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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Terrorismo y globalización.

Terrorismo y globalización: dos impactantes realidades del siglo XXI  que, desde el 11 de septiembre y el 11 de marzo, marchan a la par. Unas reflexiones al respecto.

 

Los atentados sufridos en Madrid el pasado 11 de marzo, con sus casi doscientas víctimas mortales y un altísimo número de heridos, han golpeado la sensibilidad y la conciencia de los españoles. Tales crímenes contra la humanidad, además de irreparables pérdidas humanas, incalculables daños morales y cuantiosas consecuencias económicas, también han desatado unos rápidos cambios políticos en España cuyo alcance todavía está por determinar.

 

En esa fecha, que ya ha pasado a nuestra historia, España padeció, en miles de personas concretas, una de las expresiones más negras e imprevisibles de la moderna globalización. Por todo ello, es fundamental conocer la naturaleza de esta novedosa modalidad de terrorismo y su relación con la globalización.

 

Y, en esta ocasión, todo indica que el protagonista ha sido el fundamentalismo islamista, pionero de esta modalidad de guerra; si bien pudo realizarlo cualquier otro grupo terrorista, de cierta entidad, consecuente con su dinámica original, unas motivaciones ideológicas y su inserción en nuestra época.

 

El terrorismo siempre obedece a una estrategia muy concreta por la que un grupo pequeño, motivado y muy bien formado, pretende forzar un cambio político mediante un enfrentamiento armado asimétrico que persigue la derrota -o la claudicación- de su enemigo, en principio mucho más poderoso. Ni el tiempo, ni el espacio (ambos, factores determinantes de la guerra convencional), ni las reglas de convivencia asumidas mayoritariamente por una sociedad concreta o, incluso, por la sociedad internacional; nada de todo ello es obstáculo para este tipo de conflicto armado que, sin duda, marcará este nuevo siglo.

 

El terrorismo moderno fue iniciado por los nihilistas rusos en su lucha frente al régimen zarista. Desde entonces, finales del siglo XIX, se ha practicado abundantemente y con un protagonismo creciente; siendo las guerrillas marxistas – leninistas las que lo aplicaron con una elaboración teórica más depurada, indudable voluntarismo, y una despiadada resolución. Pero tales guerrillas, después de propiciar cambios históricos que han afectado a un tercio de la humanidad, están en declive, habiendo desaparecido la mayoría de ellas en los últimos años. No podía ser de otra manera. La caída del Muro de Berlín, el hundimiento de los regímenes marxistas en buena parte del mundo, la revisión del comunismo en China, las mutaciones ideológicas de los partidos comunistas occidentales, etc.; todas esas circunstancias, y algunas otras, han influido decisivamente en este aparente eclipse.

 

El actual terrorismo islamista desborda a la guerra convencional y al terrorismo “clásico”, ya lo decíamos, al asimilar y servirse de algunas de las características de la globalización. Empleo de las modernas tecnologías, comunicación por Internet, descentralización organizativa y centralización estratégica, voluntad de ocasionar el máximo daño posible, resonancia mediática, sofisticado cálculo estratégico, persecución con sus acciones de costes económicos de efectos planetarios… Y todas esas características concurren en la matanza del 11- M. Aunque, tal vez, falte una generalmente asociada a este tipo de atentados, según han destacado los especialistas en seguridad internacional: el valor simbólico del lugar elegido, evidente en el caso de las Torres Gemelas, y escasamente visible en el de la Estación de Atocha.

 

España ha sido víctima, por lo tanto, de un acto de terrorismo pensado fríamente con una implacable y calculada lógica. Este terrorismo elimina, conscientemente y con mayor decisión que sus antecesores, la frontera entre combatientes y población civil; circunstancia que, en definitiva, es una elevación cuantitativa, que no cualitativa, de las prácticas del terrorismo clásico.

 

ETA no ha alcanzado los niveles letales del terrorismo islámico, parece ser. Pero, sin duda, para sobrevivir en este nuevo siglo, deberá adaptarse y tomar de la globalización cuantas técnicas le permitan continuar con su “larga marcha”. De hecho, ya lo vienen haciendo en buena medida: empleo de nuevas tecnologías, repercusiones mediática y política, dispersión geográfica de sus bases operativas, ingeniería financiera...
               
                No todos los terrorismos contemporáneos son idénticos o asimilables, pese a sus semejanzas. Así, se ha llegado a afirmar que la participación de terroristas suicidas es una de sus características determinantes. Pero no es cierto. Si algunas organizaciones se han servido de estos modernos kamikazes, ha sido, exclusivamente, para obviar una de las mayores dificultades presentes en todo acto terrorista: la huida del escenario del atentado. Es decir, algunas organizaciones terroristas, en su mayor parte islamistas, recurren a los combatientes suicidas con una finalidad meramente utilitaria y táctica. Y, todo indica que, para la materialización de los atentados de Madrid, no fue necesario emplear terroristas suicidas; lo que obligar a extraer algunas conclusiones acerca de los –aparentemente poco estrictos- niveles de seguridad españoles, evaluados y desbordados en todo caso por los estrategas de la matanza del 11-M. Pero, además de la anterior, más enseñanzas, de todo ello, deberán extraerse para el futuro, si queremos que nuestra sociedad se defienda con eficacia y libertad de probables agresiones.

 

España está sometida, por tanto, a una dramática situación. Un terrorismo “clásico”, el de ETA, no ha sido superado, cuando se sufre, de golpe, el acoso del islamista, característico de la era de la globalización: desconocido, imprevisible, opaco. Y más, cuando puede camuflarse con facilidad entre los cientos de miles de musulmanes residentes en España; quienes configuran una auténtica sociedad, hermética, ajena y paralela a la española.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 79, marzo de 2004

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