¿Hacia un populismo de derechas en España?
Es innegable: al calor de la crisis, que está conmoviendo todas las estructuras socio-políticas españolas, desvelando una quiebra moral sin precedentes, están surgiendo algunos movimientos que han incurrido en tics que bien pueden calificarse como “populistas”, y no sólo en el sentido simplista y peyorativo en que suele emplearse generalmente en los medios de comunicación y en muchos análisis políticos.
Es el caso, entre otros, pero de manera muy particular, de Ada Colau y su Plataforma de Afectados por las Hipotecas. Concebida como una acción de respuesta puntual y continuada en el tiempo de carácter sectorial, más que como una praxis de perspectiva estratégica, viene perpetrando acciones muy controvertidas, como es el caso de los denominados escraches.
Es paradójico este movimiento, pues desde una filosofía y unas bases sociales de apoyo que bien pueden calificarse como de izquierdas, y bastantes radicales, se defiende un valor un tanto conservador; como es el de la pequeña propiedad. Y no es la única paradoja. Recordemos la participación activa en algunos de los escraches más sonados de un intelectual como Jorge Verstrynge: extremista de derechas en su temprana juventud, ex-secretario general de la extinta Alianza Popular y, hoy día, acreditado politólogo, autor libérrimo, provocador siempre, quien no tiene problema alguno en ser “políticamente incorrecto” si la ocasión y su explosivo criterio lo requieren. Comportamientos y actitudes populistas, en todo caso, pero escoradas hacia la izquierda. ¿Populismo y de izquierdas? ¿A que no suena tan mal?
En Europa, al igual que en España, se suele emplear el término populismo en un sentido peyorativo, lindante con el de demagogia y el extremismo: populista habría sido Hugo Chávez y todo el movimiento bolivariano continental que generó su poliédrica y en ocasiones contradictoria personalidad. Populista fue Juan Domingo Perón y el partido –todavía vivo- al que dio su nombre, en su Argentina natal. Y populistas serían los partidos de extrema derecha europeos; disfruten o no de éxito electoral.
Algunos partidos populistas europeos –o extremistas de derecha o como quiera que se les denomine- han cosechado ciertos éxitos, lo que ha generado mucha preocupación entre medios de comunicación y analistas, creándose toda una red de seguimiento del fenómeno: desde observatorios de politólogos muy cualificados, a redes radicales de acoso a toda supuesta expresión de “extremismo derechista”; siempre asociado -en un tópico totum revolutum- a xenofobia, racismo, discriminación, nazismo y fascismo.
Nos referimos al Frente Nacional de Le Pen, el FPÖ austríaco, Alianza Nacional en Italia en su día, el BNP en Inglaterra muy ocasionalmente; periódicamente el NPD alemán sigue generando noticias, los nuevos partidos populistas escandinavos y de Europa oriental…, hasta el indigerible Amanecer Dorado griego.
España, como en otras circunstancias políticas, culturales, económicas o sociológicas, por lo que se refiere a este fenómeno, sigue siendo una excepción.
No repasaremos sus escasos éxitos y sus múltiples intentos, ahogados todos en su nacimiento, desde la muerte de Francisco Franco.
Pero lo cierto es que vivimos unas circunstancias colectivas excepcionales que acaso pudieran suponer un cambio de rumbo en la tendencia; o al menos así lo aprecian voces muy autorizadas.
Así el profesor Patrick Moreau, investigador del CNRS, especialista en análisis comparativo de los extremismos, formuló en 2001 un “teorema político-conductual” sobre la eclosión de los nacional-populismos que ya recogió Xavier Casals en su ensayo Ultrapatriotas (Crítica, Barcelona, 2003), a saber: «(...) cuando un sistema político está dirigido por un mismo actor (o una coalición) durante diversos períodos legislativos, cuando una sociedad se entera de un número creciente de negocios oscuros diversos, cuando la penetración burocrática de los partidos en la economía es fuerte y cuando el clientelismo es una práctica cotidiana (el caso de Italia hasta 1992 y el de Austria hasta 1999), el populismo tiene muchas oportunidades. Incluso cuando los negocios oscuros no son tan frecuentes, cada escándalo refuerza, y ello de manera acumulativa, el rechazo a los partidos establecidos (caso belga) y a la política del Estado, presentada como un instrumento en manos de incompetentes y aprovechados». (La temptació populista de dreta a Europa vista a través del cas de l’FPÖ: estat de cada lloc i interpretació sistèmica, (p. 10) Papers de la Fundació Rafael Campalans Nº 127).
Xavier Casals ha vuelto a retomar la cuestión en su magnífico blog sobre extremismo y democracia el pasado 23 de marzo, concluyendo que en los próximos dos años, «(...) se conjugan en España los elementos de una “tormenta perfecta” para la eclosión de populismos de derecha e izquierda».
Coincidimos con Casals en que concurren en España esas circunstancias de marcado acento político, económico y social; materiales, en suma. Pero, matizaremos, no se percibe la existencia del elemento humano -subjetivo- que pudiera encarnarlo.
La derecha española, y también las más extremas de ella, desde el franquismo, se encuentra en un estado de casi total postración: política… e intelectual. Hay excepciones, faltaría más: personalidades y experiencias meritorias y voluntariosas. También es el caso de los grupos juveniles que vienen surgiendo en distintos lugares de nuestra piel de toro a modo de pequeñas comunidades de vida, deporte, cultura…, en buena medida independientemente de los partiditos del “área”.
Pero de la actual sopa de sigla que podría adscribirse a ese populismo de derechas (España 2000, Democracia Nacional, Plataforma por Catalunya, Movimiento Social Republicano, acaso Alternativa Española, y excluyendo por motivos obvios siglas históricas como CTC y FE de las JONS), no se percibe indicio relevante de un cambio. De entrada, no existe ningún liderazgo personal relevante; decisivo en todo populismo, de derechas o de izquierdas. Así, Josep Anglada, la “esperanza”, un tiempo, de este espacio, parece más una estrella en lento pero irremediable declive tras su hazaña de 2011 al conseguir 67 concejales en Cataluña…
Tampoco se están desarrollando iniciativas de un mínimo calado social. Los repartos de alimentos de algunas de esas organizaciones, por ejemplo, son numéricamente insignificantes y de un calado real imperceptible… salvo virtualmente. En suma, no existe una demanda social que reclame un movimiento “nuevo” aglutinador de intereses colectivos contrariados. Efectivamente, existen sectores sociales que acaso pudieran ser seducidos por los reclamos populistas: derechistas desencantados con el Partido Popular, defensores de la vida ”quemados” por el anterior, católicos antiliberales, padres de familia y varones directamente afectados por las leyes de discriminadoras de género, defensores del bilingüismo real, víctimas del terrorismo, comprometidos con la idea/vivencia de nación española…
Todo esto viene a cuento de que este fin de semana se presentaba en Coslada, tras su congreso fundacional, un nuevo grupo, el Partido por la Libertad, que con un matizado y muy elaborado ideario (desde los ejes de persona, comunidad, identidad y economía) pretende liderar una alternativa para ese espacio político que, supuestamente, se encuentra huérfano y expectante.
Cuentan, para tal empresa, con un puñado de concejales, organización en varias provincias, ideas muy claras, y algunos dirigentes de conocida trayectoria intelectual y política con experiencia en el área: personas, estrategia y tácticas. No es poco.
Pero no lo tendrán fácil: el simple lanzamiento de una alternativa no genera movimientos espontáneos de adhesión. Además de los problemas endémicos de la extrema derecha española –fragmentación, personalismos, escándalos, violencia-, se les suman el individualismo extremo que ha arraigado casi sin excepción en España, la falta de sentido de la responsabilidad colectiva, la ausencia de una cultura participativa, la pasividad generalizada, la despolitización… y una carencia absoluta de medios de comunicación que pudieran hacerse eco de su misma existencia. Todo lo contrario: lo criminalizarán ab initio.
España, para bien o para mal, también en ello seguirá siendo diferente. Así, la derecha populista no podrá jugar el papel que, en cierto modo, ya cumple en otros países: instrumento de rectificación del sistema, so pena de castigo electoral a los de siempre; o voz de protesta y -muy difícilmente- de representación fáctica de sectores disidentes con la globalización.
http://www.diarioliberal.com/2013/04/15/hacia-un-populismo-de-derechas-en-espana/
La Gaceta de los Negocios, 17/04/13, pág.4
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