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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

¿Dónde está la Rosa Díez de la derecha?

¿Dónde está la Rosa Díez de la derecha?

 

El único escaño alcanzado en el Parlamento de Vitoria por Unión, Progreso y Democracia (UPyD), el partido de Rosa Díez, ya no será decisivo en la conformación de una mayoría constitucionalista que otorgue la Lehendakaritza al socialista Patxi López.

 

No obstante, el acceso de UPyD al Parlamento vasco, fruto de apenas 22.000 votos, es un éxito que se suma al productivo escaño nacional de la propia Rosa Díez; avalando ambos la vocación de futuro que mantiene este joven partido.

 

No es fácil para los pequeños. La aritmética electoral española, por imperativo legal, privilegia a los grandes partidos políticos, castigando a los demás. No es nada novedoso afirmarlo. Y si alguien lo duda, que se lo pregunten a las gentes de Izquierda Unida; cuya agónica historia debe bastante a tan particular matemática.

 

En este contexto, la delicada vida inicial de UPyD se orienta hacia su crecimiento y consolidación; si bien todavía es muy pronto para poder confirmarlo con rotundidad. De ahí que las miras de UPyD ante los próximos comicios sean muy altas; cifrándose buena parte de sus expectativas de supervivencia en la conquista de -al menos- un escaño europeo.

 

Tienen mérito estas/os chicas/os. Y mucho; pues todo grita que “fuera de los grandes no existe vida”. Y, aunque hablemos en plural, el mérito lo es ante todo de Rosa Díez; una política de excelentes cualidades, tan notables como su propio ego, que incluso le han permitido relegar su discutible papel durante la cohabitación PNV/PSOE (Euskadi: ven y cuéntalo).

 

UPyD nació de Plataforma Pro, criatura de transición de la memorable y congelada ¡Basta ya! Agrupó inicialmente a unos pocos intelectuales y activistas de indubitada mentalidad progresista, vascos en su mayor parte, desencantados con la deriva federalista de ZP y PSOE.

 

Tan neto origen, en buena lógica, determina su naturaleza: se trata de un partido, por tanto, progresista, jacobino, laicista… políticamente correcto en toda la extensión de su programa.

 

Pero, pese a la evidencia de esa naturaleza inequívocamente “progresista”, han enarbolado su papeleta no pocos antiguos votantes del Partido Popular. ¿Por qué?

 

No es temerario afirmar que este hecho es consecuencia, más que de los incuestionables laboriosos méritos de Rosa Díez y los suyos, del timorato y apagado tono vital del Partido Popular de Mariano Rajoy.

 

Hay que partir de una premisa: el Partido Popular, expresión política de la derecha social, es plural. Aquí encontramos a conservadores clásicos, liberales de nuevo cuño, democristianos clericales, centristas de débil espectro… Y, también, católicos militantes de los “nuevos movimientos eclesiales”, agnósticos, indiferentes, y ateos. Todos laicos, pero no pocos, incluso, laicistas. Conservadores y conservaduros. Derecha plural, en definitiva: unos, tradicionales en lo moral y progresistas en lo social; otros, progresistas en lo moral y tradicionales en lo social. Y liberales en todas sus dimensiones, etc., etc. Plurales, muy plurales.

 

Entonces, nos preguntamos, del amplio y variopinto entorno sociológico del PP, ¿quiénes pudieran verse tentados en “pasarse”, al menos coyunturalmente, a UPyD? Ante todo, pensamos, no pocos acomplejados; más cómodos bajo una sigla de marchamo “progresista”. Pero, también, otros desanimados ante las dudas metódicas del PP y algunas de sus sorprendentes decisiones, caso de las reformas estatutarias apoyadas por sus “barones”; por no hablar de los recientes y en absoluto esclarecidos “escándalos” partidarios. Están en su derecho, faltaría más. Todos ellos. Voto acomplejado, pero, también, voto-protesta.

 

No parece sencillo que un católico consciente y formado –un católico “como Dios manda”- pueda votar a UPyD, dada la más que aparente incompatibilidad existente entre sus referencias morales básicas; pensamos en la defensa de la vida (aborto y eutanasia), también en la concepción de la familia e, incluso, en el programa educativo. Pero no olvidemos la posible incidencia en este sector del voto-protesta que opte por UPyD en las europeas, entendiéndolo como un “mal menor”, incluso siendo consciente de esa dificultad moral/doctrinal. De hecho, recordemos, tan discutible modalidad de voto ya cristalizó, en antiguas elecciones europeas, en una formación atípica minoritaria: la personalista, efímera, y totalmente olvidada, “Lista Ruiz Mateos”.

 

Acaso, por coherencia, ese electorado, generalmente en órbita del PP, debiera optar por una alternativa “a su derecha”; pero, realmente, no hay nada consistente que pueda ser eficaz polo de atracción de ese voto-protesta, y del otro voto desencantado ante la poca viveza en la defensa de los postulados pro-vida, y de la mismísima familia, desde las filas populares.

 

Para que pudiera plantearse con mínimas expectativas de éxito una nueva opción de esas características (derecha sin complejos, de claras raíces cristianas, democrática, activista), pura “política-ficción” hoy, se precisaría de una operación análoga a la ejecutada por Rosa Díez en el ámbito progresista, pero en esta ocasión desde el Partido Popular y con un mínimo soporte mediático. Una reconocida figura carismática que, procedente de sus filas, rompiera con la comodidad de siglas consolidadas y su “aparato”, lanzándose a una carrera plagada de obstáculos e incertidumbres, invocando las esencias de la derecha: una batalla desde los valores y por los valores. Pero, recordemos aquí la triste experiencia de un PADE que, escindido de su partido-madre allá por 1996, de la mano del ex-dirigente de Alianza Popular y del subsiguiente Partido Popular, Juan Ramón Calero, sufrió una triste y agónica trayectoria en la intemperie. Y seguro que tal recuerdo le vendrá a la mente a todo político del PP tentado –acaso- a la aventura, aunque únicamente lo fuere por unos segundos.

 

Por todo ello, si alguien se pregunta dónde está la Rosa Díez de la derecha, habría que responderle, y más desde el aparente resurgir de Mariano Rajoy el pasado domingo 1 de marzo, que ni existe…, ni se le espera.

 

 

Diario Liberal, 13 de marzo de 2009

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