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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

“¿Fumas porros, gilipollas? De las muchas miserias del porro y del porrero”. (PYRE).

Rafael Pi. “¿Fumas porros, gilipollas? De las muchas miserias del porro y del porrero”. Producciones y Representaciones Editoriales, S.L. Barcelona. 2004. 122 pp.

 

 

No es fácil encontrar, hoy día, alegatos partidarios de la prohibición, de los derivados del cannabis, ante un agresivo liberacionismo que, como otra expresión más del pensamiento “políticamente correcto”, parece que se impone socialmente. Este libro, más allá de lo provocativo de su título, constituye una excepción.

 

En las librerías de nuestras ciudades, medios de comunicación e, incluso, entre los intelectuales españoles, son muy comunes las manifestaciones partidarias de la legalización del cannabis y sus derivados; cuando no, incluso, de todas las demás drogas. Es más, esos tópicos y lugares comunes circulan libremente a través de revistas periódicas magníficamente presentadas de gran difusión. Vivimos en una situación paradójica: todavía prevalece, en prácticamente todo el mundo, la postura prohibicionista; no obstante, apenas es posible encontrar alegatos, medianamente extensos y razonados, que la avalen. Este texto es una excepción, evidenciando la necesidad de una revisión y rearme de los argumentos opuestos a la extendida mentalidad liberacionista que, tal vez, pretende la próxima legalización del cannabis; una vez que –parece- ha renunciado a la de otras drogas (heroína, cocaína, sintéticas…) cuyos nefastos efectos son generalmente reconocidos.

 

Los liberacionistas aseguran la inocuidad del cannabis; frente a ello, el autor recurre a la lógica y al sentido común invocando que las madres aseguran que el carácter de sus hijos ha cambiado, negativamente, desde que consumen porros. También rebate la afirmación liberacionista, de que el consumo de drogas estaba muy extendido en las sociedades tradicionales, asegurando –el autor- que se circunscribía a concretas prácticas mágicas o religiosas siempre bajo control del mago de la tribu. En la actualidad, por el contrario, es un fenómeno de masas asociado a la cultura del ocio, siendo en Occidente donde se consume especialmente  entre sectores sociales medios y altos; mientras, en el resto del mundo, son los sectores más desfavorecidos, empobrecidos e ignorantes, los que caen en su consumo.

 

El autor recupera, en otro momento, uno de los argumentos clásicos del prohibicionismo, particularmente denostado por los liberacionistas: “El porro sitúa en el atrio del templo de las drogas” (pág. 26). Y lo dice alguien que afirma haber experimentado con un buen número de ellas, porros incluidos, habiéndose quedado en el camino, por esa causa, algunos amigos que cayeron en ese infierno…

 

Goza de actualidad, por otra parte, el supuesto efecto terapéutico del cannabis; recordándonos, en la página 30 del texto, que la Academia de Medicina de Francia, en 1998, afirmó que no se ha demostrado que tales derivados sean superiores a los medicamentos clásicos.

 

El escritor no es un moralista: al contrario, manifiesta posiciones semi-utilitaristas, recurriendo polémicamente, incluso, a un inquietante y cuestionado personaje ocultista, Aleister Crowley, como ejemplo excepcional –a su juicio- de personalidad fuerte que “controlaba el consumo” de drogas y que, evidentemente, sería una excepción no asimilable a la inmensa mayoría de mortales. Y otra reflexión del escritor relacionada, en parte, con lo anterior. El estímulo químico de la percepción sensorial sería una forma más de alienación personal y, por ello, rechazable. Como corolario, recuerda que la obligación del Estado es velar por la salud pública, educando en valores, más allá de una pasiva permisividad. No parece, sin embargo, que la sociedad marche en esa dirección: se impulsan valores finalistas desmovilizadores (paz, amor, tolerancia…), según el autor, mientras que otros valores instrumentales (sacrificio, esfuerzo, entrega…) son ignorados.

 

En este contexto, de cambio social, proporciona una clave del trasfondo real del actual debate, en la página 118, cuando afirma que “…los derechos se aprenden antes que los deberes. Los primeros son «progresistas», los segundos «autoritarios». Tal es el clima que se ha desprendido de la noción de lo políticamente correcto. Es en ese clima en donde el porro ha logrado alcanzar cierto reconocimiento social”. Si es el hedonismo el ideal social, la legalización del cannabis será, antes o después, consecuencia inevitable...

 

Para contrarrestar lo anterior propone, nuestro autor, un viaje al interior de uno mismo: y todo lo que distorsione esa humanizadora experiencia vital sería negativo, alienante. También los porros.

 

En otro aspecto que nos presenta del problema, el geopolítico, sus tesis son arriesgadas. Asegura que Marruecos, en buena medida, vive del tráfico de cannabis. No existiría voluntad para su erradicación, pese a la inyección europea de enormes sumas a tal fin. Así, afirma, su contrabando no sería sino una más de las armas empleadas por Marruecos en el conflicto -de baja intensidad- que mantiene con España, persiguiendo debilitarla. Un razonamiento que, quienes estén en desacuerdo, deberán impugnar con argumentos y no con meras descalificaciones.

 

Pese a su pequeña extensión, el libro tiene ese indudable mérito: razona, rebate los tópicos liberacionistas generalmente no cuestionados, y argumenta, en un debate social que, aparentemente, apunta en una única y fatal dirección. Mucho se juega nuestra sociedad, de esta forma, como para decantarse, finalmente, por las tesis liberacionistas apoyándose únicamente en los endebles argumentos de sus “progres” partidarios.

 

El Semanal Digital, 22 de mayo de 2004.

 

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