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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

¿Pueden votar los divorciados?

¿Pueden votar los divorciados?

Con toda seguridad, a no pocos lectores se les antojará, el interrogante anterior, como un planteamiento retórico:

-          «Naturalmente que pueden votar. Lo reconoce el artículo 23.1 y 2 de la Constitución Española; salvo incurrir personalmente en los supuestos excluyentes legales».

De modo que la respuesta sería positiva: sin más disquisiciones que resolver.

A otros lectores, desde otra perspectiva, les resultará una cuestión lejana, incluso absurda; análoga a ese dilema tan católico, que reverdece periódicamente, acerca de si pueden comulgar los divorciados:

-          «Allá ellos y su conciencia. La cuestión es personal y forma parte de su fuero interno. Estamos en un Estado laico y se trata de una cuestión absolutamente privada que no debe afectar al ámbito público de ninguna manera».

Un tema privado, en suma, sin reflejo público alguno; en cierto modo, una cuestión irrelevante.

Hasta aquí, el discurso políticamente correcto. Cuestión resuelta, entonces: los divorciados pueden votar. Pero, ¿la cuestión es tan sencilla? En realidad ¿votar sirve para algo?

Efectivamente, el artículo 14 de la Constitución España, todavía vigente, al menos en su letra, afirma que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Perdón, ¿seguro que dice “sexo”? Y, por «condición», ¿se refiere también a la de divorciado?

¡Qué les voy a contar que no sepan! En la práctica, y en muchos aspectos, la Constitución es letra muerta por incumplida; ampuloso mascarón de proa de este régimen corrupto al servicio de una “casta” que acumula el poder político, financiero, mediático y cultural.

Si continuáramos reflexionando acerca de los derechos proclamados por la Constitución, entraríamos de lleno en aquella distinción crítica, originariamente marxista, de derechos formales y derechos materiales. No es cuestión baladí: por ejemplo, para quienes carecen de una vivienda en la que cobijarse… a pesar del ceremonial y grandioso derecho a la misma constitucionalmente proclamado; pero no por ello menos vulnerado.

Volvamos al artículo 14. ¿No dice que los españoles son iguales ante la ley? Entonces, ¿cómo es que se viene desarrollando, desde hace décadas, e in crescendo, ya gobierne PSOE o PP, una legislación punitiva y civil “de género”, con una enorme batería de medidas complementarias de todo tipo y alcance? Recordemos que semejante legislación “de género” parte de la presunción de culpabilidad penal y maldad natural del varón; tratándose como menores de edad a las mujeres, tuteladas ad infinitum, siempre que se muestren agradecidas al poder, mediante técnicas de discriminación positiva. No en vano, discriminación positiva para las mujeres implica, necesariamente, discriminación negativa para los varones. ¿Igualdad? Va a ser que no. Tamaña realidad contradice un principio fundamental de la lógica: una cosa no puede ser ella misma y la contraria simultáneamente. O iguales, o desiguales. Si se discrimina, no hay igualdad. Pero si se pretende revolucionar la sociedad desde sus raíces, o consumarse una revancha histórica “de género”, cualquier licencia dialéctica será presentada como admisible... aunque nos chirríe la lógica y el sentido común.

Partíamos del derecho al voto. El votar o no (también reconocido en el art. 23 1. y 2., faltaría más) se suele presentar como un derecho individual, intransferible, que debe madurarse en el fuero interno (hasta nos acotan una jornada para reflexionar, generosos y previsores que son los Padres de la patria), una decisión ajena a intereses colectivos, o externa a grupos de presión. Pero la realidad lo desmiente: se vota por simpatía personal, por rutina, por agradecimiento; pero también por creencias ideológicas, imperativos éticos o por intereses materiales concretos… incluso de secta. Es decir: desde una perspectiva de grupo o colectiva.

¿Y los divorciados? ¿Tienen algo en común los divorciados españoles? ¿Les une alguna circunstancia similar al Paquirrín del famoseo y al divorciado, vecino mío, que vive un piso junto a otros tres similares, compartiendo baño, cocina y soledad?

Como la agregación social informal que es, la de los divorciados puede caracterizarse por algunas notas comunes que, acaso, pudieran proporcionar luz a la orientación de ese voto. Para tal ejercicio, proponemos las siguientes características:

. Invisibilidad pública sustancial. En general prevalece, popular y mediáticamente, una imagen peyorativa y chusca. Así, divorciado sería sinónimo de apestado, semi-marginado, fracasado. Picaflor a la desesperada. Pícaro especializado en sobrevivir trampeando. Varón al acecho de ingenuas féminas. Estatus transitorio, en peculiar mixtura de tristeza, estructura mental adolescente y desorden vital.

. La inexistencia de políticas específicas de apoyo. «¿Para qué? ¿No terminan, casi siempre, arrimados a alguna otra tonta?» No busque, ni encontrará, en consecuencia de tan mayoritario tópico, programas de apoyo para los supuestos de expulsión del hogar, maltrato psicológico, problemas mentales específicos, suicidios de hijos adolescentes, a los que puedan acogerse los varones necesitados.

. Una mayor incidencia de la pobreza, muerte prematura y marginación. Por el contrario, una sorprendente inexistencia de políticas preventivas de salud masculina; ausencia de estudios de la incidencia del suicidio, de los auto-accidentes y del impacto de las dependencias asociadas –especialmente- a divorcios y separaciones contenciosas.

. Un conocimiento común de los rigores del sistema, especialmente en sus ámbitos policial, judicial y de servicios sociales. Unas experiencias comunes, en general, humillantes, traumáticas y degradantes. Y nada visibilizadas, por cierto.

. Elevados índices de carencia de vivienda propia; de modo que, por ejemplo, obligados por sentencias draconianas a vivir en pisos compartidos, los jueces, por el riesgo supuesto de ese entorno, niegan sistemáticamente las pernoctas de los hijos menores. Un motivo más de alejamiento, pérdidas afectivas, sentimientos de vergüenza y fracaso. Ya se sabe: «los hijos nacen con un pan, perdón, con un piso…» que disfrutará siempre e indefinidamente la madre y sus sucesivas parejas; no el padre. ¡¿Y se extrañan muchas mujeres de que los hombres no quieran comprometerse, o que no quieran tener hijos…?! Por supuesto: cada uno cuenta la película según le ha ido. Cada caso es un mundo y no se parece a otro necesariamente. Y la casuística es inmensa, como la picaresca hispánica, la maldad humana, etc.

. Y, respecto al Síndrome de Alienación Parental y a las denuncias falsas, no diremos nada; no terminemos enjuiciados, o linchados en redes sociales, o en la plaza que hay junto a mi casa, por atreverme siquiera a insinuarlo.

Sintéticamente: para el sistema, el padre es prescindible, por ser un obstáculo a la «liberación».

No es aventurado, ni victimista, según vemos, afirmar que concurren unas características comunes entre los varones que han transitado por un divorcio, especialmente si ha sido contencioso y/o con hijos, que podrían inducir a una reflexión conjunta sobre la pertinencia, además de otras múltiples dimensiones, del voto.

Primera tesis: PPSOE comparte un programa radical progresista que -enfocado a la captación de las mujeres, sujetos de la revolución radical/progre/marxista/ultrafeminista- actual, perjudica y arrincona a un número elevado de varones. Una discriminación que alcanza, incluso, a selectos sujetos de las clases sociales “poderosas”: recuérdense casos como los de Alberto Martín, ex marido de Lidia Bosch, Francisco Rivera Ordóñez, ex de Eugenia Martínez de Irujo… ¡incluso Paquirrín ha sufrido en carne propia los rigores de la legislación vigente!

Por ello, votar al PPSOE es actuar en contra de los intereses personales y de grupo. Ciertamente, una de las grandes carencias de este sector social, el de los divorciados y su entorno inmediato, es su falta de identidad corporativa, la inexistencia de cauces propios de participación o de lobby, el individualismo, las lógicas “salidas” personales… Pero, tras perder casa, medios de vida, hijos, tras ser detenido, enjuiciado, arrastrado por “puntos de encuentro”, sufrir los malos modos y los prejuicios de policías, funcionarios de juzgados, trabajadores sociales, psicólogos y demás mercenarios del sistema, durante años y años, ¿de dónde sacar fuerzas para seguir luchando? ¿Y cómo? ¿Y por qué? ¿Y por quién? ¿Con quién? Demos un paso más: ¿contra quién?

Segunda tesis: los varones divorciados son a la ingeniería social actual, lo que las clases medias a la crisis económica; instrumentos operativos y víctimas necesarias de un programa desarrollado por las minorías despóticas de vocación totalitaria que nos gobiernan. Si PPSOE votan, también en instancias europeas, las mismas políticas sociales y mantienen similar programa ultrafeminista, ¿es inteligente y racional votar a quienes te golpean, ningunean y expolian?

Tercera tesis: votar para hacerles daño. ¿Hay alternativa al voto a PPSOE?

Dejemos de lado las treinta y tantas listas electorales “ideológicas”, testimoniales y “frikis”. Y la abstención favorece a los grandes partidos. Uno puede abstenerse, pero ello no cuenta, no repercute en los resultados en modo alguno: al contrario, alcanzar el éxito resulta más barato a los grandes. Respecto a votar nulo, sirve el mismo razonamiento. Y votar en blanco favorece a los grandes partidos, desde una perspectiva matemática-electoral, pues los pequeños requieren un porcentaje mínimo que tienen más difícil alcanzar; y al contabilizarse los votos en blanco, se elevan los porcentajes.

¿Se puede o se debe votar? Allá cada uno: según creencias, experiencias, imperativos éticos e ideológicos, pero también puede plantearse, en este ámbito, una reflexión de grupo, insistimos. Y, una opción legítima, es votar donde más duele a PPSOE: a los partidos emergentes.

Veamos. «Podemos» es más de lo mismo y más duro: es la Guardia Roja del sistema; sus hijos radicales. Quedan UPyD, de la leninista y soberbia Rosa Díez; «Ciudadanos», del guaperas y ahora modosito Albert Rivera;  y las chicas y chicos de VOX, empeñados, por obra y gracia de Alejo Vidal-Quadras en volver al redil «popular»; al menos en Estrasburgo. No es mucho, pero algo es algo. Es más, ciertas figuras de estas “nuevas” formaciones, en alguna ocasión, incluso han tenido la osadía de cuestionar el programa radical progresista de la casta político/financiera/mediática de PPSOE y sus ingenierías e imposturas. Si obtuvieran los pequeños, representación parlamentaría,  serían más los partidos políticos en la necesidad de ganarse los votos y escuchar a los ciudadanos. Y si unas decenas, o cientos, o miles de enchufados de la casta, de paso, se quedan en la calle o no salen elegidos; mejor que mejor. Se les puede hacer daño. El 25 de mayo, un poco; en las elecciones municipales, bastante más.

¿Pueden votar, entonces, los divorciados, con conciencia de grupo? Nos atrevemos a afirmar que ello es posible. Pero, ¿deben? Desde una perspectiva del interés personal, acaso, también. ¿Y a quién?: nunca a los verdugos, ni a los mercenarios del sistema. Jamás a PPSOE. Que sepan que se les puede acabar el chollo.

No existiendo un sujeto revolucionario capaz volcar el régimen, ni un populismo que obligue a la casta a rectificar sus políticas, sólo nos queda el mal menor: votar a los emergentes con alguna posibilidad de éxito. Lo demás es perder el tiempo.

Lo que queda, veíamos, son los “minoritarios”; y a éstos, conforme el talante personal de cada cual: si eres progre genéticamente, pues tienes a UPyD. ¿Eres liberal y de buen rollito?: Ciudadanos. Un poco tradicional y cascarrabias: VOX. ¿E Impulso Social? No tienen posibilidad alguna, al menos en esta ocasión. No sirve, lamentablemente.

Pero que nadie se cree expectativas: de las elecciones europeas no vendrá la salvación; de nada, ni de nadie.

Cuarta tesis (en realidad, la primera de todas las anteriores): todo cambio político ha sido procedido por un cambio cultural y social.

Seguramente nos encontremos en una fase histórica de decadencia y crisis. De alguna manera, la denominada sociedad civil se reorganizará, en un futuro, configurándose un movimiento masculinista, del que existen brotes un poco por todas partes; que reflexione y actúe sobre la identidad masculina, su autoconciencia, su naturaleza, su desarrollo personal y el espacio social y familiar que le corresponde. Un espacio en el que especímenes como Miguel Arias Cañete –torpe, misógino, prepotente- no cuenten.

Pero, hasta entonces, no tenemos por qué inhibirnos el 25 de mayo. Y en las siguientes elecciones, si no gusta cómo se han portado, se puede –¡se debe!- cambiar de voto.

En todo caso, libertad, libertad, libertad.

 


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