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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

“Cobardes y rebeldes. Por qué pervive el terrorismo.” (Temas de hoy).

Edurne Uriarte. “Cobardes y rebeldes. Por qué pervive el terrorismo”.Temas de hoy. Madrid. 2003. 286 pp.

 

 

La ciudadanía constitucionalista vasca se ha adelantado, con  movilizaciones y análisis, a la acción de sus políticos. Espoleados por una dura realidad y pertrechados con argumentos elaborados por intelectuales -generalmente izquierdistas- que han roto con prejuicios y tópicos del pasado, esos sectores cívicos han ganado un protagonismo que no buscaban: frente al fanatismo nacionalista, la indiferencia y la cobardía predominantes en la sociedad vasca.

 

El terrorismo de ETA pervive por varios motivos. De forma próxima, merced a la coartada institucional, moral y táctica que le ha proporcionado el nacionalismo llamado democrático a lo largo de los últimos años; especialmente con su radicalización y opción por la independencia. Remotamente, se alimentó por causas muy diversas. De todas formas, no se puede proporcionar una respuesta precisa, a este interrogante, si no se considera el ambiente político y la mentalidad predominantes en la transición.
Durante años, con motivo de cualquier atentado mortal de ETA, se escuchaba en muchos ambientes un latiguillo dialéctico especialmente cruel: “algo habrá hecho”, refiriéndose a la víctima. Poco a poco, esa auténtica justificación, tan extendida, dejó paso a una cierta indiferencia y al miedo. Predominaba, en cualquier caso, una mentalidad y una cultura política progresistas para las que, según afirma la autora en su libro, en la página 60, “No importaban las evidencias de los crímenes, las evidencias del totalitarismo, del ejercicio del terror. A pesar de todo eso, una parte de la izquierda siguió considerando que, al fin y al cabo, Batasuna se situaba en su mismo ámbito de intereses o era parte de lo que percibían como su clase social.” Pero esa percepción, fruto de prejuicios ideológicos y sectarismos ajenos a la realidad de las personas, se proyectaba en todos los ámbitos de la vida, de modo que, por ejemplo, “En el mundo académico, el terrorismo ni siquiera existía. No era un problema…” (página 143).
Por otra parte, denuncia Edurne Uriarte, las élites políticas carecieron, durante dos décadas, de una estrategia firme y de un análisis preciso de la realidad e implicaciones del terrorismo, pues, así lo recuerda en su página 120, “el Estado ha tenido la percepción de que no podía acabar con facilidad con el terrorismo o que sería más sencillo llegar a algún tipo de acuerdo para acelerar el final”. Se ignoraba, así, que “No es posible tener una estrategia antiterrorista eficaz si se mantiene una puerta abierta al diálogo permanentemente” (página 116).
En ese sentido, el pacifismo articulado en Gesto por la Paz cumplió un importante papel, en su día, iniciando y manteniendo una respuesta social, de rechazo al terrorismo, inexistente durante años. Pero se quedó en un pacifismo genérico que no analizaba a fondo las raíces políticas del terrorismo. Ese paso lo dieron los intelectuales del Foro de Ermua y los activistas de ¡Basta Ya!, exigiendo al Estado que asumiera su responsabilidad, desde una toma de conciencia de su legitimidad, junto a un análisis en profundidad de las relaciones entre terrorismo y nacionalismo. Fernando Savater explica éstas últimas magníficamente, recuerda la autora: los peces necesitan del agua para vivir, aunque no se pueden confundir con ella. Esa es la relación entre terrorismo y nacionalismo en la actualidad.
Y, mientras esos sectores de la sociedad reaccionaban, e intelectuales y políticos tomaban conciencia de su responsabilidad histórica, varias generaciones de españoles “Se han educado en el cuestionamiento de la idea de España…” (página 225); otro triste fruto del progresismo, dominante en la educación, la cultura y los medios de comunicación, que contribuyó a la debilidad de la respuesta social y política al terrorismo.
Los sectores sociales vascos que se han movilizado (víctimas y sus familiares, pacifistas, intelectuales de izquierdas, ciudadanos constitucionalistas) han marchado por delante de los políticos, en todo caso. El Partido Popular pronto asumió el discurso y análisis de los anteriores, impulsando medidas políticas, policiales y judiciales desde su posición de gobierno. También el PSOE, por un tiempo, asumió esos planteamientos de la ciudadanía rebelde. Pero la consiguiente exigencia, de unidad de acción de los partidos constitucionalistas, no ha cuajado por la actitud de una parte de la izquierda política -temerosa de perder su identidad si secunda la decidida estrategia impulsada por los populares- que antepone a ese necesaria unidad sus intereses de partido, aliñados por vetustos prejuicios sectarios.
El libro constituye, contundentemente, una autocrítica de la actitud de la izquierda y de muchos de sus lugares comunes. Por ello, no gozará de popularidad entre los sectores autodenominados progresistas. Pero también rompe otros mitos. Ese es el caso de la supuesta juventud inconformista y revolucionaria que, en el País Vasco, no ha secundado las movilizaciones ciudadanas frente al terrorismo, o que lo ha nutrido contra toda lógica. Igualmente, cuestiona el sentido real de muchos términos generalmente empleados, al abordar posibles soluciones a esta situación, tales como diálogo, negociación, paz…
El fanatismo de los terroristas y su entorno político más inmediato, la comprensión inicial de muchas izquierdas entonces y del nacionalismo moderado en la actualidad, la indiferencia y cobardía de muchos; todas estas actitudes, descritas lúcidamente por la autora en su libro, contrastan con la rebeldía de una minoría que, heroicamente, ha tardado años en encontrar un rostro, su espacio, un discurso coherente y una proyección política.
En estas circunstancias, sobre los hombros de los políticos pesa una enorme responsabilidad. Deberemos exigirles, a todos ellos: claridad de juicio, firmeza y compromiso, conciencia de la legitimidad democrática del Estado y de su misión, impulso de los cambios sociales positivos, superación de viejos prejuicios ideológicos… Un reto tremendo que no permite dilación ni excusa algunas.
El Semanal Digital, 21 y 22 de febrero de 2004

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