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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Delenda est Hizbulá.

Delenda est Hizbulá.

Cuando el Tsahal israelí se retiró precipitadamente del sur del Líbano, un 23 de mayo de 2000, apremiado por el Partido de Dios (Hizbulá), cometió un inmenso error: aplazar sine die un ineludible enfrentamiento a muerte con ese implacable enemigo, que se produciría, además, a las puertas de su estrecha casa.

 

Hizbulá nace en el seno de la siempre postergada minoría mayoritaria chiíta libanesa gracias a los vientos revolucionarios del Irán de Jomeini y de los -menos etéreos- centenares de guardianes de la revolución allí destacados con la misión de extender la revolución islámica por el mundo, aprovechando la oportunidad que presentaba el dramático conflicto civil libanés.

 

Poco a poco este nuevo actor desplazó a los chiítas moderados de Amal; ganó un extraordinario prestigio al forzar la retirada de los marines norteamericanos y los paracaidistas galos de Beirut al ocasionarles el 23 de octubre de 1983 más de tres centenares de muertos; “limpió” de milicias cristianas y sunitas los que consideraba “sus” territorios; desplegó una larga ofensiva terrorista de desgaste contra Israel y el mal denominado Ejército del Sur del Líbano (ESL), por medio de numerosos hombres-bomba… hasta conseguir tejer un verdadero “Estado dentro del Estado”. Y más cuando el gobierno libanés, incluso concluida la guerra civil, nunca terminó de consolidar un verdadero Estado; laguna que colmó Hizbulá con pragmáticas actuaciones sanitarias, económicas y educativas.

 

Su apoteosis la alcanzó ese 23 de mayo de hace seis años cuando logró expulsar a los soldados judíos, de suelo libanés, eliminando a las débiles y desmotivadas milicias del ESL. Pero lo que los israelíes presentaron como una “retirada estratégica”, para Hizbulá era la prueba de que el enemigo sionista podía ser derrotado…

 

Al servicio del ímpetu de los radicales de Teherán empeñados en desafiar a la comunidad internacional con su peligroso Programa Nuclear, y aliado táctico de un régimen laicista socializante (el del partido sirio único Baas), al que únicamente le une su rabioso antisionismo, Hizbulá constituye una anormalidad, de trazas netamente terroristas, en la política internacional. No es un Estado, ni tampoco una nación; no es un “ejército regular”, pero tampoco es una organización clandestina terrorista “clásica”; más que un partido político, es una “comunidad en marcha”; no es un ente cuasiestatal reconocido en los foros internacionales, pero desempeña un destacado papel en el juego de alianzas de Oriente Medio. Es, en definitiva, un factor permanente de desestabilización de la zona: neutralizando los esfuerzos unitarios de los frágiles y divididos gobiernos libaneses, coaligándose con algunos de los mayores enemigos actuales de la administración norteamericana, acechando al vecino Estado judío, tejiendo una red clandestina potencialmente terrorista por medio mundo…

 

Siria, por su parte, aunque formalmente retiró a sus tropas de Líbano hace ya un año, nunca ha dejado de estar presente allí: asesinando a destacados políticos y periodistas antisirios, por medio de sus simbióticas relaciones comerciales y políticas y, sorprendentemente, por medio de su aliado Hizbulá, liderado con mano de hierro por Hassan Nasrallah. 

 

Pero este auténtico Estado de hecho, que suplanta al libanés en una buena parte de su territorio, y empeñado en una confrontación contra su enemigo más odiado, ha cometido un error de medida. En el año 2000, con su precipitada retirada, Israel creía solventar, mal que bien, un problema que le desgastaba desde hacía lustros. Pero, ahora, el Estado judío se siente gravemente amenazado por los radicales chiítas libaneses EN su propia casa y cuando el proceso de paz con la Autoridad Nacional Palestina se encuentra asfixiado; lo que, al margen del partido que gobierne, jamás tolerará.

 

Para Hizbulá la alternativa es la siguiente: o se transforma, definitivamente y quiera o no quiera, en un partido MÁS del frágil equilibrio libanés, olvidando para siempre la mentalidad y tácticas terroristas que tan buenos resultados le proporcionaron y el rol internacional que nunca debió ejercer, o será destruido implacablemente por el Tsahal; arrastrando en su hundimiento al martirizado Líbano. Y si espera que los países árabes formen una piña en su defensa, que miren atrás en la Historia: comprenderán que esta ocasión no será distinta a las anteriores.

Líbano, en cualquier caso, pierde. Aunque Hizbulá sea destruido militarmente, su radicalismo, prestigiado por su límpida hoja de servicios, será foco de atracción de las más numerosas y militantes masas libanesas (las chiítas), lo que no fortalecerá internamente a ese país, sino que seguirá siendo una bomba de relojería que, antes o después, explotará. ¿La alternativa para un Líbano pluralista y democrático?: entregarse nuevamente a los brazos sirios. O ellos, o el integrismo chiíta. Una alternativa, en cualquier caso, nefasta y que augura una más que probable transformación del que constituyera el milenario país de los cedros, cristiano mayormente y maronita; salvo que el régimen sirio sea derrocado a resultas de su sorda confrontación con estados Unidos. En todo caso, una perspectiva dramática y preocupante.

 

Páginas Digital, 17 de julio de 2006

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