José Antonio y la Economía
Juan Velarde Fuertes (coordinador). ”José Antonio y la Economía”. GRAFITE Ediciones. Baracaldo. 2004. 594 pp.
¿Tiene algún sentido, hoy día, que un nutrido grupo de profesores, investigadores y economistas españoles, encabezado por uno de los de mayor prestigio, investigue la relación de José Antonio Primo de Rivera con la Economía?
Han transcurrido 101 años del nacimiento de José Antonio Primo de Rivera. Su correspondiente centenario, en 2003, pasó casi completamente desapercibido a la inmensa mayoría de españoles. Si bien se constituyó una entidad con varios miles de socios, Plataforma 2003, con el propósito de conmemorarlo adecuadamente, salvo dos emisiones de carácter fundamentalmente literario, en La 2 de Televisión Española, dirigidas por Sánchez Dragó, y unos pocos textos en algún diario nacional, apenas trascendió el evento más allá del puñado de incondicionales.
La memoria de José Antonio ha disfrutado, entre los españoles, de una posición paradójica durante años. Su juvenil imagen y muchos de sus textos, por obra del Régimen anterior, acompañaron la existencia de millones de ellos. Ciertamente, pese a reiteradas proclamas, muchas de esas declaraciones de justicia social, nunca llegaron a hacerse realidad. Y, aún con esa frustración, que llevó a sus partidarios a proclamar la famosa “revolución pendiente”, su figura gozó de amplias simpatías entre muchos protagonistas -o entre sus hijos- del drama más sangriento que enfrentó a las dos Españas.
Murió fusilado a los 33 años, cuando apenas había intuido las líneas esenciales de una construcción política que pretendía ser novedosa y superadora de las contradicciones e injusticias existentes. Y, en buena parte, el intento quedó inconcluso, especialmente su parte económica; permaneciendo así hasta la actualidad.
Pero el tiempo pasa y, para las nuevas generaciones españolas, pavorosamente desconocedoras de la propia tradición histórica, todo ello apenas significa nada: un fruto más de la dramática pérdida de memoria colectiva, obra del consumismo, una deficiente educación y la globalización anónima.
Por ello, el esfuerzo de estos universitarios, en su sentido más clásico, no debiera pasar desapercibido. Y más cuando se han atrevido a abordar una de las facetas menos conocidas del pensamiento joseantoniano.
Desde esta perspectiva, el texto constituye una magnífica introducción al crucial momento histórico que le tocó vivir a José Antonio junto a la generación inmolada en una de las más crueles guerras civiles del siglo XX. Así, podemos encontrar: las teorías económico-políticas emergentes y las predominantes en esos años, la formación económica de José Antonio, los esfuerzos regeneracionistas de la sociedad española, el desarrollo del movimiento nacional sindicalista, los esfuerzos por la elaboración de una teoría nueva que también superara al corporativismo (entendido como una solución frente al capitalismo supuestamente decadente y el comunismo triunfante), sus vínculos con algunas de las expresiones teóricas y militantes del sindicalismo revolucionario (muy interesantes son las diversas referencias a Ángel Pestaña y su olvidado Partido Sindicalista), la asignatura pendiente de una reforma agraria que al no ejecutarse cargó de pólvora a la desesperanza de millones de campesinos…
José Antonio se movió por hondos impulsos éticos. Eso es incuestionable. Con una base espiritual y originariamente aristocrática, aceptó en buena medida el análisis marxista de la crisis del capitalismo, rechazando sus soluciones y propugnando nuevas vías. Pero la tragedia civil, a la que contribuyó se desatara (más bien poco, dada la potencia de las fuerzas enfrentadas y lo minúsculo de su movimiento, así lo afirman Pío Moa y otros), lo arrastró, frustrando su proyecto.
Transcurridos, desde entonces, 70 años, no parece que quede mucho de esa breve trayectoria, cuajada tanto de rigor intelectual como de desinterés personal, en su vertiente económica: tal podría ser una de las conclusiones del texto. Las motivaciones éticas que lo impulsaron pueden permanecer vigentes, pero una parte de sus análisis no fue correcta y sus soluciones, que miraban hacia una expresión hispánica del sindicalismo revolucionario, no cuajó, tampoco, en prácticamente ningún otro lugar del mundo.
Con tan discutido bagaje, y más cuando se le asocia sin contemplaciones a los fascismos ¿puede alguien, hoy día, reconocerse en ese joven inmortalizado –y desfigurado con toda seguridad- por el mito? Sigue contando, efectivamente, con unos miles de seguidores ortodoxos, escindidos y sin incidencia real en la vida del país. Pero, ni la derecha ni el pensamiento conservador actuales quieren reconocerse en él. Y difícilmente la socialdemocracia, u otras corrientes, podrían tenderle algún puente. En cuanto al centro, ¿acaso es algo más que un talante? No erraremos entonces si, sirviéndonos de una común expresión actual, afirmamos que también José Antonio, quien gozó de simpatías en todos los sectores sociales españoles, forma parte de lo “políticamente incorrecto”.
Así, renunciando incluso a sus imperativos éticos más profundos, que, por ser tales, pudieran ser compartidos por otros muchos, damos la espalda a una parte de nuestro pasado. Mientras, un futuro muy complejo aguarda a nuestra sociedad. Para afrontarlo con éxito, y dando respuesta a la necesidad individual de raíces, sentido de pertenencia comunitaria y un imprescindible horizonte ético, se precisa contar con esas figuras paradigmáticas que, formando parte de la Historia y procedentes de campos incluso antagónicos, podrían iluminarlo.
Revista Razón Española. Número 128, noviembre – diciembre de 2004. Páginas 355 a 357.
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