Blogia
Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

EL «HEMBRISMO» COMO ESTADIO FINAL DEL MARXISMO (texto publicado en el Nº 181 de la revista de pensamiento Razón Española).

EL «HEMBRISMO» COMO ESTADIO FINAL DEL MARXISMO (texto publicado en el Nº 181 de la revista de pensamiento Razón Española).

I. INTRODUCCIÓN: DESBORDANDO 1984

 

Unos hechos significativos de nuestro entorno inmediato; veámoslos. Cada año son detenidos en España más de 100.000 varones por supuestos delitos de maltrato en el ámbito familiar: para ello es suficiente la denuncia de una mujer -con su único testimonio- que asegure en una comisaría o juzgado haber sido «maltratada verbalmente». Existe una subvencionada «industria del maltrato», dirigida por el lobby feminista, encargada de controlar y dificultar la relación de los padres varones con sus hijos. Ha aumentado exponencialmente el número de familias monoparentales en las que los hijos desconocen la figura y los efectos de la relación con un padre; pero, paradójicamente, en un asombrosos y revolucionario cambio de los roles familiares, los hijos se han convertido en «propiedad» del Estado a través de sus controladas y mantenidas -por diversas vías legales e institucionales- «madres cuidadoras». España ha sido pionera en la aprobación del mal llamado «matrimonio homosexual». España, igualmente, es  destino turístico por la laxitud con la que practica el aborto sin apenas restricciones. Se está desarrollando, desde algunos medios de comunicación, toda una preparación pedagógica dirigida a una futura legalización de la eutanasia. Persiste el control totalitario de la educación. La vida social española se viene caracterizando por una intensa sexualización pública. Se persiste en campañas dirigidas a la eliminación progresiva de la tradición religiosa (en sus expresiones simbólicas y públicas). Se demoniza a los disidentes del «pensamiento políticamente correcto»; sean ciudadanos comunes o relevantes figuras de la vida pública. Se excluye a los jueces independientes que denuncian las prácticas de la «ideología de género»...

Una situación, que desbordando a 1984, de George Orwell, ha llevado a afirmar al jurista, escritor y ex juez Francisco Serrano que «Si usted, yo o cualquier otro hombre no estamos en la cárcel es porque nuestras mujeres no quieren. Porque como quieran…»[1].

El panorama descrito, ¿cómo calificarlo? ¿Ciencia-ficción o realidad? ¿Acaso responde a una mirada distorsionada por prejuicios machistas trasnochados o se basa en datos objetivos? ¿Son fenómenos aislados o en perfecta sincronización? En cualquier caso, sufrimos las quiebras humanas de una sociedad convulsa y en revolución permanente; dirigida e impulsada desde el «poder» político, cultural y mediática. Una revolución postmoderna que tiene un origen, la ideología de género; y un instrumento, la ingeniería social. El texto que sigue pretende profundizar en los aspectos ideológicos explicativos de las prácticas y raíces del fenómeno.

 

 

II. LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO

 

La izquierda, desde el término de la Segunda Guerra Mundial, ha sufrido una profunda evolución ideológica y estratégica con el tránsito de diversas etapas y tácticas.

Intelectuales izquierdistas, como Jean Paul Sartre y Simonne de Beauvoir, se incorporaron al entorno comunista motivados, fundamentalmente, por su odio a la Iglesia Católica e impulsados por su voluntad de eliminación de toda forma de superstición religiosa. Inspirándose en un supuesto «Marx humanista» de sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, trataron de elaborar una nueva interpretación de base marxista combativa de toda forma de «alienación», incluidas las de naturaleza familiar y sexual que encubrirían la capitalista.

En el itinerario de esta evolución, seguiremos como hilo conductor el magnífico trabajo elaborado por el abogado José Luis Sáiz Calabria titulado «Una aproximación a la mentalidad dominante. La izquierda como nuevo moralismo».

Así, el «neomarxismo» de los años 60 del siglo XX invertiría los esquemas ortodoxos marxistas, al poner el acento en la superestructura (pensamiento, valores, religión, estética) por encima de las condiciones materiales y de producción; sirviéndose para ello no poco de la reelaboración marxista de Antonio Gramsci. Para este autor italiano de los anteriores años 30, el cambio de mentalidad, liderado por los que denomina «intelectuales orgánicos», debía preceder al cambio social revolucionario; enfrentándose así con un todavía opositor «sentido común» fruto de la tradición católica.

Otra vía de renovación del marxismo procede de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm, Benjamín). Desde diversas perspectivas, pretendían extender la crítica de la alienación a todas las formas de institución social. Para ello investigarán especialmente las raíces familiares y cualquier otra forma de autoridad prefiguradoras de todo pensamiento y estructura represora y, por definición, calificada como «fascista». En este neomarxismo, Herbert Marcuse elabora una síntesis de Marx y Freud, quien propone que la verdadera liberación de toda alienación pasa necesariamente por la liberación sexual, transformando el cuerpo humano en un instrumento de placer y no de explotación. Erich Fromm, por su parte, denunciará toda forma de autoridad: la familia, la religión, el patriarcado, el machismo… Caído el Muro de Berlín, descompuesta la Unión Soviética, desbaratado el modelo chino, con una socialdemocracia en convergencia con los dictados de las oligarquías económicas del mundialismo y diezmada por los nuevos partidos antisistema (Frente Nacional francés, Partido Liberal austriaco, Partidos del Progreso danés y noruego, UKIP británico…), estos intelectuales proporcionarán los instrumentos interpretativos y de acción de la izquierda postmarxista de los años 80 y siguientes.

Sáiz Calabria caracteriza esta perspectiva, magistralmente, en el siguiente párrafo: «Esta “nueva” izquierda se modula en una lucha constante contra el “fascismo” y en la promoción permanente de la agitación cultural desde las grandes plataformas mediáticas y culturales de lo políticamente correcto, en las que se elaboran las agendas culturales y se ensalzan o se proscriben los libros, los autores y los temas de interés, y que finalmente van introduciéndose, en un proceso incontenible y devastador, en los grandes medios y en las expresiones de la cultura popular, la televisión, la música, la literatura o el cine»[2].

La última mutación de esta evolución la constituiría la denominada «ideología de género». Ya Simonne de Beauvoir enunció en 1949 su conocido aforismo: «¡No naces mujer, te hacen mujer!». Sigamos con Sáiz Calabria: «La ideología de género es un feminismo radical surgido hacia fines de los 60, que rompe con el anterior movimiento feminista de paridad (que creía en la igualdad legal y moral de los sexos), para exigir el derecho a determinar la propia identidad sexual, y así llegar a una sociedad sin clases de sexo. Tuvo una fuerte presencia en la polémica Cumbre de Pekín, la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995» y en la que se propondrían, entre otras tácticas y estrategias, el tan extendido, como apenas cuestionado concepto «violencia de género».

Se trata, en suma, de una nueva utopía, de un proyecto humano sustentado en contravalores que «Mantiene un vínculo con las utopías liberadoras de antaño y adquiere las formas de una nueva religión política, sin coerción física ni liderazgos heroicos, pero que va decantándose en un totalitarismo blando aunque, por ello mismo, extraordinariamente eficaz por cuanto oculta los verdaderos mecanismos de su asimilación»; asevera Sáiz. Debemos precisarle, no obstante, que ya en el poder- es el caso de España- esta ideología no vacilará en servirse de los medios «represores» clásicos: desde los recursos policiales a la exclusión de los disidentes.

            Tales propuestas revolucionarias constituyen el núcleo de la llamada «perspectiva de género», cuyo origen lo encontramos en el marxismo, según hemos visto, si bien con la aparente contradicción que presenta su dialéctica interna. No en vano, el marxismo se pretende «científico» y esta perspectiva neomarxista/feminista violenta la naturaleza misma, objeto del estudio de la ciencia; por lo que deviene en una ideología profundamente irracional, tanto o más que las otras modalidades marxistas. Su pretensión de reelaborar la historia, metodología y objetivos, la caracterizan, además, como una ideología totalitaria que se servirá, si es preciso, de los instrumentos de esta índole propios de un Estado de control hegemónico.

La ideología de género reinterpreta, desde tales premisas, la naturaleza, el individuo, la historia, la economía... Con su pretensión de liberar al hombre del hecho objetivo, «dado» por la naturaleza, de su propio cuerpo, promueve inevitablemente la revolución de un nuevo hombre, una nueva cultura y, en consecuencia, una nueva sociedad. El término «género» deviene, en esta cosmovisión, en concepto clave y revolucionario de su correspondiente neolenguaje, otra característica de los totalitarismos; cuestión que merece un estudio particular dada su extrema incidencia en el cambio social.

 

 

III. INGENIERÍA SOCIAL

 

Para alcanzar ese programa es prioritario «deconstruir» los roles asignados al hombre y a la mujer, por considerarlos injustos y contrarios a la verdadera liberación personal; de modo que el sexo biológico también sería una barrera a superar en aras del «género» liberador. En consecuencia, la procreación su subordina al proyecto de «construcción» personal, a la elaboración individual y libérrima del propio género, vinculándose a nuevas formas de agregación pseudofamiliar y facilitándose lo anterior mediante novedosas técnicas artificiales. Igualmente, la filiación se independiza de los roles naturales de maternidad/paternidad. Lógicamente, el Estado, con todos sus medios, debe ponerse al servicio de esta agenda de liberación personal y colectiva: educación, medios de comunicación, legislación positiva, servicios sociales, policía, magistratura. Tal despliegue de medidas constituye la que podemos denominar «agenda de la perspectiva de género» que ejecuta con precisión de cirujano la «ingeniería social».

El ilustre jurista y magistrado José Luís Requero Ibáñez afirma que «Para tal ideología el género tiene una dimensión ante todo cultural independiente del sexo, ajena a la naturaleza de la persona. La sexualidad no es constitutiva sino optativa: no se es ni hombre ni mujer, se opta por ser hombre o mujer porque ser hombre o mujer forma parte de “roles socialmente construidos”»[3]. Más adelante, recuerda que Rebecca Cook declaró en la antes mencionada Cumbre de Pekín que «los sexos ya no son dos sino cinco y por tanto no debería hablarse de hombre y mujer, sino de mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales y bisexuales». Todas las medidas propuestas y adoptadas en aplicación de dichos presupuestos serían, según su criterio, «fiel exponente de la guerra ideológica en la que estamos sumidos; es una guerra cultural, de conquista del sentido común, de conquista de la percepción y comprensión de la realidad y de la verdad sobre la persona. En lo jurídico, esta guerra llama a la acuciante necesidad de reinstaurar nuestros ordenamientos sobre postulados de Derecho natural frente a postulados de Derecho antinatural». Y se pregunta si, en coherencia con semejantes axiomas, puede legislarse desde la mentira. El jurista Jesús Trillo-Figueroa responde afirmativamente: «uno nace biológicamente hombre o mujer, y por tanto la naturaleza humana da lugar a personas con condición sexuada. Pero esto no les importa a las ideologías. Y se puede legislar sobre una falsedad, como se ha hecho en España desde 2004. No sólo fue el programa máximo del presidente Zapatero, sino que sigue ahí»[4]. Y el propio Requero suscribe dicho juicio, ya al término de su trabajo, afirmando que «Las consecuencias de hacerlo están ahí: el ordenamiento jurídico es un ecosistema por partida doble; en sí mismo, porque de alterarse la lógica de una institución jurídica –por ejemplo, el matrimonio– produce consecuencias en todo lo que rodea a ese instituto jurídico y, en segundo lugar, porque el destinatario de la norma es la persona y hay una ecología humana. Cuando el ecosistema humano se contamina, los daños saltan a la vista en términos de dolor, muerte, pérdida de derechos, etc.».

Para conseguir sus objetivos, la ideología de género ataca conscientemente -y desde todos los frentes posibles- a la familia, pues es en tal espacio donde la persona aprende a relacionarse, a interiorizar los roles familiares y sociales, a experimentar la religión; en definitiva, se integra en el orden natural de las cosas. La familia, que despectivamente califican como «tradicional», según su criterio, no sólo esclaviza a la mujer, sino que condiciona a los hijos, quienes «viven» que familia, matrimonio y descendencia son factores naturales y decisivos en su manera de afrontar el mundo; una experiencia «alienadora» a erradicar.

Vemos, por tanto, que esta ideología parte de unos iniciales postulados marxistas, de modo que inevitablemente pretende el poder como instrumento de la revolución antropológica que -en última instancia- persigue. No obstante, dado que el control del poder cultural debe preceder, desde su perspectiva, al control del poder político, esta ideología venía trabajando, con anterioridad a los gobiernos José Luis Rodríguez Zapatero, desde la acción de sus lobbys feminista radical y gay. De ahí la progresiva elaboración e imposición de un neolenguaje, su decidida penetración en todos los niveles del mundo educativo y, acorde a los tiempos actuales, su voluntad de manipulación de los medios de comunicación, particularmente la televisión. Las diversas normativas discriminatorias «en positivo» de la mujer, elaboradas en las últimas décadas, se basarían en estadísticas manipuladas, cuando no falsificadas; que para ello ignoran, por ejemplo, la particular incidencia masculina en el suicidio, el mayor fracaso masculino en los estudios en general, etc. Todo ello se ha plasmado en un cuidadoso recorrido legislativo, estudiado particularmente, según veíamos, por José Luis Requero Ibáñez, del que destacaremos, ahora, la perversa inversión de la carga de la prueba, y la práctica de un Derecho penal de autor, por definición, de deriva totalitaria. Esta revolución se ha servido de prácticas nocivas muy extendidas socialmente, como es el preocupante fenómeno de las denuncias falsas en el ámbito penal intrafamiliar (sobremanera, la denominada, desde una nomenclatura anglosajona, como «bala de plata»), y la implantación de una red parajudicial de supuestos servicios sociales, que sus detractores han calificado gráficamente como «industria del maltrato»; no en vano son muchas las colectividades feministas que se benefician de la misma. Cuestiones todas ellas que requieren un trabajo específico.

 

IV. UNA REVOLUCIÓN ANTROPOLÓGICA EN MARCHA

 

Una de las más significativas teóricas de esta ideología, Alison Jagger[5], afirma que la «humanidad podrá revertir finalmente a su sexualidad polimorfamente perversa natural». Y avanza que «La igualdad feminista radical significa, no simplemente igualdad bajo la ley ni tan solo igual satisfacción de necesidades básicas, sino más bien que las mujeres -igual que los hombres- no tengan que dar a luz». En consecuencia, «la destrucción de la familia biológica que Freud nunca visualizó, permitirá la emergencia de nuevos mujeres y hombres distintos de cuantos han existido anteriormente».

 

Tales premisas prefiguran, pues, la revolución antropológica que particularmente se está experimentando en la sociedad española, con la dimensión de un auténtico y pluridisciplinar laboratorio de ingeniería social, cuyo objetivo último es «superar» la condición biológica con la que uno nace, introduciendo los medios materiales y culturales que desborden esa barrera –según esta ideología- al proyecto personal.

 

Esta revolución de naturaleza antropológica -pues transgrede la realidad biológica del ser humano desde una perspectiva puramente ideológica e irracional- quiere imponer como máxima aspiración individual la construcción de una identidad, independientemente del sexo con el que se nace. Por tanto, la identidad sería el «género», y éste implica que cada ser humano emancipado y liberado «se haga» mujer, hombre, bisexual, transexual, homosexual, a capricho o supuesta necesidad; incluso en varias ocasiones a lo largo de la vida, si las técnicas médicas lo facilitan.

 

En palabras de la portavoz del Foro de la Familia y orientadora familiar Amaya Azcona, «la cultura posmoderna niega que la familia sea una realidad natural y la explica como una convención social para cumplir las funciones que la sociedad le asigna y que, por tanto, no está sometida a una juridicidad propia y que es posible considerar familia lo que en cada momento sea más práctico para la sociedad en la que se encuentra.» (…) Deconstruir es resignificar los conceptos, vaciarlos de significado y darle uso nuevo. El feminismo primero y posteriormente la ideología de género han tenido un papel muy activo en la resignificación de los conceptos: hombre, mujer, sexualidad, matrimonio, familia, paternidad, maternidad, fraternidad. Conceptos que afectan a las relaciones familiares y al núcleo de las identidades personales». Así, se han  redefinido en particular legalmente, «la relación esponsal, la conyugalidad, las relaciones sexuales, la filiación, la paternidad, la maternidad»[6].

            La agenda de ingeniería social impulsada por esta ideología pretende, en fases sucesivas, acabar con el dominio del hombre –denominados despectivamente como «patriarcado» y «machismo»- sobre la mujer. El primer paso ha sido el control por las mujeres, sin dar cuenta a los hombres, de la reproducción, incluyendo el aborto. La mujer, dueña de su cuerpo, es así propietaria del nuevo ser que, naturalmente o por técnicas de fertilidad artificial, llegue a engendrar libre y voluntariamente. Y, caso de que una mujer quiera interrumpir el embarazo, no tiene por qué informar al padre de ello, pues no es quién para impedirlo; decidiendo la mujer sobre el futuro del niño y del propio padre. De ahí ese sentimiento de «propietaria y hacedora» de la vida de tantas mujeres. El padre, en consecuencia, no puede decidir ni en un sentido ni en otro. Si un hombre golpea, aún accidentalmente, a una mujer embarazada, se enfrenta a responsabilidad penal y civil por daños a madre y niño. En este caso, pues, no se trata al niño por nacer como mero «agregado de células», susceptible de ser abortado unilateralmente por la madre. Contradicciones, en suma, de los defensores del aborto, pero, curiosamente, siempre en detrimento del padre... y del ser humano en ciernes. Toda esta situación de absoluto y exclusivo control por parte de la futura madre, de llegar a serlo, se prolonga a lo largo de toda la vida del agregado de células, feto o niño, según decisión de la madre. Por el contrario, el padre, únicamente tendrá el papel y afecto que la madre le conceda; aparte del económico. Y, llegados a este punto, mencionemos los contundentes casos de estafa que supone la paternidad legal de padres engañados, ignorantes de que otro varón es el biológico. Así, se han emitido sentencias en España en las que se ha obligado al supuesto padre engañado al abono de todas las responsabilidades económicas devengadas hasta ese momento; acreditado ya por pruebas y admitido judicialmente. De este modo, se elimina por la fuerza la supuesta relación de injusticia estructural de naturaleza «machista», volcándola en otra de carácter simétrico y «hembrista».

            En esta evolución que estamos describiendo, es decisiva la implantación intelectual, positiva y en el plano de las costumbres, del denominado «derecho a la salud sexual y reproductiva», entendido como la más efectiva modalidad de liberación de la mujer; separando la maternidad del cuerpo femenino, mediante métodos contraceptivos, la esterilización y el aborto. Pero también, mediante las técnicas de inseminación artificial, eliminando la paternidad conocida.

Por último, desde esta práctica de género, se eliminan las ataduras y desigualdades sexuales, nivelándose la heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad y la transexualidad. De ahí su confluencia con los intereses del lobby gay.

Estos lobbys –radical/feminista y gay- han recorrido un largo camino. De entrada, desde medios intelectuales, descalificando las relaciones entendidas como normales, desvelándolas fruto del conflicto familiar y la lucha de clases. Después, racionalizando y propagando las motivaciones ocultas de esa injusticia y las circunstancias que lo han permitido. Por último, imponiendo una alternativa a esas situaciones injustas, mediante campañas de adoctrinamiento, cambios legales… y persecución de los disidentes.

Esta agenda ha provocado algunas resistencias sociales en España y otros países, generando muy concretos espacios de confrontación. Es el caso de la conflictividad en torno al denominado Síndrome de Alienación Parental (SAP), la lucha por la custodia compartida y la polémica dialéctica «violencia de género/violencia doméstica». Y por lo que se refiere a casos personales concretos, mencionaremos el «caso Diego Pastrana», el reciente proceso estaliniano al diputado de UPyD Toni Cantó, las sanciones a diversos «disidentes» de la judicatura (Fernando Ferrín Calamita, María Jesús García Pérez, Francisco Serrano y María Sanahuja) y, por último, el del célebre investigador anglosajón feminista, Murray A. Strauss. Asuntos, todos ellos, acreedores de un estudio específico, acreditativo de la aparentemente irreversible implantación de la agenda de género.

En suma, es un cambio revolucionario, pues implica un cambio artificioso en la autocomprensión del sujeto individual en su propia naturaleza y en sus relaciones con los demás: padres, de tenerlos y en la modalidad que sea, sus iguales, las autoridades, los colectivos sociales, valores, expectativas vitales… Y esta revolución puede llegar a extremos realmente grotescos. Así, la radicalización ideológica ha llevado a grupos de feministas a propugnar, practicar y limitar su sexualidad, a unas relaciones íntimas exclusivamente con otras mujeres, de ahí que se le denomine «feminismo lesbiano» o «lésbico»; determinando, como auténtico dogma de fe, que en el plano físico éstas relaciones sexuales deben desarrollarse posicionadas ambas mujeres en paralelo, para evitar cualquier posición de superioridad física que pudiera reproducir roles machistas… No en vano, la intelectual feminista Kate Millet afirmaba que «la mujer que se acuesta con un hombre lo está haciendo con su enemigo».

De esta revolución antropológica se derivan múltiples consecuencias prácticas, además de las resistencias reseñadas:

1.- Institucionalización de un enfrentamiento permanente entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en el seno familiar; con la inevitable manipulación de los hijos en aras de conseguir su posicionamiento frente al otro.

2.- Destrucción de la personalidad masculina, mediante los mecanismos psicológicos y sociales del sentimiento de culpa y de inferioridad, al objeto de invalidarlo para el ejercicio de la autoridad familiar, causa de todos los males para el feminismo radical; violentando igualmente la afectividad y expresiones masculinas en aras de un hipotético y aceptable «componente femenino del varón».

3.- Sometimiento de la mujer a un nuevo régimen patriarcal -el de la protección de un Estado en deriva totalitaria- ante las potenciales agresiones físicas y emocionales de los hombres.

4.- Eliminación de los sentimientos naturales de intimidad y pudor, banalizando la sexualidad; al ser entendidos por la ideología de género como subproductos culturales de base religiosa al servicio de la dominación machista.

5.- Extensión, como alternativa patológica a los fracasos afectivos, de las dependencias: juego, pornografía, drogas, sexo compulsivo (especialmente entre los varones), consumismo desenfrenado (entre las mujeres, pero de manera creciente, también entre los varones), etc. A destacar en esta área, la medicalización extensiva de buena parte de la población, especialmente la femenina, mediante psicofármacos; sustitutivos del desamor y los crecientes índices de infelicidad femenina hechos públicos en recientes estudios demoscópicos especialmente en el Primer Mundo.

6.- Extensión del daño moral y la confusión personal especialmente entre los jóvenes; carentes de referentes masculinos netos. A los que, por otra parte, se propone la experimentación sexual con parejas del mismo sexo, así como la anticipación temprana y la acumulación de contactos sexuales, como métodos de autoconocimiento personal.

7.- Transformación de la mujer, desvinculada de la maternidad, en mano de obra al servicio de los grandes intereses económicos transnacionales, al potenciar el trabajo fuera del hogar como referencialmente adecuado a su potencial crecimiento e instrumento de su liberación.

8.- Desprecio de la natalidad, acorde con los proyectos neomalthusianos de poderosos lobbys internacionales, como la Fundación Rockefeller y los nuevos filántropos antinatalistas como Bill Gates; con la consiguiente indiferencia ante el evidente envejecimiento de la población mundial –especialmente en Occidente, pero también en Argentina, Japón, Corea del Sur y China- derivado de la suma de los planteamientos anteriores[7].

La ideología de género, por tanto, es un «diseño» que desborda la naturaleza, el instinto de supervivencia de la especie y la razón humana.

 

 

V. EL «HEMBRISMO»: ¿PRÁXIS O VULGATA DE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO?

 

Destacábamos, en el apartado anterior, cómo se pretende eliminar la dialéctica relación de injusticia estructural «machista», volcándola en otra de carácter simétrico y «hembrista». Pero, esta afirmación que aparenta ser un mero enunciado teórico, se ha implantado, por medio de diversas técnicas en la sociedad, alcanzando rango de costumbre. Describamos algunos rasgos de este ambiente cultural y costumbrista que ya anticipábamos al describir la postergación de la figura del padre y las quiebras sociales provocadas desde la agenda de género.

Desde unos pocos años atrás, algunas conocidas periodistas, junto a otras mujeres relevantes en la vida pública española, desplegaron una análoga actitud vital que devino en auténtica «moda»: la extensión, por no calificar de auténtica «plaga», presentada como modélica, de familias monoparentales. Por medio de la adopción internacional, la inseminación artificial, o la concepción natural (aportada por un desconocido, al menos para el hijo concebido), reivindicaron un supuesto «derecho a los hijos» como vía de desarrollo personal y afirmación social; negando que sean los hijos quienes tienen derecho a unos padres: es decir, a un padre y a una madre. La lista de tales protagonistas es pública y ya muy extensa; y de ser «privilegio» de unas pocas mujeres de las elites, se ha convertido en una práctica muy extendida, percibiéndose ya, a nivel popular, como un verdadero «derecho subjetivo».

Lejos estábamos, ya, de la estigmatización social a la que se sometía a las llamadas madres solteras y sus hijos. Por el contrario, estas mujeres se presentaban -y se promocionaba unánimemente desde los medios de comunicación- como paradigmas de la independencia, determinación, valentía, lucidez… Unas mujeres admirables «peleando por sobrevivir en un mundo hostil dominado por los machos».

No importaba, después, que fueran jóvenes au pair extranjeras las que educaran a esas criaturas; no en vano, los horarios de una comprometida y pletórica vida profesional y social no permitían a estas aventureras otras fórmulas alternativas de conciliación de la vida familiar y laboral. Y, por supuesto, en toda celebración familiar y social lucirían a sus criaturas engalanadas para la ocasión, con ropas de capricho y marca, colores y lazos de moda, dedicándoles mimos y zalamerías múltiples. Después, ¡cómo poder jugar con su hijo!, no en vano el tiempo es escaso y hay que administrarlo sabiamente. Lo primero es lo primero: «yo misma».

La que antaño era una situación dramática, se había convertido en modelo de virtudes y vanguardia del cambio social en ciernes.

Otra curiosa circunstancia concurría en este tipo de situaciones. Los hijos de estas mujeres «todo-terreno», casi siempre eran… niñas. ¿Una simple casualidad? Efectivamente, rescatar niñas de sus respectivos países de origen (China, India…), evitándoles una vida de miserias y, seguramente también, de abusos de todo tipo, es muy loable. Pero nunca hemos encontrado a estas mujeres en las denuncias contra el genocidio de niñas por la vía del aborto selectivo que se viene perpetrando en esos mismos países. Lo olvidábamos: «nosotras parimos, nosotros decidimos».

Pero, ¿por qué ese aparente empeño en edificar sus familias excluyendo conscientemente a los varones? Indudablemente, cada caso es único. Pero no impide el que se intente extraer algunas posibles conclusiones desde un contexto más amplio.

Este modelo de familia monoparental encaja perfectamente, al igual que otros fenómenos, en la agenda de género. Así lo contextualiza el escritor José Javier Esparza: «La destrucción de la figura del padre es un viejo propósito de todas las ideologías que desde el último siglo están intentando derribar los últimos vestigios de la sociedad tradicional, natural, para edificar una sociedad nueva, esa sociedad de tipo nihilista que hoy se extiende por todas partes. La destrucción de la figura del padre es uno de los pasos fundamentales de la ingeniería social autodenominada “progresista” y de la ideología “de género”»[8].

Para muchas feministas radicales –que desde algunos medios nutridos de varones «postergados» se les denomina «feminazis»-, el hombre -todo hombre- es sospechoso de posibles y casi seguras actitudes brutales y violentas. Desde su mirada, la mujer debe rectificar la evolución social e histórica mediante un hito que establezca un antes y un después. La sociedad patriarcal y machista es el pasado y a la mujer le corresponder diseñar el futuro. Por ello, el hombre -los hombres- es el inmerecido y brutal beneficiario de un pasado a arrasar por la vanguardia de la «nueva mujer»; cumbre y autoconciencia del desarrollo humano.

De este modo, la eclosión de esos nuevos modelos de agregación parafamiliar (homosexuales con hijos biológicos o adoptados, monoparentales encabezadas por mujeres, etc.), apuntalaría al ultrafeminismo en marcha y, por el contrario, debilitaría al machismo encarnado en la «familia tradicional». Ahí se enmarca ese fenómeno con el que iniciábamos este apartado y que asimila a ese presunto machismo con las figuras «tradicionales» del padre y de la madre en su roles naturales; tal y como sintetiza Esparza en el mencionado texto: «Donde la figura de la madre encarna el amor y la ternura, la del padre debe encarnar el deber, el orden, lo que hay que hacer para que la sociedad funcione. Por decirlo en términos muy simples: la madre cría al hijo y el padre lo orienta a la vida adulta. Eso no quiere decir que el padre no ame, al revés: nada de eso funciona sin amor. Pero sí quiere decir que la madre tiene una función y el padre tiene otra. Que el papá no puede ser una mamá suplementaria ni un colega del hijo». Una estructura natural, y de una experiencia humana varias veces milenaria, preciada herencia de los ancestros, a destruir por unas ultrafeministas en acción movidas por el desamor, el odio… y la ideología.

El aborto y la anticoncepción, entendidos como herramientas que desplazan el poder en el seno de la pareja a la mujer, son otros de esos instrumentos que han contribuido al cambio de roles; junto a la incorporación de la mujer al mundo laboral, empresarial, político… El divorcio «exprés», la «discriminación positiva», siempre en beneficio de mujeres, la legislación contra la violencia de género, etc., también se diseñaron con análogas finalidades: la destrucción de la familia y la segregación del varón-padre.

No obstante, este feminismo que se ha movilizado activamente para transformar la sociedad, desde todos los frentes, se presenta a sí mismo como «de la igualdad». Pero, ¿realmente persigue la igualdad o una nueva supremacía sexual? ¿No incurre en los mismos defectos que denuncia del «machismo» con el agravante de violentar a la naturaleza misma?

Es cada vez más evidente que las feministas radicales y sus aliados, han propiciado ciertos fenómenos cuanto menos paradójicos en una sociedad pretendidamente democrática y avanzada. El primero de ellos: la desigualdad jurídica. Hombres y mujeres ya no son iguales…, ni en sus derechos, ni en sus deberes. Así, en España y desde la práctica penal, la presunción de inocencia en el varón ha sido destruida. Y, cuando nos referimos a la educación y custodia de los hijos, es pública y notoria la presunción en favor de la mujer: la madre, por definición, es «buena madre». De tener alguna pretensión, el padre, tendrá que demostrar que está hipercapacitado y que la madre no lo está en absoluto. Esas mujeres a las que nos referíamos al principio, han construido su mundo inmediato a su imagen y semejanza. Un mundo de mujeres en el que, a modo de colmena, los hombres que se adapten, cumplirían el papel de zánganos y ellas… el de reinas. Una sociedad machista pero a la inversa: hembrista, pues; pero contraria al sentido común y a la misma naturaleza.

El cambio ha sido tan profundo que ha transformado expresiones tan espontáneas y costumbristas como el mismísimo sentido del humor. Si antaño, los chistes machistas ridiculizaban tradicionales roles y comportamientos femeninos, hoy tales manifestaciones suponen la reprobación general. Por el contrario, el acompañamiento corográfico al creciente repertorio humorístico feminista –con las inevitables enseñanzas de que las mujeres están capacitadas para hacer perfectamente dos o más funciones, ante la incapacidad varonil para ello, por ejemplo- implica modernidad, progresismo, apertura intelectual…

Este hembrismo cotidiano, práctica común de una ideología muy elaborada, ha dividido el mundo en buenos y malos. Las mujeres sumarían todas las virtudes: intuitivas, transmisoras y controladoras de la vida, pragmáticas, sensitivas,  pacíficas. Los hombres, ya se sabe, brutales, inconscientes cazadores y guerreros, indolentes, insensibles, violentos, imprevisibles, infieles: en consecuencia, hay que anticiparse… y controlarlos desde el Estado y el control social informal.

Los hombres, por ello, a no pocas de esas feministas, les sobran. A ellas y a sus hijas. Incluso de su entorno familiar más inmediato. Y para ello disponen de herramientas cuya eficacia ya ha sido probada: las denuncias falsas, el recurso a la fuerza estatal, la discriminación positiva… Y no faltan asociaciones bien subvencionadas que, si bien en muchos casos cumplen un excepcional papel social de apoyo a mujeres maltratadas y en otras situaciones de riesgo, impulsan esa progresiva exclusión de lo masculino en diversos ámbitos; empezando por el familiar.

No. Ese feminismo, por mucho que digan, no es un feminismo de la igualdad, supuesto remedio de machismos trasnochados y violentos. Es más: violenta la experiencia de toda la humanidad que nos ha precedido. Retomemos, el argumentario del citado texto de Esparza: «Esto no tiene nada que ver con las estructuras de producción ni con las peculiaridades étnicas, porque ocurre en todas las sociedades y en todos los tiempos, sino que es, insisto, un hecho de naturaleza, es decir, pura antropología. Sencillamente, los humanos somos así».

Es un feminismo de la supremacía, de la revancha, de la violencia. Un feminismo segregador, sexista y de la venganza: verdadero hembrismo que trata de superar, en lo peor, a su pretendido rival machismo.

 

Fernando José VAQUERO OROQUIETA

Razón Española, Nº 181, septiembre-octubre de 2012, págs. 133 a 151



[1] ALTOZANO, Gonzalo: «Más que de caza de brujas, hablaría de brujas que salen de caza. Francisco Serrano, abogado, ex juez y bestia negra de las radicales de género», La Gaceta, Madrid, 23 de febrero de 2013. Suplemento DOCS, págs. 4 y 5.

[2] SÁIZ CALABRIA, José Luis, «Una aproximación a la mentalidad dominante. La izquierda como nuevo moralismo», Cuadernos de Encuentro, Club de Opinión Encuentros, Madrid, Nº 97, verano 2009, págs. 5 a 18.

[3] REQUERO IBÁÑEZ, José Luis, «La ideología de género en el derecho español», Temes d`Avui, nº 41, Associació Cultural temes d'Avui, Barcelona, 2012.

[4] TRILLO-FIGUEROA, Jesús, «Revolución jurídica en España: política sexual e ideología de género», XX Semana de la Familia, Diócesis de Zamora, 9 de abril de 2013.

 

[5] JAGGER, Alison, «Political Philosophies of Women's Liberation», Feminism and Philosophy, VETTERLING BRAGGIN, Mary, ELLISTON, Frederick y ENGLISH, eds, Totowa, NJ: Littlefield, Adams and Co., 1977.

[6] AZCONA, Amaya, «Los guisantes deconstruídos», El Pensador, Barcelona, Nº 3, mayo-junio 2013, edición PDF: https://s3-sa-east-1.amazonaws.com/elpensador/revista/el-pensador-numero-3.pdf.

[7] En los países europeos donde la ideología de género no se ha asentado, como Rusia, Hungría, Polonia y Lituania, sus Gobiernos han decidido promover activamente la natalidad, con subvenciones a las familias, restringir el aborto y oponerse a la difusión de la homosexualidad. Rusia lo lleva haciendo desde 2006.

[8] ESPARZA, José Javier: «¿Por qué está en crisis la figura del padre?», VI Congreso Mundial de las Familias, «Promover la paternidad: la crisis del hombre». Texto presentado en la sesión plenaria de clausura. WCF, Madrid, 27 de mayo de 2012.

0 comentarios