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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

The Body: Antonio Banderas y el “supermercado espiritual”.

            Una nueva película protagonizada por Antonio Banderas, de cierto interés, cuestiona con una intencionalidad nada inocente a la Iglesia católica, apuntando de forma directa a su núcleo. Y todo ello conforme los esquemas predominantes en el pensamiento mayoritario.


Introducción.
            Varias son las películas actuales cuya figura central es un sacerdote católico: Ed Harris en El tercer milagro, Gabriel Byrne en Stigmata y, por último, Antonio Banderas en The Body. Todas ellas dentro de una tendencia a la realización de producciones cinematográficas de contenido esotérico, trama espiritualista, temática “new age”, etc.
            Pero esta película va mucho mas allá de la simple crisis personal y de fe de un sacerdote católico (¿porqué no se lleva al cine la crisis de un pastor evangélico o un mullah musulmán?), apuntando al núcleo central del acontecimiento cristiano (la existencia real de Jesucristo y Su efectiva resurrección), además de cuestionar el papel real de la Jerarquía y de la misma Iglesia católica.

 

El argumento de la película.
Basada en una novela de Richard Ben Sapir, The Body está dirigida por Jonas Mc Cord, siendo rodada en Jerusalén y Roma; destacando en ello su director de fotografía Vilmos Zsigmond (de Encuentros en la Tercera Fase).
El jesuita Matt Gutiérrez (Antonio Banderas), antiguo agente doble del servicio secreto de El Salvador, y cuya vocación se suscita por un sacerdote de la “Teología de la Liberación”, es enviado por el Vaticano a Jerusalén con la misión de seguir de cerca los descubrimientos de una arqueóloga judía (a la que da vida una magnífica Olivia Williams), Sharon, quien ha encontrado el esqueleto de un crucificado. Y, eso es lo inquietante: esos huesos podrían corresponder al propio Jesús, a juicio, incluso, de un dominico especialista en la materia.
            Poco a poco, las diversas pruebas científicas parecen confirmar, de forma casi inevitable, esa preocupante conclusión, que podría tener un impacto brutal en el cristianismo de ser positivas, en particular en la Iglesia católica.
            Este increíble hallazgo se convierte en moneda de cambio del Servicio Secreto judío, que propone al Vaticano la entrega material del descubrimiento arqueológico para que silencie (siendo esa su segura intención) tan preocupante hecho. Y esto a cambio de que el Vaticano reconozca a Jerusalén como capital indivisible del Estado judío.
            Una fracción radical palestina intentará desarrollar el mismo juego. Acción, violencia, dudas de fe, un amor imposible entre el sacerdote y la atractiva arqueóloga israelí; todo ello se mezcla en una trama, algo lenta en algunos momentos (la película tiene una duración de dos horas), que nos proporcionará muchos sustos para, finalmente, desmentir que se trate del cuerpo de Jesús. Se trataría, la explosión final así lo desvela, del esqueleto perteneciente a un joven llamado David, hijo de uno de los primeros cristianos, cuyas coincidencias, físicas y en la muerte en la cruz, con Jesús, son extraordinarias.
            Finalmente, el sacerdote “colgará los hábitos”, redimido en parte por el amor de la joven viuda judía, prosiguiendo, se da a entender al final, la búsqueda de la fe en Jesús, pero libre –tampoco queda claro hasta donde- de las ataduras de la Iglesia.

 

El mensaje oculto.
            La película, audaz en su planteamiento, no cuestiona, aparentemente la historicidad de Jesús, si bien se permite cuestionar por completo a la Sábana Santa de Turín en una escena. Tampoco afirma de forma explícita que sea imposible que haya resucitado.
Pero su planteamiento de fondo es más sibilino, no en vano, en palabras de uno de los protagonistas “la fe no se basa en un sistema racional de pruebas”. Además, tanto para el extremista palestino, como para el propio sacerdote, “Dios no entra en la política”. Por otra parte, lo importante, en boca del jefe del Servicio Secreto israelí, es “una ilusión colectiva de millones de personas que es lo único que tienen en la vida” y, según otro, “Jesús es el iniciador de un movimiento de amor que atraviesa la historia”. Incluso las razones en que basa su fe el sacerdote protagonista son básicamente sentimentales y poco maduras. Con todo ello, y en última instancia, la realidad de la existencia y resurrección de Cristo no parece relevante; parece concluirse de todo ello.
Los guionistas olvidan que para los cristianos “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
            El joven sacerdote será consciente –en la película- de la manipulación a la que se ha visto sometido por la jerarquía vaticana, más interesada en la simple continuidad de la Iglesia, que en la misma verdad. Y esa es la acusación que mayor fuerza alcanza en la película.
            No se niega, aparentemente, al cristianismo, pero la conclusión inevitable de la película es que, para que la verdad te libere, hay que liberarse de la propia Iglesia católica, siendo el propio y personal juicio el que decida cómo era y cómo es este Jesús al que se pretende imitar. Y ese planteamiento llevado a sus últimas consecuencias puede derivar en que la propia historicidad de la persona de Jesucristo no es, en última instancia, fundamental, para la continuidad del cristianismo. Un puro ejercicio de voluntarismo, acorde con las tendencias actuales del “supermercado espiritual” propuesto desde el poder dominante, una de cuyas expresiones más llamativas es la llamada “nueva espiritualidad” y los movimientos de la “nueva era”.
            Por todo ello, vemos que el argumento de la película está bien elaborado, pero con una intencionalidad muy concreta: cuestionar a la Iglesia católica en su núcleo fundamental, reduciéndola a una “multinacional” del amor, las buenas intenciones y de la ilusión colectiva. Así, la Iglesia quedaría homologada en el actual supermercado espiritual universal, en el que todo es equivalente y relativo, bien ilustrado por músicas étnicas de moda, terapias y técnicas de superación personal, yoga sexual, etc.

 

Conclusiones.
Sin embargo, creemos que todo este planteamiento es poco humano y escasamente racional.
            El sacerdote abandona, vemos al final del film, la certeza de una Tradición dos veces milenaria, una casa que le ha dado sentido y que le facilitado el encuentro personal con Jesús a través del sacerdote que, por vías insospechadas,  proporcionó rostro a ese acontecimiento. Y todo ello lo aparta al iniciar una búsqueda imprecisa basada en las propias fuerzas y en algo tan etéreo y frágil como el recuerdo de una fugaz pasión amorosa, que no concreta en sus límites las secuencias finales. Tampoco este último aspecto es lógico. Si la verdad y el amor te “libera”, habrá que seguir a esa verdad y ese amor. No se entiende, por ello, que su relación con Sharon quede en un “allí donde yo vaya te llevaré en mi corazón”. Un final tan etéreo, abstracto y superficial como el papel que esta película pretende conceder a la Iglesia.
            No es humana la alternativa propuesta vagamente en la película, una propuesta que predomina en la mentalidad actual, impulsada desde el poder y el pensamiento dominante. Esa propuesta “espiritual”, relativista y etérea, deja sólo al hombre frente al Misterio, incapaz por lo tanto de concretar en rostros reconocibles y carnales, en certezas palpables, la suprema promesa, hecha realidad en una concreta compañía humana, de Jesucristo,  encarnado y reconocible en la comunidad de sus amigos: la Iglesia. Fuera de esa compañía humana, fuera de la Iglesia, Jesucristo se convierte en una ilusión, en un proyecto. Y ello no satisface, realmente, las exigencias de verdad que alberga el corazón de todo hombre.

 


 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 41, enero de 2001

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