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Crónicas navarras de Fernando José Vaquero Oroquieta

El catolicismo social y las últimas elecciones realizadas en España.

Las elecciones celebradas en España, el pasado domingo 25 de mayo, han supuesto un revulsivo en algunos concienciados sectores del catolicismo social español, aunque sin llegar a afectar al conjunto del pueblo católico. La concurrencia a las mismas del partido Familia y Vida impone una valoración y unas reflexiones al respecto.

 

Los resultados y su valoración.

 

            Las elecciones municipales, autonómicas y forales del 25 de mayo de 2003, han aportado algunas novedades en el mortecino panorama del catolicismo social español, de la mano, en parte, de un partido que se estrenó entonces: Familia y Vida.

 

            Esta formación política, no confesional pero que comparte una parte significativa de los principios informadores de la Doctrina Social de la Iglesia, generó, antes y después de la celebración de estas elecciones, cierta polémica en el seno de pequeños sectores católicos emergentes, que podemos situar en el entorno de algunos de los llamados nuevos movimientos eclesiales.

 

            Hay que partir de una premisa. Muy distintos en sus respectivas metodologías e incidencia social, no todos estos movimientos eclesiales comparten la misma concepción de la política ni, en consecuencia, idéntica manera de afrontarla. Así, existen movimientos que apenas están interesados por la vida pública; no digamos ya por la acción política directa. Para otras de estas entidades eclesiales, la participación en la vida pública, y en la política en particular, es una responsabilidad exclusivamente individual, debiendo tener mucho cuidado en implicar a la Iglesia en esas actividades “sospechosas”. Por último, algún movimiento concibe al ejercicio de la política como una posibilidad en ese entorno, tan peculiar como desprestigiado, en la que el cristiano puede -y debe- manifestarse como tal, proporcionando rostro y brazo al pueblo católico del que forma parte; defendiendo allí la libertad de la Iglesia.

 

            Ciertamente, entre muchos católicos existe una concepción muy negativa de la política y de los políticos. Para éstos, la sospecha preside cualquier aproximación a tales actividades. Otros aseguran, por el contrario, que el ejercicio del poder político puede ser un instrumento para cristianizar la sociedad. De esta forma, mediante leyes “cristianas”, se posibilitaría la “cristianización” de la sociedad. Quienes así piensan olvidan –aseguran sus críticos- que la finalidad de las leyes es el bien común. Tampoco tienen presente, por ejemplo, el significativo caso de la Italia de 1981; en la que pese a una poderosa Democracia Cristiana –entonces- en el gobierno, una sociedad aparentemente católica, el apoyo de la Santa Sede y la movilización de los obispos, se perdió el referéndum del aborto.

 

Frente a ambas posturas, los católicos, que emergen desde algunos de esos nuevos movimientos eclesiales, desacralizan la política y la conciben en un preciso espacio: en el que se puede impulsar iniciativas en línea con los criterios de acción de la moderna Doctrina Social de la Iglesia, en diálogo con el pueblo cristiano y sus pastores. Y, todo ello, sin olvidar la tarea educativa que debe desarrollar la Iglesia en todos los órdenes de la vida. Una postura, no obstante, que genera no pocas discrepancias con las de otros medios católicos.

           

Una mirada a la historia.

 

            Durante casi toda la primera mitad del siglo XX, estuvo vigente un sencillo esquema de vertebración de la acción política de los católicos españoles. A la existencia de un pueblo católico que compartía un conjunto de certezas derivadas de su fe, perfectamente reconocible y con un rostro muy definido, se le sumaba una numerosa organización laica que encuadraba y formaba a sus miembros más motivados (la Acción Católica), y otra entidad especializada que captaba a las vocaciones por lo público (la Asociación Católica Nacional de Propagandistas). Por último, un episcopado cohesionado trabajaba, en estrecho contacto con la AC y la ACNP, orientando a los católicos españoles hacia fórmulas políticas concretas en un contexto histórico progresivamente dramático.

 

            En la transición española hacia la democracia, en la recta final del siglo XX, este esquema ya no tenía sentido alguno. La Acción Católica había sufrido una crisis generalizada, expresión de la evolución y cambios acaecidos en ese pueblo del que procedía. Por su parte, la ACNP también atravesaba una larga travesía del desierto, a la vez que nuevas organizaciones laicales competían, de alguna manera, con las anteriores en la captación de las elites católicas y en la educación en la fe de fragmentos de ese pueblo católico. Por último, entre nuestros obispos prevaleció una postura de prudente distanciamiento ante muchas decisiones políticas contingentes que se adoptaron por aquellos años; una actitud que, en consonancia con nuevas corrientes teológicas y pastorales, no aminoró la confusión existente en un vapuleado pueblo católico que se desvanecía.

 

            Ahora nos encontramos en un momento en el que la citada articulación ya no sirve. El nuevo pueblo que se está configurando, a partir de las realidades vivas del catolicismo español, también tiene ciertas preocupaciones sociales y, para un sector del mismo, actuar en política es una necesidad imperiosa; pues es mucho lo que se juega en ese ámbito.

 

            En este contexto actual podemos diferenciar dos corrientes, más o menos definidas, aunque apenas estructuradas.

 

Para unos, debe recrearse el pueblo católico español y, entonces, ya madura la situación, lanzarse a la arena política. Por lo tanto, todavía no se darían las condiciones para un realista desembarco en política.

 

Otros, por su parte, consideran que la política es una exigencia que no permite dilación alguna y que hay que afrontar ya. Para esta segunda opción, la participación en política, sea en partidos confesionales, sectoriales, o en otros de amplio espectro, es un paso ineludible.

 

            Por último, no olvidemos que existe un sector, todavía con cierta influencia, de católicos progresistas que siguen propugnando una integración anónima, y a título individual, en proyectos de progreso, en partidos de izquierda en definitiva, como fermento o levadura.

 

            En definitiva, ante el reto de la política, entre los católicos españoles, existe una compleja situación de fondo expresada en una notable dispersión de iniciativas, que ha sufrido una leve conmoción por el impacto de Familia y Vida: con su aparición se cuestionan precedentes estilos de trabajo. Por ello, modalidades anteriores de presencia social, que reflejan una actitud defensiva de realidades sociales en retroceso, pueden revisarse.

 

Elecciones y catolicismo social.

 

            El electorado católico ha sufrido, pues, un pequeño revulsivo; al menos entre los militantes más vinculados a asociaciones promotoras de la familia

 

Pero, ¿cómo se ha desarrollado el debate electoral entre los católicos? Por una parte, la invocación al “mal menor”, al “bien posible”, o a la diversa “permeabilidad” de los distintos partidos a los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, ha protagonizado buena parte de las reflexiones públicas realizadas por significativos seglares y obispos. Por otra, la concurrencia a los comicios, aunque de forma muy restringida, de esa formación mencionada, que se identificaba plenamente con los principios de la DSI orientados hacia la familia y la vida, ha generado un necesario debate –aunque lo haya sido únicamente en ambientes muy restringidos- acerca de la legitimidad de las diversas opciones políticas, planteando la posibilidad de votar a una opción que rompe con las de décadas anteriores. Un debate, en definitiva, que aunque ha afectado a un número relativamente pequeño de seglares comprometidos, no puede ignorarse y en el que deberá profundizarse. Incluso, tal vez, sus conclusiones podrían sentar las bases de nuevas formas de presencia católica en política.

 

La escasa cosecha electoral de Familia y Vida no le priva de trascendencia al fenómeno y plantea, en cualquier caso, serios interrogantes al catolicismo social español: ¿existe un voto católico? y ¿cuál es la salud real del pueblo católico? Una realidad es evidente. La descristianización de la sociedad española avanza, disolviendo las certezas compartidas durante siglos, con una efectividad sorprendente.

 

En este contexto, de debate interno del catolicismo social, el Partido Popular, que en la campaña ha intentado mantener al electorado de esta procedencia mediante promesas de última hora en torno a la familia y a la educación, deberá acreditar con hechos sus intenciones, dando cancha a distintas aplicaciones del principio de subsidiariedad y defendiendo decididamente la vida humana; todo ello si quiere evitar que la fractura existente con este sector se ensanche en el futuro.

 

Otros interrogantes pueden trasladarse, en lo que le afecta particularmente, al partido Familia y Vida. Que haya perdido casi la mitad de los votos inicialmente cosechados en la repetición de elecciones a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, pesando en esta circunstancia de forma especial la preocupación de los católicos madrileños por el futuro de la enseñanza concertada, no es un dato que sus impulsores puedan ignorar.

 

Reflexiones finales.

 

Por último, tengamos presentes, en esta reflexión, varias premisas.

 

1º. No podemos seguir considerando a España como una sociedad católica “dormida” a la que se pueda “despertar” fácilmente. Este planteamiento, bastante presente todavía, supone ignorar la realidad de la descristianización, lo que además, condiciona, viciándolo, cualquier debate en el sentido del aquí trasladado.

 

2º. Los partidos políticos actuales funcionan, en buena medida, a golpe de demanda social significativa, tal y como nos lo recordaba Ignacio Arsuaga, uno de los impulsores de la plataforma transversal Hazte Oír, en la entrevista que publicamos en el número 74 de Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica. Si el Partido Popular, por ejemplo, no percibe una movilización importante del electorado, preocupado por la situación de la familia, no reaccionará; actuando en función de otras demandas sociales. Para responder a esa expectativa, se requiere: articulación popular, movilización ciudadana, creación de una cultura de participación política.

 

3º. La queja de algunos políticos católicos se resume en una expresión: “nos dejan solos”. Evitarlo, exige apoyarles, dialogar con ellos, hacerles llegar propuestas, pero también, el calor de la compañía cristiana.

 

En este contexto, la transversalidad –un concepto en alza- de los políticos católicos debe pasar, de ser una mera declaración de principios, a eficaz instrumento, en diálogo con su pueblo y pastores, al servicio de la “Libertas Ecclesiae”. Pueblo católico, movimientos eclesiales, pastores, políticos, plataformas transversales… todos deberán dialogar entre sí, confluyendo en la misma dirección; y todos ellos con la legítima pretensión de que la Iglesia aporte su capacidad de regeneración, también a la vida pública, desde su siempre novedosa compañía humana.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 75, noviembre de 2003

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