Blogia
Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Familia y Vida: ¿un partido político para el elector católico?

            Una valiente e interesante iniciativa política silenciada por la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Algunas cuestiones que plantea.

 

Partido político Familia y Vida.

 

La noticia saltó a la actualidad, a lo largo del mayo, pero de forma casi completamente desapercibida: un grupo de profesionales madrileños constituía un partido político cuyo nombre ya es todo un programa. Familia y Vida, ésta es la denominación de la nueva agrupación que aspirando, inicialmente, a presentarse a las elecciones autonómicas por Madrid, daba sus primeros pasos.

 

De sus promotores, fueron cinco los nombres hechos públicos, todos ellos integrantes de su primera Junta Directiva Nacional: José Alberto Fernández López (presidente), Iñigo Coello de Portugal Martínez del Peral (secretario), Rafael Llorente Martín (tesorero), Gonzalo Castañeda Pérez (vocal), y José María Merino Thomas (vocal).

           

Su programa, aparentemente muy sencillo, está expuesto en el texto “Diez bases de acción política” (disponible en su web www.familiayvida.com). Se propone –afirman- fortalecer la familia y la vida, al constatar que ninguno de los partidos políticos con representación parlamentaria apuesta a fondo por esas realidades. Aunque en algunos medios se ha comentado que sus promotores militaban en el Partido Popular, debe afirmarse que solo era así en uno de ellos.

 

Están descontentos ante la sucesión de decisiones acordadas en contra de la familia y la vida humana: ni el PSOE en su día, ni el Partido Popular actualmente, han desarrollado una política neta y clara en su defensa. Así responden a una pregunta recogida en otro apartado de su web: “lamentablemente, en los seis años que lleva en el gobierno (el Partido Popular) ha dado pocos y titubeantes pasos en defensa de la Vida y la Familia y muchos en contra de ambas instituciones. No podemos seguir confiando en que ese partido o éste gobierno defiendan la Familia y la Vida”.

 

¿Qué entienden por familia, en estos tiempos en que se potencian, desde los medios de comunicación y muchas instituciones públicas, presuntas “alternativas” a la “tradicional”? En su texto “Bases programáticas” la definen de la siguiente manera: hombre y mujer unidos por vínculo matrimonial, libre y público y sus hijos.

 

En resumen, su programa incide en una serie de aspectos “sectoriales” vitales para el futuro de cualquier país, proponiendo una corta lista de medidas que, de llevarse a cabo, revolucionarían una sociedad como la nuestra: apoyo a la familia de forma real tanto económica como legalmente, apoyo a todos los niveles a las mujeres para evitar abortos, implantación del “cheque escolar” (como instrumento para conseguir una mayor libertad y calidad en la enseñanza), profundización en la democracia ante la parálisis de los partidos tradicionales, practicar política de valores y, por último, incentivar la natalidad.

 

Este programa puede ser compartido, plenamente, por los católicos, quiénes, históricamente, conscientes de la dignidad y la fraternidad derivadas de la naturaleza última del ser humano, se han movilizado también por otros objetivos: la justicia distributiva, la solidaridad internacional, la lucha por la paz, la defensa de los derechos humanos.

 

El silencio de los medios de comunicación.

 

El nacimiento de la “criatura” apenas fue recogido en los medios de comunicación. El semanario católico nacional Alfa y Omega fue el primero en anunciarlo, mediante una breve noticia recogida en su número 306, de 9 de mayo. Posteriormente fue el diario La Razón, en crónica del director de su suplemento religioso, Alex Rosal, el día 15 de mayo, el que lo hizo.

 

            También hemos visto alguna fugaz mención en algunos foros de Internet, como es el caso del “Tomás Moro”.

 

En cualquier caso, muy poca cosa. Acostumbrados, como estamos, a la amplia cobertura informativa de cualquier iniciativa de los grandes partidos políticos españoles, el silencio observado, cuando menos, decepciona.

 

            No es una experiencia nueva. En su día, la lista electoral “Europa por la vida”, que nació en medios católicos en defensa del primero y principal derecho básico, también sufrió el boicot de los mass-media, experimentando en sus carnes las consecuencias de un silencio casi absoluto.

 

            Esta situación ha sido denunciada por el periodista Eulogio López el pasado día 27 de mayo (en su publicación digital hispanidad.com, en el artículo titulado “Confesiones poco confesionales, o cómo hacer el canelo”), a la vez que incorporaba algunas otras agudas observaciones. A su juicio, se trata de una iniciativa propia de ambientes católicos, aunque, sin embargo, rechazan la confesionalidad (así se recoge en su 4ª base política). Pero este comportamiento no es una excepción; al contrario, está, casi por completo, generalizado. Existe entre los católicos un gran temor, comprensible por la concurrencia de diversos factores, a la “confesionalidad”, consecuencia, tal vez, de pretéritas experiencias del pasado “cuasi criminalizadas” desde el poder hoy dominante. Pero, por otra parte, no debemos olvidar que una iniciativa de este tipo difícilmente podrá nacer y sostenerse en ambientes no católicos. Guste o no guste reconocerlo, no es fácil que fuera de la Iglesia católica pueda educarse con continuidad a la persona, en una percepción humana de sí misma, proporcionando, además, el respaldo y la compañía precisas para sostenerla en el largo camino de la vida. Ello no quiere decir que no puedan existir coincidencias en temas fundamentales con otras identidades sociales y culturales; lo que permite que los católicos implicados en la política directa, en nombre del bien común, puedan trabajar codo a codo con otros políticos laicos. El siglo XXI será confesional, aseguraba Eulogio López en esta ocasión, aunque esa “confesionalidad” consista –paradójicamente- en una represión absoluta del hecho religioso, especialmente, del católico.

 

            Aunque se confiesan políticamente aconfesionales, ya lo hemos visto, no por ello esconden las ideas religiosas que profesan: consideran, al contrario, que haber prescindido de las mismas constituye una de las causas del deterioro social de Europa. Pero pretenden aglutinar a cualquier persona que comparta esos valores de familia y vida: también a otros cristianos, ateos, agnósticos… En resumen: pretenden construir desde unos ideales, no al revés.

 

            Entendiendo la defensa de estos valores como un deber, han saltado a la arena con una valentía que, en algunos ambientes católicos, no siempre se muestra. Más preocupados por el cuidado de la propia parcela, cuesta abrirse a otras realidades sociales, o valorar y apoyar iniciativas ajenas que, oportunas o no, pueden actuar como catalizadores en un momento histórico.

 

¿Una iniciativa aislada?

 

            El partido fue inscrito en el Registro correspondiente del Ministerio del Interior, libro IV, folio 456, el pasado 22 de mayo.

 

            Este redactor ha realizados diversas consultas entre responsables de algunas realidades sociales españolas, católicas en su mayor parte, para detectar el nivel de percepción de la noticia, los apoyos reales y las expectativas creadas.

 

Estos responsables conocen la noticia, destacando, además, la extraordinaria buena voluntad de sus promotores y el valor del gesto. Pero existe una casi general unanimidad en que la iniciativa nace huérfana de avales concretos. No tenemos constancia, tampoco, de que la jerarquía católica haya realizado ningún movimiento explícito de apoyo o, al menos, de comprensión. Y, en consecuencia con la indudable voluntad de sus promotores, tampoco parece que exista detrás ningún otro tipo de entidad civil. Pero, tememos que sin estos avales, u otros similares, difícilmente puede prosperar una iniciativa que pretende incidir en la realidad política y social, mas allá de actuaciones testimoniales. En consecuencia con ello, en su Base Política 6ª, afirman buscar únicamente, incorporaciones individuales: en esta libertad puede radicar una gran debilidad.

 

            Pero tener un buen programa, unos buenos propósitos, creemos, no basta.

 

            En la historia reciente española, ya lo hemos afirmado en otros artículos, pocos movimientos de estas pretensiones han tenido éxito sin contar con la realidad. Y en el caso de las iniciativas políticas católicas, puede deducirse que fue fundamental, en muchos casos, el apoyo de la jerarquía y de las realidades vivas del catolicismo español para alcanzar algún éxito.

 

Familia y Vida, ciertamente, suscitará la adhesión de determinadas voluntades, cualificadas en muchos casos. Por contra, notables serán los obstáculos (ya hemos visto el significativo silencio de los medios de comunicación) que dificultarán se sumen más apoyos que los de ciertas personas especialmente sensibles a la situación actual de la familia, procedentes en buena parte de medios católicos. No obstante, otros muchos católicos seguirán optando por el voto al “mal menor”, o al “bien posible”, según se vea, que defienden, invocando al realismo, significativos movimientos eclesiales y prelados.

 

¿Una iniciativa inoportuna?

 

            No deja de sorprender que precisamente cuando la polémica en su día suscitada, por el obispo de Mondoñedo – Ferrol al reclamar un partido que defendiera esos valores, ya estaba enterrada (así lo acreditó uno de los periodistas que mejor conocían el evento, Alex Rosal), resurja de nuevo de la mano de los promotores de Familia y Vida.

 

En los últimos meses, ya lo hemos analizado en otros artículos anteriores, se vienen produciendo algunos movimientos novedosos que pretenden subsanar la ausencia de coordinación y de eficacia de determinadas expresiones públicas del catolicismo: la plataforma E-Cristians es un ejemplo de ello. Partiendo de una conciencia clara de pertenencia e identidad católicas, pretende sumar energías y unir fuerzas en aras de concretos objetivos. Por eso, es lícito preguntarse si la iniciativa de Familia y Vida introduce un factor con el que ya no se contaba, distorsionando, tal vez, la actual dinámica. Incluso aunque el partido obtuviera alguna representación parlamentaria, ¿no produciría el “efecto rebote” de que la misma se convirtiera en el “ghetto” que encarnara -casi exclusivamente- los valores propugnados?

 

            Esta iniciativa ha puesto en evidencia otras circunstancias. Así, ¿podemos afirmar que existe un perfil-tipo del elector católico? Sin duda, no es la misma la motivación y el nivel de conciencia de un militante comprometido de un movimiento eclesial, que las de un católico que apenas asiste unas pocas veces a lo largo de su vida a diversas celebraciones litúrgicas, pesando en ello más los convencionalismos sociales que las propias convicciones. Además, ya lo hemos señalado antes, existen sectores sociales que, sin una explícita conciencia católica, valoran positivamente parte de los mismos valores: defensa de la familia, calidad en la educación, el valor de la sociedad frente las agresiones estatalistas, etc.

 

            Entonces, y en el actual momento histórico, ¿qué objetivo debe suscitar el esfuerzo y el concurso de los católicos españoles con vocación pública?: ¿la “libertas ecclesiae” y su proyección social o la conformación de un partido político a la Doctrina Social católica?

 

            Siguiendo al principio de subsidiariedad, la acción social precede a la acción política.

 

            La Iglesia precisa, a través hombres y mujeres integrados en distintas asociaciones y movimientos, de un espacio social propio de construcción: la labor de obras católicas que, reconstruyendo un tejido social humano, sean instrumentos de evangelización. Y ante esta realidad, las fuerzas sociales y políticas estatalistas están empeñadas en laminar progresivamente cualquier manifestación pública de la Iglesia: aquí puede radicar una de las claves explicativas de la reciente ola de anticatolicismo que se vive en España hoy día. Algunos partidos políticos, por el contrario, aunque no se identifiquen plenamente con la Doctrina Social, conceden un espacio a la identidad católica y su capacidad de construcción social, que se ha traducido históricamente en colegios, hospitales, obras caritativas, etc.

 

            En este momento de la historia, ¿dónde incidir?

 

El Foro Español de la Familia

 

            El pasado viernes 7 de junio, el Foro Español de la Familia celebró en Madrid su congreso constituyente, representando a 4 millones de familias. La nueva entidad coordina a 20 confederaciones, 117 federaciones y más de 5000 asociaciones familiares, entre las que encontramos: Acción Familiar, Confederación Católica de Padres de Alumnos, la Federación Española de Familias Numerosas, la Plataforma para la Promoción de la Familia, la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Centros de Enseñanza, etc.

 

            Su principal objetivo es “propagar, promover y defender los valores de las familias nacidas de un matrimonio y constituidas por un hombre y una mujer”, en un tiempo en que son objeto de agresiones culturales, ideológicas, sociales y políticas.

 

            Pretende desarrollar varias estrategias: ser interlocutora con las distintas Administraciones presentando soluciones concretas a los problemas de la familia, sensibilizar a la sociedad sobre el papel que desempeña, potenciar la participación ciudadana y apoyar a las entidades familiares existentes.

 

            Como medidas concretas, algunos de los participantes propusieron: un “Pacto de Estado por la familia” para unificar las ayudas existentes en todas las comunidades autónomas equiparándolas con las europeas y una Secretaría de Estado de la Familia u órgano similar.

 

            Sin duda, esta entidad tiene mucho que aportar a la sociedad española: su presencia era necesaria hace ya bastantes años. Nace con retraso, pero esperemos que ello no sea obstáculo para que se consolide como un interlocutor fundamental, de los poderes públicos, desde una posición cívica fuerte. Otra limitación que tendrá que superar, poco a poco, es la heterogeneidad de las entidades que agrupa: en número de asociados, en potencial, en identidad colectiva, en motivación…

 

En cualquier caso, esta necesaria realidad no podrá pasar desapercibida en la labor del nuevo partido, más cuando la coincidencia de ambas entidades en la mayor parte de sus objetivos es casi absoluta; aunque, evidentemente, los medios a emplear sean distintos.

 

            Pero la nueva entidad no podrá asociar su suerte a la de ningún partido político concreto: los valores que defiende son fundamentales en el sostenimiento de cualquier sociedad, no siendo privativos de ninguno en particular. Y a partir de la realidad concreta, de la política real y de las diversas estrategias a desarrollar por unos y otros, tendrá que actuar, de forma constructiva, con decisión, firmeza e independencia política.

 

Una táctica apenas desarrollada.

 

            No faltamos a la verdad si afirmamos que la presencia de los católicos en la política española se detecta, en mayor medida, en unos que en otros partidos. Al menos en el Partido Popular, en un plano teórico, no se niega espacio a la identidad católica, acreditado recientemente con su actitud ante las clases de religión. Pero la práctica contradice en buena medida esta orientación: prueba de ello ha sido las agresiones contra la familia que han nacido en poderes públicos gestionados por el Partido Popular. Una realidad que cuestiona seriamente la opción de muchos católicos por trabajar en el seno de este partido.

 

En este estado de cosas ¿podemos imaginar un futuro posible?. Desde algunos partidos políticos consolidados que no nieguen virtualidad al hecho cristiano, y desde plataformas de nuevo cuño, es posible aunar esfuerzos –al menos en teoría- dirigiéndolos hacia el mismo objetivo: por ejemplo, exigiendo un apoyo decidido, económico y legal, a la familia de siempre, haciendo valer, si es necesario en la negociación precisa, la fuerza de unos cientos de miles de votos que pueden llegar a ser decisivos. En realidad, este tipo de tácticas apenas se han empezado a desarrollar en España. Actuando fuera de este esquema, lo más probable es que sólo se logre dispersar fuerzas, en lugar de sumarlas, desconcertando a muchos electores comprometidos.

 

            Pero de nada serviría tan ímprobo esfuerzo, si la Iglesia no continúa desarrollando sus obras sociales -afrontando los retos que la vida moderna presenta al hombre de hoy- entendidas como espacios de construcción de la propia humanidad. No podemos dar nada por supuesto. Es necesario, por ello, mirar constantemente a los orígenes, tomar conciencia de los dones recibidos y actuar en sociedad.

 

            ¿Queremos ser realistas? Aprovechemos, entonces, los resquicios del sistema: hagamos sentir nuestra presencia a través de la política activa, con voluntad de incidencia social, en convergencia con la acción propia de diversas entidades sectoriales, las nuevas plataformas transversales y con el concurso de la presencia católica en los medios de comunicación. Y todo ello, en constante diálogo con las obras sociales que la Iglesia necesita para hacerse compañía carnal de los hombres.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, nº 58, junio 2002.

 

0 comentarios