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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

Acerca de la naturaleza de la masonería.

En este artículo realizaremos un intento de aproximación a la naturaleza de la masonería, conjunto muy plural de organizaciones, caracterizadas por varios elementos comunes.

En el artículo anterior de esta mini-serie, nos aproximamos a la historia de la masonería, prestando especial atención a la problemática de sus orígenes, así como a las relaciones con el fenómeno rosacruz y al particular caso del pensador René Guénon. En ese artículo se proporcionaban claves que permitían emitir algunos juicios acerca de la naturaleza real de la masonería; aspecto que vamos a desarrollar a continuación. Para ello, nos asomaremos un poco al interior organizativo y simbólico de la masonería, recurriendo a sus propias fuentes.

 

Ritos y grados de la masonería.
            Ya hemos visto que existen dos grandes tendencias: la masonería regular, vinculada a la Gran Logia Unida de Inglaterra, y la irregular o liberal, más vinculada al Gran Oriente de Francia. Y ello sin mencionar a todas aquellas organizaciones situadas en los límites de la masonería (ocultistas, herméticas, rosacruces, filantrópicas, etc.) tal como vimos.
            Existen, también, varios ritos perfectamente regulados. Los más importantes son los siguientes:
-         Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Con 33 grados, es el más practicado, tanto en la masonería regular como en la irregular.
-         Rito Escocés Rectificado. Con 18 grados.
-         Rito Moderno Francés, con solamente 7 grados.
-         Rito de York. También con 7 grados.
-         Rito de Emulación. Con los tres grados básicos presentes en todo rito masónico: aprendiz, compañero y maestro.
-         Rito de Menfis Misraim, que tiene, nada menos, que 99 grados.
Cada rito responde, de una forma simbólica muy concreta, al estudio de la llamada “Gran Tradición”.
La Gran Logia de Londres tenía en sus inicios sólo tres grados: aprendiz, compañero y maestro. Esos tres grados son comunes a todos los ritos, ya los hemos visto, y son los más importantes.
Según los grados del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, la masonería se divide de la siguiente forma:
- Grados 1 a 3. Masonería simbólica.
- Grados 4 a 30. Masonería filosófica.
- Grados 31 a 33. Masonería
sublime.
            Tradicionalmente, el paso de un grado a otro se producía en una ceremonia de iniciación. Las más importantes correspondían a los siguientes grados: 1, 2, 3, 4, 18, 22, 27, 30, 31, 32 y 33 (en el Escocés Antiguo y Aceptado). Pero en la actualidad los propios masones consideran que se han desnaturalizado estas ceremonias y que la mayoría de los grados se conceden por comunicación, casi por “años de servicio”.

 

Organización.
            Una logia es una asamblea de masones. Este término designa, además, el lugar donde se reúnen. Taller es un término análogo.         
Una obediencia es una federación de logias.
            Oriente significa obediencia y lugar masónico.
            El presidente de una obediencia es el Gran Maestre, elegido generalmente por 3 años.
            Cada obediencia tiene un Gran Consejo.
            Cada logia es presidida por un venerable Maestro.
            Triángulo, es el término aplicado a un grupo de masones que, al no llegar a un número mínimo, no pueden constituirse en logia.
            Las logias se agrupan en logias capitulares y Grandes logias provinciales. Estas últimas se agrupan en Grandes orientes, de ámbito nacional.
            Cada Oriente tiene su propia constitución y cada logia su propio reglamento interno. Nombra sus propios inspectores y representantes.
            La facultad de hacer leyes radica en la Asamblea General.
            El poder ejecutivo reside en el Gran Consejo.
            El poder judicial se ejerce por los talleres, por los Jurados Masónicos y la Gran Comisión de Justicia.
            Existe una Gran Cámara Consultiva del grado 33.
            Existe, al menos, una oficina internacional de relaciones masónicas, radicada en Suiza.

 

Símbolos.
            Además del sentido que encierra cada símbolo y que se explica en las sucesivas ceremonias de iniciación que se celebran para el acceso a los diversos grados, los símbolos permiten identificarse a los masones entre sí (también existen toques de mano y señas). Pero varían según los países y las logias.
            Mencionaremos, entre otros, los siguientes símbolos, comunes a todas las obediencias y ritos: el triángulo, la estrella de cinco puntas, el martillo, la escuadra, el compás, la rama de acacia, las columnas, la piedra cúbica, la piedra bruta, el libro, la cadena de unión, el sol, la luna, el delta luminoso, el nivel, la plomada, el cincel, la letra G, la B y la J.
            En el desarrollo de las diversas ceremonias los participantes emplean mandiles, bandas, sombreros, un puñal, espadas, etc. En cada logia hay banderas y un escudo propio.
            Algunas logias emplean una variedad del idioma esperanto.
            Existe una escritura secreta, consistente en una especie de jeroglífico y un alfabeto en cifras.
            Existe una modalidad de sepelio masónico.
            Se emplean una serie de términos específicamente masónicos: tenida (reunión), planchas (escrito), Valle (ciudad), etc.
            Cada masón adopta un nombre simbólico.
            El local donde tienen lugar las tenidas y ceremonias, que siguen una estructura determinada, tiene una concreta configuración material, con esculturas, estatuas, columnas, puertas, salas de reflexión anexas, pinturas en paredes y techos, etc.

 

Naturaleza.
            Así, del todo despegada de sus orígenes profesionales medievales, y con todas las vicisitudes y características que hemos señalado, seguimos sin tener una idea clara de lo qué es realmente la masonería, si bien las pinceladas de los apartados anteriores ya nos han proporcionado unas cuantas pistas importantes.
            Intentemos buscar los fines últimos de la masonería.
            El estudioso navarro del tema Víctor Manuel Arbeloa la define como “una asociación ritualista y benéfica, que respetaba y armonizaba todas las religiones monoteístas, buscando un modelo de sociedad tolerante, pluralista y filantrópica”.
Veamos otra aproximación. Así el artículo 1º de los estatutos del Gran Oriente de Bélgica establece:
“Es una institución cosmopolita y en proceso incesante, que tiene por objeto la investigación de la verdad y el perfeccionamiento de la humanidad. Se funda sobre la libertad y la tolerancia, no formula dogma alguno ni descansa en él”.
            A decir de Francisco Espinar Lafuente, en la línea marcada por las dos anteriores definiciones, en todas las confesiones religiosas existe un núcleo de verdad, en todo caso relativamente valioso, al que se remite la sociedad. Y ese núcleo sería la razón de ser de la masonería.
Tales concepciones contrastan con la proporcionada por otros autores que nos la dibujan como una asociación secreta, cuyos fines últimos no son revelados al exterior, de gran influencia en la sociedad, instrumentalizada para socavar la autoridad moral y social de la Iglesia católica.
            Incluso hay autores que van más lejos. La asocian a diversas sociedades secretas, como los “iluminados”, “carbonarios”, “rosacruces”, a la llamada “sinarquía” (supuesto intento de dominio universal que implicaría la destrucción de la Iglesia), etc. Y es lugar común la hipótesis de un pequeño grupo de iniciados superiores que “mueven”, desde detrás de los bastidores, los hilos que llegan a todas las “logias” del mundo, al servicio de intereses inconfesables e inéditos, incluso, para la inmensa mayoría de masones. En esto, también mito y realidad se mezclan. El mismo René Guénon afirmó, ya lo veíamos en el artículo anterior, que existe una especie de “maestría” superior, de la que él mismo formaría parte, a la que acceden escasísimos masones y que constituiría una elite iniciática poseedora de los conocimientos esotéricos más profundos, alejados de cualquier práctica política.
            Veamos el sentido del “secreto” masónico.
            Para el autor masón, ya fallecido, Roger Leveder, la orden no sería “secreta” sino “discreta”. De hecho, los contenidos de sus ritos, ceremonias, etc., están publicados y pueden consultarse. Pero por lógico funcionamiento interno, se requiere discreción para no convertir sus reuniones en espectáculos.
            El experto en sociedades secretas Serge Hutin, asegura que el secreto es, para el masón, el “sentido”. Así, no se llega a ser masón por el conocimiento, sino practicando los ritos, es decir, por la vía del símbolo.
            El filósofo Francisco Espinar Lafuente considera que no habría doctrinas secretas, sino una serie de “secretos” (ritos, señas de reconocimiento, palabras clave para los distintos grados, etc.).
            Intentemos concretar.
Conforme a sus iniciales orígenes, y considerando todo lo anterior, parece que la masonería tiene un carácter deísta, agrupando a hombres que creen en Dios (al menos la masonería regular) sin que importe a qué confesión concreta pertenezcan, respetan la moral natural y practican la filantropía. Pero conforme se extendió por el tiempo y el espacio, esas finalidades fueron desbordadas por otras inquietudes, políticas fundamentalmente, y por la atracción ejercida por las numerosos sectas herméticas, cabalísticas, martinistas, rosacruces, templaristas, etc.

 

El “método masónico”.
            Hemos visto al inicio de este artículo, que para algunos masones la característica definitoria fundamental de su organización es el “método”. Éste propone la libre discusión de problemas (salvo los de carácter político y religioso), aportando soluciones conforme al criterio mayoritario de los participantes, según su personal percepción de lo que es justo y verdadero. En este sistema el único límite sería el propio método.
            En la base de este método encontramos, sin lugar a dudas, al relativismo, como herramienta imprescindible para afrontar el pluralismo ideológico y cultural.
            Desde esta perspectiva, cuyo centro es el hombre, es imposible llegar a afirmaciones definitivas de ningún tipo, dogmáticas, aunque sí “razonables”. Y todo ello con una cierta base espiritualista, que no admite que el hombre y el mundo sólo sean materia.

 

Conclusiones.
            Es importante ir a los fundamentos últimos de la masonería para intentar comprender su verdadera naturaleza.
            Desde un punto de vista religioso, la masonería defiende la independencia de la razón humana ante cualquier autoridad. Por ello el racionalismo y el naturalismo constituyen su base filosófica. Y aquí aparecen las primeras discrepancias serias con las enseñanzas de la Iglesia católica.
            La masonería difunde una moral universal, que existe en la base de todas las religiones positivas a su entender y, por ello, sería superior a éstas. De ahí es fácil deducir la negación de toda norma moral objetiva, tal como las afirma la Iglesia católica, cayendo en un relativismo moral.
            Desde una perspectiva filosófica, hay que señalar que la masonería acepta la teoría de que no se puede poseer la verdad en exclusiva, constituyendo una visión ecléctica en la que es admisible el panteísmo, el espiritismo, el politeísmo, incluso el maniqueísmo. Y en la masonería irregular, el ateísmo.
            Por todo ello, los autores masones hacen propios, especialmente, al deísmo y a la filosofía del siglo XVIII.
            El método masónico conduce, concluiremos, al igual que buena parte del pensamiento dominante en la actualidad, a presuponer que la verdad no puede conocerse y que en el desarrollo de la propia humanidad hay que estar abierto a todo lo que suponga “progreso” sin restricciones.

 

Nota final.
            El próximo artículo tratará acerca de las relaciones entre la Iglesia católica y la masonería, finalizando esta mini-serie. Incluiremos en el mismo una bibliografía común a los tres artículos, en la que figurarán obras de autores muy próximos a la masonería, otras de detractores de la misma e, incluso, publicaciones de dos obediencias actuales españolas a las que ha tenido acceso el autor.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 42, febrero de 2001.
Reproducido en conoze.com, diciembre 2001.

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