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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

“100 preguntas – clave sobre la «New Age». Catecismo nada elemental con sus respectivas respuestas” (Editorial Monte Carmelo).

Manuel Guerra Gómez. “100 preguntas – clave sobre la «New Age». Catecismo nada elemental con sus respectivas respuestas”. Prólogo de Monseñor Francisco Gil Hellín. Editorial Monte Carmelo. Burgos. 2004. 176 pp.

 

¿Es la “New Age” la expresión “espiritual” de lo “políticamente correcto”? ¿Se trata de una “espiritualidad” nacida frente a la Iglesia católica? ¿Es fruto del irracionalismo religioso? Manuel guerra proporciona a las anteriores, y a otras muchas, las respuestas precisas.

 

La “New Age”, o Nueva Era en su traducción española, es una compleja realidad ya consolidada en todo el mundo. Nacida en 1962, si bien numerosos movimientos motrices son anteriores, está modelando las creencias vitales y el comportamiento de millones de contemporáneos. Sus expresiones son pluriformes, siendo difundidas a través de recursos de todo tipo. Libros, revistas dietas alimenticias, músicas, gimnasias, disciplinas “espirituales”,  comunidades holísticas, restaurantes vegetarianos, centros culturales, sectas de pretensiones religiosas, escuelas filosóficas, métodos de desarrollo del potencial humano, programas televisivos y radiofónicos, congresos y encuentros, medicinas alternativas, exposiciones artísticas… Todas esas manifestaciones (¿quién no ha entrado en contacto con algunas de ellas?) configuran, de hecho, un entramado social que se está institucionalizando mediante los rasgos externos de una religión: con sus ritos, jerarquías, cosmogonías… Sin embargo, al contrario de una Iglesia católica a la que pretende sustituir (al igual que a las demás religiones institucionales salvo, tal vez, las “orientales”), se ha ganado las simpatías de los centros motores de lo “políticamente correcto”.

 

Calificada por el autor como un “autismo pseudo – religioso” (página 99), esta corriente, omnipresente en ocasiones de forma inadvertida, encaja muy bien con algunas teorías científicas; pero también con los valores vitales, culturales y éticos predominantes hoy día. En este contexto, el autor asegura que, en las raíces de este fenómeno, encontramos a la masonería, la teosofía y el ocultismo; lo que no parece una casualidad, vistos sus efectos.

 

No obstante, algunas de sus consecuencias no dejan de ser sorprendentes. Así, el autor se atreve a plantear una paradójica hipótesis: a la “New Age” se le podría acusar, perfectamente, de ser el verdadero “opio del pueblo”; pues no plantea, de ninguna manera, la llamada “cuestión social”. Al contrario, su modelo vital es individualista, hedonista, subjetivista; huyendo del esfuerzo, del espíritu de servicio, de la capacidad de sacrificio...

 

Para la “New Age” todo se reduce a energía. Incluso la propia materia, en consonancia con algunas modernas teorías científicas, no sería sino una forma acumulada de energía. Dios también sería la expresión más desarrollada de la energía presente en todo el cosmos; pero no un ser personal al que poder dirigirse como a un padre. Jesucristo, en consonancia, no sería el Hijo de Dios, sino un receptor cualificado de esa energía; un modelo más a seguir, al igual que otros “maestros” que vendrían acompañando a la humanidad desde hace milenios. En este sentido, no es una corriente nueva: los gnósticos de los siglos II y III mantuvieron análogas posiciones, incluso con términos y conceptos muy parecidos. Pero, ¿cómo han resurgido unas doctrinas que, en su momento, no prosperaron, y que debieran chocar, en buena lógica, con la triunfante mentalidad moderna, supuestamente racional y científica? Seguramente, una afirmación atribuida a Chesterton lo explicaría de forma muy sencilla: “Cuando la gente deja de creer en Dios no es que no crea en nada, es que cree en cualquier cosa”.

 

Pero, pese a tales objeciones, todo ello no quiere decir que la “New Age” no intente responder, en alguna medida, y pese a tratarse de un sucedáneo (según afirma en la página 157), a las necesidades de trascendencia de los hombres y mujeres del siglo XXI. Eso sí, sustituyendo fe por sentimentalismo, con el objetivo final de “biensentirse”.

 

En este contexto, la Iglesia católica es objetivo de la “New Age”, ya que la espiritualidad de la Era de Acuario, aseguran sus seguidores, debe suplantar, mágica e irremediablemente, a la espiritualidad de la Era de Piscis. Pero, esta Iglesia, arrinconada y expulsada del foro público por el neopaganismo, ¿es consciente del reto? Eso parece. Y para facilitar una respuesta, desde el conocimiento, el debate y el diálogo, Manuel Guerra, escritor de otros 24 libros entre los que destaca su definitivo ”Diccionario enciclopédico de las sectas” (B.A.C., Madrid, 2001, 1.053 páginas, 3ª edición), propone el presente, a través de 100 preguntas y sus respectivas respuestas, en atractivo formato de libro de texto. Un esfuerzo que merece la pena, pues la ausencia de criterio, algunos complejos y las tácticas oportunistas de disimulo y proselitismo de los agentes de la “New Age”, han llevado a la confusión a muchos; siendo su expresión más dramática aquéllos que han caído bajo el influjo de sectas destructivas que se mueven como pez en el agua de la “New Age”.

 

Aunque no guste, se impone un hecho objetivo: el de la labor humanizadora de la Iglesia, verdadera educadora de la razón. Por ello sigue vigente su propuesta de diálogo, desde su identidad y su integridad, con el mundo moderno.

 

De esta forma, el libro constituye un instrumento privilegiado que describe este fenómeno minuciosamente, formulando criterios para concretar qué creencias y métodos son propios de la “New Age”, y proponiendo remedios. Pero no se trata de un texto únicamente adecuado para católicos. Es más, constituye una guía que, con unidad de criterio, contempla el fenómeno desde sus múltiples expresiones lindantes con la ciencia, la mística, la parapsicología, la psicología, las ciencias religiosas… Con objetividad y sirviéndose de la razón como herramienta para afrontar la realidad. Con criterio católico, en definitiva.

 

 

El Semanal Digital, 26 de febrero de 2005

 

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