Palabras pronunciadas al término de la Eucaristía-aniversario por Miguel Vaquero
No es usual que en una misa aniversario, a su término, un familiar se dirija a los asistentes: es más propio de los funerales.
El año pasado no tuve oportunidad de hacerlo y, en esta ocasión, los Padres Escolapios han tenido la delicadeza de acceder a mi petición que no podía tener otra pretensión: intentar torpemente agradeceros vuestra presencia. Y agradecer también a todas las personas que no han podido acudir y nos han manifestado –de una u otra modalidad- que rezarían o dedicarían unos minutos de su memoria a Miguel.
Miguel tenía unas enormes cualidades humanas. Un grandísimo corazón, una enorme preocupación por los más débiles, un vivísimo sentido crítico, una enorme curiosidad y dolor por el rumbo desquiciado de nuestro mundo, una sangrante rebeldía juvenil, una notable inteligencia, una admirable ausencia de egoísmo… Humano, muy humano.
Pero no son esas cualidades humanas por las que, estoy seguro, se ha ganado el Cielo: ha sido ese camino misterioso, y aparentemente injusto, del sufrimiento moral y físico el que eligió Dios para tenerlo muy pronto cerca de sí, pues, dicen, que Dios llama pronto a los que más quiere para darles paz, plenitud, belleza, sentido.
Agradeceros, por tanto, vuestras atenciones, oraciones; todos vuestros detalles hacia Miguel y su familia a lo largo no sólo de sus últimos días, sino de toda su vida.
Miguel: seguro que desde el Cielo podrás ayudarnos a todos nosotros. No te olvidamos. Te quisimos. Te queremos. Te querremos. Siempre. Gracias.
Iglesia de Santo Tomás (Escuelas Pías), Zaragoza, 13 de enero de 2011.
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