Blogia
Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

“El Evangelio de los audaces. Diez gobernantes que ejercieron el poder sin renunciar a sus creencias” (LibrosLibres).

Gustavo Villapalos y Enrique San Miguel. “El Evangelio de los audaces. Diez gobernantes que ejercieron el poder sin renunciar a sus creencias” LibrosLibres. Madrid. 2004. 260 pp.

 

 

 

¿Es posible ser católico y político, simultánea y coherentemente? Las biografías de diez relevantes personalidades del pasado siglo XX confirman esta posibilidad.

 

 

Konrad Adenauer, Balduino I de Bélgica, Georges Bidault, Álcide de Gasperi, Ángel Herrera Oria, Robert Kennedy, Giorgio La Pira, Aldo Moro, Robert Schuman y Enrique Shaw. A todos ellos les unía su común catolicismo. Pero no uno acomodaticio o tímido. Es más. Sus vidas públicas, segundo rasgo compartido, estuvieron determinadas decisivamente por esas convicciones. Sus trayectorias vitales atravesaron buena parte de un siglo XX arrastrado por los totalitarismos, pagando un alto precio por su coherencia: dos de ellos murieron asesinados, otros cinco sufrieron la persecución nazi, y ninguno llevó una vida fácil. Sin embargo, su ejemplo, aparentemente, ha sido despreciado por la mayoría de los europeos de hoy día, habiéndose impuesto una mentalidad nihilista que reduce el complejo y universal hecho religioso en un sentimiento personal e íntimo de algunos sin apenas expresiones públicas. De esta forma, lo “políticamente correcto” excluye la experiencia religiosa del foro público.

 

 

Los autores del libro, en su trabajo, no han querido limitarse a proponer personalidades que ejercitaron, principalmente, la acción política partidaria. Así, encontramos unas apasionantes páginas dedicadas al monarca belga Balduino I; a la figura tal vez más trascendental en la historia de la Iglesia española del siglo XX, Ángel Herrera Oria; y al empresario católico argentino Enrique Shaw, formador y evangelizador, escasamente conocido en España. Sin duda, una buena prueba de la capacidad creativa del catolicismo impulsando cualquier expresión pública de naturaleza política.

 

 

Por su parte, y tratándose del único político no europeo estudiado en el libro, la personalidad de Robert Kennedy, generalmente ensombrecida por la figura mítica de su hermano presidente, John Fitzgerald, deslumbra y conmueve por su contagiosa humanidad, su profunda religiosidad, y su sacrificio incomprensible.

 

 

Dentro del grupo mayoritario, contemplado en la obra, predominan los políticos de identidad demócrata-cristiana: seis de ellos, nada menos. Sin duda, ha constituido la modalidad política partidaria católica más relevante en la segunda mitad del pasado siglo; pero no por ello, la única posible. Recordemos, a título de ejemplo, a nuestros postergados José Calvo Sotelo y Víctor Pradera.

 

 

A buena parte de los aquí reunidos les movía otra pasión: la edificación de una nueva Europa a partir de sus cenizas, dramático resultado de la segunda guerra mundial, auténtica guerra civil europea. Fieles a sus firmes creencias, idearon unas ambiciosas modalidades de articulación política con el objetivo de imposibilitar, en el futuro, una confrontación análoga a las sufridas en tantas ocasiones. En esa dirección, el papel de los democristianos franceses y alemanes fue decisivo. De ahí la trascendencia de la labor desplegada por Konrad Adenauer, Georges Bidault y Robert Schuman.

 

 

Encontramos, en dicho texto, tres italianos: Álcide de Gasperi, Giorgio La Pira y Aldo Moro. Y no podía ser menos: sus vidas fueron ejemplares y configuraron a la fuerza más representativa de la Democracia Cristiana mundial en una coyuntura histórica apasionante.

 

 

No obstante, transcurridas unas décadas desde la desaparición de la mayoría de todos ellos, asistimos a una paradoja. Los actuales arquitectos del proceso de unidad europea, con la orientación de sus obras, les están dando la espalda: y no se reconocen, apenas, en las creencias últimas que sostuvieron el esfuerzo de aquellos verdaderos “padres forjadores”. Por otra parte, sus mismos herederos políticos, democristianos y centristas, han perdido convicción, profundidad evangélica, ambición… La prueba de ello: apenas quedan políticos audaces y con firmes convicciones que arrastren. El caso Rocco Buttiglione, con todas sus aristas e implicaciones, es un buen ejemplo ilustrativo de ello. Hoy día, tememos, Adenauer o Schuman también habrían sido marginados.

 

 

Durante décadas el pueblo católico europeo estuvo articulado por la Acción Católica, impulsada y dirigida por los obispos, y representado en la confrontación política directa por una Democracia Cristiana de innegable base popular. La fórmula resultó efectiva, en líneas generales, durante unas décadas; pero entró en crisis. Y una crisis, ciertamente, que coincidió con la desaparición pública de esos grandes hombres que lideraron pueblos y sociedades.

 

 

Mucho ha cambiado el mundo desde que vivieron los protagonistas del libro. La Iglesia católica, también. Su pueblo, las organizaciones laicales, sus obras sociales y públicas, al igual que la Democracia Cristiana, no podía ser menos, se encuentran sumidos en una profunda crisis de identidad. Y, a escala continental, de un lógico laicismo se ha derivado a una creciente confesionalidad sectaria anticristiana.

 

 

Muchos, y no necesariamente católicos, echamos en falta una política de principios fuertes, que vaya más allá de los valores comunes mínimos, que son más proclamas que convicciones operativas capaces de movilizar a un pueblo, hoy desarticulado, sin esperanza en el futuro, minado por el individualismo, y desconcertado por la irrupción de identidades exteriores ajenas a su olvidada tradición. La fórmula de una nueva política restauradora no puede ser la misma que la ya practicada en otras épocas. Pero algo en común deben compartir: el liderazgo de unos hombres coherentes que vivan desde sus ideales, en diálogo con un pueblo que, sin complejos, reconstruya su identidad con fidelidad a sus raíces.

 

 

El Semanal Digital, 11 de diciembre de 2004

 

0 comentarios