Hizbulá y el terrorismo
El durísimo conflicto armado desarrollado entre el Tsahal israelí y la poliédrica organización libanesa Hizbulá, a lo largo de la segunda quincena de julio y primera de agosto de 2006, volvió a plantear la cuestión -no resuelta- de la naturaleza de ese movimiento chiíta. ¿Es un simple partido político?, ¿un grupo guerrillero?, ¿una organización terrorista?, ¿un «Estado dentro del Estado» libanés?
Líbano y Hizbulá
El del Líbano es un caso único en el que la identidad nacional continúa en permanente discusión; no pudiendo despegarse -esta polémica inagotable- de la existencia de numerosas comunidades religiosas que determinan el status jurídico de todos y cada uno de sus ciudadanos, definiendo además, desde sus propios mitos, los supuestos ingredientes identitarios del «ser» libanés.
El de Líbano es un proyecto de «democracia a la occidental» no desarrollado plenamente; una circunstancia paralela a su reiterado fracaso en la consolidación de un Estado. Y, en un Oriente Próximo en el que confluyen los intereses de las grandes potencias, en el que chocan diversas concepciones del mundo, con un predominio israelí en toda la zona, que sufre la crisis del Islam en el resurgir de su fundamentalismo, que acusa la potente influencia de Irán… el fenómeno de Hizbulá no puede recibir un tratamiento simplista ni, todavía, definitivo.
Un poco de historia
Recordemos que el poder político libanés -desde la independencia de Francia y a resultas de las previsiones de su constitutivo Pacto Nacional- estaba repartido con unos muy cuestionados criterios poblacionales proporcionales; siendo los máximos beneficiarios, inicialmente, los católicos maronitas y los musulmanes sunníes. Pero la explosión demográfica chiíta, a punto de convertirse hoy día en la primera comunidad en número, junto a otros factores internos y exteriores, evidenciaron uno de los más graves efectos del sistema: su permanente inestabilidad.
Muy pronto se desarrollaron diversas iniciativas que, en un difícil contexto alimentado por otras muchas y graves tensiones sociales y políticas, pretendían proporcionar un mayor protagonismo a la entonces postergada comunidad chiíta. Así, en 1974, el clérigo chiíta Musa Sadr fundó el Movimiento de los Desheredados. Pero desapareció en circunstancias nunca esclarecidas en agosto de 1978 mientras viajaba por Libia. Le relevará en protagonismo su milicia armada Amal (esperanza, en árabe) una vez emancipada del partido-padre, liderada por el astuto y omnipresente Nabih Berri. Posteriormente Amal, marcado por un tono levemente laico, sufrirá diversas escisiones. Una de ellas, Amal Islámico, será plataforma de la extensión de la revolución islámica de Jomeini en Líbano. Y un número oscilante entre 400 y 1000 «guardianes de la revolución» iraníes se establecieron en el sur del país, ya entonces dividido y ensangrentado por su larga guerra civil. Sumándosele otros grupos, posteriormente, darán lugar todos ellos a Hizbulá (traducido del árabe como Partido de Dios, denominación de profundas resonancias coránicas).
Primera cuestión conflictiva: la fecha exacta de su fundación. Unas fuentes aseguran que ya acaeció en 1982. Otras aseguran que el evento tuvo lugar en 1984. Una discrepancia de gran relevancia. Veamos por qué.
El 23 de octubre de 1983 se perpetraron unos atentados terroristas de enorme impacto y relevancia. Un camión bomba conducido por un suicida, atacó el cuartel general de los marines norteamericanos, cerca del aeropuerto de Beirut, provocando 241 muertos. Un segundo camión bomba tuvo como objetivo un cuartel de los paracaidistas franceses, en Ramlat Al Abida, causando 58 víctimas mortales. Para algunos analistas (por ejemplo, el español Gustavo de Arístegui) Amal Islámico habría sido el responsable. Otros no dudan en atribuírselos directamente a Hizbulá: es el supuesto de los autores de un informe de abril de 1985 del Departamento de Estado norteamericano, en el que también se le responsabilizaba del gravísimo atentado sufrido en el restaurante El Descanso de Madrid el 12 de abril de 1985 (18 muertos y 84 heridos).
Otros atentados posteriores, igualmente atribuidos a Hizbulá, fueron: la mayor parte de los numerosos secuestros de ciudadanos libaneses y occidentales en Beirut y otras zonas de Líbano, el sufrido el día 17 de marzo de 1992 por la Embajada de Israel en Buenos Aires (29 muertos), y el acaecido el 18 de julio de 1994 contra la mutua judía AMIA de la capital argentina (85 muertos). Hizbulá siempre negó su autoría.
Según el criterio de los especialistas convencidos de la vocación esencialmente terrorista de Hizbulá, ésta se habría amparado -para esos numerosos atentados nunca esclarecidos- bajo diversas denominaciones: Yihad Islámica (en los dirigidos contra objetivos occidentales en Líbano y en el extranjero, caso del de Madrid); Resistencia Islámica (contra los israelíes); y otros como Organización para la Justicia Revolucionaria, Organización de los Oprimidos de la Tierra, y Yihad Islámica para la Liberación de Palestina.
Un «Estado dentro del Estado»
Simultáneamente a la escalada terrorista, Hizbulá consolidó -mediante diversas acciones- su creciente influencia en el sur del país y en los populosos suburbios del sur de Beirut. Para ello no dudó en enfrentarse, con las armas en la mano, con facciones palestinas instaladas en Líbano, sus antiguos aliados de Amal, el ejército regular libanés, con grupos sunnitas, las milicias cristianas unificadas, y también contra los israelíes asentados al sur del río Litani y sus aliados del ESL (Ejército del Sur del Líbano). Los derrotó a todos ellos. Y, años después, en mayo del año 2000, los israelíes pusieron término a la ocupación; lo que Hizbulá y buena parte del mundo musulmán presentaron como una victoria del islam.
Hizbulá continuó su crecimiento de modo imparable: armándose con medios muy sofisticados, ampliando sus bases de apoyo, y estableciendo en sus áreas de influencia un auténtico Estado en lugar del vacilante libanés. Un entramado muy eficaz y diversificado, en cualquier caso: escuelas gratuitas en las que es obligatoria la enseñanza coránica y el velo, dispensarios sanitarios, redes asistenciales, servicios públicos de electricidad y agua, seguridad ciudadana, tribunales islámicos, pensiones para las familias de los «mártires»… Y en las últimas elecciones legislativas, celebradas en mayo y junio de 2005, alcanzaron nada menos que 14 parlamentarios. Dispone de una potente televisión por satélite, Al Manar, que no llegó a ser silenciada por los israelíes en la crisis del 2006, y a la que, a causa de sus contenidos belicosos y antisemitas, Francia prohibió sus emisiones. La propia Unión Europea también prohibió la repetición de la señal de Al Manar por los satélites europeos, en aplicación de la normativa europea contra la «incitación al odio racial y/o religioso» en 2005.
En septiembre de 2004, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la Resolución 1559 por la que instaba al gobierno libanés a desarmar a todas las milicias; un acuerdo pensado fundamentalmente para Hizbulá, al tratarse de la única todavía operativa en Líbano desde la aplicación de los acuerdos de Taif que pusieron fin a la guerra civil en 1989. Evidentemente, la resolución no ha sido ejecutada; ni existen indicios de que lo sea en un futuro inmediato.
No olvidemos, además, su relevante papel en el juego de alianzas y poderes de Próximo Oriente, alineándose decididamente con Irán y Siria; habiendo logrado distorsionar el frágil equilibrio de la zona, constituyendo su prueba más sangrante y evidente el gravísimo conflicto armado del verano pasado.
Hassan Nasralá, su carismático y más conocido líder, es considerado como un gran político y un excelente estratega militar; si bien es pronto para presagiar si la aventura iniciada con el secuestro de dos soldados israelíes, en el interior del país hebreo, marcará el inicio de su declive o su definitiva consolidación; y siempre con miras al control, de una u otra manera, del Estado libanés.
Mientras tanto, las tropas de FINUL 2, entre las que figura el contingente español allí desplegado, se encuentran en una compleja y paradójica situación: conviviendo con una potente y arraigada milicia, implacable y magníficamente pertrechada, que se resiste a ser desarmada, pese a las resoluciones internacionales. Es más, continúa armándose sin disimulos. Así, un análisis del español Grupo de Estudios Estratégicos, fechado el 27 de octubre de 2006, informaba de 39 misiles anti-carro que, desde Moscú vía Damasco, ha recibido Hizbulá ante la mirada impotente de los cascos azules.
Hizbulá, ¿organización terrorista?
No es nada sencillo, por lo tanto, delimitar de manera unívoca la poliédrica naturaleza de Hizbulá. Además, concurre una dificultad metodológica que no facilita el esclarecimiento de esta labor. Nos referimos a la existencia de varias decenas de definiciones de terrorismo; no siempre coincidentes en sus principales rasgos constitutivos. Mencionaremos aquí dos elaboradas en España, desde ámbitos culturales muy diversos, y que gozan de cierto prestigio entre los analistas del fenómeno.
El político e investigador español José María Benegas, en la acepción «terrorismo, definición» de su enciclopédica obra Diccionario Espasa. Terrorismo (Espasa Calpe, Madrid, 2004), recoge 21 definiciones distintas. Pese a ello, asegura en su página 554 que para que sea válida una definición de terrorismo debe recoger, según su criterio, los siguientes elementos: el empleo de la violencia como medio para conseguir objetivos políticos; ejecución de atentados indiscriminados; extensión del terror al conjunto de la sociedad; búsqueda de la propaganda y la difusión de sus mensajes.
La LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (Madrid, 22 de noviembre de 2002), en su Instrucción pastoral «Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias», propuso la siguiente definición en su punto 5: «el propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, mediante el uso sistemático del terror con una intención ideológica totalitaria». Y por terror entiende que es la «violencia criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal causado directamente, mediante una amenaza dirigida a toda la sociedad», lo que se persigue por medio de una «compleja estrategia puesta al servicio de un fin ideológico (…) obteniendo una amplia repercusión política, potenciada por la publicidad que obtienen sus nefandas acciones»; todo lo que lleva a sus autores a entenderla como una actividad «rentable» políticamente.
Ahora mismo, desde una lectura literal y estricta de ambas definiciones, Hizbulá difícilmente podría calificarse de organización terrorista «clásica». Sin embargo, sus orígenes y buena parte de su historia permanecen asociados con expresiones muy concretas y especialmente graves de la práctica terrorista.
La inmensa mayoría de expertos en terrorismo no dudan en calificar a Hizbulá como organización terrorista; si bien resaltan su complejidad, evolución y estructura. Coinciden, igualmente, en señalar que, junto a Tigres de Liberación de Tamil Elam (TLTE), ha sido la organización que se ha servido de un mayor número de terroristas suicidas en sus diversas campañas… hasta la crisis iraquí. No es sencillo, ciertamente, deslindar su naturaleza inicialmente terrorista, también operativa a lo largo de bastantes años, de su estructuración como organización guerrillera desplegada durante varios lustros. De hecho, un objetivo de toda organización terrorista es llegar a superar el precario estadio inicial y saltar a otras estructuras más sofisticadas y consolidadas: guerrilla, en un segundo momento y, si es posible, ejército convencional. Una evolución que muy pocas organizaciones han consumado a lo largo de la historia.
Aparentemente, su fase inicial de organización estructuralmente terrorista habría sido superada; si bien ciertos expertos sospechan de la existencia de una estructura clandestina en Líbano y en diversos países occidentales a la espera de su reactivación si fuera necesario. Un interrogante trascendental al respecto es el siguiente. Cuando Hizbulá secuestró a los dos soldados, judíos de quienes no se ha vuelto a saber nada, en el mes de julio pasado, acción que originó la tremenda respuesta israelí, ¿lo hicieron uniformados o con ropas de civiles? En el primer caso, difícilmente podría calificársele de operación guerrillera, dado que Israel había abandonado el territorio libanés años atrás; por lo que no podía alegar ya una condición de «resistente» frente a un ocupante extranjero. Pero, en el segundo de los supuestos contemplados, sin duda alguna, se trataría de una acción terrorista.
Estados Unidos incluyó en su día a Hizbulá en su listado de organizaciones terroristas. El Parlamento Europeo, por su parte, aprobó el 10 de marzo de 2005 (por 473 votos a favor, 8 en contra y 33 abstenciones) una resolución, no vinculante, calificándole de organización terrorista. Sin embargo, la Unión Europea no lo ha incorporado a su listado; aunque sí a uno de sus dirigentes, Imad Mugniyah. Unos comportamientos, los europeos, ciertamente, no del todo congruentes…. ni rigurosos.
Hizbulá ha sabido adaptarse a las nuevas circunstancias, maquillando sus actuaciones y desplegando una eficaz campaña de imagen a nivel internacional. Así, por ejemplo, cuando ocupó el sur del Líbano, al retirarse el ejército judío, no consumó las anunciadas masacres contra los milicianos colaboracionistas -cristianos, drusos y chiítas- del Tsahal. Los entregó al Estado libanés, que los condenó a duras penas de prisión por el delito de traición. Tampoco expulsó a sus familias; tal y como sucedió en diversos episodios de la larga guerra civil.
Pero la naturaleza y mentalidad terroristas, es decir, una verdadera «cultura», también subyace en otros comportamientos; en este caso, manifestados en el pasado verano. Así, Amnistía Internacional denunció a Hizbulá, al igual que a Israel, por bombardear objetivos civiles en Israel de manera indiscriminada; así como por parapetarse en edificios que, conforme la legislación internacional de guerra, no pueden emplearse como base de acciones militares; caso de escuelas y hospitales. No se trataría, ya, de meros supuestos de terrorismo, sino de verdaderos crímenes de guerra (una peculiar manifestación de «terrorismo de Estado» en periodo bélico, según algunos).
Tal es la compleja y cambiante naturaleza de Hizbulá: un partido político parlamentario con responsabilidades institucionales, una potente y sofisticada milicia armada, un «Estado dentro del Estado», un atípico e influyente «actor» en la escena política del Próximo Oriente sin ser un sujeto legitimado por el derecho internacional… una peligrosísima e implacable organización terrorista en potencia y con un oscuro historial nunca esclarecido convincentemente por sus protagonistas.
Revista digital Arbil, Nº 108, octubre de 2006
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