Apoteosis de Hizbulá
El gravísimo enfrentamiento armado producido este verano entre la organización terrorista Hizbulá, verdadero “Estado dentro del Estado” libanés, e Israel, se ha saldado con el peor de los escenarios posibles: una milicia chiíta reforzada a la que ningún actor nacional o internacional se atreve a desarmar, y un Israel desconcertado y desmoralizado que no ha conseguido ninguno de los objetivos trazados con su ofensiva.
El pasado 22 de septiembre reapareció públicamente en Beirut, con una espectacular puesta en escena, Hassan Nasralá, máximo dirigente de Hizbulá y líder revelación para todo el mundo musulmán, ante varios cientos de miles de enardecidos seguidores. Allí estaban sus masas incondicionales enarbolando miles de banderas amarillas, los partidarios de Amal, la formación chiíta moderada de Nabih Berri, con las suyas de color verde… y grupos de cristianos maronitas del camaleónico Michel Aun encuadrados en su Movimiento Patriótico Libre y orgullosos del color naranja. Nasralá proclamó la victoria ante Israel, reclamó un gobierno de unidad nacional, y aseguró que el Oriente Próximo diseñado por Condoleezza Rice había sido abortado. ¿Demagógicas salvas de fuegos artificiales? Pues va a ser que no.
Cuando en el verano pasado se desató el esperado ataque israelí contra Hizbulá, inevitable a causa del secuestro de dos de sus soldados por terroristas chiítas y sus reiterados ataques contra objetivos hebreos, lo último que podían imaginar los especialistas, en geopolítica de Próximo Oriente, era que la organización terrorista pudiera encarar con éxito la temible ofensiva israelí. Resistir –que lo hizo magníficamente- era vencer. Por ello, al difundir las televisiones de todo el mundo a varios soldados judíos llorando por la muerte en combate de 8 de sus camaradas, en el intento frustrado de conquista de una aldea chiíta, pensamos que algo iba mal; muy mal. Israel pretendía la total aniquilación del poderío militar de Hizbulá y la liberación de sus dos cautivos. No consiguió nada de ello. Desplegó una guerra de “cuarta generación”, con predominio de los ataques aéreos, bombardeos masivos y frágiles dispositivos logísticos. Pero falló el factor humano. Frente a los decididos y sacrificados combatientes de Hizbolá, los soldados del Tsahal demostraron que no estaban dispuestos a morir por su patria y estilo de vida: habían perdido el coraje de los pioneros que habían apuntalado heroicamente a un Estado hebreo aparentemente abocado a la extinción violenta. Concurrían, de esta manera, todos los ingredientes de un Vietnam en Oriente Próximo. Para evitarlo, los líderes israelíes admitieron el alto el fuego; pero sin alcanzar ninguno de sus objetivos.
Así se modeló el peor de los escenarios posibles: la sociedad israelí desmoralizada y su ejército, desprestigiado; Hizbolá, reforzado como nunca; el gobierno libanés de Fuad Siniora, ridiculizado; el eje Damasco-Teherán-Beirut sur, fortalecido; la sociedad internacional, incapaz de desarmar a Hizbulá.
Y casi 700 militares españoles allí desplazados para no se sabe muy bien qué. Los hombres de Hizbulá, seguramente, serán exquisitos en el trato con nuestros compatriotas y demás soldados de FINUL, salvo que a alguien se le ocurra tratar de desarmarlos… lo que no parece probable a estas alturas del drama.
Hassan Nasralá realizará un doble movimiento. A nivel internacional perseguirá un reconocimiento de su atípica legitimidad. Justificado por su resistencia ante Israel, ya se ha ganado las simpatías de casi todos los países musulmanes y la inmensa mayoría de los no-alineados con Chávez al frente. Y, ello, pese a no ser un sujeto del Derecho Internacional. Por lo que respecta al ámbito interno de la política libanesa, tratará de consolidar sus avances en el seno del Estado por una doble vía: aumentando su peso en los futuros gobiernos; y ensanchando su base electoral y la de sus potenciales aliados. Objetivo final: constituirse en el factor determinante de la política e identidad libanesas. Y no olvidemos otro factor preocupante: los chiítas ya suman más del 50 % del ejército regular libanés.
Al reclamar Hassan Nasralá un gobierno de unión nacional, volvió a tomar la iniciativa en la dirección señalada. De los 128 diputados actuales del Parlamento libanés, Hizbulá cuenta con 14, Amal con 15 y el MPL y sus aliados 21; sumando todos ellos 50. Le faltan 15 para la mayoría absoluta. Pero hay que mirar al futuro. Las próximas elecciones pueden reflejar un aumento significativo de los apoyos –directos o indirectos- a Hizbulá, y el desmoronamiento del bloque libanés antisirio; empero ya no es posible un Líbano a espaldas del peligroso y aún omnipresente vecino, antaño su “protector” manu militari.
Todo parece indicar que, salvo algún suceso imprevisible, acabará consiguiéndolo. Ninguna otra fuerza política cuenta en Líbano con tamaño potencial; y el llamado bloque antisirio se encuentra muy fragmentado, privado del fuerte liderazgo imprescindible en estas dramáticas circunstancias, y con una estrategia que se le ha venido abajo. Por puro realismo, los más tibios y pragmáticos volverán a tornar sus ojos hacia Damasco, de modo que será Hassan Nasralá, quien ha demostrado una notable capacidad de diálogo y acuerdo con antiguos enemigos, por ejemplo con Michel Aun, el que recoja los más sabrosos réditos políticos. Ahora jugará la baza del nacionalismo libanés; y más, con la presencia ampliada de FINUL en el sur.
“El poder, la fuerza, y no las lágrimas, protegerán a Líbano”, afirmó contundentemente Hassan Nasralá. ¿Retórica árabe? No, estrategia y voluntad. Las que pudieran haber perdido Occidente y sus aliados en la zona.
Revista Digital Arbil, Nº. 107, septiembre de 2007
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