cultura, el empresariado, así como dos exrectores de la Universidad de Zaragoza.
De forma casi inmediata, cualificados representantes de la Universidad de Zaragoza manifestaron su preocupación ante el proyecto, temiendo que esta nueva universidad desarrollara una labor competitiva con la propia. La Fundación San Valero replicó afirmando que, al tratarse de una universidad privada, su misión no era complementar la oferta ya existente, pero que, en cualquier caso, la mayoría de sus futuras titulaciones no se imparten actualmente en la Universidad de Zaragoza.
Por otra parte, dos grupos municipales de izquierda, del Ayuntamiento de Zaragoza, han alegado un presunto incumplimiento del uso de los solares cedidos, en su día, en dicho barrio a la Fundación San Valero, como gran obstáculo al proyecto.
Aquí subyace, sin duda, un viejo debate. La Universidad de Zaragoza, de la que es titular una Administración pública, sería un centro público, mientras que la Universidad San Jorge, privada, no tendría ese mismo carácter. ¿Acaso una universidad privada, nos preguntamos, no cumple una función social, pública por lo tanto, al margen de su titularidad? Por ello sería más adecuado, a nuestro juicio, calificar a las universidades privadas como de titularidad o iniciativa social.
Pero, pese a las implicaciones subyacentes en las anteriores polémicas (la concreta aplicación del principio de subsidiariedad, el papel del estado y el espacio de actuación de los grupos sociales), existe otro aspecto que nos preocupa.
Nuestro mayor interés se centra en la afirmación, de sus promotores, de que se pretende una universidad de “inspiración cristiana”.
Pensamos que es en esa pretensión donde radica la posibilidad de una auténtica novedad para la sociedad zaragozana y la de todo Aragón.
Si su “inspiración cristiana” se limita a figurar, en un lugar preferente, en el papel de sus estatutos, poca trascendencia tendrá.
Pero si la comunidad educativa, que construya esta universidad, participa en la misma con decisión, a partir de su concreta pertenencia y experiencia cristiana, con una pretensión evangelizadora, entonces existiría una posibilidad de misión desconocida hasta el momento.
Una universidad católica puede, y debe, formar buenos profesionales, ciudadanos que cumplan con corrección sus obligaciones sociales. Pero de nada serviría todo ello si olvida lo fundamental: testimoniar a Jesucristo en el entorno concreto en el que se desenvuelve la vida de los cristianos.
La nueva evangelización que precisa nuestra sociedad post-industrial del siglo XXI, carece, en muchos lugares, de espacios culturales católicos que permitan establecer un diálogo fluido con la misma. La misión y la evangelización actual necesita múltiples instrumentos, entre ellos, diversas entidades culturales que puedan proporcionar a los católicos un juicio formativo y de acción sobre la realidad y que, a la vez, pueda exponer a los no creyentes la creatividad cultural católica. Estos objetivos son –deben ser- perfectamente, aplicables a una universidad católica.
En Zaragoza existen evidentes muestras de la creatividad social de los católicos. A título de ejemplo recordaremos –sin ser exhaustivos y sin emitir juicio de ningún tipo sobre la labor desarrollada por las múltiples entidades católicas presentes- la Caja de Ahorros de la Inmaculada, el Stadium Casablanca, el Centro Pignatelli, los numerosos colegios católicos, las cofradías de Semana Santa, cooperativas agrarias, etc.
Una universidad que tenga la pretensión de transmitir a las generaciones futuras esa identidad creativa, capaz de proporcionar herramientas que permitan afrontar los retos de la vida, desde la experiencia cristiana, constituiría el broche de oro de esa creatividad social de los católicos aragoneses. Y para ello se precisa, no sólo de capellanías. También es necesario un departamento de pastoral con personas ilusionadas y medios. En cualquier caso, requisito fundamental son las personas que encarnen esa misión en todos los niveles de la futura universidad.
Por ello, las expectativas abiertas, con este proyecto, trascienden las meramente académicas, para alcanzar una potencialidad capaz de entusiasmar e implicar a los sectores vivos del pueblo cristiano de Aragón.
Páginas para el mes, Nº 46, mayo de 2001
La primera universidad privada de Aragón.
A mediados del mes de mayo, la Fundación San Valero, nacida en el seno de Acción Católica hace ya unas décadas y en magníficas relaciones con el Arzobispado de Zaragoza, ha anunciado la creación de una universidad de inspiración cristiana y sin ánimo de lucro: la primera, de iniciativa social, en Aragón.
La Fundación San Valero ya viene desarrollando una magnífica labor en los ámbitos de la formación profesional de los jóvenes aragoneses, gozando, por ello, de mucho prestigio.
Este proyecto, a partir de los centros ya dependientes de la Fundación, y con un campus propio en el barrio del ACTUR (el de mayor crecimiento urbano de Zaragoza, situado al otro lado del río Ebro), ampliaría el número de titulaciones actualmente impartidas, implantando otras nuevas. Así, en una primera fase, para el curso 2002-2003, se pretende poner en marcha tres licenciaturas (Periodismo, Ciencias Ambientales y Comunicación Audiovisual) y cinco ingenierías técnicas (Informática de Gestión, Informática de Sistemas, Diseño Industrial, Telecomunicación, Sonido e Imagen y Obras Públicas y Construcciones Civiles), con unos 1200 alumnos iniciales. En fases posteriores se ampliará el número de licenciaturas en cinco más (Publicidad y Relaciones Públicas, Investigación y Técnicas de Mercado, Administración y Dirección de Empresas, Ciencias de la Actividad Física y Deporte y Pedagogía), una nueva ingeniería técnica (Telecomunicación Telemática) y dos diplomaturas más (Educación Especial y Óptica).
Los promotores han optado por seguir los trámites precisos para su constitución como universidad privada, aunque podrían haberlo hecho como católica mediante un decreto del Arzobispado, lo que finalmente excluyeron.
En su consejo asesor figuran figuras relevantes de la política aragonesa, la cultura, el empresariado, así como dos exrectores de la Universidad de Zaragoza.
Universidad pública, universidad privada.
De forma casi inmediata, cualificados representantes de la Universidad de Zaragoza manifestaron su preocupación ante el proyecto, temiendo que esta nueva universidad desarrollara una labor competitiva con la propia. La Fundación San Valero replicó afirmando que, al tratarse de una universidad privada, su misión no era complementar la oferta ya existente, pero que, en cualquier caso, la mayoría de sus futuras titulaciones no se imparten actualmente en la Universidad de Zaragoza.
Por otra parte, dos grupos municipales de izquierda, del Ayuntamiento de Zaragoza, han alegado un presunto incumplimiento del uso de los solares cedidos, en su día, en dicho barrio a la Fundación San Valero, como gran obstáculo al proyecto.
Aquí subyace, sin duda, un viejo debate. La Universidad de Zaragoza, de la que es titular una Administración pública, sería un centro público, mientras que la Universidad San Jorge, privada, no tendría ese mismo carácter. ¿Acaso una universidad privada, nos preguntamos, no cumple una función social, pública por lo tanto, al margen de su titularidad? Por ello sería más adecuado, a nuestro juicio, calificar a las universidades privadas como de titularidad o iniciativa social.
Pero, pese a las implicaciones subyacentes en las anteriores polémicas (la concreta aplicación del principio de subsidiariedad, el papel del estado y el espacio de actuación de los grupos sociales), existe otro aspecto que nos preocupa.
Una presencia misionera.
Nuestro mayor interés se centra en la afirmación, de sus promotores, de que se pretende una universidad de “inspiración cristiana”.
Pensamos que es en esa pretensión donde radica la posibilidad de una auténtica novedad para la sociedad zaragozana y la de todo Aragón.
Si su “inspiración cristiana” se limita a figurar, en un lugar preferente, en el papel de sus estatutos, poca trascendencia tendrá.
Pero si la comunidad educativa, que construya esta universidad, participa en la misma con decisión, a partir de su concreta pertenencia y experiencia cristiana, con una pretensión evangelizadora, entonces existiría una posibilidad de misión desconocida hasta el momento.
Una universidad católica puede, y debe, formar buenos profesionales, ciudadanos que cumplan con corrección sus obligaciones sociales. Pero de nada serviría todo ello si olvida lo fundamental: testimoniar a Jesucristo en el entorno concreto en el que se desenvuelve la vida de los cristianos.
La nueva evangelización que precisa nuestra sociedad post-industrial del siglo XXI, carece, en muchos lugares, de espacios culturales católicos que permitan establecer un diálogo fluido con la misma. La misión y la evangelización actual necesita múltiples instrumentos, entre ellos, diversas entidades culturales que puedan proporcionar a los católicos un juicio formativo y de acción sobre la realidad y que, a la vez, pueda exponer a los no creyentes la creatividad cultural católica. Estos objetivos son –deben ser- perfectamente, aplicables a una universidad católica.
En Zaragoza existen evidentes muestras de la creatividad social de los católicos. A título de ejemplo recordaremos –sin ser exhaustivos y sin emitir juicio de ningún tipo sobre la labor desarrollada por las múltiples entidades católicas presentes- la Caja de Ahorros de la Inmaculada, el Stadium Casablanca, el Centro Pignatelli, los numerosos colegios católicos, las cofradías de Semana Santa, cooperativas agrarias, etc.
Una universidad que tenga la pretensión de transmitir a las generaciones futuras esa identidad creativa, capaz de proporcionar herramientas que permitan afrontar los retos de la vida, desde la experiencia cristiana, constituiría el broche de oro de esa creatividad social de los católicos aragoneses. Y para ello se precisa, no sólo de capellanías. También es necesario un departamento de pastoral con personas ilusionadas y medios. En cualquier caso, requisito fundamental son las personas que encarnen esa misión en todos los niveles de la futura universidad.
Por ello, las expectativas abiertas, con este proyecto, trascienden las meramente académicas, para alcanzar una potencialidad capaz de entusiasmar e implicar a los sectores vivos del pueblo cristiano de Aragón.
Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 46, junio de 2001.
Páginas para el mes, Nº 46, mayo de 2001
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