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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Vete y vive: tradición, familia, pertenencia e identidad, en el nuevo film de Radu Mihaileanu.

      El sentido de la vida, el valor de la tradición y de la familia...: cuestiones objeto de una película que no debiera pasar desapercibida. “Vete y vive” bien merece ser conocida para reflexionar, con ella, en torno a sus propuestas vitales.

 

Los falashas de Etiopía.

 

El pasado 23 de diciembre se estrenó en las carteleras españolas el nuevo film del realizador Radu Mihaileanu. Aunque hayan transcurrido unas semanas desde entonces, debemos comentar “Vete y vive” -tal es su título en España-, pues se trata de una de esas, cada vez más escasas, películas que profundizan en la realidad humana más allá de tópicos y de modas superficiales.
Veamos el contexto histórico en el que se enmarca la película. En 1984 Israel desarrolló una magna operación secreta denominada “Operación Moisés”, cuyo objetivo era el traslado por vía aérea de varios miles de judíos etíopes, conocidos como “falashas”. Atravesaron a pie una Etiopía golpeada por una espantosa hambruna que potenció –por ignorancia o maldad propiciada por su ideología totalitaria- el gobierno marxista del golpista y genocida Mariam Mengistu, y se refugiaron en campos de refugiados de un Sudán islamizado, donde coincidieron con otros muchos miles más de múltiples procedencias.
El término “falasha” procede del etíope antiguo, y significaría “sin tierra”. Ellos se llaman, a sí mismos, “Beta Israel”, es decir, “La casa de Israel”.
Sus orígenes siguen siendo un misterio. Pero empieza a consolidarse la teoría que sostiene que su presencia es anterior al mismo cristianismo, predominante en Etiopía durante siglos en su variante ortodoxa-etíope. Para ello se basan en algunas investigaciones lingüísticas que apuntan a la presencia en su lenguaje de términos arameos anteriores a la también antiquísima presencia cristiana.

 

La historia de Scholomon.
Un niño será obligado, por su madre cristiana, a hacerse pasar por el fallecido de otra madre, ésta “falasha”, y así asegurarle un futuro. Pero muy enferma, la segunda morirá al llegar a Israel, y el niño será adoptado por una familia israelí de ideas progresistas.
Así, Scholomon, crecerá en un Israel convulso, acogido por una familia izquierdista y atea, recibiendo no obstante una educación religiosa, aunque en un contexto en el que la ortodoxia judía difícilmente le acepta como verdadero judío. Será una vida poco sencilla, aunque muy lejos de las privaciones que había sufrido. Todos estos años se debatirá entre la fidelidad a su madre, a la que escribe por medio de un rabí etíope, y la búsqueda de una identidad que le permita ser fiel a la tradición judía que aprende y valora. Persona de inquietudes religiosas, sufrirá las contradicciones familiares, los alineamientos afectivos de sus miembros, un incipiente racismo judío ante el fenómeno “falasha”, y el impacto de nuevas modalidades laicistas y desarraigadas de vida individualista; fiel reflejo de las modas occidentales. No obstante, y desde su fidelidad a la tradición talmúdica, en un memorable debate exegético centrado en “el color de la piel de Adán” frente a otro adolescente, pero éste ortodoxo, es capaz de responder a los afectos en juego y al sentido de sus vidas desde una propuesta religiosa positiva y viva.
En este contexto, ¿qué puede salvar a la unidad de la persona del protagonista sin caer en la violencia, el escepticismo o la locura?: su inserción consciente en una tradición que, aunque no sea la suya, le permite afrontar los retos de la vida con unas herramientas útiles, junto al acompañamiento permanente de una familia que le acoge sin condiciones ni prejuicios. En su búsqueda, estudiará Medicina en París, y allí sufrirá en soledad –reflejada en breves pero intensas escenas silenciosas en su mayoría- la crisis que arrastra desde su trauma inicial.
Regresará a Israel, y allí las contradicciones eclosionarán: en su servicio militar, en su matrimonio con Sarah, hija de un rabino ortodoxo que la repudia por el paso que da… De nuevo será la actuación de su madre adoptiva la que le “salve” y le permita retomar su matrimonio y regresar a Etiopía.
Scholomon           puede considerarse, en cualquier caso, muy afortunado. Su mujer se lo dirá claramente: “tienes muchas madres que te quieren”. Así es. La pertenencia se concreta en una madre “biológica” que renuncia a su compañía para asegurarse su supervivencia; en la segunda madre que lo querrá como apoyo a su propio sentido de la escasa vida que le queda; también en la adoptiva, quien superará sus temores y dará todo de sí; y, finalmente, en su propia mujer, ya madre a su vez, quien le facilitará –casi a la fuerza- el viaje a Etiopía donde reencontrar sus raíces… y a su madre.

 

Multiculturalismo y tradición.
Esta película podría interpretarse desde la óptica crítica de moda: el multiculturalismo, el choque de civilizaciones, las contradicciones de la política, una supuesta insuficiencia de las tradiciones religiosas… Pero tales enfoques ignorarían un factor esencial que la película transmite magníficamente: la realidad del corazón del hombre, con sus deseos de sentido, pertenencia, justicia y afecto. Y todo esto ya es una cuestión universal que acompaña al hombre desde siempre.
La música de Armand Amar es magnífica, la fotografía, excelente, el ritmo sabe destacar los momentos claves de este largo film, unos 140 minutos…, en definitiva un buen marco técnico que acompaña unas interpretaciones intensas y auténticamente humanas. Entre ellas, la de Yaël Abecassis, la actriz que encarna a la última madre adoptiva, proporcionando un bellísimo rostro al coraje, a la inteligencia y al amor incondicional.
Roschdy Zem, quien encarna al padre, representa una perpleja figura paterna en ascendente conflicto generacional… pero a quien el protagonista debe que esa familia se arriesgara decididamente en su adopción. Los tres actores (Sirak M. Sabahat, Moshe Agazai y Moshe Abebe) que encarnan al protagonista en sus cuatro fases temporales, dan credibilidad a un Scholomon que arrastra, en su lucha por la supervivencia esa doble mentira -ni es judío, ni es huérfano- pero que el acompañamiento de personas fieles a la realidad de la persona que tienen enfrente le proporciona, de forma privilegiada, un lugar en el mundo. Así, entre otros actores, Roni Hadar dará vida a su eterna enamorada, Sarah; y Yitzhak Edgar asume el trascendental papel del rabí etíope, conocido como el Qès Amrah.
No faltan momentos de violencia, y de intenso lirismo. Pero también otros propios de una comedia que proporcionan matices a unas existencias que, a su manera, tantean el sentido de la vida. Y lo encuentran.

 

No se la pierdan.

 

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 101, enero de 2006

 

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