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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?

            Una encuesta de ABC, publicada el pasado 23 de septiembre, aborda de frente algunas cuestiones problemáticas relacionadas con el fenómeno de la inmigración más allá de los tópicos políticamente correctos.

 

Una encuesta de ABC.

 

El lunes 23 de septiembre de 2002, en la parte inferior de su portada, el diario ABC destacaba la siguiente noticia: “Encuesta IPSOS-ECO Consulting. El 44 por ciento de los españoles votaría a un partido que limitara el exceso de inmigrantes. ‘La llegada desordenada de inmigrantes no puede repercutir en las ayudas a los españoles’, asegura el secretario de Estado de Inmigración”.

 

Esta encuesta abordaba, a juicio de los entrevistados, los principales problemas de los españoles. En la misma se concluía, entre otras cuestiones, que la inmigración constituye uno de los que mayor preocupación genera hoy día. Con ese ambiguo titular, ¿se pretendía, acaso, proporcionar algunas claves para encarar el futuro, a PP y PSOE, agitando el fantasma del peligro de un Front National a la española?

 

Casualmente, Jon Juaristi ese mismo día, en un artículo publicado en la página 15 del veterano diario madrileño, advertía que “El multiculturalismo a la brava termina siempre por engendrar racismo”.

 

Volvamos a las preocupaciones de los españoles. La afirmación “Con la llegada de emigrantes a España se ha incrementado la delincuencia”, era elegida por un 72’3% de la muestra; matizándose con el dato de un 70’6% de respuestas que afirmaba compartir que “España y los españoles deben hacer un esfuerzo por respetar las culturas, costumbres y religiones de los emigrantes”.

 

Reforzando esa preocupación, Ignacio González, Delegado del Gobierno para la Extranjería y la Inmigración, afirmaba en una entrevista recogida en el mismo medio y día: “… no hemos vinculado nunca la inmigración a la delincuencia, pero lo que no podemos negar son los datos que ponen de manifiesto que hay un número muy importante de delitos que son cometidos por inmigrantes”. Además, el entrevistado hacía propia una afirmación de José Luis Rodríguez Zapatero, por la que aseguraba que no se podía permitir que los inmigrantes quitaran prestaciones sociales a los españoles.

 

Inmigración y delincuencia, en la España de hoy, son dos ámbitos resbaladizos que vienen ganando, de forma progresiva, un mayor protagonismo entre las preocupaciones de los españoles. No obstante, en la asociación de ambos conceptos interfieren los tópicos determinantes de lo “políticamente correcto”; pues son dos cuestiones que están en la base del crecimiento de los partidos de extrema derecha de toda Europa.

 

Los partidos populistas en Europa.

 

Con todo, parece evidente que el Frente Nacional francés, el Partido Liberal Austríaco, la holandesa Lista Pim Fortuyn… poco comparten. Y, desde los gobiernos europeos occidentales, ya se están adoptando algunas medidas correctoras de la problemática generada en torno al binomio seguridad e inmigración para privar de razones a esos nuevos partidos políticos difícilmente encajables en los viejos esquemas de derecha/izquierda o en la genérica  y demagógica calificación de extrema derecha o neofascismo. Sus impulsores, por el contrario, al igual que algunos comentaristas políticos, prefieren otro tipo de calificación: populistas, nacional-populistas…

 

Si se analizan sus ideas, símbolos, estilos de trabajo, puede deducirse sin dudar que no se trata de opciones neofascistas o neonazis “clásicas”. Por otra parte, el espectro social en el que se apoya es muy amplio y su electorado procede, casi, en similar porcentaje, de derecha y de izquierda. ¿Cómo caracterizarlos, entonces?

 

Lluís Bassets al preguntarse en El País el 23/06/02 si existe una ultraderecha similar, en España, a la europea, respondía que “Las nuevas extremas derechas no son necesariamente antisemitas ni partidarias de sistemas totalitarios como venía sucediendo hasta hace unas pocas décadas. Son proamericanas y modernas, chovinistas y xenófobas, pero especialmente arabófobas e islamófobas. Liquidado el comunismo, centran su discurso de confrontación en un antiprogresismo visceral, de sarcasmo y diatriba virulenta, de descalificación sin debate de ideas respecto a todo lo que tenga que ver con la tradición de izquierdas, el Mayo del 68 y el socialismo”. Sin duda, tales afirmaciones requieren matizaciones importantes, pero, en cualquier caso, indican que en el discurso oficial de la izquierda europea empiezan a cambiar algunos de sus tradicionales análisis políticos y sociológicos.

           

Enrique de Diego por su parte, en libertaddigital.com, ya en el último mes de abril, se sorprendía por las reacciones producidas ante el ascenso electoral de Le Pen en la primera ronda francesa, considerando que los medios de comunicación ocultaron, inicialmente, ese previsible ascenso, para luego “diabolizarlo”, interpretando lo sucedido en clave de “autocensura”. A su juicio, “millones de franceses han castigado a un stablishment que no hablaba de la realidad”, a la vez que afirmaba que la seguridad ciudadana es un corolario fundamental de la libertad. Aseguraba, igualmente, que la izquierda, por su parte, es miope si afirma que el aumento de la delincuencia nada tiene que ver con la inmigración. Y continuaba: “En el islamismo, con perdón, hay una alta dosis de xenofobia. Y en las naciones europeas una alta dosis de estupidez. Una combinación desvertebradora, casi explosiva. En todo caso, desvertebradora”.

 

Hervè Blanchart, en uno de los escasos libros publicados recientemente en España en torno al Front National y su líder (Las claves del fenómeno Le Pen, PYRE, SL, Barcelona, septiembre 2002), mantiene una posición próxima, en algunos aspectos, al anterior. Asegura, además, que esos movimientos son una expresión del agotamiento de los partidos del sistema, pero generados desde posturas de derecha democrática con algunos elementos –tanto ideológicos como humanos- procedentes de la izquierda. Así, inmigración y seguridad serían los hechos determinantes, pero no los únicos, de su discurso y ascenso.

 

Esta poliédrica realidad de los partidos populistas ha servido para que se manifieste, poco a poco, una voluntad, también a nivel continental, de superación de los prejuicios que envuelven ambos fenómenos. Ahí podemos situar el sentido último de la encuesta y las declaraciones de algunos políticos: articular una respuesta, desde el sistema, a las inquietudes reales de los votantes, anticipándose con ello a un brote populista no deseado.

 

Pero podemos preguntarnos si esos partidos sólo responden a la problemática principal que denuncian o son el síntoma de una dolencia más seria.

 

Y ahí no existe unanimidad. La autocrítica, especialmente en la izquierda, ha sido importante. Veremos si su política futura es coherente con ella o es un recurso retórico y coyuntural. De momento, superado el maremoto político ocasionado con la irrupción inesperada de los populistas en varias naciones europeas, las aguas vuelven a su cauce; olvidándose, aparentemente, de algunas de las preguntas que se plantearon. La derrota electoral de Le Pen en la segunda ronda francesa, la fragmentación de la Lista Pim Fortuyn de Holanda y el fracaso de los nacional-liberales austríacos el pasado domingo 24 de noviembre, en definitiva, han proporcionado argumentos a quiénes caracterizaron al fenómeno, ante todo, de fugaz.

 

Una aportación desde la izquierda.

 

            La revista de izquierda crítica El viejo topo, ha publicado en su número 171 correspondiente a octubre de 2002, un “dossier” titulado Los nuevos fascismos (páginas 31 a 50, ambas inclusive). Ya su introducción de la página 31 adelanta varias de las conclusiones a las que llegan los autores del dossier. Así: “Esta nueva extrema derecha, además, ha sido capaz de contaminar el discurso y la práctica política de las derechas clásicas e incluso de los que dicen querer circular por terceras vías. Su base social, hoy igual que ayer, está formada por gentes de la clase media y de la clase obrera, atemorizadas por la incertidumbre ante el porvenir y hastiados de la banalidad, la doble moral y la corrupción de la democracia representativa. Populistas anti-sistema pero capaces de pactar con éste, nacionalistas irredentos, los nuevos fascismos no son la mera actualización de los viejos, aunque conservan muchos de sus rasgos y principios; sería un grave error considerarlos como antiguallas, simples resonancias de un pasado que se resiste a ser enterrado. Se trata de un fenómeno con facetas nuevas que se asienta sobre problemas reales. Reales y graves. Ignorar estos equivale a ignorar el peligro que representan para la libertad y la democracia”.

 

            El primero de los autores del dossier, José María Tortosa, en su artículo Fascismos de hoy y de ayer, repasa los tradicionales pronunciamientos de algunos pensadores, especialmente izquierdistas -clásicos y recientes- ante los fascismos. En esta labor llega, incluso, a relacionar este fenómeno con el neoliberalismo, la globalización, los islamismos radicales, etc.; todo ello de la mano de autores como Marx, Hegel, Cándido, Mussolini, Umberto Eco, Jean Baudrillard, Erich Fromm, Talcott Parsons, Nicos Poulantzas, Alain Touraine, Herbert Marcuse, Samir Amin, Immanuel Wallerstein. En la página 33, de Ludovico Incisa, destaca una cita según la cual “El fascismo es una ideología de crisis (…) el evento revela la crisis, no la provoca”.

 

            Marcos Roitman Rosenman es el autor del segundo de los trabajos recogidos, La Nueva Derecha y el fascismo. Son evidentes, a su juicio, los rasgos comunes entre el fascismo y las propuestas de la Nueva Derecha de finales del siglo XX; de modo que analiza las grandes líneas de la segunda, en particular, la crítica cultural a la razón occidental (la ND rechaza por igual a marxismo y cristianismo), la defensa del capitalismo como sistema productivo y la lucha contra el sistema “considerado como un gobierno mundial de transnacionales” (página 43) a través de la violencia, el egoísmo, la heroicidad y la entrega. Para ello cita a Alain de Benoist, Guillaume Faye, Seev Steinhell, Carlos Pinedo, Konrad Lorenz… Podemos destacar la siguiente conclusión que figura en la página 44: “Se trata de una propuesta cultural cuyo atractivo radica en la movilización y el rechazo a la uniformidad nacida del consumismo. Muchos podrían estar compartiendo parte del diagnóstico. En eso consiste su atractivo y su fuerza”.

 

            Para Ferran Gallego, autor del estudio Intrusos en el polvo, “Los movimientos nacional-populistas no son una pura reedición del fascismo, aunque contengan factores de resonancia” (pág. 48). ¿Cómo conectan con los sentimientos populares estos nuevos movimientos? El escritor, autor también del libro Porqué Le Pen (El viejo topo, Barcelona, 2002), asegura que “Por ello, quienes votan a los partidos nacional-populistas indican que lo han hecho porque se sienten cansados de la vieja política, de las mentiras normalizadas durante décadas de infierno. Cansados de la corrupción de una elite, cansados de ser los perdedores de la modernización” (pág. 49). Pero, entonces, nos preguntamos, ¿se trata de una mera reacción sin propuestas ni soluciones? El autor considera que no es así, pues “el nacional-populismo deja de ser una protesta para adquirir el rango de una propuesta, que ofrece soluciones radicales, que ofrece mediaciones pactistas, que es capaz de instalarse fuera del sistema, pero también de llegar a los gobiernos…” (pág. 50). Y concluye: “A la izquierda le corresponde examinar los canales que permiten circular el líquido de desamparo, anomia, inseguridad y recelo que la extrema derecha recibe en los estanques de su inmensa movilización. Si sólo observa la metabolización en un discurso autoritario, reaccionario, xenófobo, nunca aprenderá a cegar las fuentes de su volumen esquivo. De esa ideología que parece perderse entre los dedos, que difumina sus formas, que se fragmenta en fotos incoloras. Pero que es capaz de agruparse en una potente presión social, reventando la resistencia del acero y humillando la duración de la piedra” (pág. 50).

 

Una perspectiva católica.

 

Queremos reproducir, de nuevo (lo hicimos en el número 57 de esta publicación digital en el texto Más allá de la ´satanización` de Le Pen), uno de los juicios más realistas emitidos, de los que hemos tenido conocimiento, con motivo del ascenso electoral de Le Pen en Francia y que puede extenderse a toda Europa. E-cristians, en el editorial de su Revista del día 2 de mayo, aseguraba que todo lo escrito con ese motivo “revela claramente dos hechos: la multitud de causas críticas que puede haber provocado este insospechado resultado y el gran vacío que reina en el campo de las respuestas concretas”. Si eran tantas las posibles causas de ese éxito de la extrema derecha, se preguntaba, ¿cómo no lo había anticipado nadie? Por una parte, advertía el editorialista, algunos electores “no votaron o se divirtieron con el voto protesta”. Pero, por otra, creía evidenciar un problema de ausencia de sentido, pues “La democracia, para funcionar como todo acto humano, necesita un sentido, esto es, la orientación y el horizonte hacia el que avanzar a través de una ruta llena de credibilidad”. Así, “La sociedad francesa, y en gran medida la sociedad europea, ha renunciado a los valores objetivos permanentes para substituirlos por concepciones relativistas y así lo único que se está consiguiendo en construir nuevos conflictos cada vez mayores". Por último, juzgaba necesario “… sin más dilaciones, reflexionar sobre las consecuencias del sentido de la sociedad que se está construyendo”.

 

¿Y España?

 

Hoy día, España, parece ser la excepción de este fenómeno europeo. Pero, si miramos a nuestro pasado más inmediato, sí encontramos algunos amagos: la Unión Nacional de Blas Piñar en los años de la transición, la Agrupación Ruiz Mateos de las primeras elecciones europeas, más recientemente el CDS con Mario Conde y el GIL. En todas esas formaciones, que terminaron fracasando, encontramos ciertos componentes populistas, aunque no arraigaron, tal vez, por la pervivencia en la memoria histórica de los españoles del franquismo, con unas connotaciones generalmente muy negativas y por la mínima solvencia personal de algunos de sus impulsores, en determinados casos.

 

El populismo nace, generalmente, en ambientes muy concretos, facilitando su ascenso determinadas situaciones de crispación social y siendo catalizado todo ello por precisas figuras emblemáticas: Le Pen en Francia, Bossi y Fini en Italia, Haider en Austria, Pim Fortuyn en Holanda… No puede afirmarse, en definitiva, que haya surgido de la nada. En la mayoría de los casos, además, ya existía una cierta base social propicia; también, en ocasiones, algún partido político significativo con una cierta estrategia y unos medios al servicio de la nueva causa. Y sobre todo, un malestar social generado por diversas causas; lo que esos líderes carismáticos supieron reconocer y encauzar.

 

Nada de todo esto parece existir aquí. No olvidemos que la inmigración, factor desencadenante de buena parte de los populismos europeos actuales, aunque viene aumentando de forma notable en España en los últimos años, no alcanza los niveles del resto de la Unión Europea. Con todo, hemos tenido constancia, ahora mismo, de al menos tres intentos, de creación de “algo” parecido en España, que vamos a mencionar muy brevemente:

 

Partido Democrático del Pueblo. Con la pretensión de concurrir a las próximas elecciones municipales en Cataluña, sus alegatos son los característicos de este tipo de partidos populistas, aunque rechazando cualquier vinculación ultra. Carece de un mínimo arraigo, dándose a conocer en algunos medios de comunicación catalanes.

 

Frente Español, proyecto impulsado por una de las familias falangistas al que, de momento, se han adherido independientes y ciertas entidades. Será en enero de 2003, con motivo de su anunciado congreso fundacional, cuando acredite su capacidad real de convocatoria. Bajo el lema “Por la identidad española” y “Juntos podemos”, sus reclamos en internet recuerdan a la fenecida Unión Nacional de hace dos décadas. Disputa a Democracia Nacional el paraguas protector y el reconocimiento internacional del Front National.

 

Democracia Nacional. Con buenas relaciones internacionales y una cierta implantación, intentará alcanzar resultados favorables, en algunas localidades levantinas, en las próximas elecciones municipales; para intentar reproducir en España la marcha ascendente que aupó a Le Pen en Francia. Ya lo intentó con Plataforma España 2000, fracasando estrepitosamente en las últimas elecciones europeas, lo que provocó la marcha de parte de sus dirigentes fundacionales y de los restantes grupitos coaligados. Carece de líderes de relieve, estando formada su actual Mesa Nacional por gente joven en su mayor parte completamente desconocida. Como posible socio en la aventura se ha barajado el nombre de Josep Anglada y su Plataforme per Catalunya, organizadores de una numerosa manifestación en Premiá de Mar, en la primavera última, en contra de la construcción de una mezquita.

 

Algunas conclusiones.

 

Una sociedad ordenada no puede construirse sobre los cimientos del hedonismo y el relativismo: este un principio casi olvidado que debe ser rescatado.

 

Ahora que se debate el futuro de Europa, en sus distintos planos, es el momento de plantear de nuevo el anterior presupuesto; pues se deberá volver a los orígenes que la configuraron -a la vida y los valores que le dieron consistencia- si quiere afrontar con realismo los retos del presente y del futuro. Pero de nada servirán invocaciones a valores o principios, por muy saludables que sean, si no existe un pueblo que les dé vida y los encarne.

 

Por todo ello, consciente de la ausencia de ideales y de horizontes ambiciosos entre los europeos, Juan Pablo II viene insistiendo, entre otros aspectos, en la necesidad de que la futura Constitución europea contemple, de forma expresa, la aportación y el reconocimiento del cristianismo en la configuración de su naturaleza íntima. No es una novedad en su discurso, pues, con otra expresión y en el contexto de su llamamiento a la nueva evangelización de Europa, ya lo formuló hace años con su petición apasionada: ¡Europa, sé tú misma!

 

            El discurso inmigracionista predominante hasta la actualidad en los medios de comunicación, organismos oficiales nacionales e internacionales y ONGs, se encuentra en crisis: tanto desde la derecha, como desde la izquierda, se revisan posiciones y se proponen nuevas medidas. Estas inquietudes no son patrimonio, realmente, de ninguna formación política, aunque determinadas formulaciones ideológicas son proclives a una interpretación “abierta” de la problemática en cuestión; lo que, por políticamente correcta, su aplicación puede desembocar en situaciones explosivas que favorezcan la aparición de una formación antisistema. ABC lo entiende así. Por ello ha intentado anticiparse proporcionando datos que presenten, de forma desapasionada pero interesada, la problemática y que faciliten a los partidos parlamentarios claves y herramientas para afrontar de forma no dogmática y con realismo el futuro que se adivina, anticipándose a los errores cometidos por nuestros vecinos.

 

            El tiempo dirá si ABC ha acertado y los partidos parlamentarios han aprendido la lección, determinando una política de inmigración integrada con la que se aplicará en Europa, inevitablemente, y que, más allá de eslóganes publicitarios, tenderá a un mayor control de accesos y estancias de los inmigrantes.

 

            Hemos visto la autocrítica de cierta izquierda encarnada por El viejo topo. ¿Para cuando una reflexión de similar calado desde la derecha o el centro reformista? También podemos extender la pregunta a nuestra Iglesia. Mas allá de frases hechas, de tópicos generales, ¿para cuando una reflexión evangélica, serena y profunda que encare el malestar social que subyace en el origen de la irrupción real del nacional-populismo?

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nª 64, diciembre de 2002.

 

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