Los españoles de Stalin.
Los españoles de Stalin.
Belacqva, Barcelona, 448 páginas, 2005.
Daniel Arasa.
Las casi 450 páginas de este texto nos trasladan al, seguramente, más cruel frente de aquel conflicto: el inmenso territorio de la entonces Unión Soviética. Por ello, el subtítulo escogido, tal vez por impulsos comerciales, La historia de los españoles que sirvieron al comunismo durante la Segunda Guerra mundial, puede inducir a cierta confusión; ya que el lector no encontrará aquí a los que igualmente sirvieron a las consignas del Partido Comunista de España -es decir, la sucursal española del estalinismo- en otros escenarios de la contienda. Recordemos, así, su decisivo papel en el seno de la resistencia francesa.
El autor afina mucho sus datos. Fueron 749 los españoles encuadrados en diversas unidades del Ejército Rojo, que pronto se denominaría Ejército Soviético, procedentes de los diversos colectivos entonces presentes en el más extenso país del mundo: niños de la guerra, dirigentes comunistas, aviadores en formación, marinos en tránsito, y algunos exiliados por razones ideológicas. Una buena parte de ellos ingresaría en unidades del NKVD; maniobra cuya finalidad última era resguardar sus vidas y preservarlos -no llegaron a combatir- para el futuro que Stalin y los máximos dirigentes del PCE les habían reservado en España una vez finalizara el conflicto mundial. Pero otros contingentes no gozaron de análoga suerte. Es más, quienes lo hicieron dentro de las poderosas unidades guerrilleras soviéticas, en la retaguardia invasora, sufrieron enormes pérdidas cifradas en un 30 o 40 por ciento de muertes. Y ello sin contar a los jóvenes españoles movilizados en el cerco de Leningrado, fallecidos en su inmensa mayoría.
Todos estos españoles pidieron, desde el primer momento y en masa, un puesto en primera línea de combate. Movidos por sus ideales comunistas, no podían menos que manifestar así su agradecimiento al Estado soviético que les había ayudado durante la Guerra Civil, acogiéndoles posteriormente una vez derrotados. Además, no lo olvidemos, y salvo Mongolia Exterior, la Unión Soviética era el único país donde el comunismo se había implantado; por lo que era obligado defender a la Patria del proletariado. Incluso algunos buscarían desquitarse de la reciente derrota sufrida en su patria natal; no obstante, Stalin jamás permitió que, con ocasión de la presencia de la División Azul entre los invasores, se reprodujera una escenario -a escala- de la pasada guerra civil española.
Daniel Arasa, al igual que en otros de sus libros, nos enmarca magníficamente las peripecias padecidas por estos españoles en el contexto histórico mundial, a la vez que lo hace –igualmente- en la situación interna de la dirección comunista española resultante de la prematura muerte de José Díaz y la rivalidad por el liderazgo existente entre Jesús Hernández y Dolores Ibárruri, Pasionaria, quien ofrendaría con la vida de su hijo Rubén Ruiz Ibárruri, entregada en el frente de Stalingrado el 3 de septiembre de 1942, su fidelidad a Stalin. Pero el autor también entra en esas historias que casi nunca cuentan; como las de aquellos niños que, para sobrevivir, derivaron a la delincuencia, o en las de quienes fueron dispersados por Siberia y Asia central soviética.
El autor tiene la capacidad de presentar un relato detallado y muy preciso, fresco y vivaz; pero también inequívocamente crítico con diversas expresiones del totalitarismo sufrido por millones de personas de tantas nacionalidades y que llevó, igualmente, a algunos españoles, comunistas convencidos, a los campos de concentración soviéticos sin motivo aparente. Tampoco escaparon, pues, de una de las más sorprendentes expresiones de un terrorismo estalinista que, además de perseguir a sus enemigos, también anulaba, con peregrinas excusas, a muchos de sus incondicionales. Por cierto, en tales campos coincidirían con la inmensa mayoría de los desertores de la División Azul, unos 70; compartiendo, inexplicablemente, reclusión y padecimientos durante una década en un lastimoso y asombroso periplo por la más triste geografía soviética.
Daniel Arasa, en este texto, desarrolla otra virtud: su constatada capacidad de extraer lo más positivo de los seres humanos; sin que por ello ignore sus miserias, contradicciones y graves errores de todo tipo. Por ello, las últimas líneas del libro comentado reflejan magníficamente tal espíritu. Después de recordar que las intensas experiencias vividas en la Unión Soviética reforzaron los ideales comunistas de algunos de esos españoles y, por el contrario, para otros acarrearon su decepción más absoluta, finaliza afirmando que «Sin embargo, unos y otros –y a ellos se suman los que combatieron en las filas del otro bando, la División Azul- coinciden en un punto: el pueblo de los países que formaban la URSS es una gente maravilosa por su bondad, su sencillez y su generosidad».
Belacqva, Barcelona, 448 páginas, 2005.
Daniel Arasa.
La metodología de un historiador, que recurre particularmente a fuentes orales, y la agilidad propia de un experimentado periodista, sumadas, han generado un libro, especialmente recomendable, fruto de la pluma de Daniel Arasa; quien lleva camino de convertirse en el mejor conocedor de la plural y casi universal presencia española en diversos y muy alejados escenarios de la Segunda Guerra mundial.
Las casi 450 páginas de este texto nos trasladan al, seguramente, más cruel frente de aquel conflicto: el inmenso territorio de la entonces Unión Soviética. Por ello, el subtítulo escogido, tal vez por impulsos comerciales, La historia de los españoles que sirvieron al comunismo durante la Segunda Guerra mundial, puede inducir a cierta confusión; ya que el lector no encontrará aquí a los que igualmente sirvieron a las consignas del Partido Comunista de España -es decir, la sucursal española del estalinismo- en otros escenarios de la contienda. Recordemos, así, su decisivo papel en el seno de la resistencia francesa.
El autor afina mucho sus datos. Fueron 749 los españoles encuadrados en diversas unidades del Ejército Rojo, que pronto se denominaría Ejército Soviético, procedentes de los diversos colectivos entonces presentes en el más extenso país del mundo: niños de la guerra, dirigentes comunistas, aviadores en formación, marinos en tránsito, y algunos exiliados por razones ideológicas. Una buena parte de ellos ingresaría en unidades del NKVD; maniobra cuya finalidad última era resguardar sus vidas y preservarlos -no llegaron a combatir- para el futuro que Stalin y los máximos dirigentes del PCE les habían reservado en España una vez finalizara el conflicto mundial. Pero otros contingentes no gozaron de análoga suerte. Es más, quienes lo hicieron dentro de las poderosas unidades guerrilleras soviéticas, en la retaguardia invasora, sufrieron enormes pérdidas cifradas en un 30 o 40 por ciento de muertes. Y ello sin contar a los jóvenes españoles movilizados en el cerco de Leningrado, fallecidos en su inmensa mayoría.
Todos estos españoles pidieron, desde el primer momento y en masa, un puesto en primera línea de combate. Movidos por sus ideales comunistas, no podían menos que manifestar así su agradecimiento al Estado soviético que les había ayudado durante la Guerra Civil, acogiéndoles posteriormente una vez derrotados. Además, no lo olvidemos, y salvo Mongolia Exterior, la Unión Soviética era el único país donde el comunismo se había implantado; por lo que era obligado defender a la Patria del proletariado. Incluso algunos buscarían desquitarse de la reciente derrota sufrida en su patria natal; no obstante, Stalin jamás permitió que, con ocasión de la presencia de la División Azul entre los invasores, se reprodujera una escenario -a escala- de la pasada guerra civil española.
Daniel Arasa, al igual que en otros de sus libros, nos enmarca magníficamente las peripecias padecidas por estos españoles en el contexto histórico mundial, a la vez que lo hace –igualmente- en la situación interna de la dirección comunista española resultante de la prematura muerte de José Díaz y la rivalidad por el liderazgo existente entre Jesús Hernández y Dolores Ibárruri, Pasionaria, quien ofrendaría con la vida de su hijo Rubén Ruiz Ibárruri, entregada en el frente de Stalingrado el 3 de septiembre de 1942, su fidelidad a Stalin. Pero el autor también entra en esas historias que casi nunca cuentan; como las de aquellos niños que, para sobrevivir, derivaron a la delincuencia, o en las de quienes fueron dispersados por Siberia y Asia central soviética.
El autor tiene la capacidad de presentar un relato detallado y muy preciso, fresco y vivaz; pero también inequívocamente crítico con diversas expresiones del totalitarismo sufrido por millones de personas de tantas nacionalidades y que llevó, igualmente, a algunos españoles, comunistas convencidos, a los campos de concentración soviéticos sin motivo aparente. Tampoco escaparon, pues, de una de las más sorprendentes expresiones de un terrorismo estalinista que, además de perseguir a sus enemigos, también anulaba, con peregrinas excusas, a muchos de sus incondicionales. Por cierto, en tales campos coincidirían con la inmensa mayoría de los desertores de la División Azul, unos 70; compartiendo, inexplicablemente, reclusión y padecimientos durante una década en un lastimoso y asombroso periplo por la más triste geografía soviética.
Daniel Arasa, en este texto, desarrolla otra virtud: su constatada capacidad de extraer lo más positivo de los seres humanos; sin que por ello ignore sus miserias, contradicciones y graves errores de todo tipo. Por ello, las últimas líneas del libro comentado reflejan magníficamente tal espíritu. Después de recordar que las intensas experiencias vividas en la Unión Soviética reforzaron los ideales comunistas de algunos de esos españoles y, por el contrario, para otros acarrearon su decepción más absoluta, finaliza afirmando que «Sin embargo, unos y otros –y a ellos se suman los que combatieron en las filas del otro bando, la División Azul- coinciden en un punto: el pueblo de los países que formaban la URSS es una gente maravilosa por su bondad, su sencillez y su generosidad».
Altar Mayor, Nº 106, marzo-abril de 2006
0 comentarios