Los portugueses que salvaron Etiopía.
En Etiopía radica una de las primeras comunidades cristianas. Aislada durante siglos del resto de la cristiandad, se salvó “in extremis”, en el siglo XVI, de una tremenda ofensiva musulmana gracias al sacrificio de un puñado de portugueses.
Los portugueses en Etiopía.
A mediados del siglo XVI, una expedición de 400 portugueses, liderados por Cristóbal de Gama (hijo del gran navegante Vasco de Gama), salvó al reino cristiano de Etiopía de la última gran ofensiva musulmana desarrollada por el caudillo Ahmed ibn Ibrahim, conocido como Grañ (“el zurdo”), contra el mismo y, que de no ser por su actuación, seguramente habría acabado con la presencia cristiana en esas tierras.
Se trata de un episodio histórico muy poco conocido, pero ilustrativo de la fe y el espíritu que movieron a nuestros antepasados.
Un puñado de portugueses, lejos de su tierra, llegó a Etiopía en 1.541, un país de idioma y costumbres ajenas, testimoniando su fe con su sacrificio y al servicio de un pueblo amenazado de extinción.
Salvo 150 integrantes de la expedición, el resto murió en diversos combates, pero lograron la supervivencia, providencialmente, de ese pueblo cristiano que parecía agonizar ante el acoso musulmán y tras siglos de aislamiento. Sus descendientes no regresaron a Portugal. Tomaron mujeres etíopes y formaron un cuerpo de seguridad al servicio del emperador, así como varias generaciones de sus descendientes.
Todavía hoy permanecen puentes y fortalezas levantadas por esos hombres, que también trabajaron como constructores; mudos testigos de aquella gesta.
Y en la memoria colectiva del pueblo cristiano, de Cristóbal de Gama, que murió martirizado de la propia mano del gran caudillo musulmán, al haber sido hecho prisionero tras una batalla en la que estuvieron a punto de perecer todos ellos, se conserva un recuerdo de santidad, de perfecto caballero cristiano, proclamando su fe hasta la muerte. Hasta el punto que un patriarca católico, a quien luego mencionaremos, buscó su cuerpo para intentar iniciar un proceso de beatificación; lo que no logró.
Etiopía. Hombres, lugares y mitos.
Etiopía (del griego, “el que tiene rostro tostado”) es un país casi completamente desconocido para España. Su historia, mezclada con la leyenda (recordemos a la Reina de Saba), es antiquísima y extraordinaria.
Su sufrimiento, especialmente con las hambrunas de los años 70 y 80, ha sido extremo, al igual que su pobreza hoy día.
Para introducirnos en su fascinante historia, existe un libro, editado ya en 1.990 por la Editorial Mundo Negro.
Se trata de “Etiopía: hombres, lugares y mitos”, del misionero comboniano Juan González Núñez, rector del seminario católico de la capital etíope durante varios años.
No se trata de un texto científico, académico, de historia. Pero, a partir de algunos viajes del propio autor, estructura una historia nacional sencilla, sugerente, cuyo elemento central es la presencia cristiana.
Por las fechas en que está escrito, encontramos una notable laguna que suple, de alguna manera “el libro Negro del comunismo” en lo que se refiere al brutal experimento marxista - leninista de Mengistu Haile Mariam y que, además de cientos de miles de víctimas, casi supone la pérdida de la entera identidad y conciencia colectiva etíopes (edición de 1.998 de Planeta - Espasa, páginas 767 a 777, escrito por Yves Santamaría).
La Iglesia Ortodoxa Etíope.
Dos monjes sirios, Frumencio y Edesio, iniciaron en el siglo IV la evangelización del reino de Aksum. El primero llegó a ser nombrado obispo por San Atanasio de Alejandría. Pero la cristianización masiva del país se produce con nueve monjes sirios (monofisitas o católicos, aquí las interpretaciones discrepan): “los nueve santos”. A ellos se debe también la traducción del Nuevo Testamento al antiguo idioma etíope “gue´ez”, actualmente lengua litúrgica de la Iglesia Etíope Ortodoxa.
Cuenta actualmente con 12 diócesis, mas una en Jibuti y otra en Jerusalén.
Hasta Haile Selassie, dependía esta Iglesia completamente del Patriarca Copto Ortodoxo de Alejandría, quien nombraba al Patriarca -“Abuna”- de la Iglesia etíope, generalmente un egipcio que, salvo excepciones, permanecía ajeno a la realidad de su nuevo pueblo.
En 1.959 es elegido el primer Patriarca de la Iglesia autocéfala de Etiopía, el archimandrita Basilio.
Con la independencia de Eritrea, la Iglesia de ese nuevo país cortó lazos con la Iglesia madre y se proclamó independiente.
Cuenta con un clero numerosísimo y poco formado (no existen seminarios), y que es ordenado colectivamente por el obispo a cuantos fieles lo soliciten. Por contra, los monjes cuentan con una mayor preparación y un gran prestigio.
La liturgia de esta Iglesia, que cuenta con unos 18 millones de fieles, ha recibido influencias de las tradiciones judías (circuncisión además del bautismo, prescripciones purificatorias, etc), siria y alejandrina, así como algunos elementos folclóricos autóctonos (instrumentos de percusión y danzas).
El ayuno ocupa una parte muy importante en la práctica religiosa. A lo largo del año los simples fieles ayunan 186 días, y los monjes, 286.
En Tierra Santa están presentes 6 monasterios etíopes, siendo su presencia -paupérrima- muy antigua: ya en 1.172 el monje Teodorico encuentra en Jerusalen a “nubianos” celebrando oficios en la Basílica del Santo Sepulcro.
Esta Iglesia nacional precalcedoniense ha quedado, teológicamente, en la terminología arcaica de San Cirilo de Alejandría, rechazando en su día el Concilio de Calcedonia (IV Concilio Ecuménico de la Iglesia, del año 451) por considerarlo -por cuestiones terminológicas- favorable a las teorías de Nestorio.
La Iglesia católica en Etiopía.
Con los portugueses, de los que ya hemos hablado, llegó el catolicismo a Etiopía. Jesuitas y agustinos desembarcaron y llegaron a convertir a primeros del siglo XVII al emperador Sisinios.
El Papa Urbano VIII nombró, a Alfonso Méndez, Patriarca, pero lo que se ha calificado de “excesos” de la latinización provocó una profunda reacción, expulsando a los misioneros católicos el sucesor de Sisinios: Fasilades. De ese episodio histórico persiste una notable antipatía hacia lo católico, que fue conocido como la “religión de los italianos” (a raíz de la invasión de 1.935).
Los paúles galos a mediados del siglo XIX llegan a Etiopía, instalándose de la mano de una persona excepcional: San Justino de Jacobis, quien optó por el rito copto-etíope.
Otros misioneros católicos dejaron una profunda huella, como el Cardenal Massaia.
Posteriormente, con la conquista de Etiopía por los italianos, llegaron los capuchinos.
Actualmente los católicos etíopes son entre 150 y 200.000 fieles, divididos en dos ritos: rito latino y rito etíope.
Etiopía encara el futuro malherida, hambrienta y con tremendos interrogantes en el horizonte. Pero cuenta con una tradición cristiana viva y una presencia misionera que son primicia de un mañana mejor.
Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 28, enero de 2000
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