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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

La cuadrilla de Ken Loach.


      Desde enero de 2002 se proyecta, en las pantallas españolas, la última película del llamado “cineasta de la clase obrera inglesa”: Ken Loach.

El último film de Ken Loach.
Con una distribución nacional, The navigators, la última película del cineasta inglés Ken Loach, ya se proyecta en las pantallas españolas.
Su argumento, brevemente, es el que sigue.
Un grupo de operarios de la British Rail, la empresa estatal británica de ferrocarriles, cuyo trabajo consiste en la reparación de vías de tren, al sur de la región de York, pasa a una nueva situación laboral a causa de la privatización de la misma. Sus condiciones de trabajo, entonces, cambian significativamente: se le pagará por trabajo realizado, vacaciones no retribuidas, etc. O aceptan las nuevas condiciones laborales o deberán optar por una indemnización, siendo despedidos, pasando a “buscarse la vida” entre las ETTs.
Con ello se inicia la descomposición del grupo, inicialmente muy cohesionado, provisto de una gran conciencia profesional, y que transmite la existencia entre ellos de una buena amistad.
El sindicalismo clásico, encarnado en la figura de un veterano trabajador, no es capaz de asimilar los cambios, siendo el último empleado de la empresa que permanece en la misma, sin hacer nada, a la espera del cierre. Simboliza, de esa manera, la creciente incapacidad de los sindicatos británicos para afrontar la nueva realidad.
Las condiciones laborales se irán degradando, progresivamente, hasta el punto de que, en manos ya de una ETT, las medidas de seguridad, uno de los logros históricos del sector, son ignorados en aras de una puntual finalización del trabajo, aun con el riesgo de un fatal accidente que casi se adivina… De esta forma, la película se convierte en una contundente denuncia social de la creciente precariedad de las condiciones laborales que se vienen imponiendo, no sólo, en Gran Bretaña, sintetizada en la siguiente frase de uno de los nuevos directivos de la empresa, quien afirma que “el contrato fijo es el pasado, hay que mirar al futuro”.
Sus actores (Joe Duttine, Tom Craig, Venn Tracey, Andy Swallow, Dean Andrews), poco conocidos, actúan con una gran naturalidad, vitalidad, y un acusado sentido del humor; buena expresión de la camaradería vivida por el grupo en el que, idealmente, se inspira. Rodada en Sheffield (Inglaterra), la película tiene una factura casi de documental. Algunos retazos de las vidas privadas de sus protagonistas se asoman a la gran pantalla. Con los afectos descompuestos, separados de sus familias en crisis y con unos horizontes vitales muy limitados, la pista de hielo, en la que dos de sus protagonistas patinan por breves instantes y en distintos momentos de la narración, encarna la posibilidad del reencuentro afectivo y de una vida mejor.

 

El nuevo cine social.
Ken Loach, definido como “el cineasta de la clase obrera inglesa”, es autor de otras películas como Riff – Raff, Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe, Tierra y Libertad, La canción de Carla, etc., hasta un total de 15.
De nuevo, en este film, Ken Loach es fiel a su compromiso político y social, ya asumido en las demás películas rodadas, por él, en los últimos 10 años; siempre centradas en la denuncia de determinadas situaciones de injusticia, en diversas partes del mundo, y a lo largo de la más reciente historia. Y lo logra concretando de forma creíble, en La cuadrilla, la denuncia que expresó él mismo en la presentación de la película en el Festival de Venecia: “Los programas de cualquier partido favorecerán a las grandes empresas y su actual objetivo es reducir el costo del empleo, algo que destruye familias, personas y el tejido social”.
El director se ha apoyado en el guión de Rob Dawber, quien fuera trabajador de la British Rail durante 18 años, así como representante sindical. Sin duda, esa experiencia le habrá reportado buenos argumentos en los que muchas personas corrientes pueden reconocerse.
Ken Loach es uno de los más genuinos representantes del llamado “nuevo cine social”, heredero del “comprometido” de las décadas anteriores. Fiel a sus inquietudes ideológicas, al tono documental del film se incorporan algunas de sus constantes como director, caso de las asambleas (con los nuevos directivos) y las espontáneas conversaciones (que mantienen entre sí los propios trabajadores).
Del crítico de cine Juan Orellana, del que hemos reproducido, en otras ocasiones en esta misma publicación digital, algunos artículos magníficos, es la siguiente reflexión redactada con ocasión de otra película de este director, Pan y rosas, y que resume, magníficamente, uno de los nudos gordianos de su cine: “A pesar de lo cargante que les pueda parecer a algunos el cine de Loach, no está de más que, de vez en cuando, el cine no sea una fábrica de sueños sino un empujón hacia la realidad. A fin de cuentas, es esa una de las vocaciones irrenunciables del séptimo arte” (La nostalgia revolucionaria, publicado en paginas para el mes.com).

 


Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 54, febrero de 2002

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