Alcalá Zamora. (Ariel).
José Peña González. “Alcalá Zamora”. Editorial Ariel, S.A. Barcelona. 2002. 262 pp.
Alcalá Zamora ya ha pasado a la historia como una figura clave del primer tercio del siglo XX español, pese a haber permanecido olvidado durante décadas. Quiso ser puente entre distintas generaciones y regímenes políticos; encarnando algunas de las mejores virtudes del carácter español, pero también decisivas carencias.
Para comprender la trascendencia histórica del ilustre político y jurista Don Niceto Alcalá Zamora y Torres, constituye una gran ayuda el juicio efectuado, por el autor del texto que aquí reseñamos en su magnífica introducción, cuando asegura que fue una figura puente de diversas y encontradas realidades de su tiempo. Así, habría intentado serlo entre la generación del 98, que por edad era la más próxima, y la reformista del 14. También trató de ser puente, pensando en un sector significativo de la sociedad española, entre una Monarquía agotada a la que sirvió y la República que pretendía ser –al menos para unos-solución a la crisis; intentando constituirse, en todo caso, en factor de moderación para beneficio de todos.
Católico sincero, actuó en política con una clarividencia que entonces apenas fue comprendida -ni seguida- por los “suyos”, por lo que su principal ambición careció de la imprescindible base social que precisaba para consolidarse; nos referimos particularmente a la configuración de un espacio político de centro que aceptara a la República sin reservas. Pero fracasó en ello, sumándose las masas del catolicismo social del momento a la política posibilista, pero distante hacia la República, de la CEDA, cuando no a las posturas radicales del tradicionalismo y de la extrema derecha alfonsina.
Sus encuentros -y desencuentros- personales marcaron, al menos en parte, su acción política. Romanones, Canalejas, Azaña, Gil Robles, Lerroux…; el trato que mantuvo con todos ellos, personajes fundamentales en el devenir histórico de España, también explican determinadas decisiones políticas, tanto las acertadas como las menos afortunadas.
Se consideró a sí mismo el hombre imprescindible para una alta empresa moral y política: la instauración de una República para todos. Pero no valoró bien sus propias fuerzas, subestimando además la capacidad de otros grandes protagonistas del momento. La mayor parte de su vida pública la desarrolló en el estrecho marco de la “vieja política” que denunciara Ortega. Ello, tal vez, le incapacitó para acometer tan magna empresa, en la que el temperamento y ambición de las principales fuerzas protagonistas (PSOE, CEDA, radicales, republicanos de izquierda…) poco tenían en común con los de los partidos de la Restauración (conservadores, diversas facciones liberales) en los que se desenvolvió durante más de dos décadas el propio Alcalá Zamora.
Nuestro autor reproduce, entre otros, un significativo juicio premonitorio enunciado por Don Niceto en una ocasión decisiva de su vida, en la que hizo pública su conversión republicana: “…una República que se entregue en sus comienzos sólo a los republicanos está destinada a morir y a morir inevitablemente” (discurso de Valencia, 13 de abril de 1930; reproducido en nota 36 a pie de página 147). Acertó. Aquí se resume el nudo gordiano de esa ambición política, de su clarividencia entonces incomprendida, y de su fracaso. Pretendió que la revolución republicana fuera únicamente política. Aspiraba a incorporar al nuevo régimen a la burguesía acomodada y a las masas católicas, inicialmente desafectas, liderándolas; pero su partido (Derecha Liberal Republicana) fracasó estrepitosamente. Quiso ser factor de moderación, pero fue instrumentalizado por extremistas y sectarios. Y, en contradicción con su propia filosofía política, no quiso dar ningún protagonismo a un Gil Robles del que desconfiaba por completo; dejando con él fuera del juego a unas masas sociales que, pese a su mínima identificación con la República, fueron leales a la misma hasta el extremo.
José Peña González, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad San Pablo y miembro de la Academia de Jurisprudencia y Legislación, en esta aproximación biográfica no puede sustraerse a su condición de jurista; lo que se plasma particularmente en las páginas 178 a 251, desarrollando diversas consideraciones relacionadas con la elaboración de la Constitución republicana, la configuración del poder presidencial, etc. Recurriendo especialmente a diversas aportaciones historiográficas y documentales cordobesas, realiza, con este libro, un necesario acercamiento a la obra de quien fuera el primer presidente de la República que siguió a Alfonso XIII en la Jefatura del Estado. Una figura, en todo caso, decisiva para la comprensión de lo entonces ocurrido en España; cuyas dicotomías no hemos superado en buena medida.
El Semanal Digital, 23 de julio de 2004.
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